LA MENTE EN LAS PLANTAS
POR RAOUL HEINRICH FRANCÉ
1905
LA MENTE EN LAS PLANTAS* HEINRICH FRANCÉ*-23-(28)
Es un país aún subdesarrollado, y todo amante de la naturaleza puede aquí hacer descubrimientos y observaciones personales que le harán merecedor del reconocimiento científico. Los fisiólogos afirman que estos movimientos de las plantas —llamados nutaciones— se producen por variaciones en la presión de los líquidos en los órganos llenos de savia, que fluyen primero hacia un lado y luego hacia el otro. Esto provoca que las partes se doblen. O bien, se debe a que a veces un lado crece más rápido que el otro.
Un breve análisis de esta afirmación muestra que es como decir que una locomotora se mueve porque alguien ha acelerado. Ciertamente, esto responde a la pregunta de qué inició el movimiento, pero aun así desconocemos la causa real de los movimientos. Preferiríamos decir con sinceridad que, por ahora, solo conocemos la realidad de estos movimientos ocultos, pero no su verdadera causa. En cualquier caso, su observación nos dará suficiente información durante un tiempo, dada la variedad de estos movimientos. Uno de los órganos vegetales más dinámicos es la raíz, o, más correctamente, esas finas raíces con forma de gusano, cuyas puntas Darwin, no sin razón, comparó con un cerebro. Las cosas que este pequeño hilo blanco puede lograr son casi increíbles. Primero, gira su punta lenta pero firmemente, formando un círculo, hundiéndose firmemente en la tierra. Cualquiera que haya observado esto lo compara con la búsqueda de alimento.
De esta manera, las raíces saborean cada trocito de tierra a su alrededor. Más extraño aún, cuando la tierra está seca, las raíces se dirigen hacia lugares más húmedos. Su crecimiento se produce siempre hacia una mayor humedad. Los fisiólogos llaman a esto hidrotropismo: una sensación de proximidad al agua.
Pero las raíces también giran hacia abajo. Tienen una sensación de gravedad (geotropismo). Es como si pequeñas cuerdas arrastraran cada cosa en crecimiento hacia las profundidades de la tierra. Si examinamos un antiguo campo de trébol o un páramo, donde esto se puede observar especialmente bien, descubriremos que cada año se han adentrado unos cinco centímetros más en la tierra, medidos desde el punto donde brotaron por primera vez. Esto se logra solo mediante un crecimiento constante del tallo subterráneo, pero es precisamente esto lo que le da una posición firme. Los seres vivos saben cómo sacarle provecho a todo. Esa es una especie de ley natural que constituye la raíz más profunda del egoísmo humano. Pero esta atracción de la tierra y el agua no es la única fuerza motriz de las raíces. Desarrollan tal energía que pueden perforar una hoja de papel: ¡una tarea gigantesca para una raíz débil! ¡Pero qué propósito hay en este movimiento!
Si se encuentra con un obstáculo, se desvía; Si llega a dañar la punta de la raíz, esta crece rápidamente y se aleja del entorno amenazante. Bajo el suelo del bosque siempre hay una multitud subterránea de estos misteriosos "gusanos vegetales" vivos y móviles, dedicados a nutrir y aumentar la vida de la arboleda y la llanura.
Una actividad igual a la que las raíces mantienen en la oscuridad la poseen a la luz del día los zarcillos, esas antenas graciosamente entrelazadas y de múltiples curvas, que con cordones verdes atan las vides, calabazas y melones errantes a su soporte. Cualquier viñedo o emparrado de jardín ofrece la oportunidad de un experimento natural sumamente interesante. Es imposible no verlo si observamos de cerca una parra trepando por un enrejado. Como un pólipo con mil tentáculos, zarcillos tras zarcillos se extienden inquisitivamente hacia el aire
Y quien se tome la molestia de observar durante medio día descubrirá que en realidad están buscando y probando, ya que sus puntas giran lentamente, aproximadamente una vez cada sesenta y siete minutos.
Al mismo tiempo, los zarcillos se elevan lentamente en el aire; otros los siguen, y así, en un día cálido y soleado (y solo en días así se ven estas cosas con claridad), cientos de brazos, parecidos a pólipos, se extienden desde la apacible pérgola, temblando y estremeciéndose en su afán, no por una presa, sino por un nuevo soporte para su pesado tallo. Si no la encuentran, se hunden; si debajo tampoco encuentran una ramita, un muro ni un enrejado al que agarrarse y trepar, se elevan aún más, permaneciendo siempre en los extremos, los puntos más favorables para obtener nuevos apoyos.
En el momento en que alcanzan dicho soporte, el zarcillo cobra nueva vida. Inmediatamente, tras unos veinte segundos, el extremo ya curvado envuelve el objeto y, en una hora, se ha enrollado con tanta fuerza que solo puede ser arrancado a la fuerza. Luego se enrosca como un sacacorchos y, al acortarse, eleva la enredadera hasta ella, y así las enredaderas trepan lentamente por árboles y muros. Pero los zarcillos no son los únicos que se mecen al sol; cada brote y cada tallo en crecimiento describe este círculo vibrante. Esto se observa con mayor belleza en tallos entrelazados como el lúpulo, ya sea que recorra el límite del bosque o trepe por los altos postes para deleitar el corazón del agricultor con su dulce aroma. Observe con atención las magníficas guirnaldas que forma. La punta del tallo oscila constantemente en amplios círculos alrededor de la rama elegida, a la que finalmente se aferrará. Con un poco de paciencia y la ayuda de un trozo de papel con la ubicación de la punta marcada, podemos ver su delicado sombrerito verde deambular en círculos perfectos buscando nuevos soportes.
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