domingo, 16 de marzo de 2025

MANUAL DE LA SOCIEDAD DE LA TEMPLANZA,* CHARLES CHINIQUY* 5-7

 

 MANUAL DE LA SOCIEDAD DE LA TEMPLANZA,

 DEDICADO A LA JUVENTUD DE CANADÁ,

POR EL REVERENDO PADRE C. CHINIQUY, OBLADO DE MARÍA INMACULADA.

TRADUCIDO DEL FRANCÉS POR PIERRE OCTAVE DEMARAY, ESTUDIANTE DE DERECHO.

Será grande ante el Señor, y no beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo. San Lucas, cap. 1, v. 15

FIRST ENGLISH EDITION

MONTREAL

 LOV'ELL AND GIBSON, PRINTERS, ST. NICHOLAS STREET.

1847

5-7

Escrita la obra original exclusivamente para la población francesa de este país, el traductor, con la autorización del autor, ha realizado ligeros cambios para adaptarla a todas las clases sociales. El motivo particular que impulsó al autor a escribir esta obra fue promover la gloriosa causa de la Templanza, sin herir los sentimientos nacionales ni religiosos de nadie; tal será, confía el traductor, la convicción del lector al leerla. Cabe decir que el autor ha reunido en este pequeño volumen los útiles dulces. El conjunto está repleto de datos conmovedores que no pueden sino impresionar al lector e inspirarle asombro al contemplar los males causados ​​por el pernicioso hábito de las bebidas alcohólicas.

Cuando contemplamos el mundo y vemos la miseria causada por la intoxicación —los crímenes, enfermedades de todo tipo y la miseria que la acompaña—, tenemos grandes razones para dar a conocer a todos los estratos de la comunidad cualquier obra que tienda principalmente a frenar esa marea destructiva de mal moral que desde hace tiempo libra una guerra mortal contra nuestra prosperidad social, doméstica y nacional.

 El Traductor ciertamente tiene derecho a la indulgencia del públicoel inglés no es su lengua vernácula—, pero su sincero deseo de que todas las clases de la población inglesa se beneficien de tal obra justificará su aventura a dar a conocer en inglés lo que considera más probable que les sea beneficioso.

 Ojalá que esta pequeña obra, traducida al inglés, se abra camino discretamente en Canadá. Si muchos la aprueban y contribuyen a su difusión, aún podría llegar a numerosas familias y evitar que un gran número caiga en la trampa de ese enemigo mortal: la embriaguez.

 Montreal, septiembre de 1847.

DEDICATORIA.

Al Reverendísimo I. Bourget, Obispo de Montreuil,

 Mi Señor,

 El favor con el que Su Señoría se ha dignado recibir el Manual de Templanza me impone el grato deber de presentarle la Segunda Edición.

 Esta humilde obra, aunque desprovista de las principales cualidades que se requieren para una obra de bien, traerá, sin embargo, como confío, frutos de salvación, ya que será de sus manos que pasará a la juventud y al pueblo de Canadá, para quienes está escrita. Acompañada con las bendiciones de Su Señoría, también estará acompañada por las bendiciones del Cielo.

 Mi Señor, en este momento más que nunca, quienes se interesan en la Santa Causa de la Templanza están llenos de confianza en el futuro. Pues ¿quién podría negarle a Dios el sacrificio que exige esta Sociedad regeneradora, siguiendo el ejemplo dado por Su Señoría? Cuando vimos a un Obispo, cuyas virtudes son la admiración y el deleite de los fieles, humildemente postrado al pie del altar, en medio de su pueblo, diciendo en voz alta: "¡Oh! Jesús, cuya sed ha sido saciada con amarga hiel, renuncio por tu amor al uso de bebidas embriagantes", creímos oír al Apóstol de las Naciones decir también: "Es bueno no beber vino. Si la comida hace que mi hermano ofenda, nunca comeré carne, para no ofender a mi hermano. Que nadie busque su propio bienestar, sino el de otro". El alto rango social de Su Señoría, su precaria salud y sus continuos trabajos, todo parecía invitarle a seguir el consejo de Pablo a Timoteo.

 Hemos visto lo que el cristiano podía hacer cuando la caridad se había apoderado de su corazón. Nada le resulta doloroso. Se olvida de sí mismo para pensar en la salvación de sus hermanos. El humilde pero admirable sacrificio que Su Señoría ha realizado ya ha dado sus frutos. Tanto el clero como el pueblo exclamaron: «Sigamos a nuestro Líder e imitemos a nuestro Padre».

 Y ya han cesado las lágrimas, y un gran número de familias desconsoladas han conocido días mejores. Su Señoría ha expresado amablemente que el deseo de bendecir nuestra humilde obra y de verla leída y meditada en todas partes ocupaba su corazón al momento de partir hacia la Santa Sede.

 Estas palabras, mi Señor, dichas con paternal bondad y caridad, me animan a esperar otro favor no menos grande.

Cuando, llegados a la Ciudad Eterna, y postrados sobre las Tumbas de los Santos Apóstoles, pidas al Dios de las Misericordias que distribuya sus más abundantes bendiciones sobre tu Diócesis, que también ores especialmente por él, quien, aunque el último y más indigno de tus Sacerdotes tiene el honor de ser, mi Señor, con el más profundo respeto por tu Señoría, tu muy humilde y obediente servidor,

 C. CIIINIQUY,

DISCURSO DEDICATORIO A LA JUVENTUD DE CANADÁ.

 Mis jóvenes amigos: A ustedes les dedico esta obra, porque su progreso y su felicidad fueron mi objetivo al escribirla, y ahora, más que nunca, podemos tener la esperanza de que su lectura les resulte provechosa; pues el Pastor Espiritual de esta Diócesis ha tenido a bien impartirle palabras de bendición; de hecho, es en cierto modo de sus propias manos que reciben esta segunda edición. Aunque nuestros limitados talentos no nos han permitido hacer de esta obra un libro tan interesante desde el punto de vista literario como podría haberlo sido por un autor más dotado, no nos veremos, sin embargo, inducidos por tal consideración a negarle esta segunda edición, porque, a pesar de sus numerosos defectos, creemos que es suficiente para señalarle y ayudarle a evitar las trampas más peligrosas que utiliza el enemigo de la humanidad para arruinarlo y destruirlo incluso en el umbral de la vida.

 Cuando un viajero, atravesando un país desconocido, llega, sin darse cuenta, al borde de un precipicio donde han perecido miles de personas desafortunadas, si una voz amiga le advierte de su peligrosa situación y le aconseja abandonar el peligroso camino, no espera a considerar si los sonidos que han llegado a sus oídos son discordantes o dulces, sino que apresura sus pasos, bendiciendo a la Providencia que lo ha salvado. La religión y su país se ven igual y profundamente afectados por los perniciosos resultados de la intemperancia.

 Ambos lamentan sinceramente la ruina de miles de sus hijos, arrastrados al torbellino de la perdición por esos licores perniciosos. Echen un vistazo a su alrededor y se sobresaltarán al ver por todas partes los efectos ruinosos de ese vicio tan degradante. Sus desoladoras consecuencias no se limitan a algunas zonas infelices de nuestro país; no, se sienten en todas partes. Engendra deshonra y crimen, tanto en los pueblos más remotos como en nuestras ciudades populosas. Su influencia degradante se extiende a las clases más altas de la sociedad, así como a los miembros más humildes de la familia humana.

 Hay pocos en este país que no hayan, lamento decirlo, lamentado la ruina temporal y la destrucción moral de algunos de sus familiares o amigos. Si han tenido la fortuna de evitar hasta ahora las seducciones de ese vicio pernicioso, de ese terrible enemigo de su felicidad; Si aún no te ha esclavizado, mantente alerta; no confíes demasiado en tu propia fuerza, sino recuerda siempre que tu infatigable enemigo ha abrumado y arruinado a víctimas más fuertes y vigilantes que tú.

 Aborrece una víctima que a menudo te ha causado dolor y tristeza, quizás no por su influencia destructora sobre ti, sino sobre tus parientes o amigos menos valientes.

 ¿Quién de ustedes, pregunto, no ha experimentado los dolorosos sentimientos que causa ver a un objeto de su amor o amistad reducido por debajo del nivel de la bestia por la intemperancia?

 Los generosos esfuerzos realizados para introducir la templanza en todo el país han tenido éxito en muchas localidades.

 Pero el enemigo aún no ha sido expulsado de todas sus fortalezas, y el consumo de bebidas embriagantes aún causa un daño incalculable en muchos lugares. Pues si en este país civilizado se destruye la virtud y se crea un desprecio criminal por los deberes que nos impone nuestro carácter de hombres y cristianos, entre las naciones ignorantes se frena el progreso de los obreros de Cristo en la dispensación de la inestimable bendición del cristianismo. Lacerados y humillados por las numerosas heridas que les infligió la intemperancia, su religión y su país los convocan a esforzarse en la gloriosa conquista de la intemperancia, esa fuente inagotable de sus penas y lutos. Vengan, pues, todos y alístense bajo la bandera regeneradora de la templanza.

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