lunes, 6 de febrero de 2023

El Misterio del Papelito Azul Por Albert Payson Terhune 1942

lunes, 21 de marzo de 2016

El Misterio del Papelito Azul Por Albert Payson Terhune 1942

El Misterio del Papelito Azul
(Condensado de “Saturday Review of Literature”)
Por Albert Payson Terhune
Selecciones  Febrero 1942

Ya va para treinta años que un condiscípulo me contó en la Universidad este extraño sucedido.
Habíalo  oído de labios de un anciano sacerdote canadiense, el cual a su vez, le aseguró que había corrido de boca en boca muchos años antes de alcanzar los honores de la imprenta.  Ni mi condiscípulo ni yo  pudimos averiguar quién fue el primero que lo puso en letras de molde.  Cleveland Moffett, Isabel Jordán y otros autores han escrito distintas variantes de la curiosa historieta, todas, por cierto, inspiradas en mi relación oral de la misma. Acaso haya entre los lectores alguno que conozca la fuente primera del  insólito episodio.
  Es el caso, pues, que John Thane, joven norteamericano de brillantes aptitudes comerciales, hizo un viaje de negocios a Francia, enviado por la casa en que trabajaba. No había salido nunca de los Estados Unidos y no sabía media palabra de francés.
  Llegó a París por la tarde, alquiló una habitación en un hotel y se dirigió a un  café al aire libre, a uno de cuyos veladores se sentó. A una mesa próxima estaba una francesa joven y
bonita, que empezó a dirigirle seductoras sonrisas. Aunque la linda seductora menudeaba las sonrisas con provocativa insistencia, nuestro prudente norteamericano optó por hacerse el  desentendido. Al cabo de unos minutos, la burlada Circe, sacó del bolso una hojita de papel azul, garrapateó algo  en ella, y la dejó caer al suelo. Levantóse de seguida, lanzó una última y significativa mirada al impasible yanqui, y se escurrió rápidamente entre el gentío que llenaba el bulevar a esa hora.
  Picado por la curiosidad y tardíamente arrepentido de no haber entablado relaciones con tan encantadora criatura. Thane recogió el papel. La mano de la insinuante beldad había trazado en él unas cuantas  palabras francesas. Pensando que pudieran  contener algo de interés, le rogó al camarero que se las tradujese. Leerlas, abrir desmesuradamente  los ojos con expresión de espanto y ordenar a Thane, con destemplados ademanes, que se largara en  seguida del café, fue todo uno.
  De vuelta en el hotel, contóle Thane al administrador el extraño suceso, y le enseño el papel en cuestión. El administrador clavó en el joven una mirada  fulgurante de aversión y encono y, negándose a dar explicaciones de ningún género. Lo puso de patitas en la calle.
  Lleno de temor y de confusión, guardóse Thane la fatídica hojita en el bolsillo más recóndito y seguro, jurando no enseñárselo a alma viviente en aquella singular ciudad.
  Apenas puso el pie en tierra americana, le refirió al jefe de su firma, un amable  francés que había sido íntimo amigo de su padre y lo era suyo también muy cordial, lo que le había ocurrido en París. Aseguróle el jefe que debía tratarse de alguna broma por demás enojosa, y se brindó gentilmente a descifrar el enigma. Más tan pronto como le echó la vista encima al dichosos papelito azul, pusóse rojo como la grana, tembláronle los labios de violenta indignación, y, arrojándole la hoja a la cara al petrificado Thane, le ordenó  con voz convulsa que se marchara al punto de su presencia y que se diera por despedido para siempre.
Consternado y cesante por añadidura, salió el pobre Thaane a la calle. No sólo  habiále robado la maldita esquelita la paz del alma, sino hasta lo había dejado sin empleo.
  Se le ocurrió, por fin, una idea. Su antigua niñera que lo quería mucho era francesa. A su casa se dirigió, pues, el atribulado joven. Contóle cuanto le había sucedido por culpa del malhadado papelucho. Juró ella solemnemente traducir con fidelidad las misteriosas palabras. Antes de sentarse, sacó Thane una pistola y poniéndola sobre la mesa, dijo.Dame la traducción exacta, literal o no saldré de aquí con vida”. Hizo ella un gesto afirmativo con la cabeza y tendió la mano para coger le papel.
  Thane metió la suya en el bolsillo donde tenía la costumbre de guardar la hojita…no estaba allí…metió la mano en otro…tampoco, Hurgó, registró, se vació, anhelante, todas las faltriqueras…nada: el papel Había desaparecido. Thane no volvió a verlo más.
 

 

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