sábado, 29 de marzo de 2025

OLIMPIA 21-23

VIDA DE OLIMPIA MORATA

La gracia es tan falaz y la gracia es algo vana; pero la mujer que teme al Señor será alabada. " (Prov. xxxi, 30)

1870

GIULIO BONNET

21-23

El Papa Pablo III viajaba entonces por Italia seguido de muchos estudiosos y prelados, recibiendo homenajes de las poblaciones que habían acudido a saludar su paso. En pocos días se acercó a Ferrara, aún no visto desde su elevación al trono papal.

 Este viaje, que por todas partes suscitaba los objetivos secretos y las rivalidades de los príncipes deseosos de conseguir los favores de Roma, no podía haber sido indiferente al duque Ercole. Las disputas de su antecesor con Julio II y León X, las suyas con Pablo III por la investidura de su ducado; el refugio abierto en sus estados a los médicos italianos y extranjeros sospechosos de apoyar la Reforma, todo imponía ya la mejor acogida posible al pontífice. El consejo político que le sugirió tal conducta estaba de acuerdo con los hábitos de magnificencia y grandeza que formaban el carácter distintivo de los príncipes de su casa.

El duque lo entendió bien, y deseoso de borrar con el esplendor de las fiestas el recuerdo de sus antiguas desavenencias con el Papa, dispuso todo para ofrecerle una hospitalidad digna del príncipe que ordenó así como del pontífice que había de disfrutarla.

 Sin esperar la llegada de Pablo III a su capital, salió con su familia a su encuentro y lo recibió en su villa de Belvedere, un lugar de deleite donde el arte realzaba las maravillas de la naturaleza y desde donde Tasso retrató más tarde, junto a Leonora, algunas particularidades con las que adornó la pintura de los jardines de Armida. El mismo erudito Muratori se hace poeta al describir las maravillosas escenas que se desarrollaron ante los ojos de los pontífices mientras descendían de la galera en la que seguían el curso del Po hasta poca distancia de Ferrara.

"En la primera entrada aparecía una pradera verde toda rodeada de pequeños arbustos, con una fuente en el medio, cuyo Muchos alfileres arrojaban hacia arriba grandes cantidades de agua, que caían en una vasta palangana de finísimo mármol. Llevaba mucho tiempo apareciendo; el soberbio palacio con gran número de habitaciones, logias y escaleras, todo ello dispuesto con una arquitectura exquisita, y la cercana iglesia cubierta de plomo y pintada por los Rossi o Dossi, pintores famosos de la época. Luego había jardines y huertas, bosques umbríos, bosques espesos, agradables avenidas, escaleras en diversos lugares, por las que se podía bajar para bañarse en el Po, con árboles o frutas, silvestres o hermosas, y además una cantidad prodigiosa de pájaros y animales, tanto nacionales como extranjeros, que ya no se ven en Italia, para el disfrute de la vista o la caza. En fin, aquel sitio era tan grato y deleitable como el de Agostino Stenco en el libro. I de su Cosmopea lo compara con un paraíso terrenal" (1).

*** (1) Muratori, Antigüedades Estensi parte II, cap. 12.***

Muy poco fue suficiente para revelar ante los ojos del pontífice la magnificencia que deslumbra y sorprende. El duque, deseoso de ocupar cada momento de su huésped con agradables entretenimientos, eligió para ese primer día un entretenimiento en armonía con las tendencias del mundo y con las inclinaciones de un pontífice educado en las escuelas de Pomponio Leto, amigo de Paolo Cortese y pretendido protector de las ciencias y las artes.

 " Esa misma noche se le presentó para su recreación una comedia latina, el Adelfi «di Terenzio, interpretada con gran vivacidad y gracia por los hijos de Luca. Anna representaba a un joven enamorado; Lucrezia el prólogo; Eleonora una joven; el príncipe Alfonso un joven; Luigi, su hermano, un sirviente. Los talentos de su amiga brillaban, y que no constituían una novedad en aquella Corte, el tema de los Adelfi estaba anudado, además, con una sutil conexión a las preocupaciones de la duquesa en relación con los profesores responsables de la educación de su hija

La lección moral resultante del contraste entre dos sistemas de educación igualmente peligrosos, el exceso de indulgencia o el exceso de severidad, debió ser apreciada por aquellos bellos espíritus acostumbrados a recoger la enseñanza doméstica de la antigüedad en cualquier forma.

Las celebraciones de aquella velada fueron sólo el preludio de las que marcaron, por así decirlo, cada paso del Romano Pontífice en el itinerario triunfal que ahora le había sido preparado. Con extraordinaria pompa entró en Ferrara y disfrutó visitando los palacios, las bibliotecas, el museo que ilustraba esa ciudad, uno de los santuarios de las artes y de la literatura en Italia. La casa de Ariosto y su modesta tumba, aún sin monumento, no fueron ciertamente olvidadas. Así transcurrieron varios días que el pontífice aprovechó para largas conversaciones con su invitado, que quedaron como un misterio para todos, que luego se revelaría en la sucesión de los acontecimientos. Pablo III se despidió de la duquesa y su familia a finales de abril y partió hacia Bolonia. ¡El duque lo acompañó hasta Malalbergo y no lo abandonó hasta después de recibir su bendición!

 

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