CUARENTA
AÑOS DE LUCHA
MOISÉS TORREGROSA
SANTIAGO DE CHILE
1921
-87-98
El cura.—(Con toda hipocresía y estulticia y con
sus dos manos puestas sobre su estómago). En esto hay un tremendo error. La
Biblia no dice que eran hermanos, sino que estos eran
primos hermanos.
Reo.—(Con el Nuevo Testamento en sus
manos).—Señor juez, pido permiso para leer el texto.
Juez.—Puede hacerlo.
Entonces el reo leyó en San Mateo, capítulo doce,
versículo cuarenta y seis:—«Y estando él aún hablando a las gentes, he
aquí su madre y sus hermanos estaban fuera que le querían hablar». Ahora bien, señor cura, cuando la Biblia nos dice que Caín y Abel eran hermanos,
entendemos que eran hermanos e hijos de una misma madre ; lo mismo sucede cuando
leemos que Moisés tenía una hermana, llamada María; igual cosa ocurre cuando
leemos que José fué vendido por sus hermanos; llegamos a Lázaro y sus hermanas y entendemos lo mismo.
No dudo que la iglesia está conforme con lo que acabo de decir. ¿Y por qué
razón, al llegar al caso de Jesús, usando el
escritor inspirado de la misma palabra, se tiene
que hacer esa rara excepción? Además, ¿qué
quiere decir San Mateo, cuando, hablando de Jesús, le llama primogénito de María? ¿Y por qué, cuando San Juan habla de Jesús, como
Hijo de Dios, le llama Unigénito? Para aceptar yo la teoría de su iglesia, tendría Ud. que mostrarme en qué parte del
Evangelio se le llama a Jesús Unigénito Hijo de María. ¿Qué tiene de extraño, señor, que María, después de cumplir la
misión con que Dios la distinguió, se casase con José, y de este matrimonio
resultasen hijos e hijas, como nos dice la Sagrada Escritura? El
cura.—(A grandes voces).—Es que nuestra Santa Madre Iglesia, según el Concilio de Trento, dice que no eran
hermanos.
Reo.—(Dirigiéndose al juez).—Pero eso no es la Palabra de Dios.
Al juez le pareció conveniente dar el asunto por terminado.
Hace sonar la campanilla, aparece el aguacil y le ordena que lleve a don José
al calabozo.
V
A disposición del Gobernador
de Madrid
Seis meses permaneció en aquella inmunda cárcel. No habiendo base para iniciar
un proceso, preguntábanse: ¿Qué haremos con éste?
Por fin se le notificó que debía comparecer ante el juez, para oir la
sentencia. «A disposición del gobernador de Madrid», fué la sentencia de aquel
fariseo energúmeno.Se ve que la idea del juez fué ésta: que no pudiéndole aplicar la ley, quiso
90 MOISÉS TORREGROSA
deshacerse de él, enviándole a disposición del
gobernador de Madrid,( de Herodes a Pilato) (caso acordado con
aquél), porque si no moría en el camino, teniendo que andar doscientas leguas a
pie, al menos se vería imposibilitado para volver
.CAPITULO V
En viaje a Madrid
¿Quién nos apartará del amor de Cristo? tribulación? o angustia? o persecución?
o hambre? o desnudez? o peligro? o cuchillo? Por lo cual estoy cierto que ni la
muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente,
ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar
del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro»
.San Pablo a los Romanos. Cap. 8, versículos 35-39.
92 MOISÉS TORREGROSA
I
Don José Torregrosa era víctima de la intolerancia
religiosa. Estaba encarcelado por ser discípulo de Jesús y porque amaba y respetaba la Palabra de Dios,
conservándola en su corazón como verdad santa y salvadora.
La sentencia de aquel juez, instigado por el cura,
privó a inocentes hijos de las caricias del padre, y a una esposa del apoyo de
su marido.
La sentencia estaba pronunciada. No había reclamación. El reo debía partir.
Se veía obligado a recorrer doscientas leguas a pie, con esposas, en una cuerda
de malhechores y confundido con su ignominia.
Las inclemencias del frío, su salud delicada, las
hediondas cárceles de los pueblecitos, por donde debía pasar, todo esto
le era muy doloroso.
Su familia estaba necesitada y él en estado de prueba.
Su fé en Dios no desmayaba. San Pablo le daba un ejemplo de resignación en la
tribulación; y la furia y las crueldades de los modernos Dioclecianos serían
impotentes para hacer
vacilar su fe o hacerle enmudecer.
Anunciaré el Evangelio en los calabozos y confesaré
siempre el nombre de
Cristo», se decía a sí mismo.
Empezó el viaje, conducido por la guardia civil. Todos los días pareja nueva de
guardias, de un pueblo a otro. En cada cárcel a que
llegaba, le rodeaban aquellos desgraciados y le hartaban a preguntas, y la
narración de su historia le inducía a predicar el Evangelio. En algunas partes
llegó a orar con ellos.
Durmió en más de cuarenta cárceles, sin más lecho ni
más abrigo que el frío y duro suelo.
A pesar de todo, el Señor le fortalecía en su fe. Su encarcelación era
una prueba para el cuerpo, pero un placer para el alma. ¡Se gozaba en que podía
ser participante en los padecimientos de Cristo
III
En Madrid
Llegado que hubieron a Madrid, le llevaron en seguida ante el gobernador.
—¿Cómo se llama Ud?... le preguntó, después de haber recibido un expediente, de
mano de los guardias, el cual traían desde Alcoy.
—José Torregrosa, servidor de Ud.,
respondió el interrogado.
—Muy bien; dijo el gobernador, queda
Ud. en libertad.
CUARENTA AÑOS DE LUCHA 95
No comprendía don José las palabras del gobernador. Le parecían muy
extrañas.
Eran las 7 P. M. Se encontraba extenuado por el
cansancio y el hambre, ¿a dónde podía ir? No conocía a nadie. Madrid era para
él una capital desconocida.
Reo.—Por favor, señor, permítame quedar en la cárcel esta noche, porque ¿a dónde puedo yo ir a estas horas?
Me tomarán por un vagabundo.
Gobernador.—Menos palabras y retírese.
Salió a la calle. Anduvo dos o tres cuadras
inconscientemente, moviendo los pies, sin darse cuenta de lo que hacía, hasta
que el resplandor de una gran luz, que salía de una casa de comercio,
vino a darle en el rostro y se dió cuenta de su situación. Allí en la misma
puerta, había un espejo de cuerpo entero. Mira y ve parado ante él a un
pililo de la peor especie.
Se fija más, y observa . . . que se contempla a sí
mismo. Le faltaron las fuerzas por completo. ¡Qué horrible figura! El cabello
largo hasta taparle las orejas; la camisa no
se sabía de qué
color fuese; la ropa hecha jirones; la barba larga; y a los zapatos les quedaban las capelladas solamente.
Entonces sí que flaqueó su carne y
lloró amargamente, en medio de
aquella confusión de carruajes y transeúntes.
¿A dónde dirigirse en estado tan
miserable y repugnante?
Desmayado de hambre y dominado por el
desaliento sentóse en el umbral de una puerta
cerrada a orar, y en el acto se quedó dormido.
Y soñó—soñó que tenía delante de sí una sombra, como un guardián, y oyó con
claridad estas palabras:
«¿Qué haces aquí?»—«¿Y a dónde tengo de ir?»—«Pero, hombre de poco ánimo,
CUARENTA AÑOS DE LUCHA 97
¿no habrá aquí en esta gran capital
hermanos tuyos en la fe, a quienes puedas acudir? ¡Levántate y camina!»
Despertó sobresaltado. Buscó al que le hablaba; mas, a
nadie vió.
Henchido de valor, empezó a caminar y entró en una casa de comercio.
Se dirigió hacia una persona que le pareció el dueño.
—Buenas noches, señor,—y antes que pudiese
continuar, el caballero se adelantó y puso en las manos del señor Torregrosa
una moneda. ' Le tomaba por un mendigo. Recibió la moneda y la guardó, después
de haberle dado las gracias. Y continuó:—Tenga
la bondad de decirme, señor, ¿dónde encontraré la capilla protestante? —¡Qué
sé yo de esa gente!—le respondió;
dicen que están por allá por la calle Leganitos.
Le dió las gracias y se retiró. Sus piernas casi no querían obedecerle y,
haciendo un gran esfuerzo de voluntad, caminó, preguntando por la capilla
protestante a cuanta persona encontraba.
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