HISTORIA
DE LAS
PERSECUCIONES Y BATALLAS
DE LOS
VALDENESES.
POR EL REV. J. T. HEADLEY.
NUEVA YORK: JOHN S. TAYLOR, 143
NASSAU STREET,
MONTREAL:—R. W. LAY.
1853
22-26
Pero, en la persecución de 1655, iniciada por el duque de Saboya, Bobi tuvo un papel más importante que en las que la precedieron. El mero relato de las escenas sanguinarias que se llevaron a cabo congelaba la sangre. Horrores inauditos, excepto en la historia de la Iglesia Romana, se perpetraron en presencia del mundo civilizado, hasta que Cromwell, que entonces ejercía el poder de Inglaterra, pronunció sus severas reprimendas, declarando que los detendría, aunque tuviera que navegar con sus barcos por los Alpes para lograr el objetivo.
Comenzó con la invasión del territorio valdense con un gran ejército francés. Contra este poderoso despliegue, parecía imposible que los cristianos pudieran luchar. Sin embargo, se reagruparon valientemente y, arrodillándose en solemne oración a Dios, se lanzaron sobre el enemigo con tal entusiasmo y terror, que, aunque eran cien a uno menos, rompieron sus filas en pedazos, y los enviaron de vuelta destrozados y derrotados.
El marqués de Piannesse, viendo que no iban a ser vencidos por las armas, recurrió a la duplicidad ( falsedad, engaño= caballo de Troya, etc ) y, llamando a él a diputados de los diferentes valles, les prometió paz y seguridad. El único favor que pidió a cambio fue el permiso para alojar un regimiento de infantería, y dos tropas de caballería, entre ellos durante dos o tres días, como prueba de su fidelidad.
Los campesinos, desprevenidos, accedieron con alegría y el ejército se marchó. Pero tan pronto como tomó posesión de las fortalezas, comenzó la obra de la masacre. Los pobres, sorprendidos, huyeron a las montañas —los que pudieron—y los demás fueron asesinados. Alrededor de la iglesia de Bobi, los muertos yacían en montones. Los gritos de los hombres enfurecidos, y los alaridos de las mujeres y los niños, hicieron que este dulce valle resonara con ecos terribles. Los medios ordinarios de tortura no eran suficientes y se inventaron nuevos modos de crueldad. Se arrancaba a los niños del pecho de sus madres y se les estrellaba el cerebro contra las rocas. Madres e hijas eran violadas en presencia unas de otras y luego apedreadas.
En sus bocas y oídos se les metía pólvora y se les prendía fuego, y así los indefensos enfermos volaban por los aires. A los enfermos los ataban con la cabeza y los pies juntos y los arrojaban por los precipicios. Muchos de ambos sexos y de todas las edades eran empalados vivos, y ellos, desnudos y retorciéndose de agonía, eran plantados a lo largo de los caminos.
Sin embargo, después, estos cristianos perseguidos se unieron y, cayendo sobre sus perseguidores, los derrotaron con una terrible matanza. En 1686, comenzó otra persecución ; pero su historia es como la de todas las demás: es un registro de duplicidad, traición, crueldad y barbarie demasiado horrible para ser contada. El pueblo de Bobi sufrió en ambas persecuciones severamente; pero tenían corazones valientes y lucharon alrededor de sus antiguos altares con un heroísmo que merecía un mejor destino. De catorce mil que fueron encarcelados durante la persecución anterior, once mil perecieron. Aún quedó un remanente y, fieles a su antigua fe, estos hijos de Dios heridos lo soportaron todo con la firmeza de los mártires. Al final, fueron expulsados de sus hogares y esparcidos por la Europa protestante.
Pero aún miraban con nostalgia sus hogares en las montañas. Eran exiliados en una tierra extraña y, como los hijos cautivos de Israel, lloraban cuando recordaban sus tranquilas iglesias en medio de los Alpes.
El hecho mismo de que sus altares hubieran sido bautizados en sangre los hacía doblemente queridos.
Sus corazones estaban en sus hogares desolados y todavía se aferraban a las cenizas de sus padres, e hijos, esposas y hermanos que habían caído noblemente por su santa religión.
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