DIAGRAMA QUE ILUSTRA LA VERDADERA CLAVE DE LA COSMOLOGÍA ANTIGUA Y LA GEOGRAFÍA MÍTICA. Comparar pág. 479. A. El polo norte celeste en el cenit. AB. El eje de los cielos en posición perpendicular. CD. El eje de la Tierra en posición perpendicular. 1111. La morada del Dios supremo, o dioses. 2, 3, 4 Europa, Asia y la parte conocida de África. 555. El río oceánico ecuatorial que rodea la Tierra. 666. La morada de las almas humanas incorpóreas. 7777. La morada de los demonios. C. Ubicación del Edén sumergido. CA. «La fortaleza del Monte de Sión».
PARAÍSO ENCONTRADO
LA CUNA DE LA RAZA HUMANA EN EL POLO NORTE
Estudio del mundo prehistórico
POR WILLIAM F. WARREN, S.T.D., LL. D.
PRESIDENTE DE LA UNIVERSIDAD DE BOSTON, MIEMBRO CORPORATIVO DE LA SOCIEDAD ORIENTAL AMERICANA, AUTOR DE «FUNDMENTOS DE LA LÓGICA», «EINLEITUNG EN LA TEOLOGÍA SISTEMÁTICA», «LA VERDADERA CLAVE DE LA COSMOLOGÍA ANTIGUA Y LA GEOGRAFÍA MÍTICA», ETC.
BOSTON
1885
RESPETUOSAMENTE DEDICADO, — CON AMABLE PERMISO, AL PROFESOR F. MAX MULLER, DE LA UNIVERSIDAD DE OXFORD.
PARAÍSO ENCONTRADO POLO NORTE* WARREN *i-x
Este libro no es obra de un soñador. Tampoco ha surgido de la afición a la paradoja erudita. Tampoco es una fábula ingeniosamente ideada dirigida a tendencias particulares de la ciencia, la filosofía o la religión actuales. Es un intento completamente serio y sincero de presentar lo que, en opinión del autor, es la verdadera y definitiva solución a uno de los mayores y más fascinantes problemas relacionados con la historia de la humanidad. Que esta verdadera solución no se haya encontrado antes no es extraño. La sugerencia de que el Edén primitivo estaba en el Polo Ártico parece, a primera vista, la más increíble de todas las paradojas descabelladas y deliberadas. Y solo en el transcurso de nuestra generación, el progreso de los descubrimientos geológicos ha liberado a la hipótesis de su fatal improbabilidad previa. Además, si consideramos la enorme variedad y amplitud de los campos de los que deben derivarse sus evidencias de verdad, Cuando se recuerda lo recientes que son las ciencias comparativas, en cuyos resultados debe basarse principalmente el argumento; cuando se observa que muchas de las supuestas pruebas más contundentes, tanto en el ámbito físico como en el antropológico, son precisamente las últimas conclusiones, las más modernas de todas las ciencias, es fácil ver que hace una generación la demostración que aquí se intenta no se habría podido dar. Incluso hace cinco años, algunos de nuestros argumentos más interesantes y convincentes aún no se habrían presentado.
El interés que durante tanto tiempo ha rodeado nuestro problema y que ha impulsado tantos intentos por resolverlo nunca ha sido mayor que hoy.
El paso de los siglos ha vuelto anticuadas muchas otras cuestiones, pero no esta. Al contrario, cuanto más avanza el mundo moderno en nuevos conocimientos, más apremiante se hace la necesidad de encontrar una solución válida. Los hombres sienten como nunca antes que, hasta que se determine el punto de partida de la historia humana, el historiador, el arqueólogo y el antropólogo paleontólogo trabajan en la oscuridad. Es evidente que, sin este desiderátum, el etnólogo, el filólogo, el mitógrafo, el teólogo y el sociólogo no pueden construir nada que no sea susceptible de profundas modificaciones, si no de una completa destrucción, en el momento en que se arroje nueva luz sobre la región madre y los movimientos prehistóricos de la raza humana. Toda ciencia antropológica, por lo tanto, y toda ciencia relacionada con la antropología, parece en la actualidad encontrarse en un estado de expectación dubitativa, dispuesta a trabajar un poco tentativamente, pero consciente de su carencia del dato primordial necesario y de su consiguiente falta de una ley estructural válida.
Para quien cree en la Revelación, o incluso en las más antiguas y venerables Tradiciones Étnicas, el volumen que aquí se presenta resultará de un interés excepcional.
Durante muchos años, la opinión pública ha sido instruida en un naturalismo estrecho, que en su cosmovisión deja tan poco espacio para lo extraordinario como para lo sobrenatural.
Década tras década, los representantes de esta enseñanza han estado midiendo los fenómenos naturales de todas las épocas y lugares con la mezquina vara de medir de su propia experiencia local y temporal. Durante tanto tiempo y con tanto éxito han dogmatizado sobre la constancia de las leyes de la Naturaleza y la uniformidad de sus fuerzas, que últimamente se ha requerido un gran coraje para que un hombre inteligente se alzara ante su generación y declarara su fe personal en la existencia temprana de hombres de estatura gigantesca y de una longevidad casi milenaria.
Especialmente el clero, los maestros y escritores cristianos de historia bíblica se han visto avergonzados por la incredulidad popular sobre estos temas, y con frecuencia por la conciencia de que esta incredulidad era, en cierta medida, compartida por ellos mismos.
Para todos ellos, y de hecho para todos los naturalistas de mente más amplia, una nueva filosofía de la historia primigenia —una filosofía que, a pesar de todos los supuestos efectos extraordinarios, proporciona las causas extraordinarias adecuadas— no puede dejar de ser muy bienvenida. La ejecución del plan del libro no es, en absoluto, todo lo que el autor podría desear. A la elaboración de un argumento tan vasto, cuyos materiales deben obtenerse de todos los campos posibles del conocimiento, el erudito más amplio y profundo bien podría dedicar el trabajo incansable de toda una vida. Para el escritor, agobiado por las preocupaciones de una laboriosa oficina ejecutiva, faltaban tanto el tiempo libre como el equipo que de otro modo serían alcanzables para una tarea tan importante. Lo mejor que podía hacer era dedicar una o dos vacaciones de verano a trabajar y compartir el resultado con el mundo. No dudaba de la exactitud de su postura, y también confiaba en la disposición del mundo científico para aceptarla
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