SAMUEL THE PROPHET
BY
F. B. MEYER, B, A.
19-23
Se nos dice que “ella oró”, y nos conviene estudiar su oración y su resultado. Era una oración de corazón. Es costumbre de los orientales orar en voz alta, pero mientras estaba de pie junto al asiento de Elí (v. 26) habló en su corazón; sus labios se movieron, pero su voz no fue escuchada. Esto indica que ella había hecho muchos avances en la vida divina, y había llegado a conocer el secreto de la comunión de corazón con Dios. Sus repeticiones no eran vanas, sino un intercambio de espíritu con espíritu, de necesidad con provisión, de hambre con satisfacción, de lo humano con lo Divino, que no requiere palabras, porque las palabras no pueden transmitir esos "gemidos indecibles". Se basaba en un nuevo nombre para Dios. Ella apeló a Jehová bajo un nuevo título, " Jehová de los Hosts", como si para Él no fuera nada convocar a la existencia a un espíritu infantil, al que ella pudiera llamar niño.( Samuel) Ella le pidió que mirara desde las miríadas de espíritus santos que giraban alrededor de su trono y cumplían sus órdenes, a su terrible aflicción y angustia. Ella juró en palabras, que Elcana por su silencio o consentimiento posteriormente ratificó (Núm. xxx. 6-15), que no quería este inestimable don para ella solamente, sino para el reino y la gloria de Dios, y que su hijo debía ser Nazareo desde su nacimiento, absteniéndose de bebidas embriagantes, con sus cabellos sin cortar, su cuerpo sin mancharse por el contacto con los muertos (Núm. xxx. 6-15). Fue una oración definida. "Da a tu sierva un hijo varón". "Por este niño oré". Muchas de nuestras oraciones fracasan porque no tienen un objetivo específico. Las lanzamos al aire sin rumbo fijo, -LA ANGUSTIA DEL CORAZÓN DE UNA MUJER. 21- y nos maravillamos de que no logren nada. ¿Cuántos de los hijos profesantes de Dios se quedarían perplejos si, al salir de la sala de audiencias de Dios cualquier mañana, se les preguntara qué don precioso habían ido a obtener allí?
Con demasiada frecuencia nos contentamos con pedir en general que Dios bendiga a aquellos con quienes estamos relacionados, sin entrar específicamente en el caso de ninguno. Los santos experimentados que son versados en el arte de la oración intercesora nos cuentan los maravillosos resultados que han obtenido cuando se han propuesto orar de manera definida por la salvación de individuos, o por algún don bueno y perfecto en su nombre.
Hay un ejemplo notable de esto en la vida del obispo Hannington de Uganda. Está registrado en el diario de un compañero clérigo que lo había conocido en la universidad que un día se sintió impulsado a orar decididamente por su amigo y casi simultáneamente Hannington anota en su diario que era consciente de unas inusuales inclinaciones hacia Dios.
Era una oración sin reservas. “He derramado mi alma delante del Señor”. ¡Ah! ¡Qué bueno sería si pudiéramos seguir más a menudo el ejemplo de Ana!
Abrimos nuestros secretos a amigos confidenciales y en muchos casos tenemos amarga razón para arrepentirnos; o, si encomendamos nuestra causa a Dios, le contamos un lado del caso -nuestro lado- y le ocultamos el otro.
A menudo el asunto se resolvería si nos atreviéramos a derramar toda nuestra alma, sin defendernos ni disculparnos.- 22 SAMUEL EL PROFETA. -El corazón se está quebrantando, cuando su frágil maquinaria parece incapaz de soportar el peso de su ansiedad, cuando sus cuerdas están tensas hasta el punto de romperse, entonces, al recordar estas cosas, derrama tu alma en ti (Sal. xlii. 4).
Fue una oración perseverante. "Y sucedió que mientras ella continuaba orando delante del Señor". No es que ni ella ni nosotros podamos afirmar que somos escuchados por nuestra larga charla, pero cuando el Señor nos impone alguna carga no podemos hacer otra cosa que esperar delante de Él.
Fue la oración la que recibió su codiciado don. Elí estaba sentado en su lugar a la entrada del santuario. Su atención fue atraída por Ana, aunque ella era indiferente a todo lo que la rodeaba. Al principio su atención fue probablemente atraída por las señales de su excesivo dolor, y esperaba que ella derramara sus oraciones en voz audible, como tantas otras almas atribuladas solían hacer. Pero como sus labios se movían, mientras que su voz no era escuchada, el sumo sacerdote pensó que había estado borracha, y con bastante rudeza y grosería la interrumpió con la reprensión: "¿Hasta cuándo estarás ebria? Aparta tu vino de ti". Con esto se dio otra prueba de la incapacidad del sacerdocio para comprender y simpatizar con el mejor espíritu y temperamento de la época. Elí juzgaba según lo que veían sus ojos, y claramente la mente de Dios no le había sido revelada. Él había degenerado en un simple funcionario, a quien se le ocultaban los propósitos divinos. Ana respondió al reproche injusto con gran mansedumbre. "No", dijo, "no es como piensas. No he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi espíritu al Señor".
Ella ya había sufrido tanto que este último malentendido no podía aumentar seriamente su carga. Se contentó con dejársela, con todo lo demás, a Dios; y se dio cuenta, incluso antes de que Elí respondiera, de que el misericordioso Portador de Cargas había escuchado y respondido su oración. Había entrado en el espíritu de la oración, que no sólo pide, sino que recibe.
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