Roberto Stein se encontró un tesoro, como quien dice, debajo de los pies
¡CARACOLES! ¡QUÉ FORTUNA!
Curt Riess Condensado de «Ost-West-Kurier,» de Francfort, Alemania
EL NEGOCIO arrancó del recuerdo de una conversación casi olvidada.
Roberto Stein, propietario de una ,cadena de madererías en Alemania y uno de los hombres más ricos del país, había vendido en 1938 sus propiedades alemanas y establecido con igual éxito en Checoslovaquia otro negocio de maderas. Stein residía en la ciudad de Sternberg y, aunque radicalmente opuesto a Hitler, durante la Segunda Guerra Mundial ocupo en sus madererías a unos 2000 «trabajadores esclavos,» esto es, prisioneros de guerra (en la esperanza de poderles aliviar su servidumbre). Habiéndole pedido algunos de sus obreros franceses que es permitiera cultivar huertos en terrenos de la compañía, Stein de buen grado accedió.
Un día, Herr Stein inspeccionó los huer- os y quedó grandenente sorprendido de verlos llenos de diente de león. Una observación más atenta e reveló que había cacoles por todas partes.
—Su huerto no parece presentar muy buena cara —advirtió Stein al cultivador, un francés de apellido Duval.
El francés sonrió.
—Mis caracoles están engordando, patrón. Los estamos criando para comerlos.
Stein no pudo reprimir un gesto de repugnancia; y Duval a su vez le miró asombrado ...
—¿Con que no sabe usted lo buenos que son los caracoles, patrón? Se deben comer con un tenedorcito de plata entre sorbo y sorbo de vino añejo. Unicamente los ricos los comen allá en mi tierra, por tratarse de un raro manjar.
Stein se encogió de hombros indiferente y se alejó. Tal fue aquella conversación semiolvidada.
TERMINADA la guerra, los rusos se instalaron en Sternberg. La fábrica maderera de Stein quedó convertida en campo de concentración, y el propio Stein, por ser alemán, fue uno de
los primeros confinados. Cuando, en julio de 1946, se le puso en libertad y se le envió a un campo de personas desalojadas en las cercanías de Lauingen, Baviera, Stein era ya sexagenario y no poseía más que los andrajos que le colgaban de los hombros.
Quienes lo conocían no tardaron en admirar la filosófica aceptación que mostraba por su presente modo de vivir. Stein se había convertido en un rebuscador de hongos. Diariamente salía a recorrer el bosque; y volvía con una cesta llena de las picantes setas silvestres de la región, las cuales vendía en el pueblo. Era un pobre modo de vivir, pero con él iba tirando.
Un día, mientras buscaba setas, Stein por poco pisa un caracol Este animalejo le hizo acordarse de algo ... ¿De qué? ¡Ah, de aquel francés, Duval, que le había dicho que los caracoles eran en Francia bocado selecto! En estos bosques se veían por centenares.
Stein pidió prestada una enciclopedía para ver qué decía de los caracoles. Volvió al bosque con su cesta, mas esta vez no fueron hongos sino caracoles lo que recogió. De vuelta en la fonda, los empaquetó vi vos y los facturó a París, a Duval.
Milagro que Duval recibiese los caracoles vivos, porque el empaquetarlos es faena muy especializada. Duval escribió sin demora para dar las gracias por el envío a su antiguo patrón e informarle que los moluscos remitidos eran de primera clase. Añadía que, habiendo vuelto a su antiguo oficio, estaba de cocinero en un pequeño restaurante de lujo; y que el restaurante pagaría muy buenos precios por caracoles de tal calidad.
Con esto, Stein se aplicó a leer cuanto halló a mano respecto a los caracoles; y desde luego, todas las semanas facturaba una remesa de moluscos para Duval. Con el tiempo estableció un criadero de caracoles en una pequeña parcela que tomó en arrendamiento. Construyó allí corrales de tela de alambre, donde alimentó y observó a sus animalillos cuidadosamente. Al propio tiempo, los restaurantes franceses iban remitiendo pagos de bastante consideración a Stein.
Un día Fritz Odoerfer, banquero de Lauingen, al anunciar a Stein que le había llegado dinero de Francia, le manifestó su curiosidad acerca de los caracoles.
—Da la casualidad que
sé bastante sobre esos moluscos y desearía
ob tener un préstamo.
Conozco las condiciones en que
mejor viven, y donde
prefieren poner sus huevos. Sé que hay, que protegerlos contra el calor excesivo, y que en el
otoño hay que echarles cama de musgo
y una enorme
cantidad de comída para que puedan sobrevivir a su
invernada. Los caracoles tienen muchos enemigos naturales: tordos,cuervos,
erizos, topos, tejones. Si no fuese por estos enemigos, se multiplicarían más
rápidamente que los
conejos. El macho y la hembra se aparean
dentro de los seis u ocho
días de colocarlos )untos,
y la hembra pone de 60 a 70 huevos. Los caracolitos nacen a las tres
semanas de incubación y, si están adecuadamente protegidos, crecen con
extraordinaria rapidez y con una mortalidad relativamente baja. Tengo la seguridad de que se puede ganar mucho dinero exportando caracoles.
Odoerfer sabía que Stein era un hombre de negocios que había desarrollado en mejores días proyectos audaces. Escuchó atentamente. Aquello significaría una nueva industria para Lauingen. Además, proporcionaría divisas, tan necesitadas por Alemania.
Al día siguiente, Odoerfer presentó la proposición de Stein al consejo directivo del banco. Se mostró tan convencido de la idea que el préstamo se concedió.
Seguidamente, Stein acudió a Endriss, el alcalde de Lauingen, con una propuesta sorprendente: deseaba arrendar los bosques del pueblo para criar sus moluscos. El alcalde le oyó con interés porque a causa de la guerra la población de Lauingen, de 5500 habitantes, había aumentado en 1700 refugiados. Tal vez en la industria de los caracoles se podrían colocar algunos de ellos. Se le dieron en arrendamiento a Stein cinco hectáreas de bosque comunal.
Centenares de individuos (muchos de ellos antiguos abogados, médicos, maestros, periodistas) acudieron a recoger caracoles.
Entretanto Stein, habiendo descubierto que en Alemania Occidental existían otros bosques donde los caracoles prevalecían, distribuyó millares de carteles y prospectos, en los cuales explicaba cuán fácil era recoger caracoles, y que su crianza no presentaba dificultades. Ofrecíase a comprar todos los caracoles que se le enviasen y a proporcionar a quien lo deseara materiales de envase y cualquier licencia o autorización necesaria.
Cuando los esperanzados buscadores se dieron cuenta de que a los caracoles hay que tratarlos con extremo cuidado (una pequeña rajadura, por ejemplo, los inutiliza para la venta), algunos abandonaron pronto la empresa. Mas Stein persistió, ideando nuevos modos de interesar a los trabajadores. Actualmente sostiene el increíble número de 7500 agencias que reciben caracoles de recogedores y criadores y los embarcan para los centros de distribución establecidos cerca de la frontera francesa. No trascurren más de siete días entre la recogida de los caracoles y su entrega al consumidor.
Para 1950, Stein exportaba caracoles a Francia, Bélgica y Suiza, por importe de 220.000 marcos al año. En 1955, la cifra había alcanzado unos 800.000 marcos. Stein es hoy el criador de caracoles más fuerte del mundo. Se calcula que su empresa ha proporcionado trabajo a más de 40.000 personas.
En la actualidad, negociantes ingleses, italianos, españoles, y hasta egipcios, van a Lauingen para instruirse en la cría del caracol. La idea de comer caracoles ya no le repugna a Stein. Es más, ahora le gustan de veras.
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