EL ESPIA QUE LLEGO DE ISRAEL
El aprendiz de espia
Por
Ben Dan
Ni uno solo de los centenares de transeúntes que, en este día de verano
de pasaban por la calle Allenby de Tel Aviv prestó
atención al extraño ejercicio al que se entregaban, en aquel instante, dos
hombres de aspecto muy distinto.
Uno de ellos, de alta estatura y buena complexión, era Elie Cohen. El segundo,
que a duras penas rebasaba el hombro del primero, de aspecto rechoncho y
robusto, con el rostro adornado con espesas cejas y un bigote imponente, era el
instructor de Cohen en el camino que, de Tel Aviv, debería llevarle a Damasco.
Elie dirigíase a su instructor llamándole por su nombre de pila: Yitsjak (Isaac).
Pero algunas veces empleaba también el apodo que sus camaradas de los servicios
secretos habían creado para él: el "Derviche", título árabe que, en
las aldeas del Medio Oriente, designa a un sabio del Islam, intérprete del
Corán y capaz, según la tradición, de obrar milagros.
Bajo la dirección del Derviche, Elie estaba para entregarse a uno de los
numerosos ejercicios, que debía practicar antes de que pudiera tomarse la
decisión de enviarle en misión a un país árabe. Esta decisión dependía, además,
de los dos lados: Elic Cohen tenía hasta el último instante, el privilegio de
poder retractarse y negarse a partir. El Derviche había tomado por costumbre
repetirle sin cesar, con tono paternal :
—Si te arrepientes de haberte alistado, si abrigas la menor duda respecto a tu
capacidad para cumplir la misión, dínoslo y nos
separamos. No hemos contraído ningún matrimonio católico... No temas nada
y, sobre todo, no temas que se te guardará malquerencia debido al tiempo
perdido... Tienes perfecto derecho a abrigar dudas... —y luego añadía, en
inglés—: No hará feelings...
Esta expresión tenía como resultado que la sangre
acudiera al rostro del aprendiz de espía. Conteniendo su cólera, decía pausadamente al Derviche:
—¿Crees que me he presentado voluntariamente para después plantarlo todo y
cambiar de parecer? Cuando se trata de la seguridad del país ¿cómo es posible
que se hable de arrepentimiento?— Y también él había adquirido la costumbre de
poner fin a este diálogo con una especie de frase clave que resumía su estado
de ánimo. --¿En qué soy mejor a todos los que, en este mismo instante, se
encuentran ya en país enemigo?
Elle Cohen y el Derviche iban y venían por esta calle de Allenby, del centro de
Tel Aviv, desde la mañana, sin detenerse más que
alguna que otra vez para tomar un jugo de frutas o despachar un emparedado
comprado a un vendedor ambulante. A partir de mediodía, la calle
Allenby se llena de centenares de millares de transeúntes que se apiñan delante
de los escaparates de las tiendas o en la entrada de los numerosos salones de
cine que se encuentran en esta arteria principal de Tel Aviv.
Elie sabía que entre los, millares de transeúntes había
dos personas, diferentes a todas las demás, que tenían la misión de seguirle.
El Derviche le había explicado la finalidad del
ejercicio que era muy sencillo, pero indispensable dentro del cuadro
de aprendizaje. Elie tenía que descubrir e
identificar a los dos agentes encargados de rastrearle.
—Atraviesa la calzada y sigue por la acera de enfrente —le ordenaba su instructor—.
Detente frente a un quiosco de periódicos. Contempla las fotografías expuestas
haz tiempo delante del escaparte de una tienda...recuerda
que te están siguiendo. Sin cesar. Por todas partes. Intenta identificarlos, pero sin ser presa del pánico, sin
que pierdas la cabeza, sin volverte, sin que atraigas su atención ni la de los
transeúntes. —El Derviche cuidaba de recordar a Elie que—: Hoy son amigos los que siguen tu rastro. Mañana lo harán
los enemigos. ¿ Quién sabe quien te seguirá en
El Cairo, Damasco o Bagdad cuando estarás a solas con el enemigo?
Así era el Derviche. Sus órdenes, sus explicaciones
dadas con calma, iban directamente al corazón como un puñal.
Desde el
primer instante del aprendizaje de Elie Cohen, su instructor iba borrando
sistemáticamente sus ilusiones. Nada hizo para atemorizarle. Pero sí quería
hacerle sentir en todo su realismo y, algunas veces, con toda su crueldad la
peligrosa tarea que le aguardaba el día que franquease las fronteras de Israel.
Con este método, el Derviche procuraba alcanzar el objetivo de importancia
capital para el éxito de la futura misión de su discípulo.
Un axioma que todos los servicios secretos admiten dice que, una vez en
territorio enemigo, el espía se sentirá tanto más seguro de su suerte y, por
consiguiente, será tanto más audaz y eficaz si conoce personalmente a su
"antena" del cuartel general, si está seguro de que goza de su
confianza, y si también ha depositado su propia confianza en aquél, en su
lógica y en lo bien fundamentado de las diversas órdenes e instrucciones que
emanen de tal superior.
El Derviche logró, efectivamente, una vez transcurridos unos pocos meses,
ganarse la confianza de Elie y crear entre ellos una mutua corriente de
compresión y amistad.
Hay más; desde su primer encuentro el Derviche había visto con simpatía a Elie.
Pero, para llegar de esta simpatía espontánea a una confianza mutua total, se
había hecho menester que recorrieran un largo camino.
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