PERSECUSIÓN CONTRA LOS VAUDOIS
CHARLOTTE ELIZABETH,
1848.
***El presente volumen es el último trabajo que procedió De la pluma de Charlotte Elizabeth. Le ocupó gran parte de su tiempo y pensamientos durante los últimos dieciocho meses de su vida; y la historia y su existencia terrenal llegó a su fin casi al mismo momento.
La obra presenta un caso singular, también, de una labor literaria que perseveró y se llevó a término; en circunstancias de lo más dolorosas de este personaje.
Poco después de haber comenzado esto narrativa, una dolencia que finalmente resultó ser se el cáncer que acabó con su vida el 12 de julio de 1846. Su vigor mental, sin embargo, apenas se vio disminuido por ello, incluso hasta muy cerca del fin de sus días. En su colección personal, los métodos a los que recurrió, durante su enfermedad, se describen así:
“Continuó dirigiendo su Revista ; y a Para efectuar el funcionamiento mecánico de la escritura, inventó durante una de sus noches de insomnio una máquina que fue construido inmediatamente por un hábil carpintero. Constaba de dos rodillos sobre un bastidor; en el de abajo se enrollaron muchos metros de papel y, rápido mientras llenaba una página, escribiendo con el marco apoyado de rodillas, al dar vuelta a un pequeño cabrestante deslizaba el manuscrito al rodillo superior y lo subía una nueva superficie limpia de papel. De esta manera ella escribir artículos para la prensa y cartas a amigos,- Mide tres, cuatro o seis yardas de largo-. El dictado le resultaba muy difícil; excepto ella misma podía seguir sus pensamientos con suficiente rapidez, Tampoco recurrió a este modo de escribir, hasta verse absolutamente obligada a ello, durante los dos últimos meses de su vida.”
Fue con la ayuda de esta maquinaria que se escribió el presente volumen. Pero estos trabajos, realizados ante tal sacrificio de comodidad física, para que su alma entusiasta, entregada a la causa de la Verdad, la impulsaban, han llegado a su fin.***
CHARLOTTE ELIZABETH
6-10
la palabra saldría de Constantinopla, la ley del Señor de Roma. Tendría un "servicio"; un templo, un altar, un sacrificio, sin mejor justificación que la que se podía mostrar para los becerros de oro en Betel y en Dan; y guardando exactamente la misma analogía con el culto bíblico a Dios, como estas invenciones reales para el lugar santo de Jerusalén.
De lo cual fueron eficaces en seducir a muchos para la ruina de sus propias almas. Ella también se apropiaría de las promesas, y de manera tan exclusiva que nadie que no fuera externa y visiblemente de ella, tendría parte ni porción en la Canaán celestial. Y, con el paso del tiempo, la autoproclamada legisladora se convirtió también en juez y verdugo; de modo que la pena de muerte, impuesta bajo la institución judía a los apóstatas de la idolatría, llegó a ser denunciada y ejecutada implacablemente por ella sobre todos aquellos que se negaran a reconocer a los muchos dioses y señores que, en el progreso de su infatuación judicial, se vio inducida a instaurar.
De ahí los sufrimientos de la verdadera iglesia de Cristo; cuyo cargo se convirtió, por imperiosa necesidad, en testificar no solo a su favor, sino en contra de la impostora que usurpó injustamente un título que no le pertenecía y se autoproclamó ocupante de un trono vacante, que a Dios le placía que permaneciera desocupado, hasta que viniera Aquel cuyo derecho le pertenece. ( es decir Cristo)
«Me siento como una reina», dijo la ebria engañadora, cuando así, en su propia opinión, había ascendido al cielo; «No soy viuda, y no veré tristeza».
Muy diferente era el lenguaje de la verdadera iglesia: ha encendido su lámpara y permanece velando en su modesto puesto, hasta que se oiga el clamor: «¡Aquí viene el novio!»
En lugar de tomar la posesión de aquellas riquezas y bienes que pertenecían al antiguo templo; y títulos, cargos y honores que no podrían sobrevivir a su destrucción; Los miembros de esa humilde iglesia declaran: «Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros. Estamos atribulados por todos lados, pero no angustiados; estamos perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; abatidos, pero no destruidos; siempre llevando en el cuerpo la muerte del Señor Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal». (2 Cor. iv. 7—11.)
Esta es, pues, la actitud respectiva de las dos clases que ahora vamos a exhibir en su más marcado contraste: una, al intentar ascender a una altura inaccesible, había caído en una grave apostasía, pero creía locamente haber alcanzado el punto de su ambición, y lanzó a su alrededor las llamas del infierno, como si hubieran sido los relámpagos del cielo confiados a su disposición.
La otra , firmemente asentado en la roca donde Dios la había colocado; expuesto a toda adversidad, a toda injusticia, y soportándolo todo con paciencia, en lugar de abandonar ese firme cimiento para ir al pozo donde sus semejantes fueron arrojados, hasta que, habiendo completado su testimonio, fueron recibidos en el lugar preparado para ellos por su Señor ascendido.
A la vista del hombre, ambas podrían estar mezclados, y a menudo de forma tan indiscriminada que ningún mortal podría distinguirlas en la agitación del momento; pero hubo momentos en que se destacaron con visible relieve, tan audaces y evidentes como lo fue su separación real a los ojos de Aquel que conoce a los suyos. Una vez más, debemos evitar la suposición de que un estado de sufrimiento es inseparable de la profesión y posesión de una fe verdadera. «La piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente y de la venidera». Muchos seguidores devotos del Señor Jesús han pasado por la vida, o al menos por esa parte de la vida mortal que siguió a su conversión a Dios, sin otra aflicción que la que la lucha de las corrupciones innatas contra la gracia santificadora debe ocasionar a todo creyente. Los apóstoles, en una época de severa persecución, se dirigieron a diversas iglesias, cada una participando, o a punto de participar, en mayor o menor medida, en la misma tribulación.
Pero incluso entonces hubo momentos de refrigerio, acerca de los cuales se registra: «Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo». Y de nuevo, tras un feroz estallido de violencia persecutoria contra los siervos del Señor, «Entonces las iglesias descansaron por toda Judea, Galilea y Samaria, y fueron edificadas; y andando en el temor del Señor y en el consuelo del Espíritu Santo, se multiplicaron».
Pero cuando los enemigos de Cristo se vuelven activos; cuando, mediante fraude o por la fuerza, intentan pervertir los rectos caminos del Señor y apartar a sus hermanos de la fe, entonces ¡adiós al descanso, la paz y la prosperidad, en lo que respecta a las cosas externas, por parte de sus verdaderos soldados! Quizás hayan comprendido esa palabra consoladora: "¿Quién os podrá hacer daño, si seguís el bien?". Ahora deben examinar el contexto: "Pero si sufrís por causa de la justicia, ¡bienaventurados sois! No temáis su terror ni os turbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones".
Estas y otras expresiones similares, con las que todos estamos familiarizados, y que –
10 LA IGLESIA DE CRISTO- pueden habernos brindado un dulce consuelo en nuestras leves aflicciones, son profundos manantiales de consuelo, proporcionando la plenitud y riqueza de su provisión a la necesidad real de quienes se acercan a ellas: y si bien alguien puede haberlas encontrado necesarias para brindar apoyo ante la aflicción de contemplar una mueca en algún rostro amado y honrado, al obedecer a Dios antes que al hombre, al negarse a participar en las locuras pecaminosas del mundo vano; otro ha extraído de las mismas palabras el poder para contemplar las persistentes torturas de una muerte terrible infligida a los objetos terrenales más queridos del afecto del corazón, y finalmente soportarla sin siquiera desear escapar de la dura prueba comprometiendo una firme profesión de la verdad que es en Jesús. Este es un texto solitario; y nosotros, que poseemos el volumen completo del consuelo divino, no debemos olvidar que en tiempos en que, tal vez, toda una comunidad de creyentes solo había logrado guardar entre sí una sola copia manuscrita de un Evangelio o Epístola aislada, tales porciones sueltas de un fragmento imperfecto tenían un valor que apenas podemos apreciar; o cómo «de toda palabra que sale de la boca de Dios, vive el hombre».
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