lunes, 8 de agosto de 2022

EL RÍO JORDÁN - “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas

Librería del Congreso de  los Estados Unidos de América

Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México

Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen

Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-. -Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.

El Río Jordán.

De las elevadas pendientes del Monte Hermón, que se cubre de blanca nieve, nacen los torrentes y pequeños riachue­los que forman el "Jordán," en la parte de la Galilea que se extiende al N. del Tiberíades y que se le dice "Alto Jordán." Uno de sus remansos recibió en sus cristalinas y tenues aguas a Jesús para ser bautizado en ellas: alimenta el Lago de Gene­sareth y, después de atravesarlo mezclándose a sus ondas, surge por el extremo S. para seguir rociando el fascinante jardín de su valle, hasta desembocar en el Mar Muerto, como intentando, con su dulzura, contrarrestar el acíbar de aquel mar estupendo. Su lecho se extiende sobre terrenos planos y quebrados con desnivel hacia el Mar ya dicho y, de esta manera, la corriente en unas partes es tranquila y en otras, agitada; el color cris­talino de sus aguas, permite ver las piedras y arenas que aque­llas mueven y los peces que remontan su caudal. Forma muchas vegas donde pacen los ganados y donde los labradores dan asiento a sus sementeras; da Humedad a grandes fajas situadas a sus inmediaciones y muchas tomas para la irrigación: así con­tribuye a la feracidad excepcional del terreno de la antigua Galilea. Ambos lados del cauce ostentan su natural riqueza; la vegetación, que llega hasta la cumbre de las montañas inme­diatas, convida a servirse de ella.

En el confín, de la primera parte de su curso, que es muy pintoresca, rica en atractivos naturales, se arroja en el Lago Tiberíades, saliendo posteriormente por el lado S., repetimos, en cuyo punto estuvimos contemplándolo durante algunas horas.

Después lo atravesamos sobre un puente de hierro y madera que han tendido los ingleses para facilitar el paso de sus tro­pas, acampadas en las riberas del lago y del río, donde tienen sus improvisados cuarteles y sus caballerías.

Una mañana inolvidable, de esas que en sus fulgores nos brindan toda la poesía del cielo, bajamos al más bello de los recodos del Jordán, corno a una hora de Jericó; poco antes de tocar dicho sitio, que era el que buscábamos, distinguíamos en caprichosas ringleras: hayas, álamos, avellanos, acacias gomí­feras, que estaban al lado opuesto de los sauces, enebros y hele­chos con hojas en sus ápices en desordenadas filas; al acercar‑

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nos más, los verdes cañaverales y el vuelo gris de las bandadas de golondrinas y de las alondras, que iban río arriba, nos para­ron: estábamos frente a la hermosa Pila Sacristía, por así decir, cuyo líquido cristalino es renovado a cada segundo, por sí solo, en su constante y eterno correr, donde el Nazareno recibió solemnemente las aguas bautizmales de las callosas manos del Profeta, en cuyo rito actuaron como padrinos el Universo y la Naturaleza, que ofrecieron a su sacro ahijado (Jesucristo) el regio presente de cuanto existe. Entonces, el Sol, el Rey de los Astros, de cirio sirvió. Naturalmente, el punto que más agrada, que más simpatiza del Jordán, que parece un edén, es éste, porque San Juan lo llenó de gracia y de inmortalidad con el bautismo de Nuestro Señor Jesucristo; ceremonia reli­giosa tan delicada, que a los espíritus sutiles permite ver en aquel remanso la venerada figura de Jesús y del Bautista, su noble Precursor; ahí las aguas del río bendito van lenta, sua­vemente formando un recodo, como un estuario para recordar a la Humanidad el primer sacramento.

El bautizo en el Jordán, era el comienzo de la purificación; y significa—al sumergirse en el agua para luego salir—la volun­tad de morir, pero al mismo tiempo la seguridad de resucitar : aquí cabe recordar: que, San Juan, cuando Jesucristo había al­canzado la edad de 30 años, principió a llamar a los hebreos o israelitas desde el desierto, y llegó a aquel río para bauti­zarles. Los más notables de Judea, atendían su llamado y se dejaban bautizar por él, no obstante que, a su castidad y puri­tanismo, agregaba su severidad, condición por la que le decían el "Profeta de Fuego." Entonces muchos de los judíos (que no son otros que los hebreos o israelitas) preguntaban al propio San Juan si él era Elías el Profeta, o Cristo, pues ya les preo­cupaba la vida del Nazareno. Esta insistente pregunta se la repetían a orillas del Jordán, del Mar Salado y donde quiera que le encontraban. Entre tanto, Jesucristo estaba en el Desier­to de Siria, en su preparación.

La entereza y martirio del Bautista, vivos aún en la pure­za de las aguas del Jordán y en la vida del Divino Maestro, no cabe duda que se admiran y que merecen sentimientos de veneración y de santidad en el corazón humano.

Bien: volvamos al punto santificado ya por el bautismo de Jesucristo: las aguas aparentan detenerse ahí como dando tregua a que uno las vea, y como queriendo hacer oír su murmullo bajo la sombra y bajo las peñas. A pesar de que el Jordán no es muy explayado en aquella parte, siempre es en el Valle de

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Jericó donde alcanza su mayor anchura, que llega hasta 22 me­tros. Los árboles y arbustos completan lo poético del lugar. Se notan algunos parecidos al bambú de la India; sus canutillos vidriosos y amarillos con líneas verdes a lo largo, bañados por el rocío, relumbran con los rayos del sol, y se reflejan juntamente con todo el paisaje en las límpidas aguas de este río que se dijera que, en el sitio donde Jesucristo fué bautizado, dió la idea para inventar los espejos. Cerca hay dos chozas donde habitan las familias que cuidan ese privilegiado recinto. Tres pequeñas canoas, mecidas por la imperceptible corriente del río, estaban atadas a las raíces de los árboles; las redes con que los muchachos del lugar habían ido a traer zacate, y los anzue­los y los trasmallos que les sirvieron para pescar, estaban a su borde todavía, goteando, mientras ellos seguían caminando río abajo, en animada charla. En el patio de dichas cabañas, cer­canas entre sí, y bajo la sombra de un verde pimiento de hojas lineales, estaba un grupo de árabes formando rueda: todos, hombres y mujeres, sentados en el suelo con los pies cruzados, se nutrían con ruedos de pan de cebada, miel y leche de camella, como se alimentaban sus aborígenes hace 2,000 años. Las cintas de las palmeras les servían de mantel y de servi­lletas; sus rostros morenos, su barba negra, sus dientes blan­cos y sus acerados alfanjes, sus modales, sus cargas que tenían cerca, y otros pormenores, nos recordaban sus paisanos que ha­bíamos visto cruzar los desiertos en alegres grupos que se lla­man caravanas, como pasaron con gallardía por nuestros ojos, hace un lustro, los inspirados versos de "Caravana Lírica."

El Valle del Jordán está conectado con el puerto de Haifa por medio de un ferrocarril, y contiene fuentes termales y muchas rocas y piedras que dan idea de actividades volcánicas, que se confirman con la presencia de una meseta de lavas que se observa; sus numerosas montañas están cortadas por gran­des barrancos en su mayoría, y en ellas hay audis que, confor­me escribimos antes, son manantiales intermitentes y que nos recordaron los ríos y arroyos de la Verapaz y del Petén que, en parte, tienen oculto su lecho dentro de las inaccesibles rocas y de las montañas vírgenes.

Nos tocó estar frente a ciertos montañeses que descen­dieron de lejanas regiones para venir a traer agua a los trans­parentes manantiales del Jordán; un sólo viaje hacían al día, tal la distancia entre sus viviendas y el río. Después de que prendieron y atizaron sus fogatas, alrededor de las cuales comie­ron, tomaron su café caliente y fumaron bajo el sol (no obstan~

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te que había clásicas palmeras que podían defenderles de aquel), cargaron sus asnos, camellos y dromedarios con cuatro grandes tinajas cada uno, colocando dos de cada lado, sobre arquillos; los arrieros—con su faja blanca arrollada alrededor de la cabeza—también tenían llenas sus tinajas sobre las espal­das y las jarras rebalsando en sus manos: emprendieron la mar­cha de regreso yéndose por extravíos. Iban callados, viendo para abajo; un dromedario, jalado por su amo, cerraba aquel cordón compuesto de séres humanos y no humanos, y a través de la distancia, el animal, por su color, se confundía con la tierra, con el polvo amarillento que él mismo levantaba al ale­jarse, y con la arena ..

El Jordán también nos hizo recordar las encarnizadas bata­llas que se libraron en sus riberas durante las Cruzadas, en cuyas luchas igualmente se tiñeron de sangre las aguas del Nilo que fertiliza el Egipto con su légamo.

Ambos caudales, el uno en tierras asiáticas y el otro en tierras africanas están, por otra parte, ligados a la vida de Jesucristo con caracteres imborrables y simpáticos.

Fray Antonio Aracil, religioso del Convento jerosolimi­tano de San Salvador, fué en nuestra compañía y nos regaló con la fuente de sus explicaciones. La presencia de sacerdotes como él hacen más grata la visita de los Santos Lugares. Como que la suavidad de sus maneras y la naturalidad con que ellos hablan reviven los actos del Divino Maestro y los acercan a lo humano.

Curioseando por las vegas del Jordán y antes de despe­dirnos de su hermosa corriente, al cabo de pasar a pie entre el heno, la grama y los matorrales, dimos con una rara planta silvestre denominada "Trébol de Judea," en cuya blanca flor se ven rojas coloraciones, como tres gotas de sangre que encie­rran una corona de espinas, que con tristeza nos hablan del Redentor.

Habiéndose cumplido nuestro anhelo de visitar "Tierras Santas"—desde donde el Redentor cambió la faz del mundo—de lo que nos sentíamos muy satisfechos, dispusimos regresar a "Tierras Profanas," viniendo a Europa, y así lo hicimos pasando de nuevo por Jericó y Jerusalén, en cuyos lugares dan deseos de permanecer largo tiempo, reconstruyendo la Vida y Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Muchas y variadas impresiones tuvimos en ese otro viaje conociendo nuevos lugares y desem­barcando en Marsella, a donde arribamos en el "Lotus," esplén­dida embarcación de la Compañía Transatlántica Francesa.

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J. M. DELEON LETONA

Una familia americana nos convidaba a seguir con ella des­de Jerusalén hasta la India, la Indochina, la China y el Japón, donde nace el sol y donde los días son más cortos; hasta el progresista y silencioso Imperio Nipón, soñado por el poeta Carlos H. Martínez, pasando por las Filipinas en Oceanía; después tocar Honolulú (capital de las Islas Sandwich o del Hawai) y luego desembarcar en San Francisco, California, al final de la travesía del Pacífico para, así, dar la vuelta com­pleta a la tierra (puesto que ya habíamos recorrido los Estados Unidos por el lado del Atlántico, que también surcamos).

Incitados por el mérito de seguir siempre adelante y por la natural ambición de conocer lo más que se pueda; discu­rriendo en los raros encantos de Bombay, Calcuta, Singapur, Manila, Hong Kong, Shanghai, Nagasaki, Yokohama, Tokio, etc., estuvimos a punto de decir que sí: agradecimos sincera­mente pero no aceptamos porque pudo más la simpatía de nuestras ideas latinas que ya se habían arraigado en París; una fuerza espiritual, moral; algo artístico, bello, difícil de explicar y que no existe en ninguna otra capital, nos atraía a "La Ciudad Luz," donde estuvimos una vez más, de regreso de la región palestinense, pensando ya en volver al Continente Americano.

Printed in the United States of America. 

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