lunes, 1 de agosto de 2022

CAP. 6- (b) “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS"

“POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS"

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Marsella.

 Al regreso de nuestro viaje al Africa, de que hablaremos después, el transoceánico "Lotus" nos trajo a la hermosa ciudad que ha dado nombre al Himno Nacional Francés.

Un fino escritor ha dicho que las ciudades guardan una profunda semejanza con las mujeres, y ha dicho una gran ver­dad.

París tiene un alma loca, frívola, exaltada y jovial : se dijera que tiene un alma de "grisette." Marsella es más recatada, más tranquila, pero no menos atrayente. Dijérase una buena muchacha francesa de provincia, de azules ojos y

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de carne apetitosa, que sabe guardar las apariencias y que, cuando da un beso, lo hace con compostura y recato.

Creemos que la comparación que hemos usado dará al lector una idea del alma de esta bella ciudad, en la que, si es cierto que se rinde culto al placer, éste no asume, como en París, los caracteres de la fiebre.

La apertura del Canal de Suez, que redujo a la tercera parte la trayectoria del Oriente a las costas del Mediterráneo, produjo un tremendo despertar comercial en Marsella. La apa­cible "Marsilia" que conocieron los romanos, experimentó una total renovación, algo como la exuberancia de vida que se pro­duce en una muchacha al influjo de la pubertad; y se convirtió en el puerto más importante de Francia.

Cuando abandonamos el Vapor "Lotus" que nos condujo a Marsella, era una tarde húmeda y opaca. Llovía, con una lluvia menuda y fría que nos hizo pensar con nostalgia en nuestros cielos tropicales tan claros y tan azules; y recordamos los versos de un poeta centroamericano, que concluyen:

14  Oh mi luz! me hace falta tu cabecita rubia . . . "

Al día siguiente, recorrimos la ciudad en automóvil y con­firmamos la impresión recibida el día anterior. Marsella es un París; pero más tranquilo, más recatado, en fin, menos pari­siense. Sin embargo, el orgullo de los marselleses invierte los términos; y, cuando alude a la "Cannebiere," plaza rodeada de Cafés, cabarets y otros centros de placer que rivalizan con los de la capital, suele decir: "Si París tuviera una "Cannebiére," sería un pequeño Marsella."

"La Rue Noailles," la "Place de Saint Louis" y "La Cas­tellana" son otros pintorescos parajes de la ciudad.

Este gran puerto mundial constituye una salida, no sólo para la industria de Francia, sino para la de Alemania, Suiza y Bélgica que, no teniendo acceso directo al Mediterráneo, hacen por él un enorme comercio con el Oriente. En este lugar y sus vecindades sopla el famoso "mistral."

Frente a Marsella se halla la isla de If con el castillo de su mismo nombre, célebre en el Mundo por la notoriedad que Alejandro Dumas le dio en su "Conde de Montecristo" como una de las prisiones más tenebrosas del estado francés.

Lyon.

"Es un país de sonrisas" ha dicho Fierre Lotti hablando del Japón. Nosotros no vamos a disputar al Imperio del Sol Naciente su gentileza; y lo dejaremos en pleno goce de su

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fama de país cortés y refinado; pero debemos decir que Lyon es una de las ciudades en donde la proverbial cortesía fran­cesa tiene un vigoroso florecimiento.

Lyon, a donde llegamos procedentes de Marsella, es una ciudad sonriente; sus numerosos parques, boulevards y otros paseos contribuyen a su notable ornato.

Desde el "chauffeur" que nos llevó al Hotel hasta la mu­chacha que hacía la limpieza de nuestro cuarto, todo nos dejó en esta ciudad una fresca impresión de cordialidad y delica­deza que hace que la recordemos como uno de los lugares más agradables de nuestra gira por el Viejo Mundo.

El mismo París, no excede en cultura social a esta bella ciudad situada entre las dos corrientes del Ródano y del Saona

 que le estrechan la cintura, con la misma suavidad con que un par de viejos cortesanos rodearían el talle de una reina al disputarse los honores de un minué. Ambos ríos forman una estrecha lengua de tierra en la cual, además de estar el popu­loso y trabajador barrio de la "Croix Rousse," pasan las calles de la "République," la del "Hótel de Ville" y otras animadí­simas arterias del comercio lyonés.

Tanto el Ródano como el Saona están bordeados de mue­lles y cruzados por 24 puentes entre los cuales resaltan por su interés arquitectónico "le Pont du Change" y "le Pont de la Guíllotiére," que aún conservan vestigios de su pesada cons­trucción medioeval. Durante el día y parte de la noche, se nota mucha animación en dichos puentes.

El conductor del automóvil en que recorrimos la ciudad era un genuino lyonés que hablaba la lengua francesa con el acento peculiar de los habitantes de esta región y que estaba muy orgulloso de los monumentos que la adornan.

Haciendo de guía y cicerone a la vez, nos condujo a visitar la antigua iglesia de "Notre Dame de la Fourviére" y la Catedral de San Juan, gloriosos recuerdos de la arquitectura gótica. También admiramos de cerca la estatua de Luis XIV  en la plaza Bellecour y el monumento erigido al gran físico Andrés María Ampere, en cuyo honor se dió su nombre a la medida cuantitativa de la electricidad bajo la denominación de "Amperio."

Muchísimos vestigios de la época de la dominación romana se ven diseminados por la ciudad. Acueductos, muelles, puen­tes y canales sugieren a cada momento el recuerdo de aquellos conquistadores que llevaban la civilización en la punta de sus lanzas.

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La Costa Azul. (*)

Entre los más lindos parajes del Viejo Mundo, ocupa lugar prominente la Costa Azul ("La Cóte d'Azur") sobre el Medi­terráneo, comprendida entre Marsella en Francia y Nápoles en Italia. A esta gran faja de terreno se le llama también "La Ribera" ("La Riviéra").

Habiendo tomado pasaje en uno de los trenes de la línea "París-Lyon-Mediterráneo," bajamos a estas campiñas llenas de un atractivo indescriptible. El color de las aguas es azul in­tenso, profundo, un azul incomparable. No hay en otra parte aguas tan azules como éstas : he ahí el origen del nombre de "La Costa Azul."

Durante la excursión a la Costa Azul maravillosa, pasamos, después de otras ciudades francesas de importancia, por la ciudad y puerto de Marsella; de ahí a Tolón, que es el puerto militar más importante de Francia por sus arsenales de guerra, sus unidades navales, como cruceros, acorazados, torpedos, etc. Es el centro de la Marina francesa y el punto de partida de sus operaciones militares. Tolón también se distingue por su Universidad.

Comentando la profusión de jardines, viñedos y otros cul­tivos que hay en toda la Costa Azul, puede decirse que es un extenso, un no interrumpido jardín: tal es la enorme cantidad de flores que se ve a lo largo de dicha costa. Aún en los trenes que van a toda velocidad se deja sentir su delicado aroma.

La vista no es menos encantadora. Verdaderamente dan ganas de vivir en estos lugares en que la Primavera obsequia con sus sonrisas y fragancias a los habitantes y turistas. A cada paso se encuentran poblaciones, estaciones ferrocarrileras, caseríos de importancia.

Además de Marsella y Tolón, se pasa por Cannes, Niza, Monte-Carlo, Mónaco, Génova, Nápoles y otras ciudades.

Los panoramas que se van admirando son seductores : todos tienen como fondo principal "La Costa Azul." Siempre se van viendo sus aguas de aquel azul intenso; las flores, las playas, el cielo, las montañas.

También hay en este trayecto muchos túneles. Uno de ellos se encuentra entre Francia e Italia. El servicio de tran­vías eléctricos, "busses" y autos, además de los trenes tirados

(*) Nuestra permanencia en la Costa Azul y Niza fué en 1923, al regreso de la Tierra Santa, pero anticipamos estas descripciones, incluyéndolas en el segundo capítulo de Francia, en beneficio del orden geográfico.

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por locomotoras de vapor, nada deja que desear; lo mismo pasa con los grandes y pequeños vapores que navegan por estas costas llevando y trayendo turistas.

 Hay partes del camino que quedan muy altas en relación con el nivel del mar, que siempre se tiene a la vista. En todos los puertos, potentísimos faros. De noche, a causa de la pro­fusión del alumbrado eléctrico—que es tan artístico, tan bien dispuesto—el golpe de vista desde a bordo, es sugestivo y admirable.

Estas ciudades parecen constelaciones, parecen pedazo de cielo estrellado. Producen una plácida emoción. Se creyera que uno va pasando frente a una región encantada o bien, que el barco no se mueve y que son millares de lámparas de Aladino que titilan, que brillan y que van desfilando en desorden ante nuestra vista. Es algo que parece un dulce sueño, que fasci­na, que refleja la belleza en su más pura y suave expresión.

Es tal la cantidad y variedad de flores de la Costa Azul que, si se hiciera el viaje a pie, poco a poco, no se sentiría ningún cansancio después de recorrer todo el camino, porque en cada vara cuadrada hay un atractivo, una seducción para las almas delicadas.

El Casino de Monte-Carlo contiene siempre centenares de visitantes. Llegan ahí no sólo los que van a probar fortuna, sino muchos curiosos de ambos sexos, notándose en los trajes respec­tivos un lujo extraordinario.

Como se sabe, en este Casino hay toda clase de juegos de azar. Es muy común escuchar episodios de acaudalados ban­queros, de multimillonarios que han perdido sus haberes o parte de ellos; de otros que ahí se han arruinado por completo y, finalmente, de algunos que han pagado aún más cara su osadía: con su vida. Se oye decir de los suicidios que se han origi­nado en Monte-Carlo y de los que ahí mismo han ocurrido.

¡Cómo son los contrastes de la vida! En medio de tantas bellezas naturales, entre los hermosísimos jardines, entre los vistosos y elegantes edificios, frente a esta legendaria Costa Azul, ese pulpo que, representadas en dinero, resta fuerzas (y a veces vidas) al Mundo entero.

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