martes, 7 de noviembre de 2023

VIENTO SOLLOZANTE XIII

“MI CORAZÓN INQUIETO “

POR VIENTO SOLLOZANTE

Primer Libro

CAPITULO TRECE
Algo me despertó a media noche. Cuando Don no estaba yo tenía el sueño muy ligero y oía el más mínimo ruido y sabía que algo andaba mal. Me quedé tumbada, escuchando en la oscuridad durante unos segundos, pero al no oír nada llegué a la conclusión de que debía de haber estado soñando y decidí dormirme otra vez. Me tapé los hombros con las mantas y me di la vuelta en la cama y me encontré cara a cara con un extraño.
Pegué un grito y mandé las mantas volando en todas direcciones, salté de la cama y corrí al otro lado de la habitación en menos de un segundo. Entonces tiré todo lo que pude encontrar.
El extraño, de barba pelirroja, se sentó en la cama y se frotó los ojos.
—¿Qué rayos te sucede?
Era la voz de Don, pero procedía del rostro de otra persona.
Avancé dos pasos.,
—Tuve la oportunidad de venirme dos días antes, pero era tan tarde que decidí no despertate, pero no quería asustarte —me dijo, pidiéndome perdón.
—¿Qué le ha pasado a tu cara? —le pregunté, no pudiendo creer que este hombre peludo fuese mi esposo.
Oh, los muchachos decidimos dejarnos crecer la barba —dijo riendo. —¿Te gusta?
—¡Tienes pelo por toda la cara, me has dado un susto de muerte! —dije, dejando el sujeta papeles que tenía en la mano. —¡No hay derecho a que te cambies la cara cuando no te estoy mirando.       MI CORAZÓN INQUIETO     123

 Coloqué las mantas sobre la cama de nuevo y en­contré mi almohada al otro lado del cuarto, donde la había tirado en mi confusión y me volví a sosegar Y me dispuse a dormir. Los hombres indios no tienen pelo en la cara y cuando una mujer se casa con un indio sabe que su rostro será siempre igual, no se dejará la barba ni se quedará calvo.

 —¡ Cuando me quiera dar cuenta te habrás que­dado calvo! —dije en voz baja.

 —¿Qué has dicho? —me preguntó Don muy so­ñoliento.

 —Nada —le contesté y le toqué la barba con el dedo. —Buenas noches, cara peluda.

 A la mañana siguiente me miré detenidamente al espejo mientras me estaba vistiendo y me dio la im­presión de que tenía el aspecto de haber acabado de salir de la reserva.

Decidí que ya que había emprendido una nueva vida debería de tener un aspecto diferente. Debía de vestirme de la misma manera que lo hacían las demás mujeres para no avergonzar a mi esposo.

 Me fui de compras y me compré un vestido de ca­lle, pero después de haber llevado vestidos hasta los pies durante toda mi vida me sentía medio desnuda con las piernas sin cubrir. Además se me ponían frías. Las medias que me había vendido la empleada servían para todo menos para mantenerme las piernas calientes. Se me arrugaban y se me subían y caían, moviéndose más que yo.

 MEDIAS

 ¿Eres alguna extraña bestia de la selva

 Que ha sido puesta en libertad?

 Te retuerces y arrastras a mi alrededor, Y te deslizas sin el menor sonido,

 Medias, les suplico, por favor,

 No se arruguen ni se agranden en las rodillas!

 A continuación fui a la peluquería. Respiré pro­fundamente y entré en la peluquería y tan pronto 

MI CORAZÓN INQUIETO      125

 como las mujeres vieron mi pelo largo comenzaron a afilar sus tijeras. Me puse las manos sobre el pelo y les expliqué una y otra vez que no quería que me lo cortaran, ni que me lo recortaran, ni que me le diesen forma ni me lo tocasen con las tijeras. Guar­daron de mala gana sus tijeras y comenzaron a arre­glármelo. Después de tres horas de champú, de rulos, de derretirme las orejas debajo del secador, salí de la peluquería. Tenía el pelo tan alto sobre mi cabeza que sentía como si llevase sobre ella una calabaza. Además de mi nuevo peinado mi rostro tenía un aspecto diferente porque me habían estado maqui­llando, poniéndome maquillaje en la cara, sombra de ojos, rimel, lápiz de ojos y pintura de labios. Yo estaba convencida de que en esos momentos mi aspecto era como el de las demás mujeres y sabía que Don iba a estar encantado conmigo con la "nue­va yo".

 Pero no se uedó encantado. Entró en la casa, me miró y me preguntó: —¿Han tardado mucho en ha­certe eso?

 —Todo el día. ¿Te gusta mi aspecto?

 No tuvo que pensarse la respuesta dos veces: —No, me gustabas más como eras. 

—Quería estar guapa y tener el mismo aspecto que las demás para que no te avergonzaras de mí. 

—Yo no me avergüenzo nunca de ti y uno de los motivos por el que me casé contigo es porque no eras como las demás. Eras diferente y me gustabas por serlo. No intentes ser lo que no eres, sé tú misma.

 Me sentía como una idiota. Había dedicado un mon­tón de tiempo y me había gastado mucho dinero y a la postre parecía una tonta. Comenzaron a rodarme las lágrimas por las mejillas, dejando sobre ellas las marcas negras del rimel.

 Don me tocó el pelo, que estaba tieso por causa de la laca.

 —¿Por qué no vas a ver si encuentras por ahí debajo a mi mujer y si la encuentras dile que la voy a llevar a cenar?

 Me fui a la ducha y me di un baño. Media hora         126    MI CORAZÓN INQUIETO
más tarde volví a la sala de estar, con mi vestido largo, sin maquillaje y con el pelo trenzado.
Don
le dio un tironcito a una de mis trenzas y me dijo: ¡Esta es mi esposa!
Yo extendí mi mano y le toqué la cara.
Su barba había desaparecido, se la había afeitado.

 

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