sábado, 15 de octubre de 2022

2 LIBRO- VIENTO SOLLOZANTE- Caps. 2 -4

2 LIBRO- VIENTO SOLLOZANTE- Caps.  2 -4

CAPITULO DOS
Estaba ya sentada sobre mi caja de ropa, junto a mi puerta, cuando Pedernal vino con su camioneta al amanecer. Yo eché mi caja en la parte de atrás de la camioneta y me senté junto a mi tío.
—¿Son ésas todas tus cosas? —dijo apuntando con el pulgar hacia mi caja. .
—Sí, no tengo muchas cosas. ¿Dónde está lo tuyo?
—Yo tengo aún menos cosas que tú. Llevo puestas casi todas mis cosas, y el resto está debajo del asiento. ¿Cómo es que trabajamos tantísimo y tenemos tan poco?
—No lo sé —le contesté— supongo que lo gastamos demasiado de prisa, yo nunca he podido imaginar cómo la gente puede ahorrar dinero, yo siempre estoy en la ruina.
—Bueno, no te preocupes, nos irá mejor en la reserva.
Aceleró el motor y la camioneta corrió por la carretera hacia casa.
Trece horas más tarde llegamos a la reserva, cansados, llenos de polvo y hambrientos.
Mientras la camioneta saltaba y zumbaba por las huellas llenas de barro de la estrecha carretera comenzamos a desmoralizarnos. La mayoría de las casitas de madera, de dos habitaciones, en mal estado estaban deshabitadas. La reserva estaba casi desierta, no se veía ganado y la maleza cubría los campos.
—¿A dónde se habrá ido todo el mundo? —dije en voz baja.
Pedernal recorrió los caminos secundarios, donde habían vivido nuestros amigos y nuestros familiares, pero no quedaba nadie.                                                                                  22    MI CORAZÓN INQUIETO
Por fin acertamos a ver a un anciano que estaba arando con una mula. Mi tío detuvo la camioneta y caminó por los campos recién arados en dirección a donde estaba el anciano para hablar con él.
Yo podía ver cómo el anciano negaba con la cabeza cada vez que Pedernal le hacía una pregunta y a los pocos minutos Pedernal regresó a la camioneta.
—La gente o bien ha muerto, se ha ido o está en la reserva de Oklahoma. El anciano dice que en la actualidad no quedan en la reserva más que unas cincuenta familias y la mayoría de ellas son personas viejitas como él, que no pueden irse. Dijo que escogiésemos una casa y que nos mudásemos a ella.
Pedernal no parecía tan feliz como lo había estado antes.
—¿Qué ha pasado con la familia Banakee? —le pregunté.
—Todos han muerto.
—¿Y qué me dices de los Cadues?
—Lo mismo, todos muertos.
—¿Y la familia de Carlitos Caballo Grande?
—Se han trasladado a la reserva de Olclahoma.
Creo que ya no queda aquí nadie que conozcamos —dijo.
Pedernal, ¿te has preguntado alguna vez lo que les sucede a todos los indios cuando se marchan de la reserva?
—Supongo que se mezclan con la multitud. Se cambian de nombre, se cortan el pelo, se compran un traje y fingen ser otra cosa que indios.
—Pedernal... —dije tragando con dificultad, una vez pasé por blanca— le confesé avergonzada. Me vestí como los demás, me teñí el pelo de un color más claro y me cambié de nombre.
—¿Qué sucedió?
—Fue terrible. Parecía una rareza. Me hice de enemigos y me sentí muy desgraciada, pero lo peor de todo fue que cuando lo pensé mejor y me di cuenta qué estúpida había sido, resolviendo volver a ser la misma de antes, los que me habían conocido cuando pasaba por blanca no creían que yo era india. In-
MI CORAZÓN INQUIETO  23                          cluso ahora hay personas que me dicen: —Yo te conozco, tú no eres Viento Sollozante, sino una muchacha blanca, llamada Linda. ¿Por qué quieres pasar por india? Eso confundió a muchas personas. Algunas de ellas dijeron que yo era india y otras, que era blanca. Supongo que como soy mestiza tanto unas como otras tenían razón. Eso demuestra que uno nunca llega a saberlo todo acerca de nadie, solamente nos enteramos de aquello que quieren que nos enteremos, solamente lo exterior.
Me sentía avergonzada.
—¡Ojalá hubiese sido siempre yo misma y no hubiese intentado ser otra persona!
—Ya sé. Mi amigo Halcón Negro le dice a la gente que es mexicano y se llama a sí mismo José González. Dice que es mejor ser mexicano que indio.
—¿Y es mejor?
Se agarra unas borracheras espantosas. Supongo que ésa es la solución —me dijo con gesto hosco. Será mejor que busquemos una casa antes de que oscurezca, y nos radiquemos en ella.
Se dirigió por otra calle estrecha y no tardó mucho en detenerse frente a una casa vieja.
Nos bajamos de la camioneta y entramos en la casa. Las ratas corrían por el piso y me volví corriendo a la camioneta.
—¡No pienso quedarme aquí ! —dije.
—Se hace de noche. Duerme tú en la camioneta y yo dormiré en la parte de atrás y mañana buscaremos un sitio mejor para quedarnos.
Pedernal se subió a la parte de atrás de la camioneta y se colocó el abrigo sobre los hombros. Yo me enrollé en la manta e hice lo posible por no enredarme en el volante ni pegarme un golpe en la cabeza contra la puerta, tumbándome sobre el asiento. Yo no me había imaginado, ni mucho menos, que nuestro regreso a casa fuese a ocurrir de esa manera. Me alegraba de que los McPherson no pudiesen verme en esos momentos y deseaba poder tener una cama buena y tibia y algo para comer.
 24    MI CORAZÓN INQUIETO
Miré por la ventanilla, viendo cómo iban saliendo las estrellas, una tras otra. Al final la luna decidió despertarse y situarse en el cielo ; esa noche había una luna nueva y estaba inclinada de tal modo que se podía colgar de ella una redoma hecha con un cuerno para que se mantuviese seca. Esa noche no llovería, cosa que me alegraba porque Pedernal no se mojaría, ya que dormía bajo el cielo raso.
Por fin me empezó a entrar sueño y juntando las manos le pedí a Dios: —Soy yo, Viento Sollozante, quien te habla. ¿Te has dado cuenta de que he vuelto a la reserva? Ayúdanos a Pedernal y a mí. Buenas noches.
No había tenido mucha práctica en la oración y no conocía muy bien a Dios, por eso mis oraciones no eran ni largas ni pomposas.
A la mañana siguiente mi tío me mandó a buscar un conejo. Es bastante fácil atrapar un conejo porque corren un poco y se paran y luego corren y se vuelven a parar otra vez. Hacen esto tres veces y una vez que se han detenido por cuarta vez toman una curva muy cerrada a la derecha o a la izquierda, por eso no es necesario correr más que ellos, sino sencillamente ser más lista que ellos. Después de haberlo dejado escapar un par de veces logré agarrar uno por el cogote y se lo llevé a Pedernal. Lo guisamos sobre el fuego. Era un conejo muy flaco, pero al menos era algo para desayunar.
Fuimos con la camioneta por todas las carreteras secundarias y antes del mediodía encontramos una casa que no hacía mucho que se había quedado vacía y nos metimos en ella antes de que lo hiciesen las ratas. Tenía tres habitaciones pequeñas, aunque no tenía muebles, ni agua ni electricidad. Mi tío se fue con la camioneta al almacén y compró comida y otras cosas necesarias y cuando llegó la noche nos habíamos instalado con bastante comodidad y pudimos disfrutar de una cena caliente.
Al día siguiente Pedernal consiguió un trabajo de domar caballos en una hacienda cercana y yo comencé a plantar una huerta. Teníamos un hogar y
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estábamos dispuestos a quedarnos. Las cosas nos iban bien, así que podía escribirle a los McPherson y decirles que ya no tenían que preocuparse por mí.
Pocos días después estaba plantando cebollas en mi huerto cuando Pedernal apareció en el corral y frenó levantando una nube de polvo. Me gritó por la ventanilla: —Viento Sollozante, sé dónde puedes ganarte rápidamente veinte dólares.
—Si es un dinero tan fácil, ¿Por. qué no te los ganas tú mismo? —le dije riéndome. Pedernal siempre conocía la manera de ganarse fácilmente el dinero, pero nunca daba resultado y la mayor parte de las veces acababa trabajando por amor al arte o perdiendo dinero.
—En la hacienda donde yo trabajo tienen un potrillo que el dueño quiere que sea domado y yo soy demasiado pesado. Quiere alguien que pese poco para que se siente por primera vez sobre él.
—¡ Ah no, gracias! Todavía me acuerdo de cuando hace un par de años ibas a montar en el rodeo y me inscribiste en la carrera de burros salvajes. Me dijiste que era fácil ganar, pero el burro que yo montaba iba en todas direcciones menos hacia adelante y llegué la última. ¡No siento deseo alguno de ganar ese dinero fácil!
—Pero ahora es diferente, es solamente un bonito potrillo, no creo que te vaya a voltear. Tú acostumbrabas a montar la yegua Cascos Atronadores como si hubieses estado pegada con goma al lomo. No me cabe la menor duda de que podrás amansar el potrillo.
Me pasaron por la mente los recuerdos de Cascos Atronadores. Hacía mucho tiempo que había muerto y desde entonces no había montado mucho a caballo. Pedernal interpretó mi silencio como consentimiento.
—No hay mejor ocasión que el presente, así que vamos a la hacienda y haremos la prueba —me dijo abriéndome la puerta de la camioneta.
Una hora después me encontré sentada sobre la cerca del corral, mirando el potrillo bayo, que era bastante grande y había dejado de ser potrillo.

26    MI CORAZÓN INQUIETO

,—Pedernal, me parece que no voy a hacerlo, me da la impresión de que tiene malas pulgas —le dije, alejándome de la cerca.

—Es tan manso como un cordero, lo único que tienes que hacer es demostrarle quién es el amo. Vamos, chica, te estás portando como una vieja.

Pedernal acarició el cuello del caballo y éste meneó la cabeza y dio un respingo.

—No me siento muy tranquila al respecto, Pedernal. El caballo se dará cuenta y me volteará.

—Sólo es un potrillito. Lo montas en el corral un par de veces para que se acostumbre a llevar alguien sobre el lomo. Entonces podrás cobrar tus veinte dólares y regresaremos a la ciudad. Además ya le he dicho al dueño que lo harías.

Yo me dirigí lentamente hacia el animal y le toqué el lomo. El caballo tembló y dio un bufido. —¿Cómo se llama? —pregunté.

—¿Qué más da? No te tienen que presentar al caballo para que lo puedas montar en el corral una vez —me contestó un tanto impaciente.

—¿Cómo se llama, Pedernal?

Ciclón.

¿Qué? ¡Tú debes estar loco! ¡No pienso montar un caballo llamado Ciclón!

—No es más que un nombre, podemos llamarle Cascabel si eso te hace sentir mejor, un caballo tonto no sabe cómo se llama.

Le di una palmadita al caballo, lo subí en pelo y agarré las riendas de manos de Pedernal.

El caballo se sacudió y se echó a un lado. Echó las orejas para atrás y yo cerré las piernas. Ciclón pegó un salto hacia adelante, corcoveó tres veces, dando tremendas coces. Entonces pareció recordar su nombre, dio una media vuelta cerrada y pareció explotar en todas las direcciones a la vez! Hundió la cabeza entre las manos, arqueó el lomo, y yo fui despedida por encima de la cabeza. Caí a tierra, di varias volteretas, cruzando el corral hasta chocar contra uno de los postes de la cerca. Me crujió el cuello y quedé en el suelo hecha un montón.

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Pedernal agarró la soga del caballo y lo ató cómodamente a la verja. Luego corrió hacia mí.

—¡Chica, ¿estás bien? —me preguntó arrodillándose junto a mí.

Levanté la vista, pero todo giraba con tanta rapidez a mi alrededor que tuve que cerrar los ojos. ¡Mi cuello, tengo el cuello roto! —le grité.

—¿Puedes enderezarlo? ¿Puedes mover la cabeza? —me preguntó Pedernal.

Intenté mover la cabeza, pero me dolía tanto que creí que me iba a descomponer. —¡Me duele mucho, no puedo moverme!

Podía sentir la cabeza apoyada sobre el hombro derecho, con los músculos tensos del lado izquierdo.

—¿Puedes mover los brazos y las piernas? —Pedernal parecía asustado.

Moví los brazos y las piernas unos centímetros.

—Si los puedes mover es que no tienes el cuello fracturado. Solamente te lo has doblado. Te lo colocaré en su sitio.

Me puso una mano a cada lado de la cabeza y trató de enderezarme el cuello.

Todo se puso blanco y yo pegué un grito a causa del dolor. —¡No, no, no me toques, Pedernal, tengo el cuello fracturado!

—No, no lo está, solamente ha sido una mala caída, pero estarás bien.

Me levantó y me llevó a su camioneta, pero cuando me quiso sentar en el asiento comencé a sentir una descompostura, así que me llevó y me puso en la parte de atrás de la camioneta. —Te voy a llevar a casa y te vas a meter en la cama. Dentro de poco estarás bien.

Cuando la camioneta iba pegando saltos por toda la carretera de tierra, en dirección a la antigua casa, cada palmo de mi cuerpo me dolía y sentía que un enorme bulto comenzaba a formarse en el centro de mi espalda.

—No podría sentir tantísimo dolor si no fuese porque tengo algo roto —dije, quejándome.

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Cuando llegamos a la casa Pedernal me colocó toallas húmedas y calientes en la espalda mientras yo colocaba otras en mi cuello, que todavía lo tenía torcido hacia un lado.

—¡Pedernal, cuando me mejore si es que me pongo bien alguna vez, te voy a matar!

—Ha sido solamente una mala caída y mañana estarás estupendamente. Tú puedes soportarlo, eres fuerte.

Me quitó la toalla caliente de la espalda y echó un vistazo a la hinchazón. —Viento Sollozante ¿tú crees que necesitas el médico?

—¿Tan mal aspecto tiene?

Me alegraba no poder verlo.

No se ve bien.

Me puso otra vez la toalla caliente en la espalda.

—Esperemos una hora y entonces decidiremos.

Durante la próxima hora los dos miramos al reloj cincuenta veces. Mi aturdimiento había desaparecido para entonces y mi estómago me estaba recordando que no había comido en todo el día. Pedernal hizo un poco de tocino y huevos para los dos y yo empecé a sentir de nuevo como si fuese a vivir.

Al día siguiente me quedé en la cama y cada día mi cuello se iba enderezando un poco más y cuando llegó el fin de semana ya estaba en su sitio de nuevo y ya no tenía que contemplar un mundo torcido.

Perdernal dejó de preocuparse y al cabo de las dos semanas ya estaba pensando más formas de conseguirme algún dinero "fácil".

El primer domingo que estuvimos en la reserva me arreglé, tomé mi Biblia y caminé un kilómetro y medio hasta la pequeña capilla de madera.

Cuando llegué no había nadie, así que me senté a la sombra de un árbol para descansar y esperar que llegasen los demás. No hacía más que pensar que había llegado demasiado temprano, pero al cabo de un rato me di cuenta de que no iba a venir nadie.

Caminé colina abajo para echar un vistazo de cerca. La pintura blanca se había pelado y se había  

30 MI CORAZÓN INQUIETO

picado. En la torre había una campana silenciosa y justamente debajo de la cruz había un letrero pequeño y torcido que decía: "CAPILLA BIBLICA KICKAPU."

Habían cerrado las puertas con clavos, así que me dirigí al lateral del edificio y miré a través de las ventanas sucias. Dentro había filas de bancos llenos de polvo y el púlpito estaba caído de lado. La capilla estaba vacía y hacía años que no había sido utilizada¿

—Cerrada por falta de interés —dije en un sususurro. ¿Qué les había sucedido a todas las personas que habían construido esa iglesia tan estupenda? ¿Dónde se encontraban ahora? Yo sabía que muchos de los jóvenes estaban regresando a la antigua religión india, pero sin duda tenía que haber algunos cristianos en alguna parte de la reserva. ¿Por qué habían cerrado su iglesia?

Al mirar la capilla vacía me entró tristeza. Parecía una anciana ahí sentada; todos sus hijos se habían marchado y la habían dejado sola para que se muriese en la pradera.

CAPILLA DESIERTA

Capilla sita en la planicie

conmovida por viento, por nieve y por las lluvias,

 te yergues triste y solitaria,

monumento silencioso de oración.

Bodas, presentaciones, entierros y alabanza 

jalonaron los recuerdos de tus días;

ahora el polvo sopla a través de tu puerta rota,

 las hierbas crecen en las roturas de tu suelo.

Vacíos están tus bancos, en otros tiempos llenos

; ya tiempo ha que se silenciaron las voces de alabanza.

Se han ido ya las gentes, también así las casas.

 El tiempo a casi todos se ha llevado.

La antigua cruz de madera se extiende hacia los cielos,

MI CORAZÓN INQUIETO 31
como señal de bienvenida a quien por aquí pase,
 pero ya nadie viene acá,
ningún cansado viajero junto a tu puerta se para.
Capilla sita en la planicie
conmovida por viento, por nieve y por las lluvias,
 te yergues triste y solitaria,
monumento silencioso de oración.
CAPITULO TRES                                     Pag  32

Hacía ya varios meses que habíamos vuelto a la reserva, pero conocíamos a muy pocas personas, así que me quedé muy sorprendida cuando una tarde, a una hora ya avanzada, alguien llamó a la puerta. Cuando la abrí me encontré a un hombre que tenía en su mano una bolsita con verduras.

—¿Está tu tío en casa? —me preguntó mirando la casa por encima de mi hombro.

—No, esta noche ha salido —le contesté, intentando recordar si había visto a ese hombre con anterioridad.

—Me pidió que le trajese estas verduras, pero como no está aquí te las dejaré a ti —me dijo sosteniendo la bolsita ante él.

Abrí la puerta de rejilla y extendí la mano para tomar la bolsita, pero él la tiró hacia un lado, desparramando las verduras. Me agarró por las muñecas y de un empujón me metió en la casa. Una vez que estuvimos dentro me soltó las muñecas y miró rápidamente a su alrededor para asegurarse de que yo estaba sola.

¡Me había metido en dificultades! Había cometido dos errores: le había dicho que estaba sola y le había abierto la puerta. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Eché un vistazo por la habitación para ver que podía utilizar como arma. Junto a la estufa había un atizador, pero yo no estaba muy segura de poder golpearle suficientemente fuerte como para dejarle inconsciente. ¿Qué sucedería si solamente le golpeaba tan fuerte como para ponerle furioso y me mataba?

MI CORAZÓN INQUIETO    33

Di un paso hacia atrás. —Así que es usted amigo de mi tío. ¿Trabaja usted con él? —le pregunté, intentando que no me temblase la voz.

—¿Qué? —me dijo, dándose la vuelta para mirarme y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba borracho.

—Le he preguntado a usted que si ha conocido a mi tío en la hacienda. Ya no tardaría en llegar a casa. Se pondrá contento al ver que ha venido usted.

Yo sabía que si Pedernal tenía una cita esa noche pasarían horas antes de que regresase a la casa, pero tenía la esperanza de que no se me viera en el rostro.

Una oración brotó de mi corazón: —¡Ayúdame, Dios mío! ¡Ayúdame, Dios mío!

El hombre dio un paso hacia mí y el corazón me dio un vuelco.

—Hace mucho calor aquí dentro. ¿Por qué no salimos al pórtico un momento y respiramos el aire fresco de la noche? —dije sonriéndole y saliendo. El me siguió.

Afuera ya había oscurecido, pero la luz del interior de la casa brillaba por la ventana iluminando el pórtico.

—Oh, mire —le dije apuntando a su derecha— ¿es ése su perro?

Se volvió para mirar, sin pensarlo y yo salté del pórtico y me dirigí hacia los árboles a toda velocidad.

¡Por favor, Dios, no permitas que me alcance! —iba orando mientras corría para salvar mi vida.

Podía oír a bastante distancia de mí sus juramentos cuando tropezaba con la maleza.

Yo hice todo el ruido que me fue posible mientras corría por entre los árboles. Estaba muy oscuro y él estaba borracho y si me podía seguir lo suficientemente lejos, probablemente se perdería. Después comencé a moverme todo lo silenciosamente que pude, pues quería ir en círculos y regresar a la casa. Quizás él tuviese suerte y chocase conmigo. 0 quizá no estuviese tan borracho como parecía. De cualquier 'manera, debía ser precavida.                            34    MI CORAZÓN INQUIETO

Me abrí camino silenciosamente hasta llegar a la casa. Pronto me había dejado los árboles atrás y corría por la huerta. ¡ Si tan sólo pudiese alcanzar el interior de la casa! Llegué junto a la ventana de mi dormitorio y entré en la casa por ella, cerrándola tras de mí y dirigiéndome a toda prisa a mi armario. Aunque estaba completamente a oscuras, extendí la mano y logré alcanzar mi escopeta.

Entonces me dispuse a esperar. ¿Intentaría regresar a la casa?

¡Ahí! Un ruido en el pórtico. Había regresado. Miré el tirador de la puerta y esperé que girase, pero no sucedió nada. Podía oír que tropezaba con la verdura en el pórtico y supe que se encontraba allí afuera.

Respiré profundamente. —¡Salga de ahí o disparo! —le grité. Levanté el gatillo, preparándola para disparar y la coloqué a la altura de mi cintura. —¡Esta es su última oportunidad!

Conté hasta tres y disparé en dirección a la puerta, astillándola.

¡Hubo silencio durante unos segundos y a continuación oí el motor que se ponía en marcha! Miré justo a tiempo para ver cómo se alejaba la camioneta.

Salí al pórtico corriendo y disparé la escopeta hacia la camioneta. ¡Blam! Una de las luces de atrás se apagó! Blam otra vez!, pero ya no estaba a mi alcance. Sus ruedas chirriaban y el aire estaba cargado del polvo que levantaba su camioneta. ¡Blam! Para entonces se había alejado ya bastante y debía de ir conduciendo a unos ciento treinta kilómetros por hora.

Regresé a la casa, cerré la puerta con pestillo y volví a cargar la escopeta, por si acaso. Entonces respiré un tanto aliviada. —Gracias Dios —fue todo lo que pude decir.

Horas más tarde, cuando Pedernal llegó a casa, le conté toda la historia que era una horrible pesadilla.

—¿Y bien? —le dije cuando hube acabado. ¿Qué vas a hacer?

MI CORAZÓN INQUIETO    35

Yo tenía la esperanza de que agarrase una escopeta y saliese en busca del hombre.

—Te las arreglaste la mar de bien —me dijo y se quitó las botas—. Supongo que sigo pensando que eres una niña todavía y no se me había ocurrido pensar que ningún hombre pudiese causarte problemas, así que será mejor que de ahora en adelante te cuide un poco más —dijo bostezando.

Me sentí decepcionada, pues yo creía que mi tío se pondría furioso, pero en lugar de eso se estaba preparando para meterse en la cama con toda calma.

—¡ Si viniese un hombre y te robase tus conejos le pegarías un puñetazo en las narices, pero si un hombre intenta robarme, no haces nada! ¡Para ti valgo menos que un conejo —le dije muy enojada.

El se sonrió y dijo: —Viento Sollozante, estás a salvo. Es posible que asustases a ese hombre de tal modo que fuese por la carretera y tuviese un ataque cardíaco. Seguramente le asustaste tú más a él de lo que él te asustó a ti.

—¡ Lo dudo!

—Esta noche no puedo hacer nada. Mañana preguntaré por ahí y veré si logro averiguar quién era y entonces decidiré lo que hacer al respecto, así que ahora olvídate y vete a dormir.

Me fui a la cama, pero tardé mucho tiempo en dormirme.

A la noche siguiente, cuando Pedernal llegó a la casa sonreía como quien fuese dueño de un secreto. —Hoy escuché la conversación de varios hombres —me dijo con una sonrisa.

—¿ De qué hablaban?

—Acerca de un hombre que necesita que le hagan algunas reparaciones a su camioneta. Parece que algún gato salvaje le llenó la camioneta de agujeros —dijo riendo. —¡Yo les dije que tenía suerte de que los agujeros estuviesen en su camioneta y no en su pellejo! Les dije que le diesen el recado de que si volvía a aparecer por aquí, clavaríamos su pellejo en el granero y que eso se aplicaba igualmente a cualquiera que tuviese ideas acerca de mi sobrina.                                      36    MI CORAZÓN INQUIETO

Tiró el sombrero hacia la mesa, pero cayó al suelo. —Nadie volverá a molestarte.

A la mañana siguiente mis martilleos llamaron la atención de Pedernal, quien se dirigió a la verja del frente para ver lo que hacía.

Se situó detrás de mí y leyó en voz alta el cartel que yo estaba clavando y que decía: "CUIDADO, PERROS PELIGROSOS". Pero si no tenemos perro —me dijo.

—No es preciso tener un perro para poner un cartel —le dije. Metí la mano en un saco y saqué tres huesos grandes y los dejé caer al suelo delante del cartel.

—Eso no servirá para nada —dijo riendo. Nadie se asusta de un cartel.

—Sí —le dije, recogiendo los clavos y el martillo y dirigiéndome hacia la casa. Mantendrá a las malas personas alejadas.

Pedernal me dio alcance, riéndose todavía y meneando la cabeza.

Antes de llegar a la casa oímos el sonido de una bocina y volvimos la cabeza. Un coche grande, color rojo, se había detenido y el conductor nos hacía señas para que nos acercásemos a él.

—¿Qué podemos hacer por usted? —le preguntó Pedernal, dirigiéndose hacia el coche.

—Soy primo de Estrella Brillante, y ella me ha dicho que ustedes podrían venderme algunos conejos —dijo el conductor.

—¿ Cuántos quiere usted? —le preguntó Pedernal. —Cuatro.

—Venga usted aquí atrás a la conejera y le dejaré que escoja usted los que quiera —le dijo Pedernal.

No gracias, no me hace ninguna ilusión dejarme morder por sus perros.

¿Perros? —preguntó Pedernal.

—He visto el cartel que tienen ustedes, por eso toqué la bocina en lugar de salir del coche, pues ya estoy viejo para correr más que un montón de perros peligrosos. Esperaré aquí, usted tráigame cuatro conejos.

MI CORAZÓN INQUIETO    37

Le dijo esto a Pedernal, dándole ocho dólares.

Pedernal se metió el dinero en el bolsillo de su camisa. ¡Qué cosa! —dijo en voz baja al pasar junto a mí. ¡Parece que ha servido! i Hay personas a las que les asusta un cartel!

Pedernal se mantuvo más cerca de la casa, tal como me había prometido, y el hombre no regresó jamás, pero a pesar de ello, nunca más volví a sentirme a salvo. Siempre vigilaba el movimiento en los arbustos y escuchaba por si oía pasos detrás de mí, metiéndome en la casa temprano y cerrando la puerta con pestillo antes de que se pusiese el sol. Entonces comprobaba varias veces el buen funcionamiento de las cerraduras de las puertas antes de irme a la cama y con frecuencia no dormía bien. Comencé a darme cuenta de que mientras estuviese sola no estaría a salvo, pues una chica está siempre en peligro y el que estuviese a salvo dependía de Pedernal. ¿Qué haría yo si él se marchaba?

CAPITULO CUATRO

Las plantas comenzaban a brotar. Las plantas de trigo estaban empezando a salir y eran solamente de unos pocos centímetros de altura cuando Pedernal me comunicó que había llegado el momento de la Danza del Maíz y del "powwow" o ceremonia anual.

El día de la ceremonia yo di saltos de pura emoción. Cuando nos dirigimos al campamento donde se iban a reunir todos, vimos una cantidad de camionetas y multitudes de indios que se preparaban para comenzar las danzas. Nos abrimos camino entre la multitud para obtener un lugar mejor desde el cual contemplar las ceremonias.

Pedernal llevaba una nueva camisa vaquera y yo llevaba mi vestido de piel de ante y llevaba cuentas en el pelo. La mayoría de los indios llevaban la vestimenta tradicional de su tribu en honor a ese día. La Danza del maíz se realizaba para pedirle al maíz que creciese bien alto y diese alimento a las gentes para que al invierno siguiente no pasasen hambre.

Indios de varias tribus estaban alineados, de cara al este, en el terreno de las danzas. Se hizo el silencio en la multitud y durante varios minutos nos dedicamos a esperar.

Entonces, como si hubiese sido el rugido de los tambores, cincuenta guerreros kickapu descendieron como dispuestos al ataque, por la falda de la colina, sobre sus caballos al galope.   

Mi corazón saltó de emoción y las lágrimas me quemaron los ojos al contemplar a aquellos jóvenes bravos, sobre caballos medio salvajes, abalanzándose colina abajo en medio de una nube de polvo. ¡No era de extrañar que los guerreros kickapu hubiesen si-                         MI CORAZÓN INQUIETO    39

do el terror de los primeros colonizadores! porque aún ahora eran un espectáculo formidable y temible.

 

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