miércoles, 5 de octubre de 2022

VIENTO SOLLOZANTE - 1 LIBRO- Pags. 98-101

VIENTO SOLLOZANTE

  1 LIBRO- Pags. 98-101

Esta
vida es corta y está llena de problemas, de quebrantos y dolores. Si la otra vida fuera como ésta, nadie querría vivir para siempre. Pero la otra vida será hermosa para el que es creyente. Habrá amor y paz, y no habrá lágrimas ni muerte. Viviremos en un lugar hermoso que Dios ha pre­parado especialmente para nosotros. ¡No encuentro pa­labras para describir el gozo que siento en el corazón cuando pienso en lo que nos espera! – Le brillaban los ojos.

– ¿Cómo lo sabe?

– Lo dice la Biblia – dijo, poniendo la mano sobre su Biblia raída y desgastada.

La Biblia no significa nada para mí. No es más que un libro.

Se acomodó en su silla. – Sí, me doy cuenta de tu problema. Yo siempre doy por supuesto que la gente acepta la Biblia como la divina palabra de Dios. Y me olvido de que hay muchas personas que ni siquiera han visto la Biblia. – Me miró ¿Tienes una Biblia?

– No. – Moví la cabeza No tengo ningún motivo para tener una Biblia. ¿Tiene usted un tambor de guerra?

Se río, y también lo hice yo por primera vez esa semana.

– No, no tengo un tambor de guerra, pero sí tengo una Biblia que te puedo dar. De esta forma me llevarás un punto de ventaja.

Antes que yo pudiera inventar una razón para que no me diera una, se había acercado a un estante de su biblio­teca y había sacado una Biblia. Le puso mi nombre.

– Aquí tienes, ahora este libro pertenece a Viento So­llozante. Me lo entregó.

No tendría que haberle puesto mi nombre. Alguna otra persona podría quererla.

– Tengo otras Biblias para darles a otros. Esta es espe­cial; es para ti sola.

Estiré lá mano y la acepté. En el momento en que mis dedos se plegaron alrededor de esas tapas duras y negras, Viento Sollozante           99

tuve la sensación de que había dado un paso, que había aceptado una especie de compromiso tácito. No sabía con qué o con quién, pero sabía que al aceptar la Biblia, las cosas no iban a ser como antes. Ya era demasiado tarde para devolvérsela; ya tenía el nombre escrito adentro. Que me gustara o no, esa Biblia me pertenecía.

– ¿Pero qué me dice del curandero? Ellos tienen poder para hacer cosas – le dije.

Sí, estoy seguro que sí. Yo creo que el diablo les da poder a fin de que puedan engañar a la gente y hacerles creer cosas equivocadas.

-- Pero si los cristianos tienen poder, y el diablo les da poder a otros, ¿cómo sabe quién tiene razón?

– Porque el poder que viene de Dios siempre lleva al bien, y el poder que procede del diablo siempre conduce a la destrucción. *

Hablamos alrededor de una hora más. La mente me daba vueltas, me parecía a mí, con tantas palabras e ideas que me resultaban nuevas y extrañas. Algún tipo de mis­terio se estaba develando, pero yo no lo podía entender todavía.

Se estaba haciendo tarde, de modo que le agradecí por el tiempo que me había dispensado y por el libro que me había dado.

– No te desalientes si te sientes un poco perdida con todo lo que hemos hablado esta noche. Los hombres más sabios del mundo están confundidos en cuanto a la muerte y en cuanto a la otra vida. Probablemente sea el tema más profundo sobre el que se pueda hablar o pensar. Lleva tiempo comprenderlo, pero uno de estos días todo se te hará claro, y entenderás todo. – Hizo un movimiento con la cabeza –. Lo que tienes que recordar es que hay una respuesta a cada pregunta, y que podemos saber con seguridad lo que hay más allá de la tumba.

No le contesté nada mientras abrí la puerta.

No dejes pasar mucho tiempo sin volver me dijo.

No creo que vuelva. No creo lo que me ha dicho — le contesté.

Esperaba que manifestara enojo, pero en cambio me pareció que se ponía triste.

— Si cambias de parecer siempre me encontrarás aquí —dijo suavemente.

Le di las espaldas y me alejé. Me lamentaba de que me hubiese dado el libro, ese libro que decía Santa Biblia en la tapa en letras doradas.

Cuando iba caminando a casa en la oscuridad, me iba diciendo: ¡Qué estúpida! ¡Qué estupidez haber acudido a la iglesia esta noche! Me sentía deprimida de nuevo, y me asaltó una increíble soledad. ¿Y tenía razón? ¿Y si había otra vida después de la muerte?

Cuando llegué a casa, metí la Biblia en un cajón. Al día siguiente la tiraría. Lo único que me molestaba era que le había puesto mi nombre.

Sentí como si tuviese un fuego ardiente justo debajo de la piel. Quería romper todo, gritar, llorar. Quería matar a mis enemigos y levantar el cuero cabelludo de mis víctimas en mis manos y gritar a los vientos que les había hecho frente a mis enemigos y que los había matado y que yo era la vencedora. ¡Oh, si sólo hubiese podido vivir cien años atrás! La vida hubiera sido simple. Si una odiaba a alguno, lo mataba. A una no se la castigaba; una recibía alabanzas por haber vencido a su enemigo. La vida tenía más sentido en esa época, pensé. ¿Quién era mi enemigo? Todos, pensé sombríamente, y arrojé una almohada al otro ex­tremo del cuarto.

Toda la semana siguiente me sentí como en guerra. No le hablaba a nadie a menos que tuviera que hacerlo. En el trabajo procuré pasar desapercibida todo lo más posible. Comía el almuerzo sola en la parte posterior del polvo­riento depósito, en lugar de juntarme con los demás en el comedor. Yendo y viniendo por la tienda, mantenía los ojos en el suelo y me rehusaba a mirar hacia el cielo o a  árboles. No quería ver nada de lo que tenía a mi alrededor. Estaba enojada, pero no sabía muy bien por qué.

El viernes por la tarde, cuando salía del trabajo, vi que Pedernal me estaba esperando afuera. Estaba apoyado en el costado del edificio y no me vio hasta que estuve a su lado.

Nunca me sentí más contenta de encontrarme con al­guien en mi vida.

– ¿Esperando a alguien? – le pregunté. Sentía como que la depresión y el enojo de la semana transcurrida se me iban, como cuando una se quita una frazada de en­cima.

– Sí – dijo despreocupadamente y se enderezó –. Busco a una fea y esquelética india kickapu. ¿No has visto a alguna por aquí?

– No, pero si veo alguna te avisaré. – Me eché a reír Me alegro de verte.

– No tenía otra cosa que hacer – dijo y comenzó a caminar.

Me acomodé a su paso. – ¿Qué novedades?

– Oí que iba a haber una sesión de canto hacía el oeste del pueblo esta noche. Pensé que tal vez quisieras ir con­migo, si no tienes otros planes.

Traté de contener la emoción. – Me parece interesante. No tengo planes. – Nunca tenía planes. Estaba segura de que Pedernal lo sabía y que estaba tratando de hacerme sentir bien.

– Yo te compraré un poco de cena, y luego nos larga­mos en esa dirección. Me han dicho que va a ser algo grande. Es para los de la sangre únicamente – dijo, mien­tras subía a su camioneta.

Por "los de la sangre" quería decir únicamente para pieles rojas, y que no podían concurrir personas que no fueran "de la sangre", es decir, blancos. Me alegró que no dijera nada sobre los de sangre mezclada, que es lo que era

 

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