EL ESPIA QUE LLEGO DE ISRAEL
Por BEN DAN
Acompañado del Derviche, Elie Cohen iba y venía, pues, a pie a lo largo de la calle Allenby en esa jornada de verano de 1960 , intentando identificar a su rastreador, y darle esquinazo.
Al comienzo fracasó una y otra vez en
este ejercicio que repitióse sin descanso durante días enteros. Ni una sola vez
había logrado descubrir a los agentes que le seguían. Sin embargo,
cada vez, después; del ejercicio, el Derviche le
mostraba fotografías que los rastreadores había tomado en las calles
de Tel Aviv y en las que se veía a Elie Cohen
parado ante un quiosco de periódico o del escaparate de alguna tienda.
Hasta que le mostraron películas que se habían
tomado mientras deambulaba por las calles, sin que fuera capaz de distinguir de
los demás transeúntes a los que le venían siguiendo.
No fue sino hasta al cabo de una semana de estos ejercicios que Elie Cohen logró, al fin, descubrir por primera vez a los
que le seguían. A partir de ese momento el ejercicio convirtióse en juego.
Gracias a los consejos del Derviche, Elie
reconocía cada vez más fácilmente a los rastreadores, y aprendía a
darles esquinazo, mientras que los otros, a su vez, intentaban sorprenderlo por
todos los medios posibles, sin que se les viera, con sus cámaras fotográficas
miniatura.
Hacia fines del primer mes de este adiestramiento intensivo, el instructor
sometió a Elie a una prueba de otra especie. Una
prueba que tuvo lugar en Jerusalén.
La operación comenzó con la entrega a Cohen de un pasaporte de nacionalidad
francesa, extendido a nombre de Marcel Cowen. Era el pasaporte de un judío de
origen egipcio de paso por Israel, antes de que se embarcase con destino a un
país africano. No se había hecho más que sustituir con la de Cohen la
fotografía de identidad de este turista momentáneo, por mientras durase el
ejercicio. Una joven, Zeira, secretaria de los Servicios Secretos en Tel Aviv,
entregó este pasaporte a Cohen.
Las instrucciones del Derviche no tuvieron ambigüedad alguna: provisto del
pasaporte extendido a nombre dei Cowen, Cohen
tenía que ir de Tel Aviv a Jerusalén y, por mientras durase el ejercicio, debía
portarse cual si fuese el verdadero dueño del pasaporte. Dicho en otras
palabras: Elie debía asumir la identidad del turista francés de origen egipcio,
del que se sabía que no hablaba más que el francés y el árabe. Bajo esta
identidad, su misión consistía en que entrase en contacto con el máximo número
de personas que él mismo escogería, (comerciantes, empleados, funcionarios o,
incluso, ministros) capaces de proporcionarle informaciones acerca de Israel.
No era nada más que lo que en el lenguaje técnico de los servicios secretos se
llama una operación de tipo CC cobertura".
El Derviche combinó esta operación con el ejercicio al que acababa de dar fin
con su nuevo recluta en Tel Aviv: hizo saber a Cohen-Cowen que, durante toda la duración de su estancia en Jerusalén, le
seguirían varios agentes del Servicio, y que la operación sería mejor
calificada si lograba burlar su vigilancia.
Emocionado al pensar que esta vez tendría que comportarse en Jerusalén cual si
fuese ya un espía en país extraño, Elie, convertido en Marcel Cowen, emprendió
el camino a Jerusalén, tras haber dicho a su esposa que iba allí en "viaje
de negocios" y que tendría que quedarse durante varios días.
Llegó a Jerusalén por tren y fue a instalarse en una modesta pensión de
familia, en la que se registró con su falso nombre. Luego se puso
inmediatamente a la tarea de dar una vuelta por la ciudad y de entrar en
contacto con los habitantes de la misma que escogiera.
Jerusalén, con sus barrios pobres y callejuelas a sus lo largo de la frontera
jornada, la antigua muralla que separa la ciudad israelí de la ciudad árabe,
con los puestos de tiro de la región árabe en lo alto de las almenas de esta
muralla, daba a Elie Cohen, que llegaba a Jerusalén por segunda vez desde que
entró en Israel, la ilusión de una vieja ciudadela oriental. Entregado a sí
mismo, debido a su misión, tuvo ocasión de observar la ciudad y de impregnarse
de su carácter tan particular y único en el mundo.
Puesto que hablaba corrientemente el francés,
no tuvo dificultad alguna para entablar conversación con algunos de los
huéspedes de la pensión* en la que había posado, y a los que se presentó cual
si fuera un turista del "Mediodía de Francia" y por ellos se enteró
de cuáles eran los cafés y restaurantes de la capital en los que era fácil
encontrar a hombres de negocios y funcionarios del gobierno.
Así es cómo, en el segundo día de su llegada a Jerusalén, trabó, conocimiento,
en el café Vienna, con un funcionario que pertenecía a un gran ministerio, y
esa misma noche estuvo invitado a cenar en su casa. En la cena, trabó
conocimiento, entre otras personas, con el subdi-
**** Para evitar que se establezcan malos entendimientos o
incomodar a ciertos vecinos inocentes de Jerusalén, los autores consideran que
lo acertado es no indicar los nombres de las personas con las que Cohen logró
establecer contacto durante su estancia en dicha ciudad. ****
rector
de un pequeño banco de la capital. En cuanto se enteró por labios del turista
"francés" que éste tenía la intención de instalarse en Israel y de
trasladar al país su modesto capital, este subdirector le dio cita para el día
siguiente en su despacho. La conversación que la mañana siguiente tuvo lugar
entre Cohen y el subdirector, que había olfateado algún provecho y deseaba manifiestamente
que su establecimiento se beneficiara con la transferencia entrevista del
capital, fue larga y fructífera. Cohen se enteró de todas las dificultades
económicas y financieras de Israel, de la "catástrofe" que se
avecinaba bajo la forma de suspensión de pagos de las reparaciones alemanas, y
del descenso de las colectas de dinero para Israel en Estados Unidos. Elie hizo
innumerables preguntas, y el subdirector dedicóse muy amablemente y con
manifiesta buena voluntad a proporcionarle las respuestas.
Inútil es decir que, posteriormente, el joven banquero admiróse de no tener
noticia alguna de su cliente. Quizá nos sea permitido pensar que se habrá
escandalizado al leer estas líneas, y enterarse, sólo hasta ahora, que "el
turista del Medio día de Francia" no era otro que Elie Cohen.
En Jerusalén, el aprendiz de espía se había percatado de que, tal como se lo
previniera el Derviche, estaba siendo seguido. Más tarde tuvo ocasión de ver
las fotografías que se habían tomado de él, entre otras unas del café Vienna
con el funcionario del ministerio. En cambio, había logrado salvaguardar el
secreto de su encuentro con el banquero, por lo que su instructor hubo de
felicitarle.
La operación Jerusalén duró diez días. Cohen, alias Cowen, trabó conocimiento
con un impresionante inúmero de comerciantes, funcionarios oficiales y varios
intelectuales de esta ciudad universitaria.
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