jueves, 15 de mayo de 2025

POR UN PERRO

 POR UN PERRO

POR HENRY H. CURRAN
PRESIDENTE DE SALA DEL DISTRITO DE NUEVA YORK

Selecciones del R.D.

FEBRERO DE 1942

AUNQUE la citación dijese «por re­tener indebidamente propiedad ajena», yo ya sabía que, en casos así, esa propiedad suele ser un perro.

 Compareció la demandante. Joven, esbelta, agraciada; de ojos azules, cabello oscuro y facciones que hacía aún más interesantes la palidez que las cubría. Acompañada por su madre, fué decla­rando lo ocurrido. Un perro de pastor alemán, Danny se llamaba, al que habían criado en su casa desde cachorrillo, an­duvo perdido durante seis meses.

Al fin...

Aquí tomó la madre la palabra:

Al fin lo encontró mi esposo. Lo llevaba él—añadió señalando al deman­dado—. El perro era el nuestro, no ca­bía duda—continuó la señora.

—¿Dónde está el perro?—pregunté entonces.

—Lo tienen abajo, señor Juez—con­testó, con acento en que vibraba la in­dignación, el demandado, un mozo cuyo aire de honradez predisponía en su fa­vor—. Le aseguro a usted que el perro es mío—agregó en seguida—. Me costó mi plata comprarlo. No veo por qué han de quitármelo. Estoy muy encariñado con él, y él me quiere también.

—¿Trajo usted la matrícula de ese perro?—le dije.

—Sí, señor Juez.

Examiné la cédula que me había en­tregado. Estaba en regla. Escuché luego con gran atención todo cuanto el mu­chacho fué alegando. Daba la impresión de que decía la verdad.

Mis preguntas no le hicieron incurrir en ninguna con­tradicción. Por un par de veces tuve que advertirle que, al hablar, debía dirigirse al tribunal, y no a la demandante, de la cual no apartaba la vista. Pero esto, claro es, no era motivo para dudar de su veracidad.

Habrá que dejar que sea el mismo perro el que nos saque de dudas—dije, dirigiéndome al demandado y a las de­mandantes—, tomen ustedes nota de las instrucciones que yo vaya dándoles, las cuales han de seguir al pie de la letra. Acto continuo indiqué a la joven y a la madre que se retiraran a la sala con­tigua. Cuando lo hacían, noté que el de­mandado no cesaba de mirar a la primera de ellas, hasta que desapareció detrás de la puerta que cerró el ujier.

En seguida, en medio de la expecta­ción general, apareció el perro. Era un animal dócil e inteligente. Cuando el que lo llevaba de la traílla lo dejó suelto, plantóse en dos saltos al lado del que ase­guraba ser su amo, detuvo en él una mi­rada de adoración, y no dio señales de querer moverse de allí. El caso no podía ser más evidente. A mayor abundamien­to, el demandado le mandó hacer varias gracias, que él ejecutó sin vacilar.

¡Este perro es mío, señor Juez, ya lo está usted viendo!—exclamó  al fin el mozo.

—Bien—le contesté—. Vamos a con­vencernos.

A una seña mía, el ujier se llevó al perro, en tanto que el supuesto amo se retiraba de la sala, en la cual entraron ahora la joven y su madre. Le indiqué a ésta que fuese a sentarse en un banco inmediato a la puerta, entre otras perso­nas que allí estaban. La joven permane­ció cerca de mí, adosada a la pared.

—No han de hacer ustedes el menor movimiento, suceda lo que suceda—les advertí a ambas.

El ujier apareció nuevamente con el perro, al cual dejó suelto otra vez. Los ojos de la joven relampaguearon de ale­gría. Pero, según lo que le había manda­do, permaneció muda e inmóvil. El pe­rro se dirigió sin vacilar al sitio donde había estado momentos antes con el de­mandado. Al no encontrarlo, miró an­siosamente en torno, vaciló unos segun­dos, y se volvió luego camino de la puer­ta, con las orejas gachas.

Sin que nadie lo llamara ni le hiciera seña ninguna, dióse ahora a meterse por entre los bancos, husmeando, como si buscara a alguien entre los allí presentes.

Levantóse un murmullo en la sala. Ob­servé atentamente a la joven. Estaba emocionada. No obstante, ni ella ni la madre hacían el más leve movimiento.

¿En qué pararía todo esto? El perro parecía desconcertado. Continuaba, sin embargo, busca que busca, sin pasar por alto una sola persona.

Cuando las hubo repasado a todas, vol­vió a mí la mirada. Era indudable que se sentía perdido. Todos conteníamos la respiración.

De repente, el perro, alto el hocico como si tomara el aire con el olfato, vol­vió la noble cabeza hacia la joven, que continuaba en pie, pegada a la pared; luego quedóse mirándola prolongada, in­crédulamente. Lo que pasó después fué tan rápido que casi no nos dimos cuenta. Sólo echábamos de ver que el perro, tras del salto aquel con que había salvado el espacio que lo separaba de la joven, se hallaba cerca de ella, lamiéndole las ma­nos y la cara, tirándole de la ropa, ha­blándole casi.

« ¿No me conoces?» parecía decirle a la que, fiel a la consigna, permanecía impasible, con la mirada fija en la mía. « ¿Será posible que no me conozcas?»

A una señal de asentimiento hecha por mí, la joven se inclinó hacia el perro, acaricióle el cuello, invitólo a ponerle en el pecho las patas delanteras, lo abrazó ,murmurándole: «Danny...»

El caso quedaba juzgado. Cuando vol­vió el supuesto amo de Danny, un ujier le entregó la traílla, que era cuanto se llevaría de allí.

Miró él entonces a la jo­ven, al perro, en cuyos ojos resplandecía la dicha más completa. El ama continua­ba abrazada a su perro.

 Me pareció notar que aquellas mejillas, tan pálidas basta entonces, se coloreaban suavemente por la primera vez, en tanto que el mozo se le acercaba.

—¿Me permite que se la regale?—le dijo él ofreciéndole la traílla—. Es bo­nita—agregó con voz un poco temblo­na—, y le servirá más que a mí.

—Gracias—contestó la obsequiada, sol­tando a Danny para recibir la correa que el otro le alargaba. Luego, envolviéndolo en la claridad de su mirada, y con una sonrisa llena de comprensión, le dijo dul­cemente—: Es una pena...

Los vi salir confundidos con el pú­blico, y oí cuando él le decía:

Me gustaría explicarle todas las gra­cias que sabe Danny... ¿Tiene inconveniente en que la acompañe?

No, al contrario, tendré mucho gus­to—le contestó ella.

Se alejaron juntos, llevando en medio al perro que se disputaba las caricias de ambos.

¡Qué curiosa es la vida!, pensaba yo al perderlos de vista. Y todo por un perro...

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