jueves, 2 de noviembre de 2023

MI CORAZÓN INQUIETO 54-59

“MI CORAZÓN INQUIETO “

Por Viento Sollozante

Primer Libro

  54 -59   MI CORAZÓN INQUIETO

Le abrí la camisa y me encontré con un hombro perfectamente sano.
Kansas y Pedernal empezaron a reírse como histéricos. —¡ Cómo te hemos engafiado! Era salsa de tomate —dijeron golpeándose mutuamente en la espalda y gritando como coyotes. —¡ Viento Sollozante, todo te lo crees! ¿Es que no eres capaz de ver la diferencia entre la sangre y la salsa de tomate?
Cuando nos subimos a la camioneta para regresar a la ciudad se estaban riendo todavía. —Nunca más en mi vida volveré a creer ni una sola palabra de lo que me digan —dije amenazándoles con el puño. —Eso es lo que recibo por preocuparme de ustedes, animales salvajes. ¡Pero me han engañado por última vez!
Kansas se fue a vivir con Pedernal durante un tiempo. Afortunadamente a mí no me despidieron y cuando regresé de despedir al Hermano Búfalo todavía tenía mi empleo.
Un par de semanas después me encontré a Pedernal esperándome fuera de mi departamento. —le han disparado a Kansas —me dijo.
—¡ Sí, claro! —le contesté burlonamente. —¿No crees que no debes derrochar tanta salsa de tomate?
No, lo digo en serio, no es mentira. Le han disparado de verdad y está mal herido. He venido para llevarte al hospital a verle.
—Pedernal, si se trata de otra de tus estúpidas bromas ...
—Esta vez no —me dijo con la voz tensa y le creí.
El trayecto hasta el hospital me pareció muy largo y Pedernal me contó la historia por el camino. —Le dijo a la policía que había sido un accidente, les dijo qne había estado practicando el tiro al blanco y que había tropezado con su escopeta y que la había perdido. Dijo que regresó a la ciudad en la camioneta y que intentó que alguien le ayudase, pero la gente se creyó que estaba borracho y no le hicieron el menor caso. No fue hasta que se cayó de la camioneta y perdió el conocimiento que alguien vio que estaba sangrando y llamó a la policía.
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—¿Está bien? —le pregunté muy angustiada.
—Le han pegado un tiro en el estómago. Está mal herido, pero vivirá —dijo haciendo una pausa. —El .. bueno, no importa.
—Pedernal ¿qué sucede?
—Bueno, que te he contado la historia que él quiere que crea la gente, así que no repitas jamás lo que te voy a decir ahora.
—No lo haré.
—Kansas estaba saliendo con una muchacha y a su familia no le gustaba porque ya habían escogido para ella a un muchacho que les agradaba para que se casase con ella. Los hermanos de ella le advirtieron a Kansas que se alejase de ella, pero ya le conoces. Uno de los hermanos le hizo un disparo, se asustó y se trajo a Kansas hasta la ciudad y le dejó tirado en la acera. Es un milagro que no se desangrase antes de que le llevasen al hospital.
—¿Por qué no le dijo la verdad a la policía para que pudiesen arrestar al hombre que lo hirió.
—Lo que está haciendo es proteger a la muchacha, no a su hermano. No quiere que ella se vea implicada en el asunto porque ella ni siquiera se ha enterado de lo que ha sucedido —dijo Pedernal sonriendo. —Kansas ha dicho que está seguro de estar curado de los sentimientos románticos que sentía hacia ella. Entonces volvió a advertirme diciendo: —¡ Recuerda que ha sido un accidente!
—Lo comprendo —le dije.
A Kansas le dio una peritonitis y estuvo muy grave, entre la vida y la muerte y yo me temía que la gangrena acabase con él de la misma manera que había sido la causa de la muerte de mi abuela.
Pedernal y yo le visitábamos todos los días y yo le pedía a Dios constantemente que le conservase la vida y por fin comenzó a mejorar y yo alabé a Dios por permitirle vivir.
Cuando a Kansas le dieron de alta en el hospital debía de quedarse aún dos semanas más en la cama y era preciso cambiarle los vendajes todos los días. No había nadie más que pudiese cuidarle, así que se 56    MI CORAZÓN INQUIETO
trasladó a mi casa, durmiendo en mi cama y yo en el sofá.
Se pasaba una gran parte del tiempo durmiendo y leyendo novelas del oeste. La verdad es que no era un problema, a excepción de cuando llegaba el momento de cambiarle los vendajes. Yo tragaba saliva y aguantaba el aliento, haciendo lo posible por no ver la costra grande y sangrienta con un enorme cardenal negro y morado alrededor de ella. Cada día me resultaba más fácil cambiarle el vendaje y por fin llegó el momento en que no me afectó.
Un día tiró el libro al pie de la cama y fue a parar al suelo.
¿Tienes más libros del oeste? —me preguntó.
—¿No quieres leer algo diferente? ¿No estás cansado de leer sobre personas a las que les han pegado un tiro? —le pregunté.
Comenzó a reírse, pero se detuvo y se puso la mano sobre la herida. —Ya sabes que antiguamente muchos cowboys eran heridos por un tiro media docena de veces en su vida y morían habiendo llegado a una edad muy avanzada.
—Bueno, pues a ti te quedan cinco tiros más, así que buena suerte.
Coloqué algunos libros sobre la cama, dos de ellos del oeste y dos libros cristianos.
Kansas cogió los dos libros cristianos y dijo: —Estos los puedes volver a poner en su sitio.
—Deberías de leerlos, son buenos.
—Te he dicho una docena de veces que no me interesa la religión. Me gustaría que dejases de echarme sermones, ¡estoy cansado de oírlos! —dijo de mal humor.
—Nunca tendré otra oportunidad de hacerte estarte quieto y escucharme.
—Mira, estoy de acuerdo contigo, ya sé que las antiguas costumbres han muerto, sé que los dioses indios son falsos, pero tampoco creo en tu Dios. No creo que exista un dios de ninguna clase, de lo contrario este mundo no sería un lugar tan corrompido. No creo en nada porque no hay nada en qué creer.
MI CORAZÓN INQUIETO
Mientras esté aquí pienso pasarla bien y luego me moriré y ése será el final del asunto.
Apunté en dirección a su herida y le pregunté: —¿A eso le llamas pasarlo bien?
Agarró un libro y se puso a leerlo. No volví a mencionarle la religión y una semana después se marchó. Nunca más volví a verle.
Algunas veces oía hablar acerca de sus correrías a Pedernal. Kansas fue arrestado por haber intentado robarle un tambor a una banda, siendo atrapado cuando huía en un taxi, pues se le enganchó el tambor en la puerta del taxi. Se pasó tres días en la cárcel por escándalo y por borracho. Fue arrestado por intentar robar un búfalo en un parque de animales y encima de eso seguía manteniendo que los indios tenían derecho a cazar búfalos siempre que el sol brillase y siempre que la hierba creciese y que estaba escrito en los tratados. Le pusieron una multa de cincuenta dólares y lo dejaron en libertad. Se casó varias veces y destrozó media docena de coches. La suya era una carrera que le conducía a la muerte y a la destrucción como si su ropa ardiese y nada pudiese detenerle.
Entonces nos enteramos de que Kansas había recibido un tiro y que había muerto en una pelea en un bar de Wyoming. Cuando yo oí la noticia me acordé de lo mucho que le habían gustado las novelas del oeste y como había dicho que algunos de los antiguos vaqueros habían recibido media docena de heridas de bala durante su vida. Yo me preguntaba si le habían matado realmente en una pelea o si él había planeado suicidarse y había empezado él la pelea. De ser eso cierto no podría haber planeado un final que más encajase con el argumento de algunas de sus novelas del oeste.
Le habían matado en una lucha con pistolas en una cantina en Wyoming.
Yo echaba de menos a Kansas, echaba de menos su alocamiento y la manera tan temeraria como vivía.
Varios años después regresé a las llanuras donde Pedernal, Kansas y yo habíamos pasado el día buscan-
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do un lugar dónde esconder a "Buena Medicina", como habíamos nombrado al búfalo. Encontré la cueva, quité las rocas de la entrada esperando encontrarme con una calavera, pero en lugar de eso me encontré con que el búfalo estaba perfectamente bien conservado. Su pelo ni siquiera tenía polvo y el pellejo se había convertido en piel dura. Lo saqué por los cuernos y lo miré más de cerca. La piel de las mejillas había quedado estirada y daba la impresión de que el búfalo se estaba riendo. A Kansas le hubiese gustado eso. Buena Medicina, el Búfalo Sonriente. Me llevé a casa la cabeza y la guardé,
Algunas veces las personas que me visitaban se daban un susto al ver una cabeza tan enorme en mi sala de estar, pero yo me limitaba a sonreír, me acordaba de Kansas y decía: —¿Cuántas personas tienen la suerte de ser dueñas de una cabeza de búfalo?
Y acariciaba uno de los cuernos, añadiendo: —Especialmente uno que sonríe.
—Kansas, te echo de menos. ¿Por qué tuviste tanta prisa en morirte?


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