martes, 13 de mayo de 2025

EL CIRUJANO LOCO OPERA DEL CEREBRO A ESPOSA ¿REALIDAD?

  ¿Quién es el autor'?

EL CIRUJANO LOCO

(Condensado de «The Saturday Review of Literature»)

Por Channing Pollock
Autor, dramaturgo, conferenciante

SELECCIONES DEL READER'S DIGEST DICIEMBRE DE  1941

ASI TODO lector asiduo suele ocurrirle que recuerda el asunto de varias narraciones pero que no puede identificar. Yo mismo recuerdo una que, si no me es infiel la memoria, fué escrita por Balzac. No he podido encontrarla, sin embargo, entre las obras del genial novelista.

 Lo propio me sucede con otra que vió la luz en una revista 20 ó 3o años ha. Me he esforzado ahincadamente en recordar el nombre de su autor y la fecha y revista en que se publicó, pero inútilmente. Tal vez algún lector menos desmemoriado que yo pueda identificar la composición, guiándose por este breve resumen:

AL DIRIGIRSE a casa de unos amigos que  los han invitado a cenar, dos recién casados que se hallan veraneando en la Nueva Inglaterra por primera vez cruzan una comarca enteramente desconocida para ellos. Empieza a hacérseles tarde; son dos ya las veces que han errado el camino. No obstante lo rápido de la marcha, el esposo repara en una vieja y destartalada casa de madera que hay a la vera del camino. Según la plancha que campea en la puerta, es la de un médico.

A cosa de un kilómetro de aquel lugar, el automóvil, a causa de un desperfecto en el volante de dirección, va a dar con­tra un árbol. El marido, que ha quedado ileso, advierte, con el sobresalto que es de suponer, que su esposa, gravemente he­rida, está sin sentido. Se hallan en un lugar solitario de la carretera. No hay en la vecindad casa ninguna.

 Recordando la casa del médico, de la cual se encuentra a cosa de un kilómetro, el marido toma en brazos a su desmayada compañera y, ora andando ora corriendo, se dirige allá. Por fin llega. Tira ansiosamente del cordón de la campanilla.

Un hombre de elevada estatura, desgarbado, con los cabellos grises y descuidado traje, abre la puerta y dice que es el médico. No hay otra alma viviente en la casa.

Entre los dos llevan a la mujer hasta un gabinete de consulta cuyos muebles se hallan empolvados y en desorden. La acuestan sobre la mesa de operaciones. No ha vuelto en sí. Examínala el médico y, terminado el reconocimiento, dice que tiene el cráneo fracturado y que, para salvarla, es menester operarla en seguida.

Así y todo, dice, las probabilidades de éxito son muy escasas. Mira en torno suyo el desolado esposo.

 El desorden en que yacen instrumentos y frascos, así como otras señales, son indicio harto elocuente de que nada de aquello se ha usado en larguísimo tiempo. Al darse cuenta de esto, el esposo vacila, se acongoja. Empero, no queda otra alternativa.

—Estamos completamente solosdice el extraordinario médico—; tendrá usted que servir de anestesista.

Débil, y conturbado, el esposo obedece; mas una vez cloroformada su com­pañera, da tales muestras de desmayo y aniquilamiento físico que el operador, bisturí en mano, dice:

— Más vale que espere afuera. Yo me basto para lo que hay que hacer ahora. Sale el esposo y empieza a medir a grandes pasos el portal, no sin atisbar de vez en cuando, por la ventana, lo que pasa en el gabinete.

Oye de pronto pasos y queda como clavado en su sitio al notar la presencia de tres hombres, dos de ellos armados y uno provisto de una cuerda, que avanzan lenta y sigilosa­mente hacia la puerta.

— ¡Por amor de Dios, aguardad! implora el esposo en el colmo del espanto.

 Acaban de abrirle el cráneo a su esposa; la más leve demora puede producirle muerte instantánea.

Uno de los hombres pregunta en voz apenas perceptible:

— Pero... ¿por quién me ha tomado usted?

— ¡Pues por ladrones!

— ¡No tema usted, hombre! Somos loqueros de un manicomio cercano. El hombre que está operando a su esposa de usted es un peligroso orate que se escapó de allí hace apenas dos horas.

Los tres loqueros convinieron en aguar­dar a que la operación estuviera termi­nada. Enteran al atribulado esposo de que el loco había sido un cirujano muy notable que había dado en extravagantes manías hasta tornarse violento y desman­dado. Años atrás había venido de cierta popular ciudad a establecerse allí; había comprado y amueblado aquella casa, y había ejercido allí hasta que se hizo nece­sario recluírlo.

— Impulsado por la fuerza de la cos­tumbre — añadió el jefe de los loque­ros — ha vuelto aquí; impulsado por esa misma fuerza es seguro que desempeña­rá magistralmente su cometido. De todos modos, no hay alternativa posible. Si interrumpiéramos ahora la operación, su mujer de usted moriría sin remedio.

Cuando, mirando por la ventana, vie­ron que se había concluido la operación, irrumpieron en la casa y, tras breve lu­cha, sujetaron y redujeron a obediencia al loco que forcejeó y gritó fieramente.

 El jefe de los loqueros prometió mandar en seguida médicos y enfermeras, lo cual hizo.

 La herida mejoró hasta el punto de que se pudiera trasladarla a Nueva York, donde ingresó en una clínica y quedó al cuidado de un cirujano famoso. Este, después de examinar atentamente el crá­neo fracturado, le dice al marido:

Su esposa quedará curada y será la misma de antes. Sólo que . . . no me lo explico. Lo único que podía salvar­la era una operación arriesgadísima. Y el único cirujano capaz de practi­carla perdió la razón hace años y está actualmente recluido en un manicomio de Nueva Inglaterra.

¿Quiere Usted Cinco Dólares?

SELECCIONES pagará cinco dólares en moneda de los Estados Unidos, o su equivalente en moneda de una república latinoamericana, a la persona que en cada república de habla castellana o en Puerto Rico sea la primera en indicarnos cuáles son el autor y la obra de donde se ha tomado este relato. Las contestaciones deben dirigirse a Selecciones del Reader's Digest (Concurso de diciembre)—Pleasantville, New York—Estados Unidos. Este concurso queda cerrado el 15 de enero de 1942. No se aceptarán las con­testaciones que lleguen después de esa fecha.

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