sábado, 4 de noviembre de 2023

VIENTO SOLLOZANTE Primer Libro 108-110

“MI CORAZÓN INQUIETO “

POR VIENTO SOLLOZANTE

Primer Libro

108    MI CORAZÓN INQUIETO
—No tiene en realidad importancia, olvidémoslo. —¡Son unos estúpidos! —dijo Don más alto de lo que acostumbraba.
—Ya lo sé. ¿Volvemos y les arrancamos la caballera? —le pregunté.
Una sonrisa borró la dureza de su rostro y me dijo:

 -Lo siento, Viento Sollozante.
Es más duro para ti porque yo he vivido con ello toda mi vida —le dije.
¿Quiere decir eso que estás acostumbrada a que te traten de esa manera? —me preguntó.
—No --le respondí tranquilamente. No, una no se acostumbra nunca a ello, sencillamente lo soporta.
Don había probado por primera vez lo que se sentía el estar casado con una india y le había enfurecido. Yo me preguntaba si podría resistirlo o si decidiría que resultaba demasiado duro y me dejaría por una mujer de pelo rubio.
Llegamos a Alaska un día muy tarde, por la noche. La única habitación que pudimos encontrar estaba encima de un bar y costaba cincuenta dólares por noche. El ruido y los sonidos de las peleas se filtraban en nuestro cuarto de una manera tan espantosa como el olor del whisky y del tabaco. Los dos miramos al pequeño cuarto sucio y luego nos miramos mutuamente.
—Hace demasiado frío para dormir en el coche y esa es la única habitación que queda —me explicó. —Solamente espero que esos indios borrachos no nos tengan despiertos toda la noche ...

Se le puso la cara colorada y cerró los ojos bien apretados. —¡No he querido decir eso, lo lamento! No me estaba metiendo con los indios, solamente quiero decir que espero que esa gente de ahí abajo se tranquilice pronto y podamos descansar un poco.
—Está bien —le dije.
—Voy a ir a ver si puedo conseguirnos algo de comer. Asegúrate de cerrar bien la puerta y no abras hasta que te diga que soy yo.
—No dejes que ningún indio te arranque la cabellera —le advertí y cerré la puerta tras de él.
MI CORAZÓN INQUIETO    109
Cuando le oí llamar a la puerta había transcurrido cerca de una hora.
—Abajo no tenían comida, así que tuve que ir a otro sitio, una cuadra más allá, y les ha llevado mucho tiempo cocinarla.
Abrió un envoltorio en el cual había varias hamburguesas grasientas. —Los indios de ahí abajo tenían en el bar un oso que uno de ellos había matado hoy, me dijo, entregándome una hamburguesa.
—Viento Sollozante, no siempre serán las cosas de este modo, no serán cuartos sucios y comida fría para ti, así que no juzgues nuestra vida de casados por esta noche.
De repente sentí lástima por él, porque se estaba esforzando tanto. Hasta ese momento no se me había ocurrido que tal vez estuviese también terriblemente asustado. Había pensado en él como un hombre mayor que yo porque había estado en muchísimos sitios y había hecho muchísimas cosas, pero me daba cuenta de que a pesar de su vida aventurera no era mucho más mayor que yo.
Me contó cómo se había marchado de su casa siendo un adolescente y se había ido en un coche hasta Alaska, donde había trabajado como pescador en una barca que pescaba cangrejos. Después había trabajado en los campos de petróleo, donde la temperatura alcanzaba los sesenta y cinco grados farenheit bajo cero. Me habló acerca de los años que se había pasado trabajando en las extensiones heladas y empecé a darme cuenta de que también él se había sentido solo; tan solo se había sentido que ni siquiera sabía que yo era fea.
El Rdo. McPherson nos había dicho: —El matrimonio es un período de ajuste que dura toda la vida. Nos había dado muchos consejos, pero cuando utilizó la palabra ajuste no hizo más que mostrarnos la punta del iceberg por así decirlo. Como si no fuese suficiente la diferencia entre Don y yo, en el sentido de que él era un hombre y yo una mujer, en que él era blanco y yo india, y que procedíamos de diferen

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tes culturas, él vivía en un mundo moderno y complejo y yo todavía tenía un pie en la Edad de Piedra.

 

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