viernes, 25 de abril de 2025

JOSE TORREGROSA -ESPAÑA- 43-49

 CUARENTA

AÑOS DE LUCHA

MOISÉS TORREGROSA

SANTIAGO DE CHILE

DEDICO ESTE LIBRO A LOS INTRÉPIDOS CRISTIANOS QUE PUEBLAN LA PENÍNSULA IBÉRICA Y LOS PAÍSES HISPANO-AMERICANOS, COMO TESTIMONIO DE LA CONFIANZA QUE TENGO EN ELLOS, PARA TRASMITIR A NUESTRA RAZA, LA FUERZA DE SU CARÁCTER, LA SALUD DE SUS IDEAS Y LOS PRINCIPIOS SUBLIMES DEL EVANGELIO DE CRISTO.

 ¡LIBRO MÍO! TE LANZO A LA LUZ PÚBLICA PARA QUE HAGAS BIEN.

 DIOS TE BENDIGA A FIN DE QUE CUANTOS TE LEAN ENCUENTREN EN TUS PÁGINAS INSPIRACIÓN PARA SER MÁS ACTIVOS, MÁS CELOSOS, MÁS SANTOS Y MÁS PROPAGANDISTAS DE LA VERDAD.

 MOISÉS TORREGROSA. SANTIAGO DE CHILE, FEBRERO DE 1921.

1921

43-49

IV Ciudad típica del Romanismo

 La ciudad donde pasó su niñez era sumamente católica. Cada calle llevaba el nombre de un santo cuya imagen o «Santo Patrón> se hallaba empotrada en la pared de uno de los dos extremos de la calle.

 Los vecinos de cada calle estaban comprometidos todos ellos, a encenderle luz, por turno, todas las noches, Y una vez al año, hacían una fiesta, consistente en misa, repique de campanas, enramadas y bailes. La casa en que don José vivía, era de siete pisos. En ella nacieron sus abuelos y sus padres. Nunca se vió allí ningún albañil ni carpintero para alguna compostura.

 En el zaguán había una Virgen alumbrada, todás las noches, por una lámpara de aceite de oliva.

 Entre los vecinos había uno, tan bueno, que se tomaba el trabajo de reunir todas las noches, a primera hora, a todos los niños y niñas de la calle, los que eran llamados con una campana.

 Allí reunidos y sentados en el suelo, recibían las lecciones de catecismo (el niño José, por cierto, figuraba entre ellos), rezaban el rosario y eran, por 38 MOISÉS TORREGROSA espacio de una hora, acariciados dolorosamente con una larga caña de que estaba provisto el Tío Gaspar, para conservar el orden.

 Este buen hombre, contaba con la confianza y simpatías de todo el barrio, por su religiosidad y bondad para con los niños. Así le conoció el niño José, durante su infancia hasta que les fué quitado de la siguiente manera: Cierto día se presentó en el domicilio de don Gaspar, un sargento de policía, con dos individuos más y el juez, y después de un minucioso registro de su casa, le llevaron bien atado por los codos, en presencia de todos los vecinos, quienes lloraban al ver la injusticia que se cometía, al llevar preso a un hombre tan bueno.

 Pero el juez, que sabía más gramática parda que el vecindario, le condenó a diez años de presidio, por ser el Tío Gaspar el director y capitán de una cuadrilla de ladrones que, noche tras noche, asaltaban las casas de campo y pueblos pequeños, por espacio de varios años, burlando las pesquisas que se hacían, bajo el bien desempeñado papel de Doctor en Teología (!). Así fué que, de repente, aquel vecindario se quedó sin él y nunca más se le volvió a ver.

De esta manera, el niño José Torregrosa fué creciendo en aquella ciudad de 50,000 almas, en la cual había diez iglesias romanas y no menos de veinticinco sacerdotes en cada una.

 El acudía todos los días, a las cuatro de la mañana, a formar parte de un grupo de niños—que no bajaba de veinte — que se reunían en la sacristía, a tomar turno para ayudar a las misas que se celebraban, y así ganaba sus centavitos que depositaba en una alcancía que guardaba con interés.

CAPITULO II

SU CONVERSIÓN AL SEÑOR

 Corría a la sazón el año 1876. Don José Torregrosa se encontraba ya casado y con familia. Ganaba el sostén de su casa siendo Secretario de la Municipalidad. En aquellos días, su padre enfermó de muerte. Conversando con él, a la cabecera de su cama, pudo notar que tenía miedo a la muerte, no obstante ser un hombre muy religioso, bueno y honrado. Murió tranquilamente y sin agonía. Su vida en este punto se detuvo.

 Pensamientos errantes le asaltaban dejándole en la más completa confusión. Dios, religión, sociedad, vida, muerte, eran para él tópicos enigmáticos. ¿Qué sería de él después de la muerte? Desesperado ya y viendo que nada resolvía sus dudas, pensaba, a veces, lanzarse a la vida por el camino malo; resolvíase, otras veces, a ser el más estricto cumplidor de la iglesia.

 Nada, empero, le satisfacía. Resolvió, por fin, confesarse. Con alma angustiada, hizo su confesión con el sacerdote y después de haber recibido la absolución, le preguntó:—Padre, si yo me muriera ahora ¿iría al cielo?

 —Sí; pero Dios, que juzga en lo interior, te haría pasar primero por el purgatorio, para purificar tu alma.

—Perdóneme, padre,—le dijo— pero no puedo creerlo; usted acaba de absolverme, pero yo no tengo paz ni tranquilidad, y sobre todo siento que mis pecados no han sido perdonados.

Por esta causa quedaron disgustados el confesor y don José.

 Desde aquel día empezó a recorrer don José todas las librerías, buscando, entre los libros nuevos y usados, alguno que pudiera satisfacer sus deseos, pero todo era infructuoso: él no podía explicar lo que buscaba, y nadie le entendía. Dirigióse a cuanto sacerdote conocía y les suplicaba que le prestasen libros sobre los fundamentos de la religión. Uno de ellos le prestó los 44 MOISÉS TORREGROSA siguientes: «El Fleury», «Doctrina explicada », «Camino recto para ir al cielo», «Vidas de Santos», etc., etc.

 Los leyó con avidez y, al devolverlos y decir que no le satisfacían, le dijeron que acabaría por irse al infierno, si persistía en investigar lo que no le importaba; que lo que debía hacer era obedecer y callar (?). Perdió por completo la fe y dejó de rezar a los santos. Llevaba en el pecho, colgada al cuello, una medallita de plata, que su madre le había colocado desde muy pequeño, y tenía mucho respeto y devoción a ese amuleto. Encontrándose en este laberinto de dudas y con su alma turbada, acudieron a su mente, las enseñanzas que su buena madre le inculcara en su infancia. Cuando niño, oyó decir que algunas imágenes eran de carne humana, y ahora, ya hombre, sin que lo creyese, CUARENTA AÑOS DE LUCHA 45 le vino la idea de saber cómo eran esas imágenes. Buscó la ocasión de encontrarse un día solo en el templo.

 Se paró frente a la virgen de su devoción. Era ésta de tamaño natural y su fisonomía excelente.

 Se acercó, temblando, para alzarle las faldas, creyendo encontrar una bonita pierna, con sus zapatos y sus medias;

mas, ¡oh! pobre ignorante, ¡qué decepción! al alzar el vestido, ve tres palos formando un trípode que sostenía todo el engaño. Sintióse horrorizado. Por fin, cansado ya, empezó a desfallecer en sus investigaciones.

 Los sacerdotes y sus amigos comenzaron a decirle que acabaría por ser un hereje. La palabra hereje infundía en su alma tanto temor, que desistió de su propósito. Mas, ¡cuán bueno y misericordioso es nuestro Dios! Aunque estaba ciego, 46 MOISÉS TORREGROSA no le dejó en aquella oscuridad.

¡Gloria a El! que de las tinieblas le sacó a su luz admirable y, más tarde, le llamó para anunciar el dulce Evangelio a los ciegos, como lo había estado él. Cuando su alma empezaba a desfallecer, y descansaba tranquilamente en medio del peligro, de allí le sacó el Señor con un incidente inesperado.

Entrevista providencial

 Se ha dicho ya que don José Torregrosa era por entonces secretario de la Municipalidad. El gobierno de la nación decretó que se levantara un amillaramiento para poder hacer un nuevo reparto de contribuciones más equitativo, y que diera mayores entradas al fisco, porque existían muchos bienes raíces ocultos al gobierno que no pagaban contribución alguna. Aquel decreto aumentaría sus entradas. Sentíase feliz. Tenía bajo su dirección como veinte escribientes temporeros, llenando cédulas declaratorias, una por cabeza de familia. Todo marchaba viento en popa. Cuando se acordaba otra vez de su alma trataba de ahogar la voz de su conciencia con otras cosas. En estas circunstancias sucedió que don José tuvo que tomar declaración formal al pastor protestante, don Jorge Ben-Oliel, y al preguntarle si poseía o administraba alguna finca, le contestó:

—“No, señor, yo todos mis bienes los tengo en el cielo». —Este caballero tenía toda la apariencia de un hombre religioso y mucha gravedad en su conversación y en su carácter; esto infundió en el funcionario municipal, desorientado en materia religiosa, gran respeto y curiosidad.

La declaración del pastor hízole pensar que él era la persona que podía aclarar sus dudas y sacarle de la incertidumbre que tanto le había molestado. Revistióse de valor y una tarde, al terminar sus horas de oficina, determinó ir a su casa, con el pretexto de algo relacionado con su declaración. El pastor le recibió cortésmente.

 Muy pronto la conversación versó sobre lo que don José buscaba.

 En forma llana y con marcado interés, le habló de JesuCristo, como Hijo de Dios y Salvador del mundo, agregando que El era el único que podía perdonar todos sus pecados y darle solaz

. Las palabras del pastor cautivaron la atención del investigador y extasiado escuchábale con toda el alma. A las pocas visitas que le hizo, el pastor invitóle a que le acompañase a sus reuniones.

 Pero esa palabra «protestante» era tan negra para él, que el solo hecho de oiría pronunciar le causaba horror. —Yo no iré jamás, señor, le dijo. Pero Dios no le dejó tranquilo. ¡Con cuánta suavidad y paciencia le conducía!

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