lunes, 21 de marzo de 2016
El Misterio del Papelito Azul Por Albert Payson Terhune 1942
El
Misterio del Papelito Azul
(Condensado
de “Saturday Review of Literature”)
Por Albert Payson Terhune
Selecciones Febrero 1942
Ya va para treinta años que un condiscípulo me contó en la Universidad este
extraño sucedido.
Habíalo oído de labios de un anciano
sacerdote canadiense, el cual a su vez, le aseguró que había corrido de boca en
boca muchos años antes de alcanzar los honores de la imprenta. Ni mi condiscípulo ni yo pudimos averiguar quién fue el primero que lo
puso en letras de molde. Cleveland
Moffett, Isabel Jordán y otros autores han escrito distintas variantes de la
curiosa historieta, todas, por cierto, inspiradas en mi relación oral de la
misma. Acaso haya entre los lectores alguno que conozca la fuente primera
del insólito episodio.
Es el caso, pues, que John Thane,
joven norteamericano de brillantes aptitudes comerciales, hizo un viaje de
negocios a Francia, enviado por la casa en que trabajaba. No había salido nunca
de los Estados Unidos y no sabía media palabra de francés.
Llegó a París por la tarde, alquiló
una habitación en un hotel y se dirigió a un
café al aire libre, a uno de cuyos veladores se sentó. A una mesa
próxima estaba una francesa joven y
bonita, que empezó a dirigirle seductoras sonrisas. Aunque la linda
seductora menudeaba las sonrisas con provocativa insistencia, nuestro prudente norteamericano optó por hacerse el desentendido. Al cabo de unos minutos, la
burlada Circe, sacó del bolso una hojita de papel azul, garrapateó algo en ella, y la dejó caer al suelo. Levantóse
de seguida, lanzó una última y significativa mirada al impasible yanqui, y se
escurrió rápidamente entre el gentío que llenaba el bulevar a esa hora.
Picado por la curiosidad y
tardíamente arrepentido de no haber entablado relaciones con tan encantadora
criatura. Thane recogió el papel. La mano de la insinuante beldad había trazado
en él unas cuantas palabras francesas.
Pensando que pudieran contener algo de
interés, le rogó al camarero que se las tradujese. Leerlas, abrir
desmesuradamente los ojos con expresión
de espanto y ordenar a Thane, con destemplados ademanes, que se largara en seguida del café, fue todo uno.
De vuelta en el hotel, contóle
Thane al administrador el extraño suceso, y le enseño el papel en cuestión. El
administrador clavó en el joven una mirada
fulgurante de aversión y encono y, negándose a dar explicaciones de
ningún género. Lo puso de patitas en la calle.
Lleno de temor y de confusión,
guardóse Thane la fatídica hojita en el bolsillo más recóndito y seguro,
jurando no enseñárselo a alma viviente en aquella singular ciudad.
Apenas puso el pie en tierra
americana, le refirió al jefe de su firma, un amable francés que había sido íntimo amigo de su
padre y lo era suyo también muy cordial, lo que le había ocurrido en París.
Aseguróle el jefe que debía tratarse de alguna broma por demás enojosa, y se
brindó gentilmente a descifrar el enigma. Más tan pronto como le echó la vista
encima al dichosos papelito azul, pusóse rojo como la grana, tembláronle los
labios de violenta indignación, y, arrojándole la hoja a la cara al petrificado
Thane, le ordenó con voz convulsa que se
marchara al punto de su presencia y que se diera por despedido para siempre.
Consternado y cesante por añadidura, salió el pobre Thaane a la calle. No
sólo habiále robado la maldita esquelita
la paz del alma, sino hasta lo había dejado sin empleo.
Se le ocurrió, por fin, una idea.
Su antigua niñera que lo quería mucho era francesa. A su casa se dirigió, pues,
el atribulado joven. Contóle cuanto le había sucedido por culpa del malhadado
papelucho. Juró ella solemnemente traducir con fidelidad las misteriosas
palabras. Antes de sentarse, sacó Thane una pistola y poniéndola sobre la mesa,
dijo. “Dame la traducción exacta,
literal… o no saldré de aquí con vida”. Hizo ella un gesto afirmativo con
la cabeza y tendió la mano para coger le papel.
Thane metió la suya en el bolsillo
donde tenía la costumbre de guardar la hojita…no estaba allí…metió la mano en
otro…tampoco, Hurgó, registró, se vació, anhelante, todas las
faltriqueras…nada: el papel Había desaparecido. Thane no volvió a verlo más.
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