sábado, 15 de octubre de 2022

2 LIBRO VIENTO SOLLOZANTE- (Parte 3)

2 LIBRO VIENTO SOLLOZANTE- (Parte 3)

La salvaje carga acabó en una carrera de caballos y se le daría al ganador el caballo del hombre que llegase el último.

Cuando los caballos corrían por las amplias planicies mis ojos se posaron sobre uno de los jinetes y mi corazón le siguió. Era un hombre joven y sus brazos parecían tan fuertes como robles. Su cabello negro y largo era meneado por el viento y alrededor de su cuello había un collar de antiguas cuentas de las utilizadas para traficar. Ganó un muchacho que cabalgaba un caballo gris, pero eso a mí no me importaba, porque a pesar de que mi guerrero había perdido la carrera, se había ganado mi corazón.

Durante toda la mañana me esforcé por verle entre la multitud y a Pedernal no le costó demasiado trabajo adivinar a quién estaba mirando.

—¿Quieres conocer a Relámpago Amarillo? —me preguntó mi tío sonriendo— conozco a un tío suyo que puede arreglarlo.

—¿Cómo es que sabes su nombre? —le pregunté repitiendo el nombre para mí misma, Relámpago Amarillo y a mis oídos les sonó a música.

Mi tío se echó a reír. —Le vende caballos a la hacienda donde yo trabajo. ¿Verdad que tienes suerte teniéndome por tío? —dijo Pedernal y pareció muy satisfecho consigo mismo.

Fiel a su palabra Pedernal me presentó a Relámpago Amarillo y el corazón comenzó a latirme con tal fuerza que estaba segura de que él podía oírlo. Me sonrió y cuando le miré a los ojos supe que me había enamorado por primera vez; era algo que me había pillado por sorpresa, sin que yo me lo hubiese esperado. Era como encontrarme atrapada en un derrumbamiento de rocas y mi vida cambió para siempre.

Cada día esperaba que Relámpago Amarillo viniese a visitarme, miraba cientos de veces por la ventana y cada noche me cepillaba el pelo y me sentaba en la huerta esperando. ¡No había duda de que esta noche vendría!                                 MI CORAZóN INQUIETO    41

Yo tenía grandes sueños sobre nuestra vida juntos; sueños secretos que escondía mi corazón. Estaba segura de que si amaba lo suficiente él a su vez me amaría a mí un poco.

Estaba tan ensimismada pensando en mi apuesto guerrero que cada día me iba volviendo más callada. Un día vendría, así que tenía que tener paciencia y esperarle. Cada día miraba y cada noche esperaba, pero fueron transcurriendo las semanas y mis sentimientos hacia él se hicieron más profundos.

¡Pero una noche vino! Cuando vino cabalgando por el sendero y ató su caballo a la cerca me preguntaba si estaría soñando otra vez o si podía ser efectivamente una realidad.

Salí apresuradamente de la casa para saludarle, con el brillo en mis ojos y las manos que me temblaban.

—Hola, Viento Cantarín, ¿está Pedernal en casa? —preguntó.

Me quedé desmoralizada porque había venido a ver a mi tío y no a mí y ¡ ni siquiera se había acordado de mi nombre!

Entró en la casa y él y Pedernal empezaron a hablar del precio de un caballo.

Me senté sobre los escalones de madera hundida con mi barbilla apoyada en mis manos. ¿Cómo era posible que no se diese cuenta de lo que yo sentía por él? ¡ Debía de estar ciego!

Me dirigí hacia la puerta y acaricié a su caballo durante unos minutos y contemplé la puesta del sol y luego regresé de nuevo a la casa.

Podía escuchar sus voces a través de la puerta abierta y cuando oí a Pedernal mencionar mi nombre, me detuve.

Viento Sollozante te mira con buenos ojos, Relámpago Amarillo —le dijo Pedernal.

A mí me quemaba el rostro en la oscuridad. Pedernal no debería de haberle dicho eso.

—Pedernal, tú eres mi amigo, así que te diré la verdad. Tú y yo somos pura sangre, pero tu sobrina es, mestiza. Si ella fuese una india pura sangre puede

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que las cosas fuesen diferentes, pero yo no quiero que ninguno de mis hijos sea mestizo, así que la muchacha que yo escoja tendrá que ser una india kickapu de pura sangre.
—Ella es una india de pura sangre en su corazón, que es lo que cuenta —argumentó Pedernal.
Es nuestra sagrada obligación mantener nuestra descendencia pura y proteger a nuestro pueblo —dijo Relámpago Amarillo.
Mientras  yo estaba envuelta por las sombras de la noche, el hombre al que amaba me había dado una puñalada en el corazón y me había dejado mortalmente herida, como un conejo con una flecha atravesada en su pecho. El amor había perdido su dulzura y me había dejado aplastada y dolorida.
¡Mestiza, jamás llegaría a ser otra cosa!
Corrí en dirección al bosque y lloré amargamente. Mi primer amor había llegado y se había alejado sin haberme dejado como recuerdo ni siquiera el roce de las manos.
Oí el sonido de los cascos de los caballos que se perdían en la distancia.
—Adiós, Relámpago Amarillo —dije sollozando. —No amaré jamás a nadie, solamente a ti.
Pedernal salió a buscarme y yo me sequé las lágrimas cuando le oí aproximarse.
—¿Qué estás haciendo ahí fuera? —me preguntó suavemente.
—Nada —dije atragantándome.
El se quedó callado. En la distancia los relámpagos cruzaron el cielo oscurecido y estallaron los truenos.
—Nos has oído ¿no es cierto? —me preguntó. Yo me eché a llorar.
—Ojalá no te lo hubiese presentado. Olvídale, Viento Sollozante.
Me puso su mano sobre mi hombro. —Vamos adentro antes de que llueva.
Me condujo en la oscuridad hacia la casa y no volvió a hablar hasta que llegamos a la puerta de entrada.
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Dentro de la casa ardía alegremente una lámpara de kerosén, pero yo no quería aproximarme a la luz para que Pedernal no viese mi rostro cuajado de lágrimas, así que me aparté de él y me senté en los escalones. —Dentro de unos minutos entraré —le dije entre sollozos.
Se quedó manteniendo la puerta abierta y me dijo suavemente: —Duele ¿verdad que sí?
—Sí, ya lo creo —le dije en voz baja.
Entró en la casa y antes de cerrar la puerta se detuvo para decirme: —Sé fuerte, endurécete siempre y de ese modo no sufrirás nunca.
Apagó la linterna de un soplo y me dejó a solas con mi sufrimiento.
—Nunca más volveré a amar a nadie. Me sequé las lágrimas, y agregué: —¡nunca, nunca, nunca, me voy a volver dura! —aseguré y entré en la casa.
Cuando me hube metido en la cama, me quedó despierta durante horas enteras y estuve escuchando la tormenta que se iba aproximando. Oré, suplicando que el sufrimiento que sentía en mi corazón se mitigase, pues no sabía que cuando una ha sido herida por alguien a quien ama, la herida no se cura nunca.
MI CANCION DE AMOR
A solas en la oscura noche contigo sueño te busco cuando el sol está bien alto.
Cuando te veo sonríe el cielo y late mi corazón y temo yo mirarte.
Pasas junto a mí y no levanto la vista,
pero cuando has pasado te miro y veo
los fuertes músculos de tu espalda,
hasta que mi vista no alcanza ya a verte. Cuando se pone el sol sobre las Colinas de Caballito de Guerra
te echo de menos y me paseo por la noche. El viento me trae tu voz,
¡Oh, Relámpago Amarillo, escucha mi canción de amor!

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Juntos caminaremos silenciosos por el sendero del arco iris.
Te daré a beber la dulce agua de la nieve derretida, tú extenderás tu mano sobre mi cabeza para protegerme.
En mis dedos hay anillos de turquesas,
en mis pies mocasines con botones de plata. ¿Me permitirás seguir por tu sendero del bosque? Ojalá me amaras como te amo yo a ti. Mi corazón rebosa con las palabras que mis
labios no se atreven a decir.
En mi interior hay canciones que nunca cantaré; son canciones solamente para ti y tú no oyes. Cuando te vas mi corazón se oscurece y se enfría; el cielo llora y yo también.
Pasaron las semanas y mis días transcurrían en el abatimiento. Los insectos y los hierbajos invadieron mi huerta y nuestra principal fuente de alimentos quedó destruida.
Una noche Pedernal acabó su cena y empujando el plato vacío al otro lado de la mesa dijo: —Viento Sollozante, no ha servido de nada, aquí no hay libertad. La reserva es peor que el mundo exterior. Estamos comiendo vegetales llenos de gusanos y hace tres días que no comemos carne. Me queda un caballo por domar y luego me quedaré sin trabajo. No deberíamos de haber venido aquí.
No contesté. Si no hubiésemos venido aquí, no hubiese conocido a Relámpago Amarillo y si no le hubiese conocido no tendría que vivir ahora con ese dolor sordo en mi corazón. Cerré los ojos y le vi una vez más yendo a la carga sobre la cumbre de la colina, con el sol que se levantaba a sus espaldas, su caballo saltando y galopando. Relámpago Amarillo, con su cabello oscuro, que meneaba el viento, y el grito de guerra que brotaba de sus labios, Relámpago Amarillo ...
—i Viento Sollozante!
La voz de mi tío me trajo de vuelta a la realidad y comencé a quitar la mesa.

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—He dicho que no nos ha servido para nada y que Do deberíamos de haber regresado aquí.
Hizo una pausa y dijo: —Yo estoy dispuesto a marcharme ¿y tú?
¿Marcharme? ¿Y no volver a ver nunca más a Relámpago Amarillo?
Pedernal se echó en su taza el último café y se aclaró la garganta.
—Se va a casar. Ha escogido a una pura sangre, como dijo que haría.
Se me cayeron al suelo los platos que tenía en mis manos y se rompieron en mil pedazos, pero mi corazón se había roto todavía en más pedazos que los platos rotos.
—Pienso que aquí no queda nada para nosotros y que es mejor que regresemos a donde estábamos —me dijo.
—¿Cuándo? —le pregunté débilmente y comencé a recoger los pedazos rotos.
—Cuanto antes mejor —me contestó.
—¿Esta noche? —le dije mirándole.
Me miró y me dijo: —¿Por qué no? Empaqueta tu caja.
Se me olvidaron los platos rotos y corrí a mi habitación. Una hora después todas nuestras pertenencias estaban en la parte de atrás de la camioneta y Pedernal ponía el motor en marcha.
Antes de irme a la camioneta eché un último vistazo a mi alrededor. La luna aparecía por encima de las copas de los árboles y en ella vi el rostro de Relámpago Amarillo. —Adiós —le dije en un susurro y cerré la puerta de la vieja casa. Sabía que nunca más en toda mi vida volvería a la reserva.
Fuimos callados, cada uno de nosotros pensando persistentemente en nuestros sueños truncados. Mi tío no había logrado encontrar la libertad que buscaba y yo no había conseguido obtener el amor del joven indio. Fuimos conduciendo de noche y a la mañana siguiente temprano me dejó a la puerta de la casa de los McPhersons con mi caja de ropa.
Toqué el timbre, y Audrey contestó.

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—¡Has regresado a casa! —exclamó y me llevó hacia el interior de la casa.
—No tengo dinero, ni dónde quedarme, ni trabajo —le dije.
—Puedes quedarte aquí con nosotros todo el tiempo que desees —me dijo, como yo sabía que lo haría, llevando mi caja a la habitación que les sobraba.
—Querida, pareces muy cansada. ¿Te gustaría acostarte un rato?
—Hemos viajado durante toda la noche para poder llegar aquí —le dije.
—¿Por qué tenían tantísima prisa? —me preguntó abriendo las sábanas en la cama.
—Estábamos huyendo —le contesté y me acosté. —¿De qué?
—De un sueño truncado —le dije y me quedé dormida antes de que bajase la persiana.
CAPITULO CINCO
Audrey y el Rdo. McPherson no eran la clase de personas que suelen decir: "Ya te lo advertimos" a pesar de que tenían pleno derecho a hacerlo. No me hicieron ninguna pregunta y yo estaba todavía demasiado dolorida como para hablarles acerca de Relámpago Amarillo, pero yo tenía la impresión de que ellos ya estaban enterados.

Me quedé con ellos una semana y después encontré un trabajo como camarera en una cafetería. Me ayudaron a encontrar un departamento, y me dejaron dinero para pagar el alquiler hasta que me pagasen.
Yo me encontraba exactamente donde había empezado, solamente que ahora sabía lo sola que me encontraba y el viento de la noche me hacía soñar con Relámpago Amarillo.
Pedernal estaba saliendo de nuevo con Rosa Otoñal y había comenzado a asistir con ella a la iglesia. Yo estaba segura de que pronto le entregaría su vida a Dios y se casaría con ella. Ahora las cosas le iban a  ir bien.
Mi propia vida era decepcionante. Yo había creído que las cosas me iban a ir a la perfección al hacerme cristiana, pensando que nada me saldría mal y que tendría un poder especial que evitaría que sufriese o   me sintiese deprimida o solitaria. Había contado con tener un escudo mágico a mi alrededor que me protegiese del mundo. Había albergado la esperanza de que fuesen contestadas afirmativamente todas mis oraciones, ser perfecta y no cometer jamás errores. Hasta había tenido la esperanza de que un millonario llegase hasta mí en un Cadillac blanco, se cUsase conmigo y que fuésemos felices para siempre.

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Pero no sucedió de, esa manera; no apareció nunca el millonario, seguía cometiendo equivocaciones y las cosas todavía me salían mal. Dios no contestaba afirmativamente a todas mis oraciones y con frecuencia me sentía deprimida y sola. Por algún motivo las cosas no me iban como yo las había planeado.
Comencé a dudar de mi decisión. A lo mejor yo estaba haciendo algo que estaba mal y quizás no era ni siquiera salva. Tal vez no era lo suficientemente buena como para merecer las bendiciones de Dios y quizás él no me hubiese perdonado mis pecados. Algunas veces me sentía tan terriblemente deprimida que tenía la sensación de que me encontraba dentro de un féretro negro. Me sentía culpable por estar deprimida, pues se supone que losicristianos no deben de sentirse abatidos ¿no es cierto? ¿Y acaso no estaba yo mejor que muchas otras personas? Estaba sana, tenía unos pocos amigos y toda una vida ante mí, así que tenía muchos motivos para sentirme feliz. ¿Por qué, pues, me sentía tan desgraciada? Mis momentos de euforia eran más pronunciados y mis momentos de abatimiento también, viviendo en las cimas de las montañas y después en los valles, sin que mediase ningún tiempo entre ambos. Recordaba un antiguo cántico folklórico que decía algo así: "De ahora en adelante ya no son más altas las montañas, pero los valles se hacen más y más profundos." ¿Era eso cierto? ¿No había ya más montañas altas a las que ascender? ¿Se harían los valles más y más profundos?
Mi mente seguía unos derroteros peligrosos. Comencé a razonar para mí misma que la vida tenía muy poco que ofrecer y la muerte ofrecía el cielo y ¿acaso no sería mejor ir al cielo que tener que estar luchando en esta tierra? Después de todo yo era cristiana, tenía conocimiento del cielo y, sin duda, Dios no se pondría furioso conmigo si yo me iba al hogar antes que me llamase. Una vez más empecé a pensar en el suicidio, pero me sentía demasiado avergonzada como para compartir mis temores con ninguna persona; antes había sido diferente porque yo no había sido
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cristiana, pero ahora no tenía excusa para pensar así, porque sabía que no estaba bien. Comencé a perder mi contacto con la realidad y me pasé las horas soñando despierta, hasta que el mundo de mi mente cobró más importancia que el mundo real que me rodeaba. Vivía inmersa en mis sueños, pudiendo, de ese modo, hacer del mundo lo que yo quería.
Asistía a la iglesia cada vez que abría sus puertas, leía la Biblia y oraba, pero me sentía separada de Dios y en mi vida había un gran vacío.
Sabía que estaba sintiendo lástima de mi misma y decidí que si podía hacer algo por los demás me olvidaría de mí misma. Conseguí un trabajo en un hogar de ancianos, segura de poder encontrar la felicidad y la satisfacción sirviendo a otros. Comencé con grandes planes y un corazón lleno de esperanza, yendo a trabajar muy temprano y quedándome hasta muy tarde, pero en lugar de sentirme mejor me sentí peor porque lo irremediable de algunos de los pacientes comenzó a afectar mi propia vida y sabía que ni les estaba ayudando a ellos ni a mí, así que al cabo de dos semanas dejé el trabajo.
Obtuve otro trabajo en una tienda de dulces, pero me echaron a los dos días porque me comía más dulces de los que vendía. Trabajé durante una semana en una tienda de objetos de regalo, pero también me echaron por decirle a una elienta dónde podía comprar los mismos platos por mitad de precio. Durante los próximos meses cambié de trabajo prácticamente cada semana y me trasladé dos veces. Estaba buscando la felicidad en el lugar equivocado, pensando que la felicidad era algo que se podía encontrar en un lugar o en un trabajo o en otra persona, no sabiendo que la felicidad dependía enteramente de mi relación con Dios. El había pasado, por algún motivo, a ocupar un segundo lugar en mi vida y yo estaba caminando en círculos y preguntándome lo que estaba haciendo mal.
Era medianoche y alguien estaba golpeando a mi puerta desesperadamente, así' que me levanté y me 50    MI CORAZÓN INQUIETOpuse la bata. Tenía que ser uno de mis tíos, porque ninguna otra persona en el mundo podía hacer tanto escándalo.
Abrí la puerta de par en par y Pedernal y mi tío Kansas entraron tambaleándose.
Kansas era un año más joven que Pedernal. Su nombre era Kansas Kid, pero le llamábamos sencillamente Kansas. Era.,qpuesto y salvaje y pensaba que ninguna ley había sido hecha para él.
—¡ Kansas, me alegra de que hayas venido! —le dije abrazándole.
—¿A pesar de que sea media noche? —me preguntó riendo.
—¡Especialmente a media noche! —y era cierto, porque ya yo no podía dormir bien. Cuando me metía en la cama me encontraba con que los recuerdos hacían el sueño imposible.
—¿Dónde has estado durante el último año? —le pregunté.
—¡En todas partes! —dijo riendo. Wyoming, Montana, Arizona, México. He estado conduciendo camiones, domando caballos, poniendo trampas y realizando cincuenta trabajos diferentes en cincuenta ciudades distintas.
—¿Qué te trae de regreso aquí? —le pregunté.
—Quería ver qué había sido de mis familiares pobres y Pedernal y tú son los familiares más pobres que conozco.
Dijo estas palabras tirándome del pelo. —¿Tienes algo que comer?
—Puedo freír rápidamente un poco de jamón y unos huevos —le dije mientras me dirigía a la cocina.
—¡No! ¡Huevos y filete de búfalo! Los indios no comemos otra cosa que no sea filete de búfalo —dijo, golpeando con sus pies, calzados de mocasines, contra el suelo y blandiendo su puño cerrado.
—Hace años que no he comido carne de búfalo —le dije, recordando el festín que había sido.
—¿Qué me dices? ¿Viento Sollozante no come ya la carne de sus antepasados? —preguntó Kansas.
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Pedernal se unió a él diciendo: —¡Es una vergüenza!
Salgamos a matar un búfalo para Viento Sollozante. Y Pedernal y Kansas desaparecieron de mi vista. Han estado bebiendo, pensé para mis adentros.
Al cabo de un ratito Pedernal llegó y me entregó tres filetes frescos.
—¿Qué es esto? —le pregunté.
—Búfalo —me contestó.

—No, no lo es —argumenté.
Eso era lo que él había estado esperando.
—Oye, Kansas, tu sobrina no cree que esto sea carne de búfalo. ¡Demuéstraselo!
Kansas entró llevando una enorme cabeza de búfalo recién matado.
—¡Un búfalo, es un búfalo auténtico! ¿Dónde lo han conseguido? —exclamé.
—No preguntes —dijo Pedernal. —No preguntes jamás de dónde procede la comida; limítate a comértela y estate contenta por tenerla.
Kansas colocó la cabeza del búfalo en la bañera.
—¡Buena medicina! —dijo y acarició uno de los cuernos. Me llevó a la cocina y me dijo: —Los indios tienen necesidad del búfalo para vivir, si no quedaran más búfalos, ne habría más indios. El Gran Espíritu nos dio al búfalo, por lo tanto nos pertenece y tenemos derecho a matarlo y comerlo.
Freí los filetes de búfalo y unos pocos huevos e hice un jarro de café.
—Kansas, ni siquiera tú puedes cazar un búfalo en la ciudad —le dije.
—Encontré un pedazo de cuerda y la metí en mi camioneta. El búfalo estaba al otro lado de la cuerda —dijo riendo.
—¿Dónde encontraste la cuerda?
—En el zoológico de la ciudad —me dijo cortando un pedazo de carne.

—¡Eso es imposible! No puedes robar un búfalo del zoológico —dije protestando.    -
—Un guerrero kickapu puede hacer lo que le dé la gana —me replicó.
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Serví el café y oré en silencio diciendo: "Señor perdónanos por comernos este búfalo robado."
Cuando decidieron marcharse ya había amanecido.
—¡Esperen, se olvidan de llevarse la cabeza del búfalo! —les grité.
—No seas tonta, Viento Sollozante. ¿Qué iba yo a hacer con una cabeza de búfalo? Quédatela, es buena medicina —me dijo Kansas.
_¡Kansas, no puedo guardarla en mi departamento! Empezará a echar peste.
Se detuvo y entró de nuevo. —Te estás volviendo una remilgada. ¿Cuántas muchachas conoces que tengan una cabeza de búfalo? —me reprochó.
—¡Kansas! —le supliqué.
—Necesitamos un lugar seguro para guardarla hasta que se haya secado —dijo, yendo a buscar la cabeza del búfalo. —Empaqueta un poco de comida y vámonos.
—No puedo ir con ustedes, dentro de una hora tengo que estar en el trabajo —les dije.
—¿No vas a pasar ni siquiera un día con tu tío? ¡ Encima de que hace todo un año que no me ves! ¡Y encima de que te he traído este regalo tan magnifico! —dijo agarrando la cabeza.
¡Voy a perder mi empleo! Este año he tenido ya una docena de empleos —le expliqué.
Yo he tenido cincuenta trabajos este año y ¿eso qué importa? ¿Acaso prefieres atender las mesas que estar en los grandes espacios abiertos buscando un escondite para el Hermano Búfalo? —me dijo suspirando. —Has herido el corazón de tu tío.
—Está bien, iré. Corrí a la cocina y empecé a guardar comida en una bolsa.
—No traigas carne —me gritó Kansas. —Tenemos doscientos veintisiete kilos de carne en la parte de atrás de la camioneta. Trae solamente un poco de pan, un poco de salsa de tomate y algunas bebidas.
Mientras íbamos por la carretera cantando canciones, reímos y nos dijimos mentiras unos a otros. Al día siguiente tendría que empezar a buscar otro empleo             ,MI CORAZÓN INQUIETO    53
pero hoy era como los antiguos tiempos. Nos divertiríamos y seríamos una vez más indios.
Fuimos a ciento treinta kilómetros de la ciudad, a unas llanuras arenosas donde la hacienda más cercana quedaba a treinta y nueve kilómetros de distancia. Allí encontramos una pequeña cueva y escondimos en ella la cabeza y la piel del Hermano Búfalo y colocamos unas rocas a la entrada de la cueva.
Kansas colocó en su sitio la última roca y dijo con amargura: —Hubo un tiempo en que hubo miles de búfalos en estas planicies, pero ahora tenemos que arriesgar nuestras vidas para robarle uno al gobierno.
Los tres nos sentimos invadidos por la tristeza porque echábamos de menos nuestro glorioso pasado. Eramos tres indios que habíamos nacido con trescientos años de retraso y no podíamos hacer nada para remediarlo. No pertenecíamos al siglo veinte como tampoco pertenecía nuestro amigo el Búfalo y llegaría el día en que también los indios estarían extinguidos. A lo mejor el gobierno pondría al último indio en un zoológico.
Nuestra comida se compuso de pan y de búfalo cocinado sobre un fuego abierto.
Pedernal sacó de la camioneta un par de escopetas y él y Kansas se dedicaron a practicar el tiro al blanco mientras yo me tumbaba sobre la arena cálida e intentaba dormir un rato para recuperar el sueño de la noche anterior.
—¡ Viento Sollozante, ayúdame, estoy herido! —dijo Kansas tambaleándose y agarrando su hombro izquierdo, cayendo finalmente junto a la hoguera.
Me senté, parpadeando mis ojos cargados de sueño, y vi que algo de color rojo corría entre sus dedos y le caía por la camisa.
Yo agarré mi chaqueta y se la puse sobre el hombro.
—¡Pedernal, ¿cómo has podido? ¡Es tu hermano! —le dije a Pedernal, que se encontraba cerca.
—Déjame ver dónde estás herido —le dije a Kansas mientras limpiaba con cuidada la sangre de su hombro. No puedo encontrar el agujero que te ha hecho                      54    MI CORAZÓN INQUIETO
la bala. Le abrí la camisa y me encontré con un hombro perfectamente sano.
Kansas y Pedernal empezaron a reírse como histéricos. —¡ Cómo te hemos engafiado! Era salsa de tomate —dijeron golpeándose mutuamente en la espalda y gritando como coyotes. —¡ Viento Sollozante, todo te lo crees! ¿Es que no eres capaz de ver la diferencia entre la sangre y la salsa de tomate?
Cuando nos subimos a la camioneta para regresar a la ciudad se estaban riendo todavía. —Nunca más en mi vida volveré a creer ni una sola palabra de lo que me digan —dije amenazándoles con el puño. —Eso es lo que recibo por preocuparme de ustedes, animales salvajes. ¡Pero me han engañado por última vez!
Kansas se fue a vivir con Pedernal durante un tiempo. Afortunadamente a mí no me despidieron y cuando regresé de despedir al Hermano Búfalo todavía tenía mi empleo.
Un par de semanas después me encontré a Pedernal esperándome fuera de mi departamento. —le han disparado a Kansas —me dijo.
—¡ Sí, claro! —le contesté burlonamente. —¿No crees que no debes derrochar tanta salsa de tomate?
No, lo digo en serio, no es mentira. Le han disparado de verdad y está mal herido. He venido para llevarte al hospital a verle.
—Pedernal, si se trata de otra de tus estúpidas bromas ...
—Esta vez no —me dijo con la voz tensa y le creí.
El trayecto hasta el hospital me pareció muy largo y Pedernal me contó la historia por el camino. —Le dijo a la policía que había sido un accidente, les dijo qne había estado practicando el tiro al blanco y que había tropezado con su escopeta y que la había perdido. Dijo que regresó a la ciudad en la camioneta y que intentó que alguien le ayudase, pero la gente se creyó que estaba borracho y no le hicieron el menor caso. No fue hasta que se cayó de la camioneta y perdió el conocimiento que alguien vio que estaba sangrando y llamó a la policía.
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—¿Está bien? —le pregunté muy angustiada.
—Le han pegado un tiro en el estómago. Está mal herido, pero vivirá —dijo haciendo una pausa. —El .. bueno, no importa.
—Pedernal ¿qué sucede?
—Bueno, que te he contado la historia que él quiere que crea la gente, así que no repitas jamás lo que te voy a decir ahora.
—No lo haré.
—Kansas estaba saliendo con una muchacha y a su familia no le gustaba porque ya habían escogido para ella a un muchacho que les agradaba para que se casase con ella. Los hermanos de ella le advirtieron a Kansas que se alejase de ella, pero ya le conoces. Uno de los hermanos le hizo un disparo, se asustó y se trajo a Kansas hasta la ciudad y le dejó tirado en la acera. Es un milagro que no se desangrase antes de que le llevasen al hospital.
—¿Por qué no le dijo la verdad a la policía para que pudiesen arrestar al hombre que lo hirió.
—Lo que está haciendo es proteger a la muchacha, no a su hermano. No quiere que ella se vea implicada en el asunto porque ella ni siquiera se ha enterado de lo que ha sucedido —dijo Pedernal sonriendo. —Kansas ha dicho que está seguro de estar curado de los sentimientos románticos que sentía hacia ella. Entonces volvió a advertirme diciendo: —¡ Recuerda que ha sido un accidente!
—Lo comprendo —le dije.
A Kansas le dio una peritonitis y estuvo muy grave, entre la vida y la muerte y yo me temía que la gangrena acabase con él de la misma manera que había sido la causa de la muerte de mi abuela.
Pedernal y yo le visitábamos todos los días y yo le pedía a Dios constantemente que le conservase la vida y por fin comenzó a mejorar y yo alabé a Dios por permitirle vivir.
Cuando a Kansas le dieron de alta en el hospital debía de quedarse aún dos semanas más en la cama y era preciso cambiarle los vendajes todos los días. No había nadie más que pudiese cuidarle, así que se 56    MI CORAZÓN INQUIETO
trasladó a mi casa, durmiendo en mi cama y yo en el sofá.
Se pasaba una gran parte del tiempo durmiendo y leyendo novelas del oeste. La verdad es que no era un problema, a excepción de cuando llegaba el momento de cambiarle los vendajes. Yo tragaba saliva y aguantaba el aliento, haciendo lo posible por no ver la costra grande y sangrienta con un enorme cardenal negro y morado alrededor de ella. Cada día me resultaba más fácil cambiarle el vendaje y por fin llegó el momento en que no me afectó.
Un día tiró el libro al pie de la cama y fue a parar al suelo.
¿Tienes más libros del oeste? —me preguntó.
—¿No quieres leer algo diferente? ¿No estás cansado de leer sobre personas a las que les han pegado un tiro? —le pregunté.
Comenzó a reírse, pero se detuvo y se puso la mano sobre la herida. —Ya sabes que antiguamente muchos cowboys eran heridos por un tiro media docena de veces en su vida y morían habiendo llegado a una edad muy avanzada.
—Bueno, pues a ti te quedan cinco tiros más, así que buena suerte.
Coloqué algunos libros sobre la cama, dos de ellos del oeste y dos libros cristianos.
Kansas cogió los dos libros cristianos y dijo: —Estos los puedes volver a poner en su sitio.
—Deberías de leerlos, son buenos.
—Te he dicho una docena de veces que no me interesa la religión. Me gustaría que dejases de echarme sermones, ¡estoy cansado de oírlos! —dijo de mal humor.
—Nunca tendré otra oportunidad de hacerte estarte quieto y escucharme.
—Mira, estoy de acuerdo contigo, ya sé que las antiguas costumbres han muerto, sé que los dioses indios son falsos, pero tampoco creo en tu Dios. No creo que exista un dios de ninguna clase, de lo contrario este mundo no sería un lugar tan corrompido. No creo en nada porque no hay nada en qué creer.
MI CORAZÓN INQUIETO
Mientras esté aquí pienso pasarla bien y luego me moriré y ése será el final del asunto.
Apunté en dirección a su herida y le pregunté: —¿A eso le llamas pasarlo bien?
Agarró un libro y se puso a leerlo. No volví a mencionarle la religión y una semana después se marchó. Nunca más volví a verle.
Algunas veces oía hablar acerca de sus correrías a Pedernal. Kansas fue arrestado por haber intentado robarle un tambor a una banda, siendo atrapado cuando huía en un taxi, pues se le enganchó el tambor en la puerta del taxi. Se pasó tres días en la cárcel por escándalo y por borracho. Fue arrestado por intentar robar un búfalo en un parque de animales y encima de eso seguía manteniendo que los indios tenían derecho a cazar búfalos siempre que el sol brillase y siempre que la hierba creciese y que estaba escrito en los tratados. Le pusieron una multa de cincuenta dólares y lo dejaron en libertad. Se casó varias veces y destrozó media docena de coches. La suya era una carrera que le conducía a la muerte y a la destrucción como si su ropa ardiese y nada pudiese detenerle.
Entonces nos enteramos de que Kansas había recibido un tiro y que había muerto en una pelea en un bar de Wyoming. Cuando yo oí la noticia me acordé de lo mucho que le habían gustado las novelas del oeste y como había dicho que algunos de los antiguos vaqueros habían recibido media docena de heridas de bala durante su vida. Yo me preguntaba si le habían matado realmente en una pelea o si él había planeado suicidarse y había empezado él la pelea. De ser eso cierto no podría haber planeado un final que más encajase con el argumento de algunas de sus novelas del oeste.
Le habían matado en una lucha con pistolas en una cantina en Wyoming.
Yo echaba de menos a Kansas, echaba de menos su alocamiento y la manera tan temeraria como vivía.


 

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