sábado, 7 de diciembre de 2024

MONJE ESPAÑOL IMPRESIONADO POR LA BIBLIA-* 70-77*MONSALVATGE

 LA VIDA

DE

RAMON MONSALVATGE

UN MONJE ESPAÑOL CONVERTIDO,

DE LA ORDEN DE LOS CAPUCHINOS.

CON UNA INTRODUCCIÓN, POR EL REV. ROBERT BAIRD, D. D.

"Para manifestar las virtudes de Aquel que me llamó de las tinieblas a su luz admirable".—1 Pedro 2: 9.

NUEVA YORK:

IMPRESO POR J. F. TROW & CO.,

33 ANN-STREET

 70-77

**Es cierto que leí breves extractos de los evangelios en el Breviario y el Misal; pero la palabra BiBLIA, nunca la había oído antes***

Me propusieron ingresar en el seminario teológico de Besanzón; acepté con entusiasmo la propuesta, pues no tenía mayor deseo en este mundo que el de ser sacerdote, para poder volver a España y desde el púlpito lanzar anatemas sobre todos aquellos que habían tomado partido contra los ministros del santuario. Al mismo tiempo, deseoso de cumplir los deseos de mis padres, me sometí al cura de mi lugar natal, quien me presentó al arzobispo de Besanzón. Este último, después de haberme hecho algunas preguntas, me pidió certificados sobre mi vida monástica y militar, por lo que me permitió ingresar en el seminario, donde estudié teología durante un año, como consta en el certificado que me dio el superior del seminario, y que lleva la legalización del arzobispo. En el Seminario es costumbre que los candidatos conserven durante tres semanas su vestimenta secular, para darles la oportunidad de hacer una confesión general a un sacerdote, de todos los pecados que cometieron durante su vida antes de ingresar a la institución. Esto hice, poniendo a los pies del confesor las liviandades de mi conciencia, sin considerar la sangre que yo HABÍA derramadO como criminal, pues sólo lamentaba no haber derramado más, creyendo firmemente que mis acciones habían sido sancionadas por el Todopoderoso, ya que esa sangre era la de sus enemigos. No sólo así; no dudo de que si al entrar en Francia me hubieran señalado a uno de los enemigos de Roma, habría hundido mi dagger*daga* en su seno. Cuando se hizo esta confesión general, dejé la vestimenta militar y me puse la sotana.

 Comencé un curso de teología; y no olvidé leer diariamente mi Vulgata latina. Mientras leía este libro divino, me detuve con interés en los pasajes que me mostraban que los hombres mortales no tenían poder para remitir los pecados; que era solo por medio de Jesús que podía obtener el perdón, "en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia"; que era solo por la fe en Cristo que podía ser salvo, porque "el que cree en él, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios". 2 Pero, ¡ay!, a pesar de

***Efesios 1:7. Romanos 1:10. 3 : 24. Juan 3 : 18, 36.**MONJE ESPAÑOL. 73 –

pesar de la verdad y fuerza de estos y muchos otros pasajes similares, que leí sin mucha reflexión, no reconocí este llamado del Salvador y rechacé las ligeras impresiones que me causaron.

Pero un Dios misericordioso quiso rescatar mi alma desdichada del estado de ignorancia, error e idolatría en que se encontraba; y para este propósito quiso que los mismos errores que me fueron enseñados como medios de atacar y destruir el Evangelio, me llevarían a defender públicamente la verdad de la Biblia. Un día, al responder al argumento de un compañero de estudios a favor de la existencia de un Purgatorio, en presencia de todo el colegio, hice uso de citas de la Biblia, que me mostraron que lejos de sostener ciertas doctrinas de la Iglesia romana, como me había dicho el cura, había textos en directa oposición con ellas.

Mi oponente estaba tan avergonzado por mis respuestas, que el profesor creyó conveniente acudir en su ayuda, y terminó ordenándome que me callara, y diciendo: "Un protestante no podría decir más".

 Me quedé más asombrado al saber por mi profesor mismo que los protestantes podían argumentar según la Palabra de Dios, aunque eran herejes, como yo creía entonces. Tan pronto como regresé a mi habitación, fui honrado con la visita del Superior del Seminario y del profesor, quienes, después de una conversación, me prohibieron leer la Biblia. Como no era mía, no podían quitármela; pero me ordenaron que la devolviera a su dueño; y, aunque con pesar, obedecí.

La misma prohibición que se me impuso sobre la lectura de la Palabra de Dios aumentó en mí el deseo de conocerla mejor, así como de saber si los protestantes podían realmente argumentar a partir de ella como yo lo había hecho y como el Profesor había dicho que podían hacerlo.

 Unos días después tomé la resolución de ir a ver al "Jefe de los Protestantes" (no sabía qué título darle) para aprender de él cuáles eran sus doctrinas.

El 11 de junio de 1841, en el octavo mes de mis estudios en el Seminario, visité al reverendo Sr. Sandoz, pastor de Besançon.

Le conté mis dudas, mis deseos y la controversia que había sostenido en el Seminario. Le rogué que me informara sobre las doctrinas fundamentales de la Iglesia protestante.

El amable pastor respondió: "Señor, con mucho gusto lo satisfaré, pero primero comencemos con la oración". — MONJE ESPAÑOL. 75- Nos arrodillamos.

Puedo decir que nunca antes de ese día había escuchado una oración del corazón, como la que hizo ese pastor hereje. En mi infancia, y también en el convento, solo recitaba oraciones escritas, y casi todas en latín. Pero la boca de este sacerdote sin sotana, vertía los sentimientos que llenaban su corazón. Oraba con mucho fervor por aquellos cuyas almas aún estaban en tinieblas, para que la luz de la salvación brillara sobre ellos. Luego se levantó de sus rodillas y me habló con estas palabras: "Mi querido señor, me alegro de que los anticipos de salvación, tal como se contienen en la Santa Biblia, hayan llegado a usted y despertado su conciencia. Si es el deseo de tu corazón convertirte en uno del rebaño de Cristo, la Biblia te enseñará qué creer y qué hacer para hacer las paces con Dios y participar de Su gloria eterna; porque ese libro inspirado puede hacerte sabio para la salvación, por la fe en Cristo. Fue escrito para que puedas creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y que, creyendo, puedes tener vida en Su nombre. En cuanto a los dogmas de la religión protestante, enseñan que tu deber consiste, primero, en reconocerte como un pecador condenado, indigno de perdón e incapaz de hacer algo aceptable a Dios, antes de haber sido regenerado por el Espíritu Santo; segundo, reconocer a Jesús como Dios manifestado en la carne, y reconocerlo como tu única esperanza de salvación y vida eterna; en tercer lugar, en recibir la Biblia como divinamente inspirada y como la única regla de fe y conducta; en cuarto lugar, la absoluta necesidad de la santificación del corazón por el Espíritu Santo y las buenas obras como testimonio de que vuestra fe es viva y obra por el amor.

"Dios te ha favorecido mucho al abrir tus ojos y mostrarte que estás en un camino equivocado. Debes responder a su llamado. Si deseas sinceramente salvar tu alma, abandona el Seminario y entrégate por completo al Señor".

No había previsto que el buen clérigo me hubiera sugerido la conveniencia de dejar el Seminario para salvar mi alma; supuse que simplemente me habría explicado a mi satisfacción los puntos destacados de la fe protestante. Su consejo de abandonar mis estudios teológicos me trajo esta reflexión a mi mente: "¿Qué dirá el mundo al ver a uno de mi nación, tan fiel a las doctrinas de Roma, rechazar sus dogmas y demostrar así que considera a sus compatriotas como equivocados?"

Entonces llegó a mí el presentimiento de que el amor de mis parientes se convertiría en odio, de modo que abandonaría la esperanza de regresar a mi amado país; que así renunciaría a la profesión que era objeto de mi ambición y deseo, y a la que mis padres habían dirigido mi atención. Estaba tan absorto en estas reflexiones, que me quedé ante el pastor, sin saber qué responder.

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