domingo, 4 de mayo de 2025

ODIO AL EVANGELIO * TORREGROSA* 75-81

  CUARENTA

AÑOS DE LUCHA

MOISÉS TORREGROSA

SANTIAGO DE CHILE

1921

75-81

II Ovejas sin pastor.—Llamamiento extraordinario

 El Domingo siguiente, como era la costumbre de los evangélicos, se reunieron en la iglesia a las diez de la mañana. Eran veinticinco hombres: ninguna mujer asistió ese día. Todos eran hombres de fe y piedad sincera, fieles a Dios, pero ninguno era capaz de subir al pulpito. Empezaron a orar y derramar lágrimas delante del Señor. Todas las cosas parecían estar contra ellos y sus familias.

Don José, de repente, sintió en todo su ser un estremecimiento, a manera de una corriente eléctrica. Creyó que estaba enfermo, pero al momento oyó una voz poderosa que le decía: «Habla y no calles».

 No pudo sujetarse en el asiento. Se levantó y con paso firme se dirigió al púlpito, en donde empezó a hablar. «¡Bendito sea Dios!—exclamó don José cuando nos hacía la relación de estos sucesos—aquel sermón fué el más grande y ruidoso que he pronunciado en mi vida».

Ese mismo día, por la tarde, los hermanos de más confianza del pastor, consiguieron hacerle una visita en el cárcel.

 En cuanto el pastor vió a esos hermanos no pudo contener sus lágrimas. Su primera pregunta fué: ¿Cómo han pasado el Domingo, hermanos?

 —Pastor, no se aflija,—le respondieron— Dios está con nosotros. mos tenido una reunión como nunca, con un predicador de primer orden.

El pastor, que conocía la cortedad y pequeñez de sus ovejas, se extrañó y dijo: ¿Quién fué? Los hermanos le contaron lo sucedido.

—Vayan a buscar a Torregrosa, y tráiganmelo, porque quiero saludarle; añadió el pastor. La entrevista de don José con el pastor fué una escena por demás emocionante. El pastor sacó sus brazos por entre los hierros de la doble reja que los separaba y quiso abrazarle, pero apenas pudo tocar su cabeza. Allí hubo palabras de aliento y dulces y abundantes lágrimas.

Así continuaron las cosas. El pastor encarcelado y don José predicando. Los enemigos creyeron que con la prisión del pastor, las ovejas se dispersarían. Su ira aumentó, al ver que no habían conseguido la destrucción de la obra.

 Entonces los ataques vinieron sobre el señor Torregrosa. Un domingo, mientras predicaba, asaltaron la capilla, rompieron vidrios, bancos y cuanto pudieron.

 Los hermanos, que tenían el caso previsto, saltaron por las ventanas de atrás y se pusieron en salvo. Seis meses estuvieron sin pastor. La obra, empero, no sufrió ningún menoscabo. Las reuniones, para las enseñanzas sencillas de la verdad cristiana, celebrábanse, a despecho de las amenazas y los ataques dirigidos por los enemigos del Evangelio. Por fin, el pastor fué puesto en libertad, previa cancelación de una multa de mil francos. Dios los pagó. A los pocos días, el pastor se fué los baños, por motivos de salud, y durante su ausencia estalló otra tormenta.

 Dios quería adiestrar a don José Torregrosa para su servicio.

III Nueva aflicción

Una de sus hijitas enfermó y murió. El día de su fallecimiento se encontró solo, completamente solo. A su esposa se la había llevado una vecina.

 La niña muerta en sus brazos, sin luz, ni fósforos, ni una vela con qué alumbrarse, desmayado de hambre y sin poder dirigirse a nadie en demanda de ayuda. Su familia, hermanos queridos, primos y amigos, todos conocían su situación apremiante y angustiosa, pero, lejos de ayudarle, la boca de cada uno era un volcán contra él.

/// Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.
42
Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber;
43fui forastero, y no me recogisteis;
estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.
44Entonces también ellos le responderán diciendo
: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos?
45Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que
en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.
 E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna//

 En ausencia del pastor, un anciano de la iglesia supo la muerte de su hija y vino a consolarle. Buscó un ataúd, avisó a los hermanos y pronto se vió rodeado por aquel círculo de amigos, hombres de fe y de oración, que se dignaron compartir sus penas y le trajeron cuanto pudieron de su pobreza. Una vez que se hubo animado un poco, hizo diligencias para el entierro.

 El cura se negó a darle permiso para sepultar los restos de su amada hijita en el cementerio. Se dirigió al alcalde en busca de amparo y éste le contestó con brutal aspereza:

—«Torregrosa, el castillo ( calabozo) de Alicante sí que le tengo preparado para Ud.'»—

 Se dirigió al juez, quien se negó a oirle.

Cura, alcalde y juez tuvieron una entrevista. Mandan llamar a don José y le proponen que lleve el cadáver a otro pueblo cercano.

 El no acepta. Le amenazan con la muerte, con la prisión, etc.

 El no cede. Tres días estuvo el cadáver insepulto.

Por último, se ven obligados a levantar cuatro paredes de un metro de altura y con las justas dimensiones del ataúd. Un cuerpo de policía les acompaña en el entierro, para impedir toda ceremonia religiosa. Sepultó, por fin, don José los restos de su hija.

Su entierro fué el escarnio de grandes y chicos. Su corazón estaba hecho pedazos. Pasó un mes más. Vino el pastor, y, cuando todo parecía tranquilo . . . otro calabozo.

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