CUARENTA
AÑOS DE LUCHA
MOISÉS TORREGROSA
SANTIAGO DE CHILE
1921
-56-65
Mientras tanto, su mente y su corazón llenábanse de las cosas de Dios.
CAPITULO III
EMPIEZAN IA5 PRUEBAS
«Y me seréis testigos en Jerusalén, y en toda Judea, y Samaria, y hasta lo último de la tierra».—(Hechos 1:8). Este y otros textos de la Palabra de Dios se apoderaron de todo su ser y no le dejaban ni un instante tranquilo. 58 MOISÉS TORREGROSA Seguía asistiendo a las reuniones ocultamente.
Un escalofrío estremecía todo su ser, cada vez que pensaba que, al fin, sería descubierto. Dios hablaba a su conciencia: —José, ¿cuándo te decides? El Señor le presentaba ocasiones, para que se decidiera de una vez; mas él las rehuía vergonzoso. Sentíase como el ser más frágil y desgraciado de este mundo.
II Primera tormenta
Asistía a todas las reuniones: oraba con sus hermanos en la fe desarrollándose en él un amor grande para con ellos. Un Domingo por la mañana, a la CUARENTA AÑOS DE LUCHA 59 misma hora y en el mismo lugar en que se le invitó la primera vez, para asistir al culto, se encontraba don José conversando con un hermano suyo, un cuñado y algunos caballeros más.
Frente a ellos había una gran plaza, en la que se celebraban el mercado y la feria, y a donde afluía gran cantidad de gente, todos los Domingos. Ese Domingo la plaza estaba extraordinariamente concurrida. Habría más de dos mil personas.
De repente, suena una campanilla. Miran y ven que viene el viático; y lo peor de todo era que se dirigía hacia el grupo en donde don José se encontraba. El paso del viático por las calles era todo un acontecimiento.
Las ventanas y balcones se llenaban y cuanta persona había en la calle se postraba en el suelo. Lo que allí pasó no se puede describir
La gente estaba toda arrodillada, sólo don José permaneció en pie, temblando como un sentenciado a muerte. Reinaba un silencio profundo. Más o menos sabía él lo que le esperaba, pero, resuelto a todo, elevó su corazón al cielo y dijo: «Señor, ven en mi ayuda ». Concluye el viático de pasar, la gente se pone de pie, y el primer reproche se lo dirige su cuñado
. —José—le dice—¿estás loco? ¿qué has hecho? ¿te has burlado de la presencia del Señor?
—¿Señor?—contestó él, con algo de valor y conteniendo el temblor que no le dejaba—de Uds. lo será; mío no; mi Señor está en el cielo y dentro de mi corazón ahora.
Todo aquel gentío se enteró; los insultos y palabras groseras llovían sobre él; era preciso escapar. Huyó y se dirigió a la capilla; era la hora del culto. Allí se metió, y en una pieza anexa permaneció algunos momentos, llorando amargamente. «Este fué el momento—dice él—en el que me rodearon los ángeles para sostenerme ».
En pocos instantes la noticia se extendió por toda la ciudad. Cuando llegó a almorzar a su casa, su esposa lo sabía y allí recibió otra descarga. Esa noche el Señor le dijo: «Prepárate, no temas, habla y no calles»
Al día siguiente, al llegar a su oficina, las miradas parecían puñaladas dirigidas a su corazón.
A los pocos días el alcalde le pide su inmediata renuncia del cargo. Se consideró perdido.
Empezó su vía crucis.
En cuanto su esposa supo que estaba sin destino, le declaró una guerra sin cuartel.
Visitaba a sus parientes, y uno por uno le fueron echando a la calle, de tal manera que pronto quedó sin poder ir a ninguna parte. Los primeros meses había dinero y pan en su casa, pero pronto se acabó todo y llegaron a las últimas trincheras.
Su dulce hogar se había convertido en un infierno.
Su esposa no escuchaba sus palabras. No podía permanecer en su casa ni un cuarto de hora. Ella le decía:
—«Por tu causa hemos quedado en la miseria. Esos libros te han vuelto loco.' Esas gentes te han embrutecido.— En todas partes eres el tema de las conversaciones.
“— Has vendido tu alma al demonio».—
Sin empleo, sin pan y con familia. Para escapar de la tempestad tomaba su Biblia y se iba bajo de un árbol a leer y orar. Continuaron algunos meses, vendiendo el mueblaje de casa para poder comer. Uno hoy, otro mañana, la esposa del señor Torregrosa regándolos con sus lágrimas y el corazón de él desgarrado.
Sus relaciones, que no eran pocas, le acechaban en sus luchas, e influían para que les fueran cerradas todas las puertas, a las que él pudiera llamar en busca de ayuda.
III Segunda tormenta
A los pocos meses, la pobreza invadió aquel hogar. El hambre y la miseria se reflejaban en su rostro y en el de su familia.
Entonces, el fariseo caracterizado de la ciudad, el verdadero caballo de batalla del clericalismo, el cabeza de todas las sociedades, el hombre rico, de influencia y dueño de todos los destinos, le invitó a su casa
Allí tuvo lugar el siguiente diálogo: —¿Qué tal, José? ¿cómo le va? ¿y la familia?
—Mal, señor; muy mal; no tenemos qué comer. —
Pues le voy a dar una buena noticia: desde mañana puede Ud. volver a su destino, en mejores condiciones que antes y con su sueldo aumentado. Estas palabras le llenaron de gozo. Lágrimas corrieron por sus mejillas. Pero esta alegría fué momentánea, nada más. El diálogo continuó:
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