miércoles, 29 de octubre de 2025

DEFENSA DE LA AUTENTICIDAD DEL LIBRO DE DANIEL.* SAMUEL TREGELLES*1-5

 DEFENSA DE LA AUTENTICIDAD DEL LIBRO DE DANIEL.

POR SAMUEL TREGELLES

LONDON:

SAMUEL BAGSTER AND SONS,

15, PATERNOSTER ROW

1852

DEFENSA DE LA AUTENTICIDAD DEL LIBRO DE DANIEL.* SAMUEL TREGELLES*1-5

 La creencia común entre quienes sostienen la autoridad divina de las Escrituras del Antiguo Testamento (ya sean judíos o cristianos) es que el libro de Daniel fue escrito por un profeta de Dios que vivió en Babilonia durante los setenta años de cautiverio. En él se recogen las visiones dadas al rey Nabucodonosor y al propio profeta, junto con las interpretaciones que Dios le dio a Daniel de dichas visiones, así como ciertos relatos históricos importantes.

 Esta es la opinión generalizada entre quienes creen en la revelación divina; y esta opinión (si es que se trata de una mera opinión) se ha mantenido durante al menos dos mil años; por lo que, si no fuera cierta, debería existir una demostración definitiva e irrefutable de ello.

 En el siglo III encontramos que Porfirio, el sirio de Basán, afirmó que este libro era una falsificación de la época de los Macabeos; por lo que sería obra, no de Daniel en Babilonia, 507-538 a. C., sino de algún escritor desconocido posterior al 164 a. C. Las afirmaciones de Porfirio se han repetido a menudo con diversas modificaciones; y últimamente han circulado de tal forma que hace que sea importante considerar el tema con bastante detalle.

Se han presentado argumentos por dos grupos de personas: quienes se oponen a la revelación como tal, y quienes admiten la revelación de Dios en muchas partes de sus Escrituras, pero niegan que este fragmento forme parte genuina de dicha revelación.

 Es a este último grupo, o a quienes puedan encontrarse con sus argumentos, a quienes deseo dirigirme primero en las siguientes observaciones; Pues aunque en muchos puntos el argumento se aplicará (como espero poder demostrar) a los negacionistas y opositores acérrimos de la revelación en general, si tales fueran las personas consideradas especialmente, las principales líneas de prueba podrían llevarse a un extremo innecesario para la discusión general de la cuestión presente.

Parto de la base de que el Nuevo Testamento es una comunicación auténtica y divinamente otorgada de la voluntad y la verdad de Dios, y que, por lo tanto, sus afirmaciones son dignas de toda confianza. Esto proporciona una base argumentativa común a todos aquellos que no han rechazado resultados de evidencia sencillos y claros: algunas de las otras pruebas que se presentarán se aplicarán igualmente a los objetores en general.* * Como prueba de que no rehúyo la investigación sobre los fundamentos por los que los libros del Nuevo Testamento son aceptados como auténticos y autorizados, me remito a mi «Conferencia sobre la evidencia histórica de la autoría y transmisión de los libros del Nuevo Testamento». Bagster e Hijos, 1852.**

En la época en que el Señor Jesucristo enseñó en la tierra entre su pueblo, los judíos, esta nación poseía una colección de libros que consideraban sagrados, creyendo que Dios se los había dado a sus antepasados ​​como una declaración autorizada de su santa voluntad.

 Sabemos con certeza cuáles eran estos libros: eran los mismos que ahora tenemos en el Antiguo Testamento, escritos (con la excepción de las pocas y breves porciones caldeas) en hebreo.

Como prueba de cuáles eran los libros sagrados de los judíos en tiempos de nuestro Señor, basta con remitirnos al testimonio de Josefo, contemporáneo de la mayoría de sus apóstoles: este escritor judío nos dice cuáles eran las Escrituras de su nación, mencionando cómo se dividían (según la organización judía de entonces) en ciento dos libros, de los cuales ofrece una descripción detallada. Sabemos, pues, que respondían a los treinta y nueve libros tal como aparecen en nuestra división, —los Apócrifos no forman parte de esta colección de escritos sagrados. –

Si, asimismo, consideramos a los judíos en sus dispersiones desde los tiempos de Tito, encontramos que, en cualquier tierra donde se hayan asentado, han conservado la misma colección de libros, sin adición ni rechazo, y han mantenido su autoridad divina.

 

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