martes, 2 de agosto de 2022

SUIZA (1)- “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

POR JOSÉ MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas

Librería del Congreso de  los Estados Unidos de América

Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México

Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen

Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-. -Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.

CAPITULO VII.
Suiza.

Una bella mañana de Noviembre tomamos en "La Gare de Lyon" el tren que nos llevó a Suiza. De todos los viajeros, el único para nosotros conocido era un simpático sueco con quien habíamos intimado en París, Karald Kalrstróm. Los demás eran ingleses, franceses, italianos, alemanes, belgas, dina­marqueses ... todas las nacionalidades de Europa, charlando en los más diversos idiomas con esa verbosidad, con ese con­tagioso entusiasmo que se produce en los trenes en que predo­minan los excursionistas, listos siempre para la emoción y el comentario.

Nuestra vista se complacía en vagar sobre aquellos campos en donde se ve la mano activa e industriosa del campesino francés. El terreno va elevándose suavemente, de manera que, al poco rato de haber dejado París, ya caminábamos a relativa altura y podíamos percibir, de cuando en cuando, las cintas de plata de los ríos Sena y Marne.

Llevábamos en nuestras manos "La Frontera," preciosa novela de Luis Leblanc, regalo de nuestro camarada armenio Manatzakan Khounountz, amable anciano que con su familia hablase refugiado en París huyendo del bolchevismo ruso que se hacía sentir en su país, y que llegó a despedirnos a la esta­ción con otros amigos.

Los viajeros iban ruidosos y alegres como si, de ante­mano, saboreasen los bellísimos panoramas de la noble tierra de Guillermo Tell.

Ibamos deleitados ante la contemplación de la extensa campiña de los alrededores de París. Inmensas extensiones de terreno están dedicadas al trigo, al lúpulo, la remolacha, las patatas, la cebada, el avena y, sobre todo, los viñedos, los admirables viñedos franceses en donde se producen esas car­nosas uvas de que se hacen vinos delicados y espumosos que dan la vuelta al Mundo. Todos estos cultivos son hechos empleando los últimos implementos que la ciencia suministra a la Agricultura.—79—

Por la vía que recorríamos, doble como muchas otras de la Europa Central, íbamos pasando muchas poblaciones de im­portancia, entre las que recordamos Dijón, de un pujante vigor industrial y centro de varias líneas ferro carrileras, muy cono­cida también por su célebre "Cassis de Dijón," licor de obs­curo color que tiene ciertas analogías con los sabrosos vinos de Corinto.

Ya se extinguían en el cielo los últimos fulgores dei crepúsculo vespertino, cuando llegamos a Luasana, primera ciudad suiza que se encuentra yendo en esta línea del ferrocarril. Aquí hicimos el cambio del tren francés al suizo y, como precursoras del frío de los Alpes, comenzaron a llegar­nos heladas ráfagas que sentíamos penetrar hasta la columna vertebral.

A las nueve entrábamos a Ginebra, sede de la Liga de las Naciones, término de aquella jornada. En esta ciudad nos esperaba nuestro amigo Monsieur Pedro Berthet, quien nos acompañó hasta el "Hótel des Voyageurs," situado en la "Rue Mont Blanc."

Conocida es la frase que el espíritu sarcástico de Voltaire tuvo para corresponder los agasajos de que había sido objeto en Suiza. "¡ Cuando sacudo mi gorra, lleno de polvo a la respetable Comunidad Ginebrina! ..." Nada más injusto e

—80—J. M. DELEON LETONA

inexacto sin embargo. Ginebra es, no sólo una hermosa pobla­ción, sino una respetable ciudad.

Al día siguiente de nuestra llegada, protegidos por con­fortables abrigos de pieles, pues hacía intenso frío, recorrimos a pie gran parte de la cuna de Necker, el célebre Ministro de Luis XVI.

 La primera impresión es el aseo. Aseo por todas partes: en las paredes, los techos, los campanarios, las plazas públicas y los monumentos. El granito y la piedra blanca son los prin­cipales elementos de construcción; y es tal la sensación de lim­pieza que dan sus edificios, que se dijera que toda la ciudad acaba de ser edificada.

La población está situada sobre una meseta que experi­menta una suave pendiente hacia las riberas del Lago Lemán o Ginebra, a cuyas orillas se encuentra el edificio del Consejo de la Liga de las Naciones, todo blanco como las ideas que sustenta ese templo elevado por el esfuerzo de los idealistas del Siglo XX, en aras de la suprema aspiración de paz que ha quedado flotando en los espíritus después de la hecatombe europea. La Liga de las Naciones no ha dado aún los resul­tados apetecidos, pero representa un poderoso avance de la Humanidad en el sendero de su regeneración.


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