domingo, 7 de agosto de 2022

CAPITULO XVI - EL LAGO TIBERÍADES (Galilea) -“POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas

Librería del Congreso de  los Estados Unidos de América

Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México

Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen

Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-. -Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.

CAPITULO XVI.

Caná y el Lago Tiberíades.Caná.

 No obstante que el automóvil en que viajábamos corría rá­pidamente, al ir de Nazareth a Caná, largos ratos veíamos sólo terrenos planos y extensos valles, unos con trazas de la pasada cosecha y otros listos para la nueva siembra. Dejábamos atrás prolongadas calles de árboles que forman valla a ambos lados de la vía que, transitábamos. Después atravesábamos riachuelos, ascendíamos sobre las montañas, descendíamos y luego los te­rrenos planos a nuestra vista volvían a aparecer. Los surcos, preparados por la mano del hombre o por la máquina que él maneja, ya únicamente esperan la simiente para que en su seno germine y, al cabo de pocos meses "dé ciento por uno" como acontece en la región palestiniana. Allá todavía trabajan con arados de madera tirados por camellos; animales que también emplean para dar vueltas a ruedas (como los bueyes en los trapiches), que hacen funcionar las bombas que sacan agua en gran cantidad para irrigar las siembras. Un muchacho se en­carga de, guiar o cuidar el rumiante, que lentamente gira sobre el mismo círculo. Algunas veces lo dejan solo y trabaja con la misma rutina a la par de la máquina.

 Durante unos minutos que hizo alto el carro, vimos cerca de una casita de tosca piedra, 3 gavillas a medio deshacer, sobre el suelo endurecido por el trajín de las vacas y de los cabros; de sus espigas rodaban algunos granos que, entre semi­llas de chicalote y piedrecitas negras y redondas, eran objeto de disputa entre palomas y tortolitas, las cuales piaban y se picoteaban unas a otras, desprendiéndose algunas plumitas obscuras de su collar; las menudas pajas volaban gracias al aleteo de las avecillas contrincantes que las subían y del aire que más las elevaba. De la diminuta garganta de una de las compañeras apartada de la palestra, subida en una frágil rama después de haber comido, salía un dulce canto intermitente como queriendo poner paz. Otra, estaba echadita contiguo a un viejo tronco que retoñaba, se limpiaba el pico pasándolo

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J. M. DELEON LETONA

nerviosamente a derecha e izquierda sobre una piedra que a su alcance tenía.

 Del otro lado de la vivienda y escondidos en las hojas de un olmo que se erguía en una vereda, los ruiseñores dejaban oír sus melifluos trinos...

 Así las cosas sencillas de las palomas, las tortolitas y los ruiseñores, que tanto nos distraían, cuando el estrindente sonido de la vocina nos hizo comprender que la máquina ya había arrancado para proseguir y que nos llevaba sobre sus muelles resortes. Al rato, yendo el auto a toda velocidad, se nos figu­raba que todos los objetos que nos rodeaban eran los que cami­naban y no nosotros. Parecía que estábamos en un lugar fijo y que una película del natural se desenvolvía en la pampa.

 Las campesinas, cuando van al mercado a vender o a com­prar, o cuando por otro motivo recorren alguna distancia regu­lar, se descalzan por economía; llevando sus zapatos sobre sus canastos en la cabeza y se los ponen hasta que ya van a entrar a Caná. Al salir de la población, hacen lo mismo y caminan unas tras otras formando hileras que serpentean sobre los caminos. Por lo que vimos en el comienzo y en el interior de Caná, colegimos que la fabricación de canastos es una de sus industrias: los hacen finos, durables, de una palma consis­tente. Además de los corrientes, trabajan unos casi planos, como en forma de comal, en los cuales llevan tortas de harina y tortillas de maíz tan grandes, que con sólo una es más que suficiente para un matrimonio con prole.

 Durante alguna excursión de un par (excursión que requie­ra una o más horas), el marido va adelante montado en su burrita y la mujer va atrás llevando el almuerzo, a pie. Así se ven en los alrededores, siempre las Evas siguiendo a los Adanes.

 Caná está situada sobre una considerable meseta, sus calles son planas y rectas; varios caminos en buen estado la ponen en comunicación con los pueblos vecinos.

 En sus chácaras hay higueras, granados, viñedos, nopales que semejan verdes y purpúreas murallas, plantas aromáticas y muchas flores, donde, ora en los troncos de los árboles, ora en sus casitas a propósito, las ricas colmenas dan animación; los enjambres se multiplican y pasan silenciosos como colonias que emigran a otros lugares, pero no van muy lejos porque la miel de las flores las hace descender y posarse en las veci­nas comarcas; las mariposas multicolores,-.igualmente ponen su óbolo de alegría con su vuelo y aleteo parándose a intervalos

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 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

 en las corolas y en las hojas que aún tienen el rocío de la mañana.

 El aspecto exterior de las casas tiene cierta analogía con el de Nazareth; en sus patios exhiben plantas olorosas como el jacinto y el narciso, originarias del Monte Carmelo.

 Desde luego, fuimos al lugar en que tuvieron verificativo las célebres "bodas de Caná:" al entrar a la Iglesia vimos las hidrias o vasijas de barro pintadas de verde, que contenían el agua que Jesús convirtió en vino iniciando así sus milagros, con lo que entró a la vida pública, después de haber sido bau­tizado por San Juan.

 

La majestad del Nazareno tiene en este sitio algo que no se siente en otros santos lugares: su presencia en las bodas que presidía y santificaba, casi hacen ver viva allá su venerada imagen con su aureola que ilumina los espíritus ; los lazos indi­solubles del matrimonio tomaron desde entonces mayor seriedad y respeto; la unión de dos almas, de dos séres, que desde ese instante iban a seguir juntos el proceloso sendero de la vida, quedaba bendita por el Divino Maestro, como unigénito de Dios!

 Nuestra mente veía el conjunto de personas invitadas a las "bodas de Caná," la sonrisa de los novios, la alegría en todos los semblantes, las rústicas mesas sobre las que colocaban las viandas y las jarras con vino y agua para que se sirviesen los comensales; los ramos y canastas de blancas flores, símbolo de pureza, el adorno de verdes hojas entre las que no faltan las ramas del aromático pino al contorno de las meses; así parecía llegarnos el aroma de las azucenas, azahares, de los nardos, de las rosas, mientras todos a El dirigían sus amorosas miradas.

 ¡Qué fortuna la de los grupos que en tal ocasión oyeron sus relatos fáciles, sencillos y que contenían la belleza de tan­tas verdades, que todos comprendieron y que nos llegan a través de 20 siglos!

 Así como Jesús asistió a aquella suntuosa fiesta donde se rindió culto a los vínculos del matrimonio, siempre vistió su túnica inconsútil, como el más humilde de los hombres—sin em­bargo de ser el Hombre-Dios—y vivió con los pobres, con quie­nes compartía sus tristezas, sus privaciones; practicando la caridad entre los pobres acosados por los sufrimientos que espe­raban la llegada del joven Maestro con ansiedad y que celebra­ban su estancia a su lado con manifestaciones de público rego­cijo. Sus doctrinas penetraban a su alma y despertaban un vivo interés por seguir viéndole y escuchándole.

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 J. M. DELEON LETONA

 Por Caná pasaba seguido de sus primeros 12 discípulos, que también fueron los primeros mártires del cristianismo, con quienes formaba un simpático conjunto, distinguido y respe­table. Ellos eran pobres, comían y vestían sencillamente. Cada uno sólo tenía una túnica y un par de sandalias: no devengaban ningún sueldo por su trabajo y el dinero y cosas que recibían, eran para distribuirlo a los necesitados, de quienes no se separaban y a quienes más querían por sus penurias. Por tales razones, los de la suerte adversa, estaban en contacto con Jesús y sus apóstoles, que les animaban y ayudaban con cuanto podían, y todo el mundo aprovechaba sus ideas y el evangelio que predicaban. Como sus comidas eran muy simples, su sobrie­dad era otro ejemplo que daban y jamás abandonaron a los po­bres. Aquel "pequeño grupo" hizo el mayor bien posible en la conciencia del hombre. Esta idea nos recuerda que en el trayecto de Jerusalén a Caná y al Lago Tiberíades, pasamos por el histórico Monte Tabor donde fué la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo ante tres de sus discípulos, y desde cuya cima se ven: "El Gran Anciano Blanco," monte cubierto de nieve, San Juan de Acre, las montañas de Samaria y parte del terreno que recorre el Jordán. Desde aquella elevación se admira perfectamente el hermoso panorama de Galilea.

 Según las sagradas escrituras, los Profetas Moisés y Elías, resucitaron para ver tan milagrosa Transfiguración, que fué como un bosquejo de la Ascensión.

 Viendo los jardines de Caná y sus aseadas viviendas, sen­tíamos delicadas emociones al imaginarnos los tiempos en que allá también los niños buscaban a Jesús, quien ponía la mano sobre sus cabecitas y les acariciaba paternalmente sentándolos sobre sus rodillas.

 

Cada pasaje de su vida resplandece con claridades de auro­ra y llena los corazones de honda simpatía; con el transcurso de los siglos, la nobleza de su alma purifica los hombres. Aque­lla población disfrutó de sus visitas, de su eficaz ejemplo, de sus predicaciones; los puntos por donde pasaba quedaban im­pregnados de su mansedumbre, de sus virtudes sin igual y las simpatías que despertaba eran tan sinceras como vitalicias. De tal manera discurríamos, cuando aparecieron varias jóvenes cana­neas en uno de los jardines a cuya pila fueron a traer agua fresca en sus hidrias de loza, que la conserva fría: en su conver­sación iban diciendo: "con el agua todo vive," simpática frase que es muy cierta.

 El lector nos permitirá mencionar algunas peculiaridades

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 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

 de la tierra de Caná. Son costumbres extremadamente sencillas y viejas, pero que todavía se repiten. Helas aquí: el trabajo de los carpinteros fabricantes y reparadores de instrumentos de labranza, arados especialmente, que en cambio de su labor no reciben efectivo sino granos. Ya puede suponerse que tie­nen que esperar el tiempo de cosecha para ser retribuidos en aquella simple forma.

 Los fígaros hacen la barba y recortan los cabellos en las calles, que también les sirven de clínica porque allí ejercen la Cirugía Menor, la Dental sobre todo, pues sacan muelas a diestra y siniestra, sin dolor (para ellos). En honor a su filan­tropía, hay que escribir, que los clientes de peluquería gozan de asistencia gratuita al aire libre, al necesitar de los barberos como Dentistas.

 Un señor, en la puerta de su casa daba prestado un poco de trigo a su vecino, y en vez de pesarlo o medirlo en un almud o celemín, como es lo corriente en todas partes, lo echaba en un canasto que bien encopetado le servía de medida. El prestador y el cliente tenían cabellos rubios coi-no el color de las espi­gas de su trigo.

 Las gentes cambian con mucha frecuencia sus aceitunas —que constituyen la mantequilla de los pobres en Palestina—por pescado seco, cordero, pan y otros víveres; a veces, cuan­do no se da un puñado de aquellas, es una botellita de aceite de olivas la que sirve de moneda.

 Como estos cuatro casos anteriores, se ven otros muchos que hablan de la confianza y de la naturalidad de viejos tiem­pos y de hombres viejos...

 El Angelus preludiaba con las sonoridades que desde el campanario descendían, y algunos prójimos, reunidos con sus familias en el tibio ambiente del hogar, rezaban Avemarías dentro de sus habitaciones cuyas puertas estaban abiertas. Hin­cados en el suelo, y dirigiendo respetuosas miradas a los santos de lienzo que estaban en el altar y en las paredes, ofrecían sus plegarias al Altísimo, al mismo tiempo que las candelas daban su lumbre y las flores su perfume. El silencio hacía más solem­ne la oración.

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