sábado, 3 de mayo de 2025

LA GUERRA DEL YOM KIPPUR * GEORGE OTIS* 1-23

 Cuando tenía 16 de edad, leí este libro, y me hizo admirar y amar al pueblo de Israel.  Autor del blog.

EL FANTASMA DE AGAR

GEORGE OTIS

1974

CAP 1

1-23

Un Boeing a la usanza Judía

i Riiinnn ! i Rifinnn!...

 Agitándo­se en la oscuridad mi mente, nu­blada por el sueño, luchaba con dos pensamientos a la vez: ¿Dón­de está el teléfono y dónde estoy yo? Doscientos cuarenta mil kiló­metros de viaje este año ... El cruce de zonas horarias y de fron­teras mantenía mi "reloj inte­rior" en constante confusión. i Allí estaba otra vez sonando

! i Riiinnn ! i Riiinnn ! i

Al fin, lo encontré!

Una alegre voz salió del au­ricular :

—Buenos días, señor; son las 6:30 y está lloviendo.

Descorrí violentamente las cortinas y miré hacia afuera. Lentamente Dios descubría la luz de un nuevo día. Indudable­mente, estaba lloviendo con sol, y los viejos taxis negros y los rojos autobuses de dos pisos indicaban que me hallaba en Londres ... Me gusta Londres.

El día anterior, Demos Shakarian  yo habíamos volado por Lunfthansa desde Braunschweig, Alemania. La rutina de esos días en Alemania embotaba el espí­ritu, salvo "la marcha" por las tortuosas calles de la vieja ciudad medieval.

 ¡ Hom­bre, con toda seguridad despertamos de su letargo a la gente de Braunschweig! Nunca en la fría historia de ese lugar se había oído nada así, como las voces de centenares de cristianos que cantaban por las calles "¡ Aleluya, aleluya

 Los disci­plinados rostros de los alemanes se des­hacían en sonrisas cuando abrían de par en par las contraventanas de los pisos su­periores para ver qué era toda esa con­moción. Centenares de personas llevaban carteles que relataban la conmovedora his­toria del amor de Jesús en la Alemania de la actualidad.

Luego tuvimos el sumo gozo de hacer una proclamación de Jesús al fin de nuestra marcha ¡ y  en la misma Catedral que Adolfo Hitler había confiscado cuarenta años antes, cuando ordenó cerrar las igle­sias !

 ¡ Sí ; fue algo grandioso !

Llamé para que me trajeran el té y los bizcochos. Y entonces me vino de impro­viso ... ¡ Era un pensamiento abrumador, que parecía no venir de ninguna parte!:

Ve a la guerra ... inmediatamente !"

Días antes, el mundo había quedado pasmado al saber que el pequeño Israel era atacado no una, sino dos veces mien­tras se hallaba en oración.

 Egipto y Siria, sincronizados hasta una fracción de se­gundo, habían lanzado sus máquinas bé­licas en la hora más vulnerable de la na­ción ... la sacrosanta mañana del Yom Kippur (Día de Expiación).

Toda Europa bullía de actividad mien­tras circulaban profusamente las noticias de la terrible cuarta guerra consecutiva en que intervenía Israel.

Mi corazón se sentía acongojado por ese pueblo, pues los infor­mes se hacían cada vez más ominosos. Esta vez no iba a ser un mañoso encuentro de seis días. Israel luchaba por su vida. ¿Lograría tener éxito?

Los- combates aéreos habían sido desas­trosos a causa de los nuevos y mortíferos proyectiles rusos SAM-6.

 Los Phantom y Mirage israelíes no tenían esta vez el dominio del aire. En efecto, se había obligado a todas las líneas aéreas a suspender sus servicios a Israel. Sólo la pequeña línea israelí, El Al, seguía intermitente y disi­muladamente trasportando soldados ju­díos y pertrechos que se necesitaban con urgencia.

Entonces vino de nuevo el pensamiento : Quiero que vayas al frente de batalla ... ¡ inmediatamente !—

¿Qué podía significar esto? ¿Acaso esta impresión venía en cierto modo del Señor? ¿0 era solamente un pensamiento casual que surgía de las noticias de la guerra? ¿Qué propósito podría haber en ir al fren­te de batalla?

Los pensamientos circularon por mi mente durante algunos minutos, como la ropa que da vueltas en un secador. Ir a la guerra era incongruente, pero también intrigante. La misma imposibilidad de ha­cerlo me fascinaba.

Aparentemente, se estaba desarrollando la peor batalla de tanques de todos los tiempos. Sentía una seguridad en la imposibilidad de llegar allá.

En todo caso, sólo Dios podría lograr­lo; así que quedé confiando en eso.

Después de mi desayuno, servido muy a la inglesa, terminé de rotular mi equipaje para dirigirme a Belfast. Irlanda se­ría bastante espantosa en sí misma. Enseguida, volví a mi pieza para orar. Al parecer, era urgente que me reuniera con el Señor para considerar este asunto de la guerra. Todavía estaban fijas en mi mente esas pocas palabras sobre el frente de ba­talla. Nada parecía ahuyentarlas. Enton­ces se me ocurrió la idea de arreglar todo este asunto por medio de algunas llamadas telefónicas. Si esto era realmente de Dios, con toda seguridad, él tendría que abrir por la fuerza grandes puertas.

Primero llamé a la embajada israelí.

—¡ Cielos ! ¿Por qué quiere ir a Israel en este tiempo? —me preguntaron.

Les dije que honestamente no lo sabía, pero que de vez en cuando escribía libros. Por último, me prometieron que si tenía tan pasaporte válido de los Estados Unidos y exhibía una prueba de que era escritor, no me pondrían obstáculos. Había un solo problema que deseaban señalar : era impo­sible llegar allá.

En segundo lugar, hice una llamada a nuestra embajada de los Estados Unidos. Aquí de nuevo trataron de persuadirme amigablemente :

—¡Manténgase lejos de Israel!

Pero aparentemente me servía de algo el hecho de ser escritor. Luego escuché la misma historia :

—Todo esto es muy académico, ya quede ningún modo usted puede llegar allá.

Hice una tercera llamada desde mi puesto de mando, ubicado en el Hotel Hil­ton de Londres :

—¡Aló! ¿Con El Al? Deseo reservar un pasaje para Tel Aviv.

Hubo un largo silencio.

Entonces dije:

—¡ Aló ! ¡Aló! ¿Puede oírme?

Entonces la empleada de El Al me dijo:

—Mire, actualmente no hacemos reser­vas. ¿No ha leído los diarios? Hay centenares de ciudadanos judíos que ahora mismo están sentados en Heathrow, pro­curando llegar a sus casas. Además, por razones obvias, no anunciamos los vuelos de salida. Pero, de todos modos, le agrade­cemos por llamar al El Al.

Sentí el golpe seco del auricular cuando colgó.

Bueno, había hecho lo posible. Me des­pedí del Hilton y me dirigí en taxi a la estación terminal de la British European Airways del aeropuerto de Heathrow.

 No había nada más que hacer, salvo seguir con mi original "plan de juego" para vi­sitar la tumultuosa Irlanda del Norte. Cuando aterrizamos por fin en el aero­puerto de Belfast parecía que, después de todo, lo había hecho en las Cumbres de Golán. ¡ Alambre de púas enrollado, ame­tralladoras ligeras, tres cacheos, equipaje arrebatado, y tensión, tensión por todas ¡>,u-tes! Habían estallado cincuenta poten­tes bombas en la zona durante las catorce horas previas a nuestra llegada.

El asunto de Israel, que yo creía sepul­tado, comenzó a aflorar otra vez en mi mente. "¿Qué pasa aquí?", pensé. Así que cuando llegué a casa de Billy y Rita Burke, decidí hacer una llamada de larga distan­cia a mi casa, al otro lado del océano. De una vez por todas tenía que conocer el pensamiento de Dios con respecto a este asunto de Israel. De esa conversación con Virginia surgió la decisión de pedirle al Señor una respuesta definida, que viniera directamente de su Palabra. Parecía que esto era un dilema apto para ponerlo de­lante (le él.

Después de orar, abrí mi Biblia al azar para ver si el Señor me ayudaba a saber si esto era una idea suya. Sabía que si resultaba ser una verdadera dirección del Señor, de algún modo se solucionaría la "imposibilidad" de viajar a Israel.

Mi dedo se posó casi en el versículo 23 del capítulo 19 de Isaías. Mientras leía las Palabras, mi corazón comenzó a latir con fuerza. "En aquel tiempo habrá una calzada de Egipto a Siria, y sirios entrarán en Egipto, y egipcios en Siria; y los egip­cios servirán con los sirios." ¡ Ah! En ese mismo momento los egip­cios estaban sirviendo con los sirios en la mortal armonía de una guerra coordinada contra Israel. ¡ Pues, en realidad el Señor me había estado hablando!

Nuevamente levanté el auricular. Esta vez para llamar a Londres. Me comuniqué con El Al y otra vez les pedí que me reser­varan un pasaje para volar con ellos a Tel Aviv. Pero obtuve la misma respuesta:

—¡ No hay absolutamente ninguna po­sibilidad de que usted pueda conseguir asiento! ¡ Punto !

Esto parecía desconcertante ...

Proseguí con mis asuntos en Irlanda del Norte, y me sentí conmovido al tener la oportunidad de hablar a un grupo de jó­venes cristianos en la Universidad de la Reina, de Belfast. Trazamos planes para que a mi regreso yo diera una serie de conferencias, y llegó la hora de salir de Irlanda.

Ya había reservado mi pasaje para re­gresar a casa en el vuelo vespertino de la TWA. Este iba directo a Los Angeles por la ruta polar: en sólo once horas estaría en casa. ¡ Hombre, esto parecía bueno! Pero mientras entregaba mi equipaje en Belfast, decidí facturar las maletas sólo hasta Londres ... en caso de que Dios pu­diera aún realizar el milagro de dispoNERME  un asiento para viajar a Israel en me(lio de la guerra.

Después que aterrizamos en Londres, agarré mi equipaje y me lancé en busca de un taxi que me llevara a la estación terminal de El Al. Unos minutos después estaba allí, jadeando, junto al mostrador de El Al.

—¿Qué desea usted? —preguntó la empleada, levantando la vista de lo que en ese momento ocupaba su atención.

—Quiero volar a Tel Aviv con ustedes —le contesté.

—¿Cuándo?

—Ahora mismo.

Procuré mantener una expresión jui­ciosa mientras la miraba directamente a ¡( ojos.

—Ha llegado usted muy atrasado —dijo ella.

—¿Muy atrasado para qué? —le pre­gunté.

La empleada me dijo:

—Creo que el vuelo ya está cerrado en la puerta. ¿Reservó su pasaje?

¡ Mi corazón dio un salto!

—No; no lo he reservado. Pero ¿ten­dría la bondad de llamar a la puerta y ver si quieren mantener el vuelo abierto sólo un par de minutos más? Puedo correr

a toda velocidad hacia allá. . . si hay un asiento. ¡ Tengo que llegar a Tel Aviv! Tengo un asunto importante allá. Soy escritor.

La empleada levantó el auricular y ha­bló en hebreo a alguien al otro extremo de la línea. Mientras la observaba, me sentía ya animado, ya desanimado. Al principio, ella movía la cabeza afirmati­vamente, y luego en forma negativa. Finalmente, colgó el auricular y me miró durante algunos segundos.

—Bueno; dígame, ¿me llevarán? —le pregunté.

Y me contestó:

—¿Sabe? No lo habría creído ... efec­tivamente hay un asiento. Hay un 50 por ciento de probabilidad a su favor; pero no detendrán el avión ni para usted ni para nadie. Tendrá que arriesgarse y efectuar rápidamente los trámites de salida de la Gran Bretaña, y procurar llegar hasta la puerta. Si puede lograrlo antes de que se cierre la pueta del avión, lo que pongo en duda, lo llevarán. Permítame llevar sus maletas.

Mientras nos elevábamos, alejándonos de la pista, miré en derredor, curiosean­do. El Boeing 707 estaba atiborrado. Era un vuelo a la usanza judía, y en mi cor.azón yo reía, lleno de alegría. ¡ A veces el Señor es demasiado, pero demasiado preciso.

2

Saga Sokolov

Tara ese rítmico y persistente canto ¡sraelí que en el atestado aeroplano llegaba hasta mí. Cin­cuenta y nueve variedades de ju­díos y un solo gentil inadaptado, todos dirigiéndonos a una nación sacudida por la guerra. ¡Y sin embargo, había más gozo que en un pasaje de graduados que re­gresaran a sus casas!

Había sido un problema para esta gente regresar a sus unida­des. Pocos sabían que había mu­chos generales israelíes que se hallaban en el extranjero cuando los sorprendió el comienzo de la lucha.

Había algo maravilloso y contagioso en el espíritu que imperaba en ese reactor de El Al. Yo mismo me sorprendí bro­meando con los judíos que iban a ambos lados de mi asiento con respecto a la co­mida que nos sirvieron a bordo.

Qué comimos, nunca lo sabré; pero mi lonja de carne tenía precisamente el color de una deliciosa tajada de jamón.

—Aguarden a que les diga qué nos dio de comer El Al ... y precisamente en un día viernes, después de la puesta del sol —les dije.

¿Qué quiere decir? ¿Qué estamos co­miendo aquí entonces? —preguntó uno de ellos.

Averígüelo usted mismo. ¿No es ese hermoso jamón de El Al? —le dije.

Casi se atoraron. Arribos gritaron a la vez:

¡ Esto no es jamón!

El que estaba sentado al lado del pasillo me miró a la cara y vio que había estado bromeando. Nos divertimos mucho en ese vuelo.

 Con todas las luces apagadas, nuestro Capitán maniobró el Boeing en un rápido descenso como si fuera una insignifican­cia. Luego lo niveló y el gran pájaro rodó suavemente sobre la pista del aeropuerto de Lod.

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