viernes, 7 de marzo de 2025

8 MARZO - HEROINAS DE CRUZADAS *CELESTIE ANGENETTE BLOSS* 1853 1-9

HEROINAS DE LAS CRUZADAS

POR

1853

A MIS ALUMNAS

ESTÁ DEDICADO CON CARIÑO

POR LA AUTORA

1-9

PREFACIO.

 A aquellos a quienes he tenido el privilegio y placer de guiar por los senderos tortuosos y oscuros del pasado, a todos los que reciben cordialmente la doctrina de que las acciones y no los débiles deseos de excelencia forman el carácter, les dirijo unas pocas palabras a modo de explicación y prefacio.

Jerusalén, la capital de Palestina,(Nota del blog, este libro fue escrito cuando no existía aun el moderno Estado de Israel)  ya sea gloriosa en la belleza de su primer templo y la excelente sabiduría de su rey filósofo, o velada en la oscuridad de ese eclipse fatal en el que las escenas solemnes del Calvario consumaron su gloria y vergüenza, ha ocupado una posición en el gran drama de los acontecimientos humanos, más interesante e importante que cualquier otra ciudad del globo. Pero Jerusalén, en la penumbra de esa noche moral que se acudió sobre las naciones después de la caída del Imperio Romano de Occidente, ejerció una mayor influencia sobre las mentes de los hombres que en cualquier período anterior.

El musulmán insultante sentía un cierto grado de veneración por las espléndidas ruinas sobre las que caminaba con todo el orgullo de un conquistador; el anacoreta africano abandonaba su ermita solitaria para llorar en el Monte de los Olivos; el aventurero europeo coronaba su bastón con las ramas de la palma de sus colinas sagradas; el judío desesperado se sentaba con cilicio a sus puertas derribadas, e incluso los bárbaros del Este se unían con el cristiano para reverenciar el lugar donde el arte alcanzó su monumento más orgulloso y la poesía encontró el tema de su canción más sublime.

Esta reverencia natural, exaltada hasta la piedad por los decretos de la Iglesia, resultó necesariamente en la práctica de la peregrinación. La culpa ansiosa e inquieta huía del escenario de sus enormidades a los dulces valles donde el Salvador susurraba paz a sus discípulos; la poesía buscaba visiones inspiradoras en el Monte de la Transfiguración; la penitencia se demoraba en el jardín de la Pasión, y el remordimiento expiaba sus crímenes en vigilias fatigosas en el Santo Sepulcro.

 Al amanecer del siglo XI, una idea sublime invadió la cristiandad. Se suponía que los mil años del Apocalipsis se habían cumplido, y prevalecía la creencia general de que en el Monte de los Olivos, desde donde el Alma de Dios ascendió en su carro de nubes al cielo, reaparecería en toda la pompa de su Segunda Venida.

De todas partes del mundo latino, los cristianos asustados, abandonando sus hogares y parientes, se agolpaban en Tierra Santa; el terror avivaba la devoción, la curiosidad estimulaba el entusiasmo. Pero el insulto y el ultraje aguardaban a los peregrinos en Palestina, y en la misma Jerusalén encontraban las burlas de la idolatría y la infidelidad. Para liberar esas santas cortes de las pisadas contaminadoras de los paganos con sandalias, para preparar un lugar de descanso puro para el Hijo del Hombre, la superstición despertó el espíritu marcial de la época y alistó a la caballería bajo los estandartes de la cruz.

Así comenzaron las CRUZADAS, esas expediciones románticas que, combinando el fervor religioso con el ardor militar, unieron a las diversas naciones de Europa desde las costas del Báltico hasta el Estrecho de Gibraltar, y desde las orillas del Danubio hasta el Golfo de Vizcaya, en una causa común, y vertieron la marea mezclada de fanáticos, guerreros y aventureros, sobre las llanuras de Asia.

Durante casi dos siglos, los esfuerzos más poderosos y la mejor sangre de la cristiandad se desperdiciaron en la lucha inútil, y se calcula que no menos de seis millones de personas dedicaron sus vidas y fortunas a esta empresa desesperada. Pero aunque las Cruzadas son tan importantes para el historiador por involucrar la política de todas las naciones;
para el filósofo por estar cargadas de consecuencias que afectan la felicidad de las generaciones sucesivas; y para el erudito como el comienzo de la era en la que el genio, meditando sobre las ruinas del pasado, surgió como el ave fénix de las cenizas del esplendor árabe, y, elevándose en la luz más clara del cristianismo, esparció desde sus alas el rocío del refinamiento sobre los bárbaros del norte; sin embargo, el lector general siente que su conocimiento de ellos es tan vago que le resta materialmente placer en las alusiones a ellos y continuamente le impone a su mente una dolorosa sensación de ignorancia sobre puntos sobre los que* debería estar informado

 

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