jueves, 11 de agosto de 2022

CUBA (1)- “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas

Librería del Congreso de  los Estados Unidos de América

Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México

Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen

Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-. -Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.

Cuba.

 Ya con límpido cielo y clima tropical a Cuba nos acercá­bamos.

 Ansiosamente deseábamos conocer la patria del Libertador José Martí y fué un gran gusto el que se apoderó de nosotros al descubrir sobre el despejado horizonte "La Perla de las Antillas," y aquel regocijo creció al entrar a la apacible bahía donde el puerto de la Habana retrata sus bellezas juntamente con las de la ciudad capital de Cuba, que es lo mismo: sorpre­sa agradabilísima recibimos al darnos cuenta del fondo de la ensenada que parece delineada por la fantasía del hombre y hecha magistralmente por encanto: es una pincelada de la Natu­raleza a manera de broche de oro; es el complemento de la sorprendente hermosura de Cuba, a quien Colón—que la des­cubrió el 27 de Octubre de 1492—dió el nombre de Juana. Calcú­lese cómo será su extensión que en el Libro Diario del propio

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 Almirante y Virrey se hizo constar que en tal bahía podía caber toda la flota española.

 Después de dejar a ambos lados los Castillos del Morro y de la Cabaña, que defienden la ciudad y dominan el Océano y ya frente a los muelles, cuando el sol estaba justamente en el cenit, el "Spaardam" sonando su ronca sirena, botaba sus anclas en las orillas de la Habana: el calor parecía recalcar el empuje y fuerza de los cubanos; la bandera tricolor con su estrella solitaria flameaba en lo más alto de la Capitanía Gene­ral, sostenida por el asta y acariciada por la suave brisa marina que, al besarla, movía sus pliegues.

 Parecen las tranquilas aguas de una laguna, sin comunica­ción con el mar, las de la bahía; esta bondad más se aprecia es­tando en ellas, donde se ve un constante ir y venir de vapores del mayor calado y de los más apartados puntos del Globo por­que la importación y exportación de la metrópoli antillana son de primer orden.

 Desde el comienzo de nuestras impresiones y remontán­donos al año 1512, Diego de Velázquez era rememorado como primer Gobernador de Cuba, nombrado por Diego Colón que tuvo tal facultad en virtud de los títulos de su padre el Des­cubridor, que le fueron concedidos posteriormente al falleci­miento del inmortal genovés en tiempos del Rey Don Fernando V. El carácter bonachón y conciliador del rico burgués español que conquistara y gobernara una de las mayores islas que exis­ten (él organizó también expediciones que más tarde realizaron la conquista de México y Centro-América al mando de Cortés, Alvarado, Olid, González Dávila, Fernández de Córdoba, Acu­ña y Solano), tuvo mucha influencia en beneficio de los nativos cubanos, o al menos disminuyó en parte los tormentos de la esclavitud a que fueron sometidos en su propia tierra, como pasó en todas las islas y en todo el Continente Americano. Las garitas, torres y troneras del Morro y de la Cabaña, restos de las fortalezas legendarias que antaño fueran inexpugnables, nos decían que tal vez Almagro y Pizarro, antes de ir a conquistar el Perú, hicieron escala en Cuba, que era como una escuela práctica española de preparación para hazañas epopéyicas. No obstante que el viejo soldado y ceremonioso Velázquez procuró que el indio—hombre-máquina agrícola del siglo XV como to­davía lo es en 1925—no fuera asesinado o destruido como había pasado en la Española y en otras islas antillanas, los autóctonos cubanos fueron cruelmente tratados y sólo por la falta de bra­zos en las sementeras, minas y demás trabajos de los amos, se

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 les perdonaba la vida después de sometidos .... Y en la Flor del Nuevo Mundo—que así llamaremos a Cubadiscurríamos, no únicamente sobre las incontables torturas del indio ameri­cano en general que recibía la hispánica civilización de las sanguinarias lanzas de los duros conquistadores y de los cascos de sus caballos, sino en los martirios del propio Colón y de los primeros españoles que se aventuraron a venir a lo ignorado, a través de mares igualmente desconocidos; el encadenamiento del Descubridor por Bobadilla, hecho afrentoso que parece una ironía del destino o un precursor de la gloria; la muerte de Almagro en Cuzco, que fué estrangulado en su prisión por orden de su compañero de armas ; la decapitación de Pizarro en Lima, una en pos de otra, siendo la segunda venganza de la primera, horrorosos dramas de protagonistas y víctimas europeas em­purpurando con su sangre de guerreros la virgen América; la incineración de los Reyes Quichés—en vida—cuya capital estratégica iba a devorar en llamas al invasor extranjero, como lo hiciera siglos más tarde el astuto ruso con los bravos solda­dos de Napoleón en Moscú, reduciendo a cenizas sus hogares en aras de su patria.

 Mas estas y otras generales disquisiciones del dominio español en la América Insular y Continental, se aclipsaron ante el recuerdo de la figura augusta de José Martí y con la luz de libertad que desde su niñez radiara por la Habana (donde nació), por toda Cuba, su patria, y por Europa y por el resto de Amé­rica. Prócer de la Independencia cubana, José Martí encarna el talento y el carácter unidos al más acrisolado patriotismo, sublime trinidad que fué el alma mater de la cruenta lucha por la Autonomía de su país.

 Impresionados por su gloriosa biografía y por el atractivo golpe de vista que se recibe al acercarse a la población, admira­mos lo más que pudimos de la Habana, pareciéndonos cada belle­za, cada monumento, cada establecimiento de Instrucción Públi­ca, cada factor de cultura y progreso, cada institución demo­crática cuyos reflejos van desde luego a toda la República, una página escrita por este noble patriota heróico que, desde cuan­do tenía 16 años de edad en que fué juzgado por un consejo de guerra que estuvo a punto de sentenciarle a muerte (siendo un niño que adoraba la Libertad) hasta que las balas enemigas dividieron su pecho—siempre al frente— en la Batalla de Dos Ríos el 18 de Mayo de 1895, al comienzo de la Guerra de la Independencia, trabajó tenazmente en bien de Cuba. Estando en el lugar donde se meció su cuna, más grato nos era pensar

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 en el hijo del pueblo que murió para que su patria viviera, pues su pluma, su palabra y su sangre derribaron la opresión, y su ejemplo sin igual estimuló a sus colaboradores a llevar adelan­te la campaña hasta vencer y levantar muy altos los laureles y poner más alto todavía el nombre de sus conciudadanos para merecer el epíteto de dignos hijos de La Perla de Las Antillas.

 Teniendo la Habana el triple carácter de puerto, ciudad y capital, como ya sabemos, y que en sus 3 diferentes fases asu­me magnitudes de consideración, además del movimiento que refluye a ella por ser la metrópoli de todas las islas que baña el Mar Caribe, su importancia es a todas luces asombrosa, pues ahí se concentran todas las líneas de vapores que la relacionan con el mundo entero y con los otros puertos habilitados de Cuba, cuya respetable cifra monta a 19, guarismo que nos sirve de exponente para concebir la exportación e importación de la tierra del tabaco y de la caña de azúcar, cultivos que se lle­van la palma entre su rica flora.

También la Habana (calificada como la Niza de América por sus deliciosas playas, jardines, paseos, panoramas y demás encantos que atraen el turismo y el capital) es punto de partida de las carreteras y de los caminos de hierro y de acero e hilos telegráficos y telefónicos que cruzan el país en todas direccio­nes llevando el adelanto por doquiera: a los grandes y peque­ños centros de población, a las fábricas, a las haciendas y hasta a los numerosos arrecifes, penínsulas, cabos y bahías de sus ardientes costas, unas con montañas y otras con rocas limpias y erizadas, cuyos picos calizos vibran al contacto del radio; las blancas naves aéreas surcan el espacio como queriendo alcan­zar las ondas del inalámbrico por el que se envía la palabra del hombre a pequeñas y largas distancias y cuyas estaciones prin­cipales tienen asiento en el puerto, que nada tiene que envidiar a los más modernos, teniendo la apreciabilísima ventaja de estar pletórico de vida y que puede ensancharse cuanto se quiera, lo mismo que la ciudad. El cable submarino que circunvala el mun­do, toca la Habana.

 Consignada la vivificante y poderosa palanca de las Vías de Comunicación, que son la base segura del progreso de los pueblos, ya es fácil imaginarse el perenne movi­miento de Cuba hacia el perfeccionamiento—el que obtiene yendo a pasos agigantados—pues su bienestar es notorio en todas las escalas sociales porque los brazos fraternales de sus espléndidas comunicaciones unen todos los habitantes que coo­peran decididamente en todo orden de ideas que redundan en

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 positivo engrandecimiento de la Isla. Por la misma razón, todos los recursos naturales son explotados con inteligencia, desde el oro blanco producido por la fuerza hidroeléctrica de sus ríos que surgen del corazón de sus selvas empinadas hasta el oro verde de los cañales y plantíos de tabaco que cubren sus valles de esmeraldas, donde los ingenios para azúcar convierten en níveo y almibarado polvo a los primeros. Sigue el oro ama­rillo y rojizo de sus frutas tropicales que se multiplican casi obedeciendo a las hadas que llevaran bendiciones de la Provi­dencia a las tierras cubanas, donde las fincas, huertos y vergeles substituyendo a las montañas que dejaron el inagotable humus, acarician maternalmente al hombre trabajador ofreciéndole el substancioso jugo absorbido del subsuelo y transformado en arbustos, flores y frutos que con el perfume de su vida libre alientan y sostienen la vida humana. Y es en aquellos lindos campos, planos y con ligeras ondulaciones en que no falta el murmullo del arroyo, el dulce canto del sinsonte ni la joya alada del colibrí, donde se contempla aquella soñada vida de la mayor parte de los 2.500,000 habitantes de la dichosa Cuba y, en la Habana donde se ven sus lozanas muestras como botones de rosa que, en parte, imitan la singular belleza de sus damas. Parece que la frescura del mayor de sus ríos—el Cauto que, tendiendo su húmedo lecho a la par de la Sierra Maestra ador­nada con las minas de oro que tanto produjeron durante la dominación española, se diría que la galantea coquetamente—se mezclara con la brisa del mar y de la bahía que bañan la ciudad como una angelical doncella, para suavizar su cálido clima que corresponde a la zona tórrida.

 Como un detalle curioso de los ferrocarriles cubanos hay que notar que comenzaron a instalarse antes que comenzaran a construirse los de la antigua metrópoli (España).

 Es lógico que en la capital sobresalga la grandeza del país y, a la vez, que de ella emane mucha para todo su territorio: de los 386 años del dominio español no queda sino una vaga sombra que el músculo de América y el cerebro de Europa, que en íntimo concierto se juntan vigorosamente en Cuba, van borrando a toda prisa: la apertura del Canal de Panamá—otra notable vía que le queda a 780 millas de su capital—aumenta su importancia geográfica y la pone en contacto directo con los lejanos países orientales; su situación a la entrada del Golfo de México, cercana a Norte América, próxima a la América Central y no muy lejos de la del Sur; su posición entre los dos continentes del lado del Atlántico; las excepcionales condi‑

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ciones que caracterizan a los pujantes cubanos, que piensan hondo, ejecutan tesoneramente y no dejan a medias sus empre­sas, son argumentos más que convincentes para explicarse la magnitud del progreso de "la Perla de las Antillas," que en verdad asombra, especialmente en la Habana.

 Leyendo los nombres de los periódicos: "El Imparcial," "El Diario de la Marina," "Cuba," etc., y viendo algunas de las imprentas, no podíamos menos que recordar los felices tres años de estudios de la Escuela Nacional de Comercio de Gua­temala, dirigida por el pedagogo Don Rafael Aqueche, en que la Aritmética Comercial y la Teneduría de Libros por Horta y Pardo, de La Habana, eran los textos preferidos por los profesores y estudiantes (como son todavía) ; casi sentíamos el olor de los libros nuevos acabaditos de salir de las prensas y bien empastados para el público lector, que ha de juzgar de su contenido; el uso del sistema Métrico Decimal en el mer­cado habanero igualmente nos decía de las mismas obras y de la Francia ...

 "La Patria Libre" y "El Diablo Cojuelo" redactados por el mismo apóstol de la Libertad, José Martí (ya mencionado), autor del drama "Amor con Amor se Paga," ocupaban nuestra memoria y se nos figuraba que los leíamos antes de la Inde­pendencia cuando su pluma de muchos quilates «despertaba los ánimos y formaba patriotas, siguiendo el ejemplo de su ilustre Maestro Rafael María Medico, deportado a Santander porque aspiraba a esa misma Libertad!

 Las calles y avenidas de La Habana son, en su mayoría, anchas, rectas, largas y pavimentadas ; y, sobre ellas y sus par­ques, jardines y otros paseos—entre los que se distingue "El Prado" y "El Malecón"—transitan las 450.000 personas que constituyen la población capitalina. Sus casas, por lo regular, son de dos pisos, habiendo muchas de más, cuya sólida cons­trucción es de granito y de cemento armado, tanto de las per­tenecientes al estado como de las que son de propiedad parti­cular. Comúnmente tienen amplios patios en el centro y mucha ventilación en las habitaciones; en los primeros abundan los árboles y arbustos, máxime las palmeras que alternan con las flores. Los surtidores, rodeados de variedad de plantas y con el susurro que la presión y salida del agua producen, comple­tan la gracia de los patios y jardines, ocupando su centro. Rejas con artísticas labraduras protegen las ventanas de las casas, que siempre están limpias, como las calles. Se observa que las puertas y ventanas son anchas y muy elevadas para

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 dar entrada y salida al aire, a fin de contrarrestar la acción del calor.

 En las calles céntricas, en las fábricas, bancos, teatros, almacenes, muelles, cafés, etc., etc., se nota mucha de la ani­mación y alegría de que disfrutan habaneros y forasteros; unos y otros tienen a su disposición automóviles, tranvías, carruajes, ómnibus y toda clase de vehículos para trasladarse a los dife­rentes puntos de la ciudad, que es elegante, lujosa, de mucho gusto; ahí el chic parisiense hace derroche de placer y realza la belleza de las cubanas, que saben hacerse unos tocados mara­villosos. En esta oportunidad, recordando sus edificios más artísticos, mencionaremos el Teatro Nacional, que está en el Edificio del Centro Gallego, frente al Parque Central, con capacidad para 3,000 personas y en el cual han trabajado cele­bridades mundiales tanto de la ópera como del drama y de la comedia, pues su escenario ha atraído los mejores artistas. Luego diremos que la Estación Central de Ferrocarriles Uni­dos de Habana, la Lonja del Comercio, el Banco Nacional, el Banco del Canadá, el Centro Gallego y otros, son notables también.

como teatros, siguen el Tacón o Nacional (ya mencionado) el Martí, Campoamor, Alhambra, Payret, Capitolio, etc.

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