jueves, 4 de agosto de 2022

COSTAS ITALIANAS- “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas

Librería del Congreso de  los Estados Unidos de América

Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México

Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen

Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-. -Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.

Viajando alrededor de las costas italianas.

La luna dejaba caer sus rayos de plata sobre la ciudad papal que dormía arrullada por el rumor del Tíber. La pode­rosa locomotora resoplaba haciendo las últimas evoluciones en la Estación Central de Roma, cuando tomamos el tren con dirección a Génova, con el propósito de hacer un viaje cos­teando la península italiana.

Al pasar por las campiñas genoveses dirigimos una insis­tente mirada hacia el S. E. como queriendo divisar las ricas canteras de Garras que se explotan desde hace 20 centurias en la patria de Miguel Angel; que por la pureza del color blanco de sus mármoles, sin manchas y sin grietas, ocupan el primer puesto entre todas las minas de su género y de cuyas planchas, que el barreno, la sierra y el cincel animan y pulen, habíamos de enviar algunas toneladas al patrio suelo, como recuerdo de la tierra del Arte y de la gloria, y destinadas a fines piadosos únicamente.

Apenas estuvimos unos pocos momentos en la ciudad cuna de Cristóbal Colón, pues tomamos el barco casi a nuestra llega­da, iniciando nuestra navegación en las azules aguas del Golfo de Génova formado por el Mediterráneo. No obstante que aún

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estábamos en Invierno, hacía un tiempo espléndido. El Sol irradiaba triunfalmente sobre el horizonte y el azul purísimo del cielo competía con el del mar. Una brisa tibia pasaba acariciando la cubierta del barco en donde, distribuidos en grupos diversos, charlaban animadamente damas y caballeros procedentes de Inglaterra, España, Portugal y Francia, pues este barco había dado la vuelta al Continente Europeo, pasando por el Estrecho de Gibraltar.

El primer punto de interés que vimos fué la Isla de Córce­ga, el nido de que surgió aquella Aguila que en los siglos XVIII y XIX trató de cubrir con sus alas el Mundo entero. Montañas grises destacando su mole sobre el fondo azul del cielo, fué todo lo que vimos del rincón del Mundo en donde nació aquel genio de la guerra que había de hacer temblar a Europa y de quien se dijo con justicia:

"Te temieron, te adoraron, Grande tu destino fué; Pues los tronos vacilaron Cuando tú moviste el pie."

No nos había pasado aún la impresión de Córcega, cuando apareció al lado opuesto, es decir, a la izquierda, la Isla de Elba, el otro lugar que guarda en esta costa, intensos recuerdos de Napoleón. Córcega fué su cuna, la Isla de Elba fué la antesala de su tumba. Aquel período de "los cien días" que pasó en ésta, no fué más que una ligera tregua en la caída del Aguila. Fué como si el sol detuviese un instante su curso antes de sepultarse en el ocaso; aquel ocaso lento y doloroso la otra isla: i Santa Elena!

En esta gira marítima, salimos de las aguas del Me­diterráneo para entrar a las del Mar Tirreno. El tiempo cotinuaba magnífico. La embarcación ganaba nudos y más nudos, como se dice generalmente en lenguaje de marina; y después de varios días de navegación, distinguimos un enorme penacho negro que se elevaba sobre el mar. Seguimos nave­gando con dirección a ese fenómeno; y al acercarnos nos encontramos frente al "Estrómboli," que se halla sobre una isla.
La palabra "Strómboli" significa "trompo" en italiano; y se debe a la semejanza que en la forma y movimiento tiene el
fenómeno con el inocente juguete infantil. El espectáculo es no sólo interesante, sino que produce en el espíritu emoción en que se mezclan el temor y la admiración.

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Aquellas gigantescas columnas de humo, que se retuercen cons­tantemente desde el cráter de este volcán, semejan una garra negra y amenazante que se cierne sobre las bellas ciudades del Sur de Italia, desde hace muchos siglos. Es para la mente un atractivo trabajo considerar, cerca del "Estrómboli," cómo la sabia Naturaleza ha reunido en un espacio relativamente pequeño, elementos de los más influyentes en la vida humana: el agua, el fuego y la tierra, de cuyas entrañas, en esta vasta mole que tenemos a la vista y rodeada por el mar, sale el humo en precipitada fuga para perderse en el espacio .. .

Continuamos navegando hacia el Sudeste; y, todavía sin perder de vista el "Estrómboli," cuyas columnas negras se des­tacan hasta una gran altura, comenzamos a navegar en el Canal de Mesina cuyas aguas, tranquilas como las de un lago, reflejan la nitidez del cielo azul. Viendo hacia el Mar Jónico, nos quedaban, a la izquierda, las lindas costas de Italia y a la derecha, las escarpadas orillas de Sicilia, cuya capital—Palermo —dejábamos a gran distancia, bañada por las quietas y azuladas aguas del Tirreno, en el cual tiene sus hermosos puertos.

Continuando hacia el lado del Mar Jónico las aguas del Estrecho de Mesina son cristalinas y transparentes aún en su gran masa.

La Ciudad y Puerto de Reggio se encuentra a mano izquier­da, sobre tierra firme, en Italia. Es la capital de la Provincia de Calabria y, lo mismo que Mesina, fué destruida en 1908 por los movimientos sísmicos conocidos con el nombre de "terre­motos de Calabria."

A la derecha, es decir, en la Isla de Sicilia, vimos la Ciu­dad y Puerto de Mesina, en la cual los terremotos ya dichos ocasionaron la muerte de 300,000 personas.

Después pasamos por el Puerto y Ciudad de Catania, que es capital de la Provincia del mismo nombre, patria del gran compositor Bellini, autor de "Norma," "La Sonámbula," "Los Puritanos," etc. Catania también ha sido arrasada varias veces a consecuencia de las erupciones del Etna.

Finalmente, en la misma Isla de Sicilia, vimos el Puerto y Ciudad de Siracusa, patria de Arquímides, célebre matemá­tico, inventor y descubridor, a quien se debe la paternidad de la expresión "¡Eurcka!" "íEureka!"

Recorriendo esta parte del Estrecho de Mesina, vamos con­templando a ambos lados pequeñas acuarelas: son las poblacio­nes recostadas en las faldas de enormes montañas de color verde-obscuro. Las chimeneas de las locomotoras, que van a

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toda velocidad en medio del tremendo frío que hace, arrojando columnas de humo blanco, se dijeran las pipas enormes de los viejos y hercúleos pescadores italianos.

Proseguimos nuestra ruta marítima sobre el Jónico, con dirección hacia el Este. Aquí nos saludaron repetidas veces, como mensajeros de las costas de Africa, bandadas de pájaros marinos que se mezclaban con blancas gaviotas que tenían sus nidos en la costa italiana.

Doblando hacia el Noroeste, seguimos navegando en aguas del Adriático, gozando de un delicioso tiempo. Grandes barcos de todas nacionalidades, que iban hacia el Mediterráneo, pasa­ban a intervalos cerca de nosotros. Algún pañuelo se agitaba sobre la cubierta diciendo "adiós," o veíamos las luces haciendo señales, si era de noche; y el barco se perdía en la inmensidad, mientras el viento se llevaba el eco de las potentes sirenas.

Cuando ya nos aproximábamos a Ancona, cruzaban el espa­cio miles de golondrinas que huían de los rigores invernales de Austria y llegaban en busca de calor a Italia.

Desembarcamos en Ancona, que es un puerto comercial y militar de los más importantes de Italia, en donde tuvimos ocasión de ver algunos acorazados, cruceros, submarinos y dreadnaughts pertenecientes a las fuerzas navales italianas.

De este puerto regresamos a la histórica ciudad fundada por Rómulo y Remo.

Nápoles, Pompeya y El Vesubio.

Aquí llegamos solos, pues nuestro amigo Monsieur Karsl­trom se había quedado en Roma a cuya estación fue a despe­dirnos, con la esperanza de volver a verse con nosotros el año venidero, en Inglaterra.

El Vesubio era para nosotros lo más atrayente de esta loca­lidad. Apareció ante nuestra vista, coronado por su obscuro penacho de humo y desnudo de vegetación, desde mucho antes de nuestro arribo a Nápoles.

Esta ciudad, famosa por su cielo azul y por la belleza de sus alrededores, es la más populosa de Italia y en ella florecen las industrias más modernas. Varios días fuimos sus huéspe­des. Notamos también en Nápoles las "galerías o loggias" que ya habíamos visto en Milán y Roma. Estuvimos en sus playas varias veces y tuvimos ocasión de contemplar de cerca a ese tipo único en el Mundo : el pescador napolitano. De robustas piernas, anchos hombros, brazos que parecen arrancados a las

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estatuas de Hércules, el pecho descubierto y musculoso, la enor­me pipa humeando entre los labios, sus ropas gruesas y los lazos que le sirven para su oficio, colgando de la cintura, estos pescadores constituyen una vistosa pincelada sobre el delicado paisaje de la costa de Nápoles. Viéndolos nos acordamos inme­diatamente de "El Pescador," una soberbia estatua de descono­cido autor que habíamos tenido el gusto de admirar cuando visitábamos las amplias galerías del Vaticano.

En el Puerto de Nápoles se encuentra el acuario más grande y rico del Mundo. Largas horas pasamos viendo y reviendo la multitud de peces que contiene el establecimiento. A pesar de ser relativamente pequeño el espacio en que se encuentran, la similación que el hombre ha hecho de los para­jes submarinos en que estos animales viven, les da la aparien­cia de la realidad. Hay divisiones que contienen peces tan bonitos, de colores, y combinaciones de plata, oro, escarlata, turquesa y otros matices, tan variados y raros que dan la impre­sión de un cuento de hadas. Se creyera estar soñando entre aquellos séres marinos llenos de movilidad y encanto.

Los edificios principales no están a las orillas del mar, sino en el centro, a lo largo de la población.

Llegamos hasta la colina más alta que tiene Nápoles, sobre la cual hay una fortaleza que defiende perfectamente la población y el puerto, pues está situada en un lugar estratégico.

En Nápoles, como en toda la "Costa Azul," hay abundan­cia y variedad de flores; pero, todavía hay más en una pobla­ción cercana a esta ciudad, que se llama "Mourir," (Morir) famosa por su abundancia de flores y sus bellezas naturales. Esta poética circunstancia ha dado origen a que los franceses hagan el siguiente juego de palabras: "aprés Naples, Mourir," (después de Nápoles, Morir). Es decir, que después de Nápo­les hay que visitar la ciudad de "Mourir;" pero también puede interpretarse diciendo que, después de ver las bellezas de Nápoles, sólo hace falta morir. Es una frase análoga a aquella que dice: "después de París, la Gloria."

Una noche, encontrándonos en una nevería, gozamos de los famosos "helados napolitanos" que desde que éramos chiquillos habíamos oído mentar y que en verdad nos dejaron muy satis­fechos, aquí en esta alegre ciudad.

Estando en Nápoles hicimos una excursión a Pompeya, la antiquísima ciudad italiana que durmió durante muchos siglos bajo las cenizas del Vesubio, que la sepultó en su erupción del año 79, hasta que el arado de un campesino vino a despertarla

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de su sueño, iniciándose las excavaciones en 1748. Cuando nosotros estuvimos procedían a las excavaciones que han des­cubierto ya como la mitad de Pompeya. Millones de toneladas de arena se han extraído de estas enormes excavaciones, que bien merecen llamarse "obra de romanos."

Entrando ya a la ciudad, se ven muchos parajes arenosos cultivados con naranjos y otros árboles frutales, con cercados de piedra y caña, muy parecidos a los de la Antigua Gutemala y Ciudad Vieja en Centro-América.

La ciudad se encuentra en un valle de las faldas del Vesu­bio y está surcada por varios riachuelos. No lejos de las rui­nas se encuentran las aldeas de Torre dell'Annunziata y de Seafeti, muy animadas y con todos los refinamientos de la civi­lización.

Los guías que acompañan al turista dan detalladas expli­caciones respecto a las ruinas. En éstas pueden verse restos de las casas, palacios, arcos triunfales, etc., de los antiguos pompeyanos. Las calles de la vieja Pompeya sol, muy estre­chas y apenas daban acceso a las clásicas carrozas de los mag­nates, tiradas por leones.

En las casas que las excavaciones han dejado al descubierto, se ven los lugares donde  estaban las tiendas, las oficinas públicas, los baños, los hornos de ladrillo y granito . . . Se ven los restos de los templos de los dioses del Paganismo. Se distin­guen los lugares donde se llevaban a cabo los sacrificios huma­nos, los edificios públicos, etc., pero el sitio más importante es el "Forum" rodeado de bellas columnas dóricas y jónicas que fueron edificadas por Vidio Papidio, Cuestor de Pompeya. Los templos de Apolo, Júpiter y Mercurio también constitu­yen parte muy interesante de estas ruinas y denotan el esplen­dor que llegó a alcanzar esta desgraciada ciudad.

En Pompeya hay un museo que contiene cuerpos humanos petrificados y disecados e infinidad de objetos encontrados bajo la ceniza y lava del Vesubio. Aquí se ven muchísimos imple­mentos de Agricultura y utensilios de cocina. Entre los tras­tos hay algunos de oro, plata y granito. Hay también sarcó­fagos de piedra; y en las paredes se ven altos, medios y bajos relieves, inscripciones y pinturas diversas. Es Pompeya la más sorprendente revelación de la antigüedad.

En un tren que rodea la montaña hicimos nuestra ascensión al Vesubio y alcanzamos su cráter. No hay en los idiomas palabras apropiadas para describir lo tenebroso y al mismo tiempo lo magnífico de la escena: La tierra requebrada, el humo,

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la sensación de asfixia producida por los vapores azufrados y el rugido amenazante del volcán; todo emociona demasiado, todo causa una terrible conmoción. Hay algo en esta boca de infierno que parece atraer irresistiblemente. A pesar de los gritos de los guías y de las prevenciones de los compañeros, nos acercamos más y más al borde del cráter. i Cómo describir el tremendo ruido y el temblar pavoroso de la costra de tierra que parece que ya va a derrumbarse, a hundirse y a sepultarnos en las obscuras oquedades del abismo! ¡Y qué contraste el de aquella escena de fuego, humo y sordo rugir con la admirable perspectiva que se presenta a los ojos de los turistas que llegan a esta altura! El panorama que se contempla desde la cima es verdaderamente grandioso. Se abarcan las ciudades de Nápo­les y Pompeya, parte del Mediterráneo y muchos montes y valles lejanos.

En la cima del Vesubio pensamos mucho en los grandes volcanes de Centro-América, especialmente en el de Agua por­que en Abril de 1915, subimos hasta su cráter disfrutando de un panorama análogo al que ahora nos sirve de parangón. Estando en lo más alto del Vesubio y del Volcán de Agua, abarcando con la vista millares de kilómetros cuadrados sobre la superficie de la tierra y del agua, desde aquella fantástica elevación, nos acercamos más a la Naturaleza inmensamente grande, infinitamente inconmensurable. Y ahí comparamos la gran maravilla del Universo con ese átomo llamado el Hombre ; y nos convencimos de que, a pesar de su formidable lucha de tantos siglos, resulta todavía un pigmeo.

Del Vesubio regresamos a Nápoles pensando ya en dejar el Continente Europeo para continuar hacia el Africano.

Desde en Roma, estábamos ya informados de un barco que tocaría Nápoles con dirección a Alejandría por aquellos días. Lo esperamos algún tiempo, pero resultó que, a consecuencia de una huelga ocurrida en Génova, se retrasó indefinidamente.

Las respuestas de otras compañías navieras fueron negativas.

No habiendo, pues, certeza del arribo inmediato de algún otro barco que fuera para el Africa, decidimos irnos inmedia­tamente a Bríndisi, cruzando otra vez Italia para embarcarnos en aguas del Adriático.

En Nápoles tuvimos que andar muy activos para obtener la certeza de que podríamos embarcarnos en Bríndisi. Idas y venidas de una oficina a otra, telefonemas, telegramas, todo ese cúmulo de gestiones que a veces ha de hacer el viajero para estar al tanto de la conexión entre ferrocarriles y vapores y no

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perder tiempo y dinero; y cuando el único tren que quedaba a disponible salía para aquel puerto, logramos alcanzarlo pre­pitadamente. Fué asunto de minutos entre la recepción del radiograma que decidió nuestro viaje y la salida del tren.

Una tarde, una noche y una mañana empleamos en trasdarnos de Nápoles a Bríndisi, puerto muy pintoresco y una las ciudades italianas que están tomando mayor incremento :ir lo que se refiere al comercio y la industria.

Algunas horas después de nuestro arribo a Bríndisi apa­reció "El Viena," hermoso vapor del Lloyd Triestino," donde obtuvimos pasaje.

Desembarcaron en este puerto varias familias procedentes de Trieste y Venecia, últimos puertos que había tocado la nave referida.

Después de llenar sus requisitos aduanales y consulares, el barco zarpó; y nos hicimos a la mar una vez más.

Printed in the United States of America.

 

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