jueves, 8 de mayo de 2025

DE ESPAÑA A CHILE *TORREGROSA* 126-149

 CUARENTA

AÑOS DE LUCHA

MOISÉS TORREGROSA

SANTIAGO DE CHILE

1921

126-149

Estos eran amigos de don José.' Como les interrogase sobre lo que hacían, le dijeron que eran espiritistas.

Comunicóles, entonces, don José que venía a abrir obra evangélica, siendo por ellos invitado al centro, para tener una discusión. Aceptó don José, pidiéndoles que le invitasen por escrito.

Así lo hicieron. Miguel Martí Coll, que fué más tarde obrero evangélico en Chile, estaba en esa reunión.

El presidente era un señor Rocafull. Le leyeron el pasaje: «Mas os digo que ya vino Elias y no le conocieron, (Mateo 17:12); y en Lucas 1:17». «Porque él irá delante de él, con el espíritu y virtud de Elias».

El, sin embargo, llevó el asunto por otro camino, que el señalado por los intérpretes espiritistas. Les habló de que rezaban el Padre Nuestro y se emborrachaban y mentían: ¿sois así hijos? ¿Podéis llamar Padre a Dios?

Con esto se produjo mucha agitación en el Centro. Al abrir don José un local en el puerto, los espiritistas fueron los primeros en asistir. En casa del señor Torregrosa vivía un joven, llamado Vicente Mateu, quien era también de los asistentes, y que luego se entregó al Señor.

Al poco tiempo, consiguió don José un local en el centro de Valencia, pues el que tenía en el Grau era ya pequeño. No le ocurrió a él lo que a Mr. Armstrong, pues conocía a la gente.

Una hermana carnal de don José, llamada Agueda, vino a verle, a poco de su regreso de los Estados Unidos.

No se atrevió don José a hablarle, desde luego, de sus creencias, por causa

de su beatería.

Ella, sin embargo, reparó que un hijito de don José oraba, y le cautivó la forma en que su hermano educaba a la familia. Ignoraba que don José predicaba.

Llegó el Domingo, y por la mañana le dijo don José: —Mira, Agueda, esta noche voy a una casa con mi familia; si quieres, puedes venir.

Ella creyó que irían de visita a la casa de alguna familia.

Cuando llegaron a la capilla, se sentaron todos en un banco. Luego se dirigió don José al púlpito. Ella quedó atónita. La capilla se llenó de gente.

Durante el curso de la predicación, la vió llorar y, cuando terminó el servicio, se llegó a él y le abrazó.

—Ahora quedo convencida,—le dijo —de quién eres tú: tú eres un santo.

Vuelta a la familia, defendió a su hermano José.

CUARENTA ANOS DE LUCHA 129

Al cabo de tres años, tenía una congregación de 40 o 50 miembros.

No pertenecía a ninguna misión y no tenía sueldo.

Por ese tiempo llegó a Valencia un misionero inglés, Mr. Haglund, que abrió un local en el puerto, y atendía a los pasajeros extranjeros.

Entabló, don José, relaciones con él y, habiendo ya puesto el Señor en su mente la idea de venir a Sud-América, entregó la congregación a Mr. Haglund.

CAPITULO VII

En la Argentina

Desembarcó don José en Buenos Aires, en tiempo de la dispersión de los chilenos, que ocasionó la revolución del año 1891.

 Su familia se componía, entonces, de su esposa, señora Rosa Visens de Torregrosa, su hija Concepción, casada ya en ese tiempo, y de los menores Milca, Samuel y Moisés.

Al llegar, entró como en su propia casa, seguro de poder hablar con abandono completo, entendiéndole todos.

La comunidad de idioma da un aplomo increíble. ¡Nadie es extranjero donde hablan su lengua!

A los pocos días de hallarse don José en Buenos Aires, resolvió trasladarse a la ciudad de La Plata, y allá fué, acompañado de su esposa y familia.

Arrendó casa, y apenas se hubo instalado, su hija Milca se enferma de gravedad y muere. En tan aflictiva situación, don José sintióse solo y angustiado, por carecer de recursos para atender a las necesidades de su hogar.

Pero el carácter del señor Torregrosa distaba mucho de dejarse arredrar por la pobreza, el aislamiento y el infortunio. Espíritu activo, inteligencia extraordinaria, pronto consiguió hacer frente a sus necesidades.

Cierto día, después de haber orado y puesto delante del Señor su causa, salió a vagar por las calles, sin rumbo fijo. Largas horas anduvo. Por fin, al enfrentar la calle Diagonal 74, entre 2 y 3, ve un galpón con un rótulo arriba que decía: Jorge Maull.

—¿Será inglés?—se preguntó don José; e impelido por una fuerza extraña y superior, se metió en el galpón.

En la oficina se encontró con un caballero, no muy alto, de regular edad, quien le recibió afablemente.

—Buenos días, señor,—le dice el visitante—¿Es usted el dueño de este establecimiento?

—Sí, señor, ¿qué se le ofrece?

—Deseo hablar una palabra con usted.

—Pase adelante.

Y le condujo a su casa habitación.

 Yo soy cristiano—prosiguió don José—no sé lo que es usted, pero he venido acá con mi familia, porque Dios me ha enviado a buscar pan para mis hijos. Al pasar, he tenido la intuición de que usted es cristiano.

Siguió don José relatándole el motivo de su venida, sus persecuciones en España, sus peripecias, su aflicción, sus miserias

. —Tome usted,—le dice aquel señor, alargándole veinte nacionales—úselos como quiera. Venga mañana y hablaremos más.

Mucha alegría hubo en la casa del señor Torregrosa aquella mañana. Su esposa y sus hijitos tenían pan.

Al día siguiente acudió don José a la cita. El señor Maull le hizo pasar nuevamente a su casa habitación y, habiéndole presentado a su esposa y familia, dice al señor Torregrosa;

—Dirija usted un culto aquí.

Celebró, pues, el señor Torregrosa un culto de familia, y oró con todo el fervor de su alma. La familia lloró con él.

CUARENTA AÑOS DE LUCHA 135

—Acto continuo, queda usted constituido en maestro de estas mis hijas y de mis dos niños. Venga, enséñemelos, yo le pagaré a usted.

La Misión Metodista comenzaba en aquellos tiempos a abrir obra evangélica en la ciudad de La Plata. Durante los años 1888 y 1889 los Dres. Drees y Thomson habían visitado la ciudad y sembrado la buena simiente en el corazón de buen número de personas, en esa populosa ciudad.

En el año 1890 se nombró al señor Joaquín Domínguez, como pastor de

La Plata; quien empezó humildemente su obra, en una casita de madera, propiedad del señor Maull

El 1.° de Noviembre de 1891, el pastor S. S. Espíndola, era enviado a La Plata.

 El señor Torregrosa, de acuerdo con el Rev. Espíndola y el señor Maull, abrió una escuelita diaria, en la misma casita donde se celebraban, por cuenta de la Misión, los cultos evangélicos.

La matrícula alcanzó a treinta alumnos.

 Don José vivía de lo que los padres de esos alumnos le pagaban por enseñar a sus hijos y, también, del producto de una clase de teneduría de libros, que daba a alumnos particulares, y de la contabilidad que llevaba en algunas casas comerciales.

La aflicción pasó y don José y su familia empezaron a vivir más holgadamente.

La obra del Señor, bajo el pastorado del señor Espíndola, entró en un período de gran desarrollo. Hubo necesidad de buscar un local más espacioso, y se arrendó uno en la calle 3, frente al mercado. El nuevo salón fué alhajado con buena plataforma, un lindo pulpito, hermosa baranda, bancos, lámparas, etcétera.

 Abriéronse nuevos locales de predicación y cultos de familia en el hogar de los hermanos Maull, Terragno,  Montagna, Parodi y otros.

CUARENTA AÑOS DE LUCHA 137

El señor Torregrosa recibió en 1892 licencia de predicador local, de parte del Dr. Drees, superintendente de la obra en esos años. Fué nombrado superintendente de la Escuela Dominical y ayudaba en las reuniones de la iglesia y en los cultos familiares.

Su escuelita diaria, que funcionaba en el local de cultos de la calle 3, mejoró notablemente en su matrícula.

Don José se presentó al Consejo Escolar y solicitó que se le concedieran útiles. Al día siguiente de haberse presentado, tenía a su disposición un carro con bancos, mapas, libros y cuadernos, todo, incluso el flete, pagado por cuenta del Consejo.

En Agosto de 1894 fué enviado a La Plata el señor don Alberto Vidaurre. La obra entró en una nueva era de prosperidad, bajo la dirección del nuevo pastor. Concentráronse los fuegos contra la incredulidad y el pecado, en el espacioso local de la calle 3.

Con frecuencia dábanse conferencias religiosas en los teatros y otros centros importantes de la ciudad. Siguióse prestando especial atención a la obra, en los locales y también en el hogar de los hermanos que ofrecían sus casas, para que se predicase el evangelio.

Poco a poco se consiguió que algunas familias nuevas asistieran al local de cultos de la calle 3.

La Misión Metodista ayudó a don José con doce nacionales argentinos, y éste, a su vez, habiendo abandonado algunos de sus trabajos en casas comerciales, comenzó a dedicar más tiempo a la obra, para la cual se sentía llamado.

Mientras tanto. Dios, en su divina providencia, preparaba para don José

un nuevo derrotero. Aun le aguardaba un vasto campo de acción, con nuevas y ricas experiencias.

CAPITULO VIII

En Chile (I)

Siguiendo las indicaciones providenciales a que hasta aquí había obedecido, aceptó don José una proposición que le fué hecha de la República de Chile.

«Es hermosa región, y separada

De todo el mundo está. De Dios bendita

Es esta tierra; majestad, belleza

 En ella prodigó feliz Natura;

No hay en sus aires pestilentes miasmas,

No cae el rayo ni huracán la azota,

No hay en sus bosques homicidas fieras.

Ni reptil venenoso, ni en sus ríos

De puras aguas el caimán se aduerme;

El Pacífico mar la baña toda.

Tierra feraz que brotará los frutos

De climas varios y de opuestas zonas.

«El Andes caprichoso se dilata

Tras uno y otro valle deleitoso.

Hay hondos lagos y a la vez excelsos.

De do bramando se desata el río

En chorros de diamantes, o en plateadas

Cataratas altísimas. Los bosques

Surgen del fondo de quebradas negras.

Do el arroyo murmura y van vistiendo

La inmensa mole hasta la cinta argéntea

De nieve perennal. Los avellanos

De lindas formas y cambiantes frutos.

De las andinas faldas se enamoran

Y huyen esquivos los frondosos valles;

Los canelos, el roble y el alerce

Y los piñones de sin par belleza.

Con las cimas igualan las honduras;

El amoroso coile y el copigüe

En estrechos abrazos se entrelazan;

Aquél racimos de sus frutos brinda,

Este guirnaldas de preciosas flores.

«Sólo parece cada enorme cerro,

Ya de rocas abruptas escarpadas,

Ya de nieve cubierto o de verdura;

Y entre el silencio y soledad augustos

Al viajero le dicen: Aquí estamos

Desde que al soplo del Criador surgimos».

Llegado el señor Torregrosa a este país, no pudo aceptar la proposición ofrecida, bajo las condiciones que se le proponía la obra, y se dirigió, entonces al Rev. Ira H. La Fetra, único representante en aquel tiempo, — 1895, — de la Iglesia Metodista Episcopal en Chile.

Habiendo ofrecido sus servicios al señor La Fetra, después de pedirle algunos días de espera, le envió a Valparaíso, para que abriese obra metodista, por primera vez allí.

 Era una empresa de fe, pues el señor Torregrosa no llevaba más dinero que para el transporte de la familia y para vivir escasamente algunos días.

La obra en Valparaíso

Arrendó un salón en la calle que, en aquel tiempo, se llamaba de Maipú, en el número 365, y pagó anticipado.

Pero después se encontró con las cuatro paredes, y nada más. ¿Qué hacer? Ya tenía salón: ¿y cómo empezar las reuniones, sin nada más que las paredes?

Dos horas pasó don José en oración con grande angustia. Compró tres o cuatro cajones de parafina, vacíos; pidió, por favor, prestados a unos albañiles unos cuantos tablones, sucios de cal y barro, y con los cajones formó asientos. En seguida se fué a casa y

trajo las frazadas de su cama para cubrir las sucias tablas.

Cuando ya pensaba que tenía lista la sala, levantó los ojos al techo y

CUARENTA AÑOS DE LUCHA 143

ocurriósele que no podía predicar por falta de luz. Esto le acobardó. Cerró la puerta y con su hijo Samuel, se  arrodilló ante el Señor y le dijo:

«Señor, ¿y lámparas?»—Esto le parecía un imposible. Sin embargo, recibió del Señor la seguridad de que tendría reunión aquella misma noche.

Pero ¿cómo? ¿De dónde iban a venir las lámparas? El era completamente desconocido allí. Oró nuevamente, y saliendo se dirigió a la parte central de la ciudad. Después de mucho caminar, vió una gran lamparería. Paróse a contemplar las bonitas lámparas que había allí. «¡Qué buenas para mi salón!»—se decía.—De pronto, sintióse

impelido a entrar. No tenía un solo centavo en su bolsillo.

Entra no más—le decía una voz secreta.

—Buenos días, señor,—dijo altrar, dirigiéndose a la primera persona que vió—¿Está el principal de la casa?

—Sí, señor,—contestó el interrogado.

—Tenga la bondad de llamarle,indicó don José.

Venido que hubo el jefe de la casa, entablóse el siguiente diálogo: —¿Qué se le ofrece a Ud?

—Señor, yo necesito dos lámparas.

—Muy bien, puede Ud. ver la clase.

—Pero es el caso que no tengo dinero.

—¿Y cómo se atreve Ud. a entrar a comprar sin dinero?

—Perdone Ud., señor, y tenga la bondad de escucharme. Yo no conozco a Ud., es cierto; ni sé qué religión es la suya; esto no me importa. El que me manda aquí sabe todo esto. Yo soy predicador del Evangelio; he venido acá con el propósito de empezar cultos evangélicos. Pertenezco a la Iglesia Metodista Episcopal, tengo el salón listo en la calle Maipú. Me faltan las lámparas y quiero empezar esta noche. ¿Puede Ud. tener confianza

para fiarme dos lámparas? Se las pagaré dentro de dos meses.

Entonces aquel caballero contestó:

—Puede Ud. escoger las que guste.

 —¡Gloria a Dios!—contestó don José,

y el diálogo continuó: —¿Cuánto valen?

—Cuarenta pesos.

—Aquí está mi nombre, única garantía que le puedo dar; y ahora, tenga la bondad de darme ganchos de alambre para colgarlas, dos clavos o anillos y dos litros de parafina.

A esto le dijo el caballero:

—De manera que, según veo, quiere Ud. que yo haga la fiesta por completo.

 Naturalmente

.—Muy bien, aquí lo tiene todo.

Y don José salió con las lámparas.

A las ocho de la noche estaba el salón abierto, siendo una novedad en la

calle los rayos de luz que despedían aquellas flamantes lámparas.

Puso un cajón por púlpito. La congregación se componía de la esposa de don José, de Concepción, su hija mayor, y de sus hijos Samuel y Moisés, quienes, gracias al don de cantar que Dios les dió, formaron coro y comenzaron a cantar un himno tras otro.

Algunos curiosos empezaron a pararsea la puerta. Al verlos, comenzó don José a decirles que les traía buenas nuevas; que quería contarles una historia, e invitólos a pasar adelante y a tomar asiento. No entraron.

Se cantaron otros himnos. La gente en la puerta iba en aumento.

Por fin, don José empezó a hablar respecto a la miseria, los afanes, las tribulaciones en que el pueblo estaba sumido y les dijo que les traía la medicina para tanto mal. Dos horas duró

CUARENTA AÑOS DE LUCHA 147

la reunión y entraron como doce personas.

Estas quedaron convidadas para el día siguiente, a la misma hora.

Así fué; a la misma hora del otro día, ya estaban cantando allí el señor Torregrosa

y los suyos. Aquella noche asistieron 30 personas y quedaron convidadas para el día siguiente.

Siguiendo las reuniones diarias llegó el día Sábado, en que la gente transita más.

 Esa noche se llenó el salón y

don José predicó con toda la fuerza y el poder que Dios le daba.

A las dos semanas tenía una concurrencia que el salón no podía contener.

Entonces empezó el enemigo a interrumpir con piedras, insultos y toda clase de gritería.

A los pocos días después, se sintió don José, cobarde y anonadado como el que ha caído en un pozo y no puede salir.

 Sólo entonces vino a entender que justamente había ido a abrir el salón en la parte más corrompida de la ciudad de Valparaíso.

 No era posible

tener reuniones allí.

En la casa del lado, piano y canto con gritos altisonantes; en el otro lado, arpa, tamborileo, gritos de orgía y pugilato. Además, dentro del salón

caían los hombres envueltos en sus vómitos y en sus estiércoles.

Su esposa y los niños rodeaban asustados a don José.

 La atmósfera de tabaco y suciedad era insoportable.

Cierta noche, al regresar a su casa, don José cayó de rodillas:

— «Señor, dijo, ¿dónde he venido a parar? Soy hombre perdido». Pero en medio de tan honda decepción, siente que el Señor le dice:

—«¿Tantos días pidiéndome un salón y ahora te quejas? Sigue, que yo estoy contigo; ese es tu puesto; yo tengo allí muchas almas que tú no conoces».

Anduvo don José predicando y llorando durante algunos meses. Tan pronto como empezó a poner en práctica sus vastos proyectos y a trabajar intensamente en aquella parte de la ciudad, unos se maravillaron, otros le trataron de loco, otros se rieron de él.

¡Cómo se conoce, se decían, que no entiende lo que es este país!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

ENTRADA DESTACADA

EL SALMO DEL PASTOR*MEYER* 1-13

  miércoles, 19 de febrero de 2025 EL SALMO DEL PASTOR*MEYER* 1-13 THE SHEPHERD PSALM By   B. MEYER, B....