jueves, 29 de mayo de 2025

¡QUÉ FORTUNA!

 Roberto  Stein se encontró un tesoro, como quien dice, debajo de los pies

¡CARACOLES! ¡QUÉ FORTUNA!

Curt Riess            Condensado de «Ost-West-Kurier,» de Francfort, Alemania

EL NEGOCIO arrancó del recuerdo de una conversación casi olvidada.

Roberto Stein, propietario de una ,cadena de madererías en Alemania y uno de los hombres más ricos del país, había vendido en 1938 sus propiedades alemanas y establecido con igual éxito en Checoslovaquia otro negocio de maderas. Stein residía en la ciudad de Sternberg y, aunque ra­dicalmente opuesto a Hitler, durante la Segunda Guerra Mundial ocu­po en sus madererías a unos 2000 «trabajadores esclavos,» esto es, pri­sioneros de guerra (en la esperanza de poderles aliviar su servidumbre). Habiéndole pedido algunos de sus obreros franceses que es permitiera cultivar huertos en terrenos de la compañía, Stein de buen grado accedió.

Un día, Herr Stein inspeccionó los huer- os y quedó grande­nente sorprendido de verlos llenos de dien­te de león. Una ob­servación más atenta e reveló que había cacoles por todas partes.

—Su huerto no parece presentar muy buena cara —advirtió Stein al cultivador, un francés de apellido Duval.

El francés sonrió.

Mis caracoles están engordando, patrón. Los estamos criando para co­merlos.

Stein no pudo reprimir un gesto de repugnancia; y Duval a su vez le miró asombrado ...

—¿Con que no sabe usted lo bue­nos que son los caracoles, patrón? Se deben comer con un tenedorcito de plata entre sorbo y sorbo de vino añejo. Unicamente los ricos los co­men allá en mi tierra, por tratarse de un raro manjar.

Stein se encogió de hombros indiferente y se alejó. Tal fue aque­lla conversación semiolvidada.

TERMINADA la guerra, los rusos se ins­talaron en Sternberg. La fábrica maderera de Stein quedó con­vertida en campo de concentración, y el propio Stein, por ser alemán, fue uno de

 los primeros confinados. Cuando, en julio de 1946, se le puso en libertad y se le envió a un campo de per­sonas desalojadas en las cercanías de Lauingen, Baviera, Stein era ya sexagenario y no poseía más que los andrajos que le colgaban de los hombros.

Quienes lo conocían no tardaron en admirar la filosófica aceptación que mostraba por su presente modo de vivir. Stein se había convertido en un rebuscador de hongos. Diaria­mente salía a recorrer el bosque; y volvía con una cesta llena de las picantes setas silvestres de la región, las cuales vendía en el pueblo. Era un pobre modo de vivir, pero con él iba tirando.

Un día, mientras buscaba setas, Stein por poco pisa un caracol Este animalejo le hizo acordarse de algo ... ¿De qué? ¡Ah, de aquel francés, Duval, que le había dicho que los caracoles eran en Francia bocado selecto! En estos bosques se veían por centenares.

Stein pidió prestada una enciclopedía para ver qué decía de los caracoles. Volvió al bosque con su cesta, mas esta vez no fueron hongos sino caracoles lo que recogió. De vuelta en la fonda, los empaquetó vi vos y los facturó a París, a Duval.

Milagro que Duval recibiese los caracoles vivos, porque el empaquetarlos es faena muy especializada. Duval escribió sin demora para dar  las gracias por el envío a su antiguo patrón e informarle que los moluscos remitidos eran de primera clase. Añadía que, habiendo vuelto a su antiguo oficio, estaba de cocinero en un pequeño restaurante de lujo; y que el restaurante pagaría muy buenos pre­cios por caracoles de tal calidad.

Con esto, Stein se aplicó a leer cuanto halló a mano respecto a los caracoles; y desde luego, todas las semanas facturaba una remesa de moluscos para Duval. Con el tiempo estableció un criadero de caraco­les en una pequeña parcela que to­mó en arrendamiento. Construyó allí corrales de tela de alambre, don­de alimentó y observó a sus animali­llos cuidadosamente. Al propio tiem­po, los restaurantes franceses iban remitiendo pagos de bastante consi­deración a Stein.

Un día Fritz Odoerfer, banquero de Lauingen, al anunciar a Stein que le había llegado dinero de Fran­cia, le manifestó su curiosidad acer­ca de los caracoles.

—Da la casualidad que sé bastante sobre esos moluscos y desearía
ob tener un préstamo. Conozco las condiciones en que mejor viven, y donde  prefieren poner sus huevos. Sé que hay, que protegerlos contra el calor excesivo, y que en el otoño hay que echarles cama de musgo
y una enorme cantidad de comída para que puedan sobrevivir a su
invernada. Los caracoles tienen muchos enemigos naturales: tordos,cuervos, erizos, topos, tejones. Si no fuese por estos enemigos, se multiplicarían más rápidamente que los
conejos. El macho y la hembra se aparean dentro de los seis u ocho
días de colocarlos )untos, y la hembra pone de 60 a 70 huevos. Los caracolitos nacen a las tres semanas de incubación
y, si están adecuadamen­te protegidos, crecen con extraordinaria rapidez y con una mortalidad relativamente baja. Tengo la segu­ridad de que se puede ganar mucho dinero exportando caracoles.

Odoerfer sabía que Stein era un hombre de negocios que había de­sarrollado en mejores días proyec­tos audaces. Escuchó atentamente. Aquello significaría una nueva in­dustria para Lauingen. Además, pro­porcionaría divisas, tan necesitadas por Alemania.

Al día siguiente, Odoerfer presen­tó la proposición de Stein al consejo directivo del banco. Se mostró tan convencido de la idea que el présta­mo se concedió.

Seguidamente, Stein acudió a En­driss, el alcalde de Lauingen, con una propuesta sorprendente: desea­ba arrendar los bosques del pueblo para criar sus moluscos. El alcalde le oyó con interés porque a causa de la guerra la población de Lauin­gen, de 5500 habitantes, había au­mentado en 1700 refugiados. Tal vez en la industria de los caracoles se podrían colocar algunos de ellos. Se le dieron en arrendamiento a Stein cinco hectáreas de bosque co­munal.

Centenares de individuos (mu­chos de ellos antiguos abogados, mé­dicos, maestros, periodistas) acudie­ron a recoger caracoles.

Entretanto Stein, habiendo descu­bierto que en Alemania Occidental existían otros bosques donde los ca­racoles prevalecían, distribuyó milla­res de carteles y prospectos, en los cuales explicaba cuán fácil era reco­ger caracoles, y que su crianza no presentaba dificultades. Ofrecíase a comprar todos los caracoles que se le enviasen y a proporcionar a quien lo deseara materiales de envase y cualquier licencia o autorización ne­cesaria.

Cuando los esperanzados busca­dores se dieron cuenta de que a los caracoles hay que tratarlos con ex­tremo cuidado (una pequeña rajdura, por ejemplo, los inutiliza pa­ra la venta), algunos abandonaron pronto la empresa. Mas Stein persis­tió, ideando nuevos modos de inte­resar a los trabajadores. Actualmente sostiene el increíble número de 7500 agencias que reciben caracoles de re­cogedores y criadores y los embar­can para los centros de distribución establecidos cerca de la frontera fran­cesa. No trascurren más de siete días entre la recogida de los caracoles y su entrega al consumidor.

Para 1950, Stein exportaba cara­coles a Francia, Bélgica y Suiza, por importe de 220.000 marcos al año. En 1955, la cifra había alcanzado unos 800.000 marcos. Stein es hoy el criador de caracoles más fuerte del mundo. Se calcula que su empresa ha proporcionado trabajo a más de 40.000 personas.

En la actualidad, negociantes in­gleses, italianos, españoles, y hasta egipcios, van a Lauingen para ins­truirse en la cría del caracol. La idea de comer caracoles ya no le repugna a Stein. Es más, ahora le gustan de veras.

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