domingo, 16 de octubre de 2022

II LIBRO MI CORAZON INQUIETO (Parte 8)

II LIBRO MI CORAZON INQUIETO (Parte 8)

 Regresamos al coche por un camino diferente y yo me mantuve todo lo alejada que me fue posible del hombre de Alaska y solamente cuando nos estábamos metiendo en el coche me dio alcance.
—¿Tienes novio? —me preguntó.
Yo negué con la cabeza.
—¿Puedo verte de nuevo? —me preguntó.
Miré a mi alrededor y vi que todo el mundo nos estaba mirando y podía sentir cómo me ponía colorada.
—¿Dónde vives? —me preguntó.
Dan puso el coche en marcha.
Daisy no pudo aguantar la incertidumbre y dijo: —Ya que eres nuevo aquí ¿por qué no vienes el domingo a la iglesia? Nos alegraría mucho verte allí. Es la pequeña iglesia de ladrillo que está en la Calle Treinta —entonces añadió: —Viento Sollozante no se pierde un solo culto —y empezó a reírse con ganas.
El muchacho de Alaska le sonrió a Daisy y le dijo:

 —Gracias, los veré el domingo.
De vez en cuando las muchachas se pegaban codazos, se reían y decían que Dan no había pescado nada, pero que parecía que Viento Sollozante había atrapado a un hombre, así que me alegré cuando me dejaron a la puerta de mi departamento.
Más tarde, cuando me encontré a solas, coloqué la flor cuidadosamente entre dos páginas de un libro y habría de recordar el día en que un extraño le había llamado bonita a la Doblemente Fea.
El domingo por la mañana, cuando me dirigía a la iglesia, me preguntaba si se presentaría Ojos Grises, deseando que no lo hiciese. Me hacía sentirme
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incómoda. Al entrar en la iglesia no le vi, así que me sentí aliviada. Bueno, ya no tenía que preocuparme porque no le volvería a ver más.
Apenas me había sentado cuando alguien se sentó a mi lado y al levantar la vista me encontré mirando al joven de Alaska. Cuando cogí el himnario me temblaban las manos y le miraba de vez en cuando rápidamente de reojo. Su rostro era duro y de aspecto tosco y tenía la mandíbula cuadrada y firme. Tan sólo cuando sonreía sus ojos grises tenían un brillo que expresaban su calor. Era un hombre alto, de hombros anchos y tenía las manos fuertes, cubiertas de cicatrices y de callos producidos por años de duro trabajo.
Por primera vez desde que había empezado a asistir a esa iglesia no oí el sermón porque mis pensamientos se encontraban sobre el extraño que tenía junto a mí.
Tan pronto como pronunciaron el último amén nos pusimos en pie para marcharnos y varias personas se acercaron para saludar "al hombre que estaba sentado al lado de Viento Sollozante". Mientras estaba ocupado hablando con esas personas yo me escabullí por el otro lado del banco y me quedé junto a Audrey.
—¿Es tu novio? —me preguntó con una sonrisa.
—No le conozco, es un amigo de Daisy —dije, encogiéndome de hombros.
—Es muy raro que no se haya sentado al lado de Daisy —me dijo. —¿Por qué no vienes a comer con nosotros? Si quieres puedes traerte a tu amigo, nos complacería mucho tenerle con nosotros, me dijo, dándome palmadas sobre el brazo y comenzó a dar la mano a algunas personas.
Ojos Grises estaba otra vez a mi lado. —¿Puedo invitarte a comer?
—No, voy a ir a comer con otra persona, pero gracias de todas maneras.
Pareció decepcionado. —¿Puedo verte más tarde hoy?
—No sé cuándo estaré en casa —le dije.
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—Eso no importa, no me molesta esperar. ¿Dónde vives?
Miré a mi alrededor, esperando encontrar quien pudiese venir al rescate, pero todo el mundo estaba charlando, así que le di mi dirección y me fui apresuradamente a donde Audrey me esperaba.
Durante la comida Audrey y el Rdo. McPherson tuvieron un montón de preguntas respecto al "hombre que siguió a Viento Sollozante a la iglesia".
—No le conozco ni mucho menos —intenté explicarles— es un extraño aquí y dudo mucho de que le vuelva a ver.
—Estoy segura de que le volveremos a ver —dijo Audrey riendo.
Me alegré cuando la conversación cambió a otros temas.
CAPITULO DIEZ
Hacía casi una hora que había llegado a casa y me encontraba pintando una escena de un amanecer cuando llamaron a la puerta. Cuando la abrí me encontré una vez más cara cara con Ojos Grises.
—Hola, he oído decir que un hombre normalmente debe traer flores y dulces cuando va a hacer la corte —dijo sonriendo y me entregó un caramelo y algunas flores casi marchitas. —Quería traerte algo, pero no he podido encontrar una tienda abierta.
—No he oído tu coche —le dije.
—Necesitaba que le hiciesen algunos trabajos, así que lo he dejado en el garaje y he venido caminando desde Red Rocks Park.
—Pero si hay más de seis kilómetros.
—No me ha parecido demasiado lejos. Además, tengo la sensación de haber recorrido dos mil seiscientos kilómetros para encontrarme contigo —me dijo siguiéndome al interior.
Nos pasamos la tarde componiendo un rompecabezas que había empezado más temprano. A mí no se me ocurría nada sobre lo que hablar y cuando él intentaba romper los largos silencios haciéndome alguna pregunta, yo le contestaba que sí o que no y nos quedábamos otra vez callados.
Colocó en su sitio la última pieza del rompecabezas, se puso en pie y se estiró. —Ahora tengo que ir a recoger el coche. ¿Te gustaría salir esta noche?
Me quedé dudando, preguntándome sobre qué podríamos hablar si salíamos juntos. Además yo no tenía ninguna ropa "elegante", ni siquiera un par de zapatos, solamente tenía unos mocasines, que estaban viejos y desgastados.
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—No, supongo que no —le dije.
—Podríamos ir a cualquier sitio que tú quisieras —me dijo.
Yo me quedé mirando al suelo. —No se me ocurre ningún lugar.
—Volveré a buscarte dentro de un par de horas y saldremos a cenar —me dijo y se fue.
Cerré la puerta y me dije a mí misma, yo no he dicho que fuese a salir contigo.
Después de cenar Don me acompañó hasta la puerta y mientras yo buscaba la llave en mi bolso me dijo: —Un día me casaré contigo. No me quedan más que unos días de estar aquí y después tendré que regresar a Alaska, pero volveré a buscarte algún día y me casaré contigo.
Yo dejé caer mi bolso, tirando todo lo que había en él. —Estás bromeando —le dije.
—No.
Volvió a meter rápidamente todas las cosas en mi bolso y me lo dio. —No, no es una broma, creo que estamos hechos el uno para el otro. Creo que nuestro encuentro estaba preparado y el momento en que te vi supe que tú eras la chica para mí.
Me agarró y me dio un beso. —Te amo, Viento Sollozante.
Tan pronto como recuperé el aliento le dije: —No puedo casarme con ninguna persona que no pertenezca a mi iglesia.
—Me uniré a ella.

Tienes que ser cristiano —dije argumentando.
 —Lo soy —me dijo.

—¿Por qué quieres casarte conmigo? —le pregunté.

Porque te amo. No seré nunca rico, tengo que trabajar con mis manos, pero puedo darte una casa, comida y ropa y te cuidaré. No te mentiré nunca y todos los domingos te llevaré a la iglesia.

—Es demasiado rápido, yo no puedo pensar tan ligero —le dije intentando meter la llave en la cerradura, pero temblaba de tal manera que no acertaba.

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—No tengo tiempo para hacer las cosas debidamente, no puedo hacerte la corte, ni traerte regalos. Tendré que hacerte la corte después de casarnos. Mira, ya sé que ahora mismo no sientes gran cosa hacia mí, pero algún día lo sentirás —dijo, esperando que yo hablase.

—Lo pensaré —le dije, entrando en la casa rápidamente y cerrando la puerta.

¡No podía creerlo! ¡Un hombre me había pedido que me casase con él! Y no le importaba que yo fuese una muchacha delgaducha, fea y mestiza.

Esa noche no pude dormir. Como es natural era una tontería el pensar en casarme con un extraño porque no sabía nada de él y además no era la clase de hombre que yo quería. Yo quería haberme casado con Relámpago Amarillo, pero él no me había querido. ¿Qué sucedería si ésta fuese la única oportunidad que tuviese para casarme? ¿Qué pasaría si yo no me casaba con éste, Don Stafford? Me volvía una vieja solterona y tenía que vivir sola toda mi vida. No podía ser demasiado exigente, después de todo ¿quién me creía yo que era? Yo no era hermosa, ni inteligente, ni rica. ¿Qué tenía yo que ofrecer? Cierto que el Rdo. McPherson decía que yo valía más que una estrella, pero yo no podía imaginarme a mí misma diciéndole a ningún hombre que tenía suerte casándose conmigo porque a los ojos de Dios yo valía más que una estrella!

A la mañana siguiente temprano me llamó el Rdo. McPherson para decirme que mi amigo, Don Stafford, había ido a verle y le había solicitado ser miembro de nuestra iglesia y le había dicho que se uniría a ella el domingo. Yo estaba demasiado pasmada como para poder decir algo.

Ese día, más tarde, vino a verme el joven de Alaska, trayéndome un broche de plata, sobre el que había grabado: "Con todo mi amor, Don."

—¿Lo has pensado? —me preguntó.

—Sí.

—¿Y bien?

—No lo sé —le contesté.                      

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—Lo comprendo. Por lo poco que me conoces podrías pensar que soy Barba Azul o Jack el Destripador.
—¿Quién?
—No tiene importancia —dijo.
—Gracias por el broche —le dije poniéndomelo. —He comprado algo más ... por si acaso.
Me dijo esto al tiempo que me entregaba una pequeña caja.
La abrí y me encontré con dos alianzas. ¿Por qué los blancos consideraban el oro bonito? A mí me gustaba mucho más la plata y las turquesas que encontraba más hermosas.
Me sentía cansada. Estaba cansada de trabajar, de estar sola, de tomar decisiones y de preguntarme qué sucedería con mi futuro.
—Si me quieres, me casaré contigo —le dije suspirando. ¿Qué tenía yo que perder?
Me tomó en sus brazos y me levantó y mis pies se quedaron suspendidos a bastante distancia del suelo. Estaba segura de que las costillas se me romperían si me apretaba un poco más y el único pensamiento que pasó como un rayo por mi mente fue: ¿Qué he hecho?
Esa noche me encontré con el Rdo. McPherson en su despacho. —Don me ha pedido que me case con él —le dije.
—¿Qué le respondiste? —me preguntó.
—Le dije que lo haría —le contesté muy avergonzada.
—¿Lo quieres?
El silencio era tan opresivo que podía notarlo. —Estoy cansada, no quiero estar sola más tiempo —le dije casi en un susurro.
Quiero que seas feliz. ¿Crees que serás feliz con Don? —me preguntó.
—No lo sé. Parece ser una persona agradable y no cree que yo sea demasiado fea como para casarse conmigo y no creo que tenga jamás una oportunidad mejor para casarme,

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¿Has orado al respecto y le has pedido a Dios que te muestre cuál es su voluntad para tu vida?
—He orado, pero no he oído ninguna respuesta —admití. Me quedé callada y miré al suelo.
El matrimonio resulta difícil incluso cuando dos personas se aman mutuamente —me dijo el Rdo Me Pherson. —Pero el amor es el que los mantiene unidos en los momentos penosos. Sin amor ... en fin ... —me dijo haciendo un gesto que expresaba lo desesperado de esa situación.
—Pero debe de quererme, de lo contrario no me hubiese pedido que me casase con él. Podría haber escogido una muchacha mejor que yo, pero ha sido a mí a quien ha elegido y es la primera vez que una persona me ha querido. Además, ¿qué tengo que perder? —le dije presentando mi argumento.
El Rdo. McPherson emitió un quejido y cerró sus ojos. —¡Viento Sollozante! ¡Sin tan sólo lo supieses! No puedo decirte la cantidad de personas destrozadas que proceden de hogares desgraciados.
—¡Pero yo me siento sola! —le dije suplicante.

 —Pero podías casarte y seguir sintiéndote sola todavía.
—Mire usted, es posible que se haya exagerado este asunto del amor. Quizás las personas esperen demasiado del amor y por eso se sientan decepcionadas y por eso, a lo mejor no deberíamos de esperar nada en absoluto del matrimonio y entonces no nos sentiríamos decepcionados —razoné.
—¿ Cómo crees que será tu vida con Don —me preguntó.
—No lo sé. Cuidaré de su casa y cocinaré y él proveerá comida y protección, es un buen trato. —¿Y qué me dices de los hijos? —me preguntó claramente.
Yo me puse colorada y le contesté: —No quiero hijos.
¿Qué quiere Don? —me preguntó.
—No lo sé, no hablamos acerca de ello.
¡Viento Sollozante! ¿qué estás haciendo con tu vida? —me preguntó.
MI CORAZÓN INQUIETO
—Hasta aquí mi vida no ha valido gran cosa, quizás mejore. Todo lo que sé es que no quiero estar sola.
—Pero tú no estás sola —me dijo. —Dios te ama, nosotros también, y en la iglesia tienes amigos ... —Ya lo sé, pero cada noche, cuando llego a casa, me encuentro con una habitación vacía, como sola y me paso la velada leyendo un libro. Ya sé que Dios me ama, pero quiero alguien con quien hablar y con quien estar, quiero casarme —le dije.
—Eso es ¿no es cierto? No has dicho "quiero casarme con Don" solamente has dicho "quiero casarme" —dijo suspirando.
—Don me lo ha pedido y nadie más lo ha hecho, así que me casaré con él —dije con obstinación. 

—¿Para el resto de tu vida, hasta que la muerte los separe? —me preguntó y me negué a contestarle.

 —E1 matrimonio no es uno de esos trabajos que puedes abandonar después de una semana si no te gusta —me advirtió.
—No quiero estar sola —le repetí.
Se frotó los ojos como si se sintiese muy cansado. —Veo que estás decidida y no puedo decirte cómo vivir tu vida. Me gustaría que esperases un tiempo, pero si no vas a hacerlo, yo no soy demasiado orgulloso como para efectuar la ceremonia matrimonial —me dijo, tomando mi mano. —¡Que Dios te bendiga, Viento Sollozante, y que él te ayude!
Le escribí a Nube y le dije que me iba a casar y que le escribiría de nuevo cuando supiese dónde iba a vivir.
A continuación se lo dije a Pedernal.
—¿Que vas a hacer qué? —me preguntó.

 —He dicho que me voy a casar.
Se echó a reír y dijo: —¿Hablas en serio?
—Sí, me voy a casar dentro de unos días. Tragué con dificultad y esperé la explosión que sabía era inevitable.
¿Quién es? ¡No estás saliendo con nadie! —dijo riéndose.
—Hace unos días que le conocí —le dije.
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¿Quién es? ¿De dónde es? ¿A qué tribu pertenece? —preguntó Pedernal.
—Se llama Don Stafford y es de Alaska —dije respirando profundamente: —es blanco.
¿Dices que es blanco? ¿Te quieres casar con un hombre blanco? ¿Te has vuelto loca? —me gritó.
—Quiere casarse conmigo y yo he dicho que está bien. Se ha unido a mi iglesia ... —dije y mi voz se perdió en el vacío.
—¡ Ya sabes lo que dicen de estos matrimonios! ¿Le gustará a tu Señor Stafford que le llamen el marido de una indígena? Y a ti te llamarán peores cosas que ésa. ¡No andará bien nunca! —me dijo sin vacilaciones.
—Toda mi vida me han llamado cosas, tú lo sabes. Además, soy una mestiza, así que eso me hace ser medio blanca. Los hombres indios no me quieren. ¿Qué esperas que haga, que aguarde a que aparezca un mestizo?
—Tu propia madre era india y tu padre blanco y su matrimonio no duró ni un mes. ¡Eso debiera demostrarte algo! —me dijo.
—No eran cristianos, pero Don y yo sí que lo somos —le repliqué.
¡ Estás cometiendo una terrible equivocación! —dijo andando de un lado a otro. —¿Por qué lo haces ?
—Pedernal, tú debes co
mprenderlo mejor que nadie. Me siento sola —le dije sencillamente.
Te estás vendiendo! —me gritó.
—i Me voy a casar! —le grité yo también.

¡ Pero no por amor! ¡No te casas por amor! —me gritó otra vez.
—¿Qué sé yo acerca del amor? ¿Quién me ha amado a mí ? —le contesté.
—¡ Te arrepentirás! Dentro de un mes te dejará por una mujer blanca. Te quedarás con un bebé y sin tener a dónde ir y acabarás como tu madre.
Yo no quería discutir más. —Pedernal, por favor ven a mi boda.

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