LA VIDA
DE
RAMON MONSALVATGE
UN MONJE ESPAÑOL CONVERTIDO,
DE LA ORDEN DE LOS CAPUCHINOS.
CON UNA INTRODUCCIÓN, POR EL REV. ROBERT BAIRD, D. D.
"Para manifestar las virtudes de Aquel que me llamó de las tinieblas a su luz admirable".—1 Pedro 2: 9.
NUEVA YORK:
IMPRESO POR J. F. TROW & CO.,
33 ANN-STREET.
1845
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CONTENIDO.
CAPÍTULO I.
La juventud del autor.—Su residencia en el monasterio.— Un falso milagro, . . .37 CAPÍTULO H. Causas del ataque a los establecimientos conventuales.— Dispersión de las comunidades monásticas. — El alistamiento del autor en el ejército.—Estado del ejército de don Carlos, 47 CAPÍTULO m. Mi encarcelamiento.—El convento de Saboya.—Regreso a España.—Cambio en el ejército.—Toma de Ripoll y Moya.—Maravillosa conservación, . . 56 CAPÍTULO IV. Derrota del ejército carlista.—Cómo me encontré con la Palabra de Dios.—Entro en el Seminario.—Argumentos protestantes.—Entrevista con un pastor protestante. Mi resolución de dejar el Seminario vencida, . 68 CAPÍTULO V. Un experimento sacrílego. —Dejo el seminario. —El cura español. —Me veo obligado a ir a Langres. — Situación desdichada allí. —El carácter español, 81PRESO POR J. F. TROW & CO., 33 ANN-STREET. 1845.
IV ÍNDICE. CAPÍTULO VI. PÁGINA Desesperación.—Conversión.—Salida de Langres.—Correspondencia con mis padres, . . . . .97 CAPÍTULO Vn. Distribución de las Escrituras entre mis compatriotas.—El lobo convertido en cordero.—Conspiraciones para quitarme la vida, III CAPÍTULO Vni. Visita a los republicanos en Clermont.—Breve relación de Thiers.—Testamentos vendidos y devueltos, . 119 CAPÍTULO IX. La bodega de Cabrera.—Entrevista con dos sacerdotes y resultados.—Glay, .... 128 CAPÍTULO X. La mejor medicina y el mejor médico.—El curado de Salvatat.—Mi exgeneral Zorrilla. Mi retiro a Ginebra, 137 CAPÍTULO XI. Mi compatriota Yagües.—Visita de Calderón a Madrid.— Fracaso de mi plan de regresar a España.—El deseado llega inesperadamente.—Mi partida de Ginebra, 150 CAPÍTULO XII. Mis sentimientos hacia quienes piensan que estoy equivocado. — Pasaje a través del Atlántico.—Discurso a los hermanos americanos.—Conclusión, . . . .160 INTRODUCCIÓN.
Las circunstancias parecen exigir que se diga algo a modo de introducción al presentar las siguientes memorias al público cristiano; y a petición de su autor, he consentido en emprender la tarea.
Cuando el Sr. Monsalvatge llegó a este país, hace unos meses, muchas personas que escucharon de sus propios labios un relato de su vida, su conversión a la verdadera religión y sus posteriores labores en favor de sus compatriotas, expresaron el deseo de ver algo de su pluma, para que pudiera haber algunos recuerdos permanentes de la maravillosa manifestación de la gracia divina que lo había sacado de la terrible oscuridad y los engaños del papado a la gloriosa luz de la Verdad. Y cada semana de su estadía entre nosotros ha aumentado y difundido este deseo en los corazones de aquellos que de vez en cuando lo han conocido.
La consecuencia ha sido la preparación de la narración que sigue en francés por el Sr. Monsalvatge, y su traducción al inglés por algunos de sus amigos.
Y es con gran placer que aseguro al lector que estas memorias son dignas de su total y absoluta confianza.
Su autor y tema es un hombre que ha sido bien probado desde que se convirtió al protestante, y ha dado la mejor prueba, tanto de la sinceridad de sus convicciones como de la verdad de sus declaraciones.
Tiene la confianza total de muchos excelentes hermanos en Francia y Suiza, quienes lo han recomendado con mucho cariño. Aún más; todos los que lo han conocido desde que llegó a nuestras costas, han quedado impresionados por su piedad sencilla, ferviente y sin ostentación; su sano juicio; su celo prudente; su notable sabiduría; y su admirable caridad. En todas partes se ha sostenido una sola opinión con respecto a él, y es que, ya sea que consideremos sus dotes naturales de entendimiento y corazón, o la influencia transformadora de la gracia divina sobre su carácter,no es un hombre común. Y no podemos sino esperar que el Dios de toda gracia, que lo ha llamado al conocimiento de Su salvación, y que hasta ahora ha bendecido sus labores, continuará haciéndolo un instrumento para hacer un gran bien a muchas almas.
Estas memorias poseen un interés apasionante de principio a fin. Nos cuentan la historia de alguien que nació y se educó en el seno de la Iglesia Católica Romana, no como es cuando está rodeada de la luz que la ilumina en este país protestante, sino cuando está envuelta en el fanatismo, la ignorancia y la ferocidad que prevalecen en la España ignorante. Nos revelan el corazón de un monje capuchino, que durante años siguió una vida monástica, y se sometió a todos sus repulsivos rigores con alegría, con la vana esperanza de merecer la felicidad del cielo, o al menos de abreviar las penas del purgatorio. Reproducen a este mismo hombre en el escenario, ya no como monje, sino como soldado, un hombre de sangre, luchando por Don Carlos y por Roma, con el mismo celo que caracterizó su vida en el monasterio. Pero otro cambio se produce, y el monje guerrero aparece de nuevo como el humilde hijo de la gracia, soportando mansamente los insultos y las quejas de sus antiguos compañeros soldados y oficiales, mientras va llevándoles las Sagradas Escrituras y exhortándolos a comprar y leer la Palabra de vida.
Pero también tienen un interés que es de otra naturaleza muy particular. Se relacionan no sólo con la conversión de un individuo, sino de varios otros de la raza española. Nos muestran que la mente y el corazón españoles, aunque los más firmes de todos los corazones y las mentes en su adhesión a la fe católica romana, los más fanáticos en su apego a la religión de Roma y los más dispuestos a obedecer su llamado a la obra de exterminar a los herejes, pueden ser iluminados y renovados por la gracia de Dios y ganados por las dulces influencias del Evangelio para ese "reino que consiste en justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo". Demuestran, lo que tardamos en creer, que el glorioso y pacífico Evangelio puede triunfar sobre una raza que ha sido, durante siglos, la más cruel y sanguinaria de toda la familia de hombres civilizados: una raza de la que surgió la Sociedad de los Jesuitas; en medio de la cual la Inquisición ha trabajado con la energía más implacable y temerosa; y que ha sido la más solícita de todas las Iglesias católicas romanas para purgarse de la más mínima mancha o acusación de herejía.
Sí, estas memorias nos muestran que hay esperanza para la raza española, que es, después de la galicana, la más importante de todas las naciones latinas. Este es un tema de gran importancia, y me propongo llamar la atención del lector particularmente sobre él en algunos de los párrafos siguientes. La raza francesa, o galicana, comprende unos treinta y ocho millones. Y aunque ninguna porción de los súbditos de Roma ha mostrado más celos de las pretensiones ultramontanas o excesivas de parte de la Sede Papal, o más independencia de espíritu en ciertos puntos de doctrina, y en ciertas ocasiones, cuando ha necesario Se ha intentado hacer valer esas reivindicaciones, pero ninguna raza ha prestado a Roma un servicio más eficaz. Fue esta raza la que creó el papado y siempre ha hecho más para sostenerlo que cualquier otra. Los católicos romanos franceses siempre han dado más dinero para propagar la fe católica romana que cualquier otro pueblo, y los mejores misioneros católicos romanos de todos los tiempos han sido franceses.
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