martes, 19 de agosto de 2025

AMANTE DE LA PERFECCIÒN (*Selecciones, ENERO 1941 )

  La persona más inolvidable que he conocido.

*Fragmento* 

ENEMIGO DE LO BUENO, AMANTE DE LA PERFECCIÒN

Por Walter Pitkin

Enero 1941

Selecciones Readers digest`s Tomo 1 No. 2

Hacer una cosa a la perfección no era motivo para tontas alabanzas!

Leíamos la última línea de la llíada ( en griego) un día de junio, caluroso y húmedo. Sherrard cerró el libro, miró por la ventana, pasó a la puerta y desapareció. Jamás lo volví a ver.

Pero ahora, medio siglo después, todavía mido a la gente    maes­tros, alumnos y otros — de acuerdo con su regla: "Lo que merece ser hecho, merece ser hecho bien y, al merecer ser bien hecho, merece que uno lo haga perfectamente tam­bién."

Resolví dedicarme a escribir, como me había dedicado a estudiar el griego. Pronto era capaz de desa­rrollar en pocos minutos temas dia­rios para los cuales se nos daban varias horas.

Luego me puse a escri­birles las composiciones a los atra­sados, para matar el tiempo.

 En­sayé el método de la perfección para aprender el hebreo, el árabe y la sociología. Después de dos años de Sherrard, me era intolerable una clase común y corriente.

He hallado dos clases de hombres que no se satisfacen con nada menos que la perfección los sabios ver­daderamente grandes que luchan por la exactitud hasta la quinta cifra decimal, y los oficiales del Estado Mayor alemán.

Cuando era estudiante en Alemania conocí a varios generales y a muchos oficiales jóvenes. Pensaban y vivían como Sherrard.

 Para consigo mismos eran tan crueles como lo eran para con sus subalternos. O se sabía una cosa, o no se la sabía. O podía hacerse o no se podía. Si usted no sabe, o si no puede, entonces, ¡afuera!

Cuando los nazis invadieron a Francia, me acordé de Sherrard.

Todos deberían  de caer, por lo menos tina vez en la vida, bajo el hechizo de un perfeccionista fanático. Sólo así puede llegar el hombre corriente a comprender sus propias y sorpren­dentes posibilidades. Observar a un hombre dedicado por completo a alcanzar el ideal más alto posible, es más que una educación. Es como una conversión religiosa. Ver en acción a un hombre que es el im­placable Enemigo de los Buenos porque sólo ama a los Mejores, es ver el mundo entero bajo una luz sorprendente y nueva.

Hay algo que se enciende en nosotros cuando lle­gamos a entender que es posible de­testar la sabiduría a medias, la ha­bilidad a medias, los ideales que, desprovistos de entusiasmo, son ideales a medias.

Nuestro mundo perece extravia­do por los estultos que no creen en la perfección. Calificándose a sí mis­mos de realistas, no son en verdad sino víctimas de un mito vulgar, el de la suprema e invencible incompetencia del hombre. Juzgando a la gente mucho peor de lo que es, estos lla­mados dirigentes se vuelven con­temporizadores cobardes, o seudo liberales que se deleitan con la retó­rica y se echan a temblar ante los hechos.

"No se puede hacer a la gente perfecta ni al mundo perfecto", es lo que objetan. Pero los hombres, mediante un esfuerzo por perfec­cionarse a sí mismos, por mejorar sus negocios y su gobierno, pueden hacer que todo ello sea diez veces mejor de lo que es. ~No valdrá la pena hacer el esfuerzo ?

Ya he olvidado casi todo el griego que me enseñó Sherrard.

 Pero jamás olvidaré la pasión de perfecciona­miento que habitaba en ese hombre de triste y desmirriada figura.

Diez mil años después  que yo haya muerto, esa extraña llama seguirá ardiendo en otras razas, en otros pueblos. El día que esa llama se ex­tinga en el alma humana, desapa­recerá la humanidad

MESIAS PRINCIPE * SYMINGTON* 1-3

  MESÍAS PRÍNCIPE

  WILLIAM SYMINGTON

 DOCTOR EN FILOSOFÍA, PROFESOR DE TEOLOGÍA.

CON MEMORIAS DEL AUTOR. POR SUS HIJOS

LONDRES

1881.

MESIAS PRINCIPE * SYMINGTON* 1-3

La reputación de Dr. SYMINGTON como autor se basa principalmente en sus tratados sobre la Expiación y la Intercesión, y sobre el Dominio Mediador de Jesucristo. El primero se publicó a principios de 1834, el segundo a principios de 1839. Ambos libros fueron populares en su época y aún ocupan un lugar destacado en la literatura teológica. La Expiación satisfizo una necesidad sentida en este país, y se publicaron cuatro ediciones en Estados Unidos, donde se utilizó como libro de texto para estudiantes. Pero durante estos cuarenta y cinco años se han publicado varios libros valiosos sobre el mismo tema, basados en las mismas líneas principales del calvinismo bíblico. Las obras del Dr. Candlish, el Dr. Crawford, el Dr. Hodge, el Sr. Dale y otros tratan de la Expiación con referencia a fases de pensamiento que no habían cobrado relevancia cuando el Dr. Symington escribió. No se puede hacer una observación similar con respecto a su otro tratado. Se ha escrito y hablado mucho sobre cuestiones prácticas relacionadas con el reinado del Mediador; pero lo que el autor dijo en su prefacio de 1839 sigue vigente en 1879. No ha aparecido ningún libro que trate el tema de forma sistemática y exhaustiva, como una cuestión teológica, en lugar de polémica.

 Es por esta razón que se ha seleccionado al Mesías Príncipe para publicarlo de nuevo como un memorial de alguien cuyo nombre será fragante por mucho tiempo.

 Y también porque el asunto es de gran importancia, cuyo interés aumenta con el tiempo y los avances de la Providencia. Varios de los que hoy ocupan puestos destacados en la Iglesia de Cristo han expresado recientemente al editor su compromiso con este libro, en el momento en que se formaban sus opiniones. Su publicación durante el Conflicto de los Diez Años fue reconocida como sumamente oportuna; y podría ser útil, una segunda vez, para guiar a algunos a comprender la enseñanza de las Escrituras sobre la relación que el Salvador reinante mantiene con la Iglesia, el Estado y el mundo.

 CAPÍTULO I.

NECESIDAD DEL DOMINIO MEDIADOR DE CRISTO.

 La pregunta de Pablo: "¿Está Cristo dividido?" es una a la que los cristianos profesantes no han prestado suficiente atención, y sus malas consecuencias son evidentes.

Se consideró esencial para la salvación de los hombres que su Redentor poseyera los poderes a la vez de profeta, sacerdote y rey.

 Estos oficios, aunque esencialmente distintos, están necesaria e inseparablemente conectados entre sí. Tal unión ha sido negada por completo por algunos; y su negación ha sentado las bases para algunos errores capitales, que han ejercido una influencia perniciosa en la iglesia cristiana.

Otros la han pasado por alto de forma criminal; y la negligencia con la que se la ha tratado ha dado lugar a concepciones vagas y contradictorias respecto a la gran obra de la liberación del hombre del pecado y la ira por la mediación del Hijo de Dios.

 Si, como suponemos que se admitirá fácilmente, todos los oficios de Cristo son necesarios para la salvación del hombre caído, se deduce que todos son esenciales para el carácter del Salvador, y que, por supuesto, no podemos suponer que haya existido ni un solo instante sin ninguno de ellos, ya que esto supondría que, al menos por el momento, no fue un Salvador.

 Este terrible resultado podría considerarse suficiente para poner a los cristianos en guardia contra la idea de que Cristo fue investido con sus diferentes oficios en diferentes momentos, o que actúa en un momento según uno y en otro según otro. Desde el principio, debió poseer los poderes de todos sus oficios; y en cada parte de su obra, todos debieron haber entrado en funcionamiento. Por ejemplo, cuando enseñó a sus discípulos, actuó no solo como profeta, sino también como sacerdote y rey;

 En la medida en que la doctrina que enseñó puso plenamente de manifiesto su carácter sacerdotal, y la autoridad con la que se aplicaban sus instrucciones reconocía claramente su poder real.

 Además, cuando como sacerdote se ofreció como sacrificio inmaculado a Dios, dio al mundo, como profeta, una nueva revelación del carácter de Dios y de los principios del gobierno moral divino; al mismo tiempo que, como rey, triunfó gloriosamente sobre sus enemigos. De igual manera, sus logros reales no solo manifiestan su majestad y su poder, sino que sirven para publicar la clemencia de su gracia y para reconocer el mérito de su sacrificio expiatorio como la base sobre la que se fundamentan

Esta doctrina de la unión inseparable no confunde en absoluto la distinción existente entre los diversos oficios de nuestro Mediador, así como la unión de personas en la Deidad no equivale a negar la distinción esencial entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; ni la unión de naturalezas en la persona del Hijo de Dios contradice la atribución, por parte de los escritores inspirados, de algunas cosas a una sola naturaleza y de otras a la otra.

 Sin confundir la distinción entre ellas, podemos, por tanto, mantener con seguridad la unión inseparable de los oficios mediadores de Cristo, una unión que se mantuvo en cada dolor que soportó y en cada acto que realizó o realizará en favor de los elegidos; y que el creyente debe reconocer con gozo y gratitud, ya que la ausencia de cualquiera de ellas lo descalificaría para realizar la obra de nuestra redención.

Al considerar el oficio real de Cristo, debe tenerse presente que está inseparable de su oficio sacerdotal. Él se sienta como Sacerdote en su trono. Ningún súbdito ilustrado del Rey de Sión percibirá incongruencia alguna, al menos en su caso, entre la mitra y la corona, el altar y el trono, el incensario y el cetro, el incienso humeante y el grito de victoria. Tenemos un gran Sumo Sacerdote que ha ascendido a los cielos. Este hombre, tras ofrecer un solo sacrificio por el pecado, se sentó para siempre a la diestra de Dios; de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.

CRISTO Y EL ANTICRISTO *SAMUEL J. CASSELS* 22-25

 CRISTO Y EL ANTICRISTO

 JESÚS DE NAZARET RESULTA SER EL MESÍAS

 Y EL PAPADO RESULTA SER EL ANTICRISTO

PREDICHO EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS.

  Samuel J. Cassels

PHILADELPHIA

1846

CRISTO Y EL ANTICRISTO *SAMUEL J. CASSELS* 22-25

También descendería de la tribu de Judá. Cuando el patriarca Jacob bendecía a sus hijos, pronunció, por inspiración divina, la siguiente notable profecía concerniente a Judá: «El cetro, //la vara de mando// no se apartará de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh, y a él se congregarán los pueblos». Génesis 49.

 Independientemente de las críticas que los eruditos hayan hecho a este pasaje, la opinión casi universal, tanto entre judíos como entre cristianos, es que se refiere al Mesías como descendiente de la tribu de Judá.

 «Los judíos», dice Hengstenberg, «consideran el versículo como una predicción del Mesías».

 Así fue interpretado por las paráfrasis caldeas; el Tárgum de Oukelos, de Jerusalén y de Jonatán; el Talmud, el Zóhar y el antiguo libro Bereshit Rabá; e incluso por varios de los comentaristas más modernos, como Jarchi.

 Los samaritanos también explican este pasaje del Mesías. En la iglesia cristiana, la interpretación mesiánica ha sido, desde los tiempos más remotos, generalmente aprobada.*

Gesenius traduce el pasaje así: «Judá no dejará a un lado el cetro de un líder hasta que haya sometido a sus enemigos y obtenido dominio sobre muchas naciones; refiriéndose al esperado Reino del Mesías, quien habría de surgir de la tribu de Judá».

 La misma referencia al Mesías, como descendiente de la tribu de Judá, se encuentra en el Salmo 18, donde se dice de esa tribu: «Judá es mi legislador». Este pasaje puede referirse principalmente al establecimiento del trono en esa tribu; Pero su alusión evidentemente se extiende más allá y designa a ese futuro e ilustre Legislador, a quien no solo los judíos, sino todas las naciones de la tierra debían obedecer.

" Perfectissime hoc completum in Christo,"** —dice Poole — Esto se cumple con la mayor perfección en Cristo.

 El profeta Isaías es aún más explícito: "Y sacará descendencia de Jacob, y de Judá, un heredero de mis montes, y mis escogidos la heredarán, y mis siervos morarán allí". La alusión aquí es tan obvia que no necesita explicación. Por lo tanto, el Mesías también debía ser un descendiente de la tribu de Juda.

También debía pertenecer a la casa o familia de David. "Y tu casa y tu reino", dijo Dios a David, "serán firmes para siempre delante de ti; tu trono será firme para siempre" (2 Samuel 7).

El salmista, al aludir a esta promesa, representa a Jehová diciendo: "Una vez juré por mi santidad que no mentiré a David. Su descendencia perdurará; y su trono como el sol delante de mí. Será firme para siempre como la luna, y como un testigo fiel en el cielo" (Salmo 89).

Estas promesas incluyen, específicamente y con gran énfasis, la perpetuidad del trono en la casa de David. Ahora bien, desde Salomón hasta Sedequías, solo se incluyó un período de unos cuatrocientos treinta años. Y desde Sedequías hasta la dispersión de los judíos por los romanos, solo un período de unos seiscientos años más: a menos que, por lo tanto, el trono de David se establezca en la persona del Mesías, estas promesas no pueden cumplirse.

 Pero los profetas son más específicos: «Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago brotará de sus raíces. Y el Espíritu del Señor reposará sobre él. No juzgará según la vista de sus ojos, ni reprenderá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y reprenderá con equidad por los débiles de la tierra. La justicia será el cinto de sus lomos, y la fidelidad el ceñidor de sus entrañas». Isaías 11:1. La referencia de este pasaje al Mesías no solo se prueba por el contexto, sino también por uno similar en Jeremías.

"He aquí que vienen días, dice el Señor, en que levantaré a David un Renuevo justo; y reinará un Rey y prosperará, y hará juicio y justicia en la tierra; y este será su nombre con el que se le llamará: El Señor, Justicia nuestra." Jer. 23. Pero, aunque pueda haber alguna oscuridad en estos pasajes, no debe haber ninguna de las siguientes.

 Hablando del Mesías, Isaías dice: "Lo dilatado de su gobierno y la paz no tendrán fin, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y estableciéndolo con juicio y justicia desde siempre." Isaías 9.

Estos pasajes proféticos explican suficientemente la promesa dada originalmente a David, y en la que los antiguos israelitas se detuvieron con tanta delicadeza en sus cánticos inspirados.

 La perpetuidad del trono y el reino de David existirían en la persona del Mesías, quien, según la carne, sería de la descendencia de David.

David mismo murió poco después de que se diera la promesa. La línea de reyes terrenales que descendieron de él terminó en unos pocos siglos. Incluso el dominio dependiente y afligido de la familia de David y de la tribu de Judá que le sucedió, terminó bajo Tito y las legiones romanas. Todo esto desaparecería.

 Pero el reino del Mesías sería estrictamente eterno y su dominio sin fin. En él, el trono de David se restablecería  *//¿Cuando? “ y las regirá con vara de hierro” Apoc.// y estaba destinado a continuar "para siempre". La descendencia del Mesías, entonces, sería a través de Abraham, Judá y David.

Cualquier otra descendencia, por lo tanto, destruiría el título

 y frustraría las pretensiones

de aquel que pretende ser el sujeto

 de estas notables predicciones.

 ¿Era Jesús de Nazaret de descendencia suficiente?

Esta pregunta se responde completa

y satisfactoriamente en el Nuevo Testamento.

Los evangelistas Mateo y Lucas han dado genealogías de Jesús, cuyo objetivo expreso era exponer estos hechos. EL MESÍAS. 25 Estas tablas difieren en muchos aspectos; pero en lo esencial, concuerdan perfectamente. Lucas traza la genealogía de Jesús hasta Adán; Mateo solo hasta Abraham

 Lucas sigue la línea de ascendencia de María o la de la ascendencia legal de José; Mateo, la de la ascendencia natural de José. De Jesús a David, Lucas menciona cuarenta y dos nombres; Mateo, solo veintisiete. Mateo también omitió tres nombres que se encuentran en Primera de Crónicas, capítulo iii. Ahora bien, a pesar de estas discrepancias y de los diversos métodos adoptados por los eruditos para conciliarlas, los hechos que investigamos son evidentes en ambas tablas. Cada evangelista traza la genealogía de Jesús a David. Siguen caminos diferentes, pero llegan al mismo punto. No hay la menor variación entre ellos, desde David, pasando por Judá, hasta Abraham. Aquí las tablas concuerdan perfectamente, y el testimonio de cada una es que Jesús de Nazaret descendía directamente de David, Judá y Abraham

CRISTO Y EL ANTICRISTO *SAMUEL J. CASSELS* 13-22

 OBSEQUIADO A LA BIBLIOTECA

POR Mrs. SARAH P. WALSWORTH.

CRISTO Y EL ANTICRISTO

O JESÚS DE NAZARET RESULTA SER EL MESÍAS

 Y EL PAPADO RESULTA SER EL ANTICRISTO

PREDICHO EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS.

  Samuel J. Cassels

PHILADELPHIA

1846

CRISTO Y EL ANTICRISTO *SAMUEL J. CASSELS* 13-22

 Los reformadores en general, y desde entonces la gran mayoría de los protestantes, han empleado uniformemente este término para designar al "hombre de pecado" del apóstol Pablo, al "cuerno pequeño" de Daniel y a la "bestia" predicha por Juan.

 Los mismos romanistas hacen el mismo uso de este término. "Pero el Anticristo", dice Calmet, "el verdadero Anticristo, que ha de venir ante el juicio universal, incluirá en sí mismo todas las marcas de maldad que han existido por separado en diferentes personas que fueron sus tipos o precursores".

 El comentarista de la Biblia Doway, en sus comentarios sobre el "hombre de pecado", dice: "Concuerda con el malvado y gran Anticristo, que vendrá antes del fin del mundo". También hay evidencia exegética de que el término "Anticristo", en las epístolas de Juan, se usa legítimamente en su aplicación al inicio de una gran apostasía de la fe cristiana. Es muy probable que estas epístolas fueran escritas después de la destrucción de Jerusalén. De ser así, "el último tiempo" de Juan no puede referirse a un período inmediatamente anterior a la subversión de esa ciudad.

 Parece más bien ser sinónimo de "los últimos tiempos", de los que habla Pablo. Tampoco hay objeción a esto en el hecho de que Juan diga: "Incluso ahora hay muchos Anticristos".

 El apóstol Pablo hace la misma declaración sobre "el hombre de pecado": "El misterio de la iniquidad ya está en acción". Cada uno de estos apóstoles también refieren  a la persona, o personas de las que hablan, como aquellos que se habían apartado de la fe cristiana.

 "Ahora bien, el Espíritu habla expresamente —dice Pablo— que en los últimos tiempos, algunos abandonarán la fe".

Juan también describe a su Anticristo, o Anticristos, como aquellos que "niegan al Padre y al Hijo" y como personas que "salieron"//abandonaron// de la iglesia. La verdadera interpretación de estos pasajes parece ser la siguiente: El Espíritu de Dios había revelado a los apóstoles que en algún período futuro habría una gran corrupción de la fe cristiana.

Incluso en su propia época hubo algunos que ya estaban dispuestos a apartarse de esa fe y corromperla.

 Los apóstoles los consideraban precursores de aquellos apóstatas posteriores que pervertirían de forma más general y terrible el evangelio de Cristo.

 Por lo tanto, de manera más general, los clasifican a todos juntos, pero dan una descripción más particular de los apóstatas posteriores y más notables. Se espera que las observaciones y autoridades precedentes justifiquen el uso del término Anticristo en este volumen.

 Como el escritor cree firmemente que el "cuerno pequeño" de Daniel, el "hombre de pecado" de Pablo y la "bestia" de Juan simbolizan el poder papal, no ha dudado en aplicar la palabra Anticristo directamente a ese poder

. El autor también debe afirmar que el motivo que lo ha llevado a unir los dos temas, Cristo y el Anticristo, en un solo volumen, es que ambos conjuntos de testimonios se ejerzan mutuamente

. El primer argumento es para el judío: «Amado por los padres»; el segundo, para el romanista: «Compadecidos por el Salvador». En ambos casos se emplea el mismo método de prueba.

Y se espera sinceramente que si el judío encuentra en estas páginas alguna razón que convenza al romanista, también encuentre algo que lo conduzca a su propio Mesías; y que si el romanista encuentra aquí algo que, según él, deba satisfacer al israelita, también descubra razones para renunciar a su propio sistema de error.

Sin embargo, estas páginas no están escritas principalmente para judíos ni para romanistas.

 El objetivo específico es convencer a la gente en general de que el papado es el Anticristo predicho en la palabra de Dios.

 La mayoría de quienes leerán estas páginas son cristianos, al menos nominalmente.// es decir  nacieron en cultura cristiana, pero no han hecho una decisión voluntaria y plena de seguir con todas sus fuerzas al Señor Cristo// No tienen ninguna duda de que Jesús es el Cristo. El autor, por lo tanto, procede, sobre la misma base sobre la que se establece el mesianismo de Jesús, a demostrar el carácter anticristiano del poder papal.

 En su opinión, ambos argumentos son tan sólidos; de modo que, si se admite que Jesús es el Cristo, no ve cómo se puede negar que el papado es el Anticristo.

Hay una extraña similitud en este tema entre las infatuaciones del hijo de Abraham y las del discípulo del Papa. Ambos buscan los temas apropiados de estas profecías aún futuras. Para el judío, el Mesías aún está por venir. Para él, Jesús es un impostor, un malhechor; su muerte fue merecida, su nombre debe ser execrado. Para el romanista, el Anticristo aún está por venir; se levantará muy poco después del último día. Para él, la iglesia papal es la única iglesia verdadera, y en ninguna otra hay salvación. Aquí hay un acuerdo, un extraño acuerdo en la infatuación y el engaño. Seguramente Dios les ha cegado los ojos y los ha entregado a su propio entendimiento.

 Es posible que algunos piensen que en algunos capítulos no se ha tenido suficiente en cuenta la unidad del argumento. Se han incurrido en aparentes digresiones para mostrar más plenamente, por contraste, los sistemas cristiano y anticristiano. El papado nunca parece más deformado que cuando se compara con el verdadero cristianismo. Que Dios bendiga este volumen para la promoción de la verdad y el avance de su propia gloria, es el sincero deseo del autor.

PARTE I.

 CRISTO, O JESÚS DE NAZARET,

 RESULTÓ SER EL MESÍAS.

COMENTARIOS INTRODUCTORIOS.

 Si se admite que, como transgresor, el hombre necesita un Salvador, y que este le ha sido provisto; entonces, toda evidencia que establece la identidad personal de tal Salvador debe considerarse de profundo interés.

¿Quién es?

 ¿Cuándo apareció?

 ¿Cuál es su carácter? ¿Qué ha hecho? ¿Cómo podemos asegurar nuestro interés en él?

 Estas y otras preguntas similares requieren una mente seria y reflexiva que no solo propondrá, sino que deseará respuestas satisfactorias.

El mero conocimiento de que necesitamos un Salvador, por muy profundo que sea, no puede salvarnos; ni la confianza, por fuerte que sea, que depositemos en un supuesto libertador puede asegurar nuestra paz eterna.

 En el estado mental anterior, solo percibimos la ruina en la que nos ha envuelto el pecado, sin ser rescatados de ella. En este último caso, al depositar nuestra confianza sobre un fundamento falso, nos decepcionaremos, por supuesto, al llegar la hora de la prueba.

Además, quien se compromete a salvarnos del pecado y de la muerte debe exigir nuestra confianza y recibir tanto nuestro homenaje como nuestra obediencia.

 Pero ¿cómo puede exigir esa confianza un desconocido? ¿Y cómo puede rendirse tal homenaje y obediencia a alguien cuyos méritos y carácter están ocultos?

 Por lo tanto, la existencia misma de un carácter espiritual y de una esperanza bien fundada en la eternidad debe depender de un conocimiento adecuado de Aquel a quien Dios envió para destruir las obras del diablo y traer la justicia eterna. ¿Cuál es, entonces, la naturaleza y la fuerza de la evidencia, sobre la cual los cristianos han considerado tan uniformemente a Jesús de Nazaret, y a ningún otro, como su gran Libertador y Esperanza?

Es sabido que los judíos, como raza, no concuerdan con los cristianos en esta fe.

 Es sabido que la mayor parte del mundo desconoce por completo a una persona como Jesús.

 También es lamentablemente cierto que muchos, que conocen su nombre e historia, lo rechazan como Salvador.

¿Por qué, a diferencia de todos estos,

 los cristianos depositan su confianza en Jesús

 y lo hacen, y solo a él, el fundamento de su esperanza de eternidad?

La base sobre la que se deposita tal confianza en Jesús no puede ser otra que la firme convicción de que él es, en verdad, el gran Libertador prometido a la humanidad desde los tiempos más remotos.

Si se engañan en este punto, todos los cristianos se encuentran en un terrible engaño; y, a pesar de sus más optimistas esperanzas, aún deben estar bajo el poder del pecado y el desagrado de Dios.

 Por el contrario, si los cristianos no se engañan en su fe, y si, en efecto, Jesús de Nazaret es el Mesías prometido, y «el único nombre dado bajo el cielo por el cual los hombres pueden ser salvos»,

entonces el resto de la humanidad

 se encuentra en una condición

 sumamente peligrosa y terrible.

Por lo tanto, sea que uno u otro esté equivocado, la evidencia que sustenta las afirmaciones de Jesús de Nazaret sobre su condición de Mesías solo puede considerarse con el mayor interés.

 Es esa evidencia la que

 ahora procedemos a exponer.

CRISTO

DEMOSTRÓ SER EL MESÍAS.

CAPÍTULO I.

LA GENEALOGÍA DE JESÚS.

 Una señal que debía designar la persona del Mesías prometido era su descendencia regular de Abraham,

a través de la tribu de Judá y la familia de David.

Si la voluntad de Dios no hubiera sido así de certera, el Mesías podría haber descendido de cualquier otra nación distinta  los israelitas, o de cualquier otra tribu que Judá, o de cualquier otra familia que la de David.

 Pero dado que el propósito de Dios ha sido señalado sucesivamente, Abraham, Judá y David,

como los antepasados directos del Salvador prometido,

es en esa línea,

y solo en esa, que debemos esperar su nacimiento.

Y si toda la demás evidencia estuviera completa,

y sin embargo, esta faltara,

no se podría probar que

Jesús de Nazaret sea realmente el Cristo.

 Pudo haber sido”un profeta ilustre”; Pudo haber sido un gran "maestro enviado por Dios"; su vida pudo haber sido la más intachable y pura; exaltada y celestial; también pudo haber efectuado un gran cambio moral entre los judíos, y también en el estado del mundo en general; aun así, sus pretensiones de mesianismo no podían establecerse a menos que naciera en la línea de ascendencia predicha.

Cuando Dios llamó a Abraham de Ur de los caldeos, entre otras promesas, le dio la siguiente: "Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra". Gén. 12. Esta promesa se repitió más tarde cuando Abraham fue llamado a ofrecer a su hijo Isaac. Gén. 22. Ahora bien, cualesquiera que sean las bendiciones que la humanidad haya recibido de los israelitas, es evidente que esta promesa se refiere al Mesías.

 El apóstol Pablo nos ha dado su verdadera exégesis: «No dice: «Y a las descendencias», como si se tratara de muchas, sino como si se tratara de una sola, y a tu descendencia, la cual es Cristo». Gálatas 3:1. El Mesías, entonces, sería descendiente directo de Abraham.

ENTRADA DESTACADA

AMANTE DE LA PERFECCIÒN (*Selecciones, ENERO 1941 )

   La persona más inolvidable que he conocido. *Fragmento*  ENEMIGO DE LO BUENO, AMANTE DE LA PERFECCIÒN Por Walter Pitkin Enero 1941 ...