jueves, 11 de agosto de 2022

SOBRE ATLÁNTICAS OLAS - ESPAÑA-CUBA- “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas

Librería del Congreso de  los Estados Unidos de América

Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México

Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen

Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-. -Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.

Sobre atlánticas olas, entre España y Cuba.

 Veníamos, pues, bajo la idea de las 3 carabelas de Colón que el 3 de Agosto de 1492 se hicieron a la vela en el Puerto de Palos en busca de la tantas veces discutida y deseada vía des­conocida para ir a las Indias Orientales; pensábamos en algo de las heterogéneas conjeturas que sus 120 tripulantes se forma­rían; en lo mucho que tuvo que luchar y sufrir aquel genio antes de emprender el atrevido viaje; en las reparaciones que fueron indispensables verificar en Las Canarias; en la continua­ción de la flotilla al dejar dichas islas el 6 de Septiembre subsi­guiente para realizar el fin propuesto; en las impresiones de los pilotos y demás hombres de mar que con tanto denuedo desafia­ban el terrible "NON PLUS ULTRA" y proseguían a merced de las olas tras ignotas y lejanas regiones . ...

 El frío era intenso, parecía aumentar al mismo tiempo que nos alejábamos del Viejo Mundo; días hubo en que pensamos que ya nos estábamos congelando; los oídos y la nariz se ponían rojos y el tacto se dificultaba: esa baja temperatura y la aso­ciación de pensamientos hacían desfilar incontables témpanos de hielo de aquellos gigantescos que la roda del infortunado "Titá­nic" no destrozó porque fué superior la inercia de la Naturaleza que descansaba en semejantes bloques transparentes a la fuer­za del hombre, que en ese palacio flotante iba de uno a otro con­tinente, rodeado de placer cuando fué sorprendido por la muerte a medio Océano; las rocas marinas formadas en fuerza del frío glacial estrellaron repentinamente el coloso blindado; las plan­chas de acero de su descomunal casco fueron como papel de

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 seda al rudo choque de las masas frías y afiladas, tan resistentes como el pesado granito; ese frío—casi polar—parecía llevar el eco de las notas de "Cuando el Amor Muere" que sonaban a bor­do del "Titanic" al ocurrir el desastre cuyas víctimas, en su mayor parte, fueron millonarias, de esas personas que ya no en­cuentran qué hacer con el dinero; y ese mismo frío indescrip­tible nos representaba la fiesta que hubo en el puerto de New York a bordo del "Majestic" y a la que asistimos en su primer travesía de Inglaterra a Estados Unidos, donde este otro palacio de los mares se comparaba al "Emperator," hermano del "Tita­nic," con tanto lujo, comodidad y espacio para solaz de los pasa­jeros como el primero: he ahí 3 de los más renombrados trans­atlánticos que han dado cabida a tal cifra de viajeros ultramari­nos que, si se sumara el total de un año, por ejemplo, sería ma­yor que el número de habitantes de algunas ciudades de consi­deración; todos han disfrutado de los ensueños de la vida sobre el mar; todos han vivido horas de placer incomparable sobre las aguas sin fin y que no cesan de moverse un segundo; única­mente trocaron ese placer por el viaje eterno los del "Titanic" al ser detenidos ex abrupto por el líquido congelado que aun las vibraciones del inalámbrico o radiograma querían evitar; aquellas, en su consabido laconismo, en las alas negras de sus ondas circulares, llevaron otro frío todavía peor : el de la muerte.

 Separémonos de esas tristes reminiscencias y digamos que fue­ra de los témpanos de hielo, de los ventisqueros y de la blanca nieve del "Mar de Hielo" del Monte Blanco (que admiramos del lado de Francia y de Suiza, como ya describimos en su oportunidad), no vimos capas más gruesas que llamaran nuestra atención y que por la parte donde veníamos el "Spaardam" tampoco tropezó contra moles congeladas ni contra nada, pues hendía el valle del Atlántico casi con la misma facilidad con que nada un pez, que está en su natural elemento.

 Cierta tarde vimos a regular distancia una ballena que seguía el movimiento de las olas y que parecía gozar con la absoluta libertad que el agua le daba. De cuando en vez arroja­ba pequeñas columnas del propio líquido que ascendía con pre­sión, como en efervescencia, formando nívea espuma; el mons­truo nadaba avanzando, aparecía, desaparecía y reaparecía con tanta facilidad y naturalidad que, no obstante sus dimensiones y respetable gravedad, se dijera una pluma en el aire .... Brus­camente desapareció al alejarse en rumbo opuesto al barco que también corría a toda velocidad y no la volvimos a ver; se fué como mensajera submarina que iba de un polo al otro polo.

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 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

 Días después de haber zarpado'de Vigo, el tiempo era brumoso y en uno de ellos, un lejano cuerpo nebuloso, algo gris y medio escondido entre las nubes, vino a interceptar el horizonte. Nuestro buque seguía rápidamente su marcha y se aproximaba hacia aquel punto. Por la gran distancia no podía distinguirse pronto sino al cabo de largo rato qué era aquello y todos—como es natural en tales casos—saberlo deseábamos. Son nubes, decían unos; es neblina, interponían otros, ¡Tierra! ¡Tierra! gritaban otros con alegría. Después de estas y otras conjetu­ras y de seguir navegando buen rato y cuando el cielo se aclaró un tanto, pudimos distinguir que se trataba de una colina y que tras ésta y a sus lados habían otras más: cuando ya las teníamos a la vista y que continuábamos a la par de ellas y que distin­guíamos bien dejándolas a mano derecha, nos enteramos que eran parte de las Islas Azores pertenecientes al Portugal. Ha­bía momentos en que el barco pasaba como a 500 metros de una de las islas y era entonces cuando nuestras miradas alcan­zaban las montañas, los caminos, las casas. Con el auxilio de anteojos de larga vista se distinguían las personas y sus movi­mientos en tierra. En tales comarcas fructifican abundamente­mente los naranjos, limoneros y viñedos. La uva es empleada para la fabricación de buenos vinos. Parece que el clima, en términos generales, es agradable. No hizo escala ahí el "Spaar­dam": siguió de largo como se dice.

 Largo tiempo estuvimos pendientes de aquellas islas, que parecen diminutas parcelas rodeadas por la vastedad del Océano. A veces se nos figuraba que ellas eran las que se alejaban y no nosotros; las vimos desaparecer como algo que se borraba, que se escondía a merced de las olas. Buscábamos el punto que estaba a muchos kilómetros atrás, mas en vano: se perdió entre el vaivén de las aguas. Ya no volvimos a encontrar más islas sino hasta cuando a las Pequeñas Antillas llegamos.

 Las de Madera y Las Canarias a gran distancia quedaban bañadas por las aguas del mismo Atlántico. Varios días veía­mos únicamente cielo y agua. Otros, aquella soledad era per­turbada por algunos barcos que alcanzábamos o que nos alcan­zaban.

 Durante algunas noches, una que otra luz de color nos indi­caba la existencia de séres humanos que en los barcos iban y venían sobre el Atlántico; eran unos pocos en relación con los millares que van de América a Europa y viceversa en su peren­ne afán de general intercambio.

 Cuando ya habíamos entrado a la zona tropical, que avan‑

 J. M. DELEON LETONA

 zábamos hacia Cuba y después de los días de aislamiento com­pleto; cuando ya veíamos que las corrientes marinas llevaban hojas, ramas y troncos de árboles, que el color de las aguas se cambiaba de azul en verde y que una que otra garza o gaviota extendía sus alas al viento, pensábamos en las peripecias del primer viaje de Colón, que no se apartaba de nuestra memoria y quien traía, mas o menos, esta misma ruta cuando el Nuevo Mundo descubrió: el pensamiento nos hacia ver ancladas las tres embarcaciones de vela en Guanahaní o San Salvador mien­tras el gran visionario sembraba la cruz al pisar la isla ... La imaginación camina tanto y va tan lejos que nadie contenerla puede.

 El Archipiélago de las Bahamas o Lucayas desenvolvía la prolongada película de sus islas que parecían flotar en las vecin­dades del Mar Caribe y así, al divisar una que sostenía esbeltas palmeras que nos recordaba el Egipto, alguien nos dijo, viendo y señalando con el brazo hacia la izquierda al mismo tiempo: allá está la Isla de San Salvador.

 ¡Ah! cómo hubiéramos gozado si nos hubiera sido dable desembarcar y permanecer siquiera algo en la histórica porción de tierra antillana que recibió la primera visita del inmortal descubridor, después, mucho después de haber sufrido toda suerte de penalidades y de haber tenido luchas casi cruentas; nos parecía ver entre sus acompañantes a los hermanos Pinzón capitaneando "La Pinta" y "La Niña" y Las Casas tomando nota de todos los detalles de la célebre expedición.

 La pintoresca Guanahaní nos pareció un microbio en com­paración con el Continente Americano y los mares que aquel superhombre dió a la Madre España al realizar sus ideas que maduró durante los viajes y los estudios que absorbieron su juventud y su adolescencia.

 Una tarde que nos distraíamos siguiendo con la vista el vuelo de preciosos peces voladores cuya húmeda plata brillaba más a la luz crepuscular, vuelo de peces cuyas escamas dejaban caer gotas de agua que formaban diamantes al través de los rayos solares que morían, varios tiburones retozaban; salían del fondo a la superficie del agua; descendían y pronto volvían a aparecer formando incontables borbotones y burbujas; jugaban zambulléndose como niños chapaleando, como muchachos apa­ñuscándose y siguiendo por algunos instantes, unos en pos de otros, la estela que el barco a su paso silencioso dejaba.

 Viendo infinidad de animales en el mar recordamos que alguien dijo que hay más ojos en el agua que pelos en la tierra.

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 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

 pero creemos que hay todavía más estrellas, más astros en el Universo. Así pensábamos una noche cuando sobre la cubierta del "Spaardam" veíamos hacia arriba la interminable multitud de cuerpos luminosos que adornan el cielo. Nuestra vista pro­curaba contar los luceros pero a medida que más contaba, más le quedaban por contar y eso tratándose de las visibles única­mente, pues hay que considerar que aquellos se multiplican hasta el infinito, formando miríadas de cuerpos brillantes en la bóveda celeste. Gozábamos contemplando a Marte cuyos rayos rojizos nos deslumbraban, admirando las constelaciones cuya clara luz parece plata: cuando la luna se dejaba ver en su cuarto creciente compitiendo con la bella luz de Venus que por algunos momentos parecía estar colocado matemáticamente en el centro de una línea imaginaria que unía el arco del satélite de la tierra, venían a nuestra mente el Egipto y la Sublime Puerta (El Imperio Otomano) porque tal es la simbólica ale­goría de sus banderas. Allá la vimos en las insignias egipcianas durante el día sobre los edificios nacionales; la vimos brillar en el cielo cuando permanecimos durante la noche en los desiertos; ahora sobre el mar, a medio Océano, en el firmamento, el mismí­simo cuadro cuyo fondo es el infinito, contemplábamos rodeados de lejanas reminiscencias.

 Una estrella fugaz, que casi al mismo tiempo que la vimos asomar desapareció, cruzó el espacio y nosotros nos dirigimos a nuestro camarote.

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