sábado, 13 de agosto de 2022

VERACRUZ -(1) “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas

Librería del Congreso de  los Estados Unidos de América

Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México

Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen

Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-. -Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.

  Veracruz y algo más de México.

 Aunque pocos días navegamos en el Golfo de México para venir de Cuba a las costas mexicanas, a nosotros nos pareció una larga vía la que seguíamos porque en nuestro natural anhe­lo de ver pronto a Guatemala a quien cada día nos acercába­mos más, las horas se nos figuraban días y las noches años: sabíamos que del puerto azteca adonde esperábamos desembar­car para la frontera mexicana-guatemalteca ya únicamente nos quedaban tres jornadas.

 La última noche que pasamos sobre el mar disfrutamos de encantadores claros de luna: al caer su luz sobre la hermosa superficie líquida del inmenso Golfo, las olas brillaban y des­pertaban la alegría entre todos los pasajeros que se solazaban con tan lindo espectáculo a bordo del "Spaardam," que en breve dejaríamos, al no más tocar tierra firme. La bella reina de la noche, como coqueteando en ciertos momentos, se servía de las nubes para aparecer y desaparecer cual guapa artista entre bastidores, rasgando con su fulgor aquellos velos que vagaban por el espacio.

 Durante las primeras horas de una mañana primaveral arribamos a Veracruz: posteriormente a los requisitos respec­tivos ante las autoridades porteñas, descendimos a la Antigua Nueva España en cuyo privilegiado territorio naciera el Bene­mérito de las Américas, Benito Juárez, el arrogante indio que de humilde pastor de ovejas y de doméstico, llegó a ser Pre­sidente de la República: tal la excelsa democracia de esta vir­gen América.

 Comenzamos a ver los primeros edificios de la ciudad al mismo tiempo que notábamos que varios barcos estaban ancla­dos contiguo a los muelles. Momentos antes y sobre una isla, habíamos divisado el castillo de San Juan de Ulúa, célebre prisión y fortaleza cuyo exterior blanco forma contraste con los tristes sucesos que en él se han desarrollado.

 Los elevados mástiles de las naves servían de asta a la bandera tricolor en cuyo escudo se ven el águila, el nopal y

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 la serpiente ; sus dobleces, lo mismo que los de las insignias extranjeras que visitaban Veracruz, se extendían hacia la in­mensidad del Océano dándole su égida; esos mismos mástiles y la presencia de buques aceiteros llevaban nuestra vista a las espaciosas refinerías de petróleo que son como gigantescos laboratorios en que el oro negro se transforma en cristalino; esa rama de la industria ahí instalada concentra parte de la riqueza del Estado de Veracruz, riqueza que brota de las entra‑

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 ñas de la tierra y que explotan la Compañía Mexicana de Petró­leo "El Aguila" y la "West India Oil Co."

 Anduvimos por sus calles y avenidas; conocimos sus pla­zas, sus paseos, incluyendo sus playas y terrazas; sus edificios nos gustaron; los hoteles y la estación del ferrocarril son gran‑

 Pozo de petróleo de gran presión.

 des, distinguiéndose "El Terminal" que ocupa una amplia casa nueva de dos pisos. Las Iglesias son numerosas y bellísimas.

 Frente a una plaza grande, de forma cuadrangular, se le­vanta el edificio que contiene las oficinas telefónicas, telegrá­ficas y cablegráficas de las que nos servimos para enviar des­pachos a Centro-América y Europa; varias líneas de tranvías cruzan la población, que dispone de todos los medios modernos

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 de transporte, no faltando los caballos, mulos y asnos que van siendo substituidos por los autos y camiones.

 Algunos de los compañeros de travesía andaban por Vera­cruz; otros seguían adelante, y el punto de partida hacia los diferentes sitios del interior era la estación a la que concurrían listos a tomar los trenes que van a México (la capital), Puebla, Tierra Blanca y Alvarado, que corresponden a los ferrocarri­les Mexicano, Interoceánico, del Istmo y otro ramal respecti­vamente, cuyos caminos de hierro salen de aquel centro a ma­nera de líneas divergentes que conducen el adelanto y la vida a los pueblos. Las tres primeras arterias de acero se enlazan entre sí en diferentes lugares y con otras que posee la nación mexicana. El ruido de las maniguetas, de las carretillas de mano trasbordando los baúles, el rodar de los carros conges­tionados de carga en las bodegas, la entrada y salida de los trenes, la afluencia de viajantes, el movimiento de los nume­rosos maquinistas, conductores, garroteros y fogoneros en los patios, el castañeteo de las máquinas de escribir y los tastazos del telégrafo en las oficinas, claramente nos demostraban que pisábamos una estación ferroviaria de mucha importancia, por la que pasan millares de toneladas de las mercaderías que im­porta y exporta México así como incontables bultos de su comer­cio interior y de cabotaje, pues la aduanas de aquel puerto, en directa relación con los ferrocarriles, son de formidables proporciones. Naturalmente, esa actividad que felizmente se mantiene en los ferrocarriles mencionados significa positivo bienestar para el puerto y ciudad de Veracruz, del mismo modo que para el Estado de su nombre, cuya capital es Jalapa. Tal bienestar, desde luego, se hace extensivo a toda la República. Los templos católicos, de soberbia arquitectura, poseen espléndi­dos altares, donde diariamente tiene lugar el Sacrificio Divino.

 Sabido es que en la región de que nos ocupamos las haciendas de ganado son notables; hermosos animales nacidos, criados y engordados por allá vimos con particular agrado, llamando nuestra atención, sobre todo, las mulas y los caballos de silla, que son una especialidad por lo fino y por su estampa: de éstos hay importados y del país, cruzados con árabes y otros con andaluces; casi relumbran por lo gordo y por lo limpio, espe­cialmente los prietos. Otros que acababan de bañar, enteros o garañones como se dice, relinchaban y bailaban al caminar, casi no queriendo respetar la cerreta con que los dominaba el cuidador que los trasladaba en pelo, de la caballeriza a un llano. Este es un diminuto índice de la fauna mexicana, que

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 requiere volúmenes enteros para ser clasificada y de la cual se han ocupado profundos autores naturalistas. Nosotros tuvi­mos el gusto de ver en Veracruz algunos caballeros nativos del lugar vestidos con el típico traje de charro, usando abundante y recortado bigote negro, montados en tales soberbias bestias con sus sillas plateadas (las famosas sillas mexicanas), fuman­do un exquisito veracruzano y luciéndose a su paso por las

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 calles de la ciudad. Van "bien montados"—expresión que abarca la bondad del semoviente y de todos los aperos—teniendo pre­ferencia por los caballos, máxime para los paseos. Es un ruido acompasado el que origina el golpe de las herraduras de los cascos sobre las piedras que a veces producen chispas al fuerte choque del metal, ruido que secundan las estrelladas charras o espuelas (plateadas también) que giran sobre su eje con el mismo compás que el corcel regula. Y los expertos jinetes mexicanos dirigen el rítmico trotar de sus "tordillos," "moros" y "alazanes" que echan espuma a medida que mastican el freno y se alejan ... dejando oír de último un vago relincho que el aire abandonó en el bosque que llega hasta la ciudad. Hay arte, hay vida, algo nacional en este sport; un supremo gusto del sér racional que por instinto lo comunica al noble animal que le interpreta: se ven algunos caballos tan entendidos, cono­cedores, educados a la alta escuela, que se dijera que obedecen no sólo la voz y ademanes sino hasta el pensamiento de su amo. Tal su inteligencia y el dominio que sobre ellos tienen sus dueños o sus amos.

 Hay ciertos jinetes, poseedores de tal maestría, que apenas si mueven las riendas cuando desean parar o cruzar y la bestia comprende y gira incontinenti; al menor impulso de los talo­nes, del roce de las espuelas o ligero movimiento del látigo, avanzan, saltan, corren ... Son renombrados los jinetes mexi­canos en general; habilísimos para "sentar" y "rayar" los ca­ballos; se dan "su paquete" montando los de "boca suave" y ágiles, con los que ejecutan proezas de una rapidez y lim­pieza admirables. Las cosas raras que hacen en los campos, que han servido de asunto para muchas novelas, ya son palabra mayor, pues en las manzanas de sus monturas aseguran la tira o peal con que, yendo a todo escape, lazan el novillo salvaje o el potro cerrero y bravío que doman pronto con la fuerza del atleta.

 El arte mudo—el cine—ha enriquecido sus pantallas alre­dedor del mundo con las singulares y sensacionales maniobras de estos jinetes campesinos que bosquejan el potente empuje de la caballería mexicana, arma que ha causado a sus enemigos, mayores desastres que la propia artillería, por lo que éstos la califican de temible.

 En París, donde conocimos al artista Eddie Polo, tenía o tiene éste un gran partido entre el bello sexo debido a sus hazañas como jinete de primera, hazañas que de antemano le valieron muchas simpatías conquistadas mediante sus películas.

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 "Las mecatadas," los círculos, las dobles circunferencias for­madas mágicamente por la reata con argolla corrediza en un extremo, que va como flecha certera al corazón de la presa y que no falla nunca, surgen de la diestra mano del jinete azteca que, en los chispazos del oficio, parece una estrella fugaz de las pampas.

 Bien. Hagamos mención de la fabricación de puros y ciga­rrillos en Veracruz. Es ostensible el hecho que de ahí salgan sus artículos en cantidades tales que abastecen todos los mer­cados de la República Mexicana, muchos de los estadouniden­ses y gran parte de los sudamericanos. Su calidad no le va en zaga a la cantidad. Veracruz, por lo que concierne al taba­co, semeja un lujoso abanico que, en manos de una bella desde su palco, distribuye en sus radios las espirales de humo que van a aumentar la alegría o a calmar las penas de los fuma­dores relacionados. Decimos penas porque algunos fumadores empedernidos o incorregibles, para excusar o justificar su cons­tante fumar, arguyen que aquellas, o se alejan del todo como el humo, o se calman algo a medida que consumen el tabaco en esa forma. Los más, haciendo uso de toda franqueza, expo­nen que fuman por placer y éstos son los mejores, los francos. Y todavía existe una tercera clase que se conforma con mani­festar que fuman "por echar humo' nada más y éstos son los neutrales pero, en resumidas cuentas, unos y otros favorecen la industria nacional aunque en humo la conviertan.

 A propósito de industria nacional, la del pulque, que se deriva del maguey que da la materia prima para el yute, la cordelería y otras no menos importantes en los Estados Unidos Mexicanos, bebida que es apetecida en todo el país y cuyo impuesto representa enormes sumas de dinero a las arcas fisca­les, tiene regular expendio en Veracruz también. Se dice que el pulque, entre sus ventajas, tiene la de engordar; personas hay que lo prefieren al café y toman varias veces al día. A la capital ingresan diariamente varios "trenes pulqueros," con­ductores de millones de litros del turbio líquido que proviene de los Estados de México e Hidalgo; otros van con distinta con­signación.

 Veracruz, bajo el punto de vista histórico, tiene gran im­portancia también; fué una de las plazas que estaban en poder de la intervención tripartita que hicieron venir las flotas ingle­sa, francesa y española el año 1862: en su puerto anclaron des­graciadamente esas unidades navales de guerra; el Reforma­dor Juárez estuvo dictando leyes en su seno cuando, en su

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 peregrinación obligada por todo el país, trasladó ahí el Gobier­no Constitucional. Veracruz, pues, ha tenido la elevadísima honra de Capital de los Estados Unidos Mexicanos durante una de las épocas más gloriosas en que sus hijos peleaban por defen­der su libertad y "los derechos del hombre" en América; ahí tuvo asiento el Gobierno Federal; ahí estaba el punto de apoyo del timón de acero y bronce que empuñara en sus manos—que eran como haces de nervios—el presidente errante!

 Y fué en Veracruz donde el ex-Presidente Díaz dijo su postrer "adiós" a México al hacerse a la mar para siempre, rumbo del ingrato destierro, del horroroso ostracismo. ¡Raros sesgos del destino! Por ese puerto donde desembarcaron los virreyes y los soldados impostores; por ese puerto donde pasa­ron al entrar o salir los enemigos de la Independencia, muchos rechazados por la brillante espada de aquel anciano con cuerpo de atleta y cuyos cabellos ya peinaban plata, salía el guerrero azteca octogenario (ya tenía 86 años en 1911) con el alma des­pedazada, para expirar cuatro años después de faltarle el regazo de su Patria. Y murió allende el Océano acariciando la bendita visión de esa misma Patria a quien consagró más de 66 años de los 90 que vivió.

 Militarmente, Veracruz ocupa una posición estratégica que da seguridad en caso de emergencia; reñidos combates se han librado en ella y ha sido teatro de tremendos bombardeos en que los mexicanos han hecho morder el polvo al enemigo.

 Dentro de la Casa de Dios y en muchos hogares admiramos respetuosamente lindas imágenes de la Virgen de Guadalupe.

 

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