viernes, 1 de noviembre de 2024

NOBLEZA EN LA GUERRA-*MEMORIAS DE UN OFICIAL ESPAÑOL*BOLIVAR*

 Jueves, 19 de mayo de 20162 GUERRA MUNDIAL-

 NO HAY AMOR MAS GRANDE QUE ESTE  

Era justo que Kovitz le inyectara el plasma de la sangre que tantos norteamericanos habían dado abnegadamente para salvarle la vida a sus paisanos?   ¿Estábamos allí para MATAR japoneses, o para SALVARLOS? 

UN JAPONES VE LA VERDAD

JESUCRISTO DICE EN LA BIBLIA  No paguen a nadie mal por mal. Procuren hace lo bueno delante de todos…Queridos hermanos, no tomen venganza ustedes mismos, sino dejen que sean Dios quien castigueSi tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber, así harás que le arda  la cara de vergüenza, no te dejes vencer por el mal. AL CONTRARIO, vence CON BIEN el mal.Romanos 12 17_21 PERO YO LES DIGO: AMEN A SUS ENEMIGOS, Y OREN POR QUIEN LOS PERSIGUEN.Mateo 5. 43_48

6 de Dic 2016

 UN ENEMIGO NOBLE

POR HENRY HURT

MEMORIAS DE UN OFICIAL

DEL EJÉRCITO ESPAÑOL

BIBLIOTECA AYACUCHO

Bajo la dirección de Don Rufino Blanco-Fombona

CAPITÁN RAFAEL SEVILLA

CAMPAÑAS CONTRA BOLÍVAR

Y LOS SEPARATISTAS DE AMÉRICA

Apreciación de la obra, por R. Blanco-Foubona.

EDITORIAL - AMÉRICA

MADRID

concesionaria exclusiva para la venta:

SOCIEDAD ESPAÑOLA DE LIBRERÍA

FERRAZ, 25

MADRID,

1916

MEMORIAS DE UN OFICIAL ESPAÑOL 143-147

En esta preparación pasamos aquel día y el siguiente.

Pero al amanecer el 23 me hallé presa de una terrible calentura.

Las lluvias y los calores de aquellas playas malsanas me habían producido un tabardillo.

Todos me aconsejaban que no emprendiese la marcha en aquella situación; mas yo siempre he profesado la doctrina de que el soldado, mientras tenga vida, debe obedecer las órdenes de sus superiores, por penosas que sean de cumplir, y me obstiné en hacer lo que se me había mandado.

Mandé que en una canoa me hiciesen un lecho de hojas secas, formando un techo de paja y que todos los soldados

se embarcasen en el resto de aquellas embarcaciones, lo que hicieron apretándose como sardinas.

Entre canoas y piraguas habíamos reunido doce. Me trasladaron á mi pequeña canoa, en que sólo iban mis dos asistentes, un patrón y dos remeros.

 Di mis instrucciones al teniente más antiguo, para que tomase el mando en caso de que yo me privase ó falleciese, y recomendé á los demás oficiales procuraran seguir de cerca mi embarcación.

Tan pronto como empezamos á navegar, perdí el conocimiento.

A las dos de la tarde del día siguiente 24, todavía no había vuelto en mí, por lo que mis compañeros, creyéndome muerto, determinaron llevarme á tierra, como así lo hicieron, acostándome debajo de un árbol donde iban á cocer el rancho.

Mis asistentes, sobre todo el tío Pedro, que me conocía desde niño, estaban muy angustiados viéndome así en medio de aquel desierto. Su mayor desconsuelo era que no había médico, ni quien supiera aplicarme una medicina.

La Providencia vino entonces en mi socorro.

Uno de los indios que venían bogando en otra canoa, conmovido del mudo dolor de mis fieles servidores y de mis compañeros, penetró en el bosque, y al poco tiempo se apareció con una fruta llamada cubarro; la puso á hervir con agua en una cazuela, y habiendo resultado un cocimiento de color lechoso, con un ácido parecido al del tamarindo, me lo hizo tragar maquinalmente.

En seguida rompí á sudar copiosamente; me abrigaron

y á las dos horas abrí los ojos y recobré el sentido. Tanta fué la mejoría que sentí, que pude volver á bordo por mis pies, apoyado sobre el tío Pedro.

Seguimos navegando toda la tarde, habiendo ya recorrido trece leguas desde el punto de partida.

Pero el sereno de la noche, y la humedad de aquella atmósfera impregnada de vapores acuosos, me hicieron mucho mal, y á las ocho, conociendo mi gente que me moría si no se me sacaba de allí, al pasar por el sitio nombrado la Concepción me cogieron entre cuatro con el agua á la cintura; allí donde los caimanes y los peces caribes y rayas son fieras que devoran al hombre, y me trasladaron á una casita que había en la ribera.

Yo no había vuelto á perder ei sentido; pero la fiebre me devoraba y dificultábaseme la respiración.

Encontramos en la casita adonde me habían conducido mis cuatro hombres, á un matrimonio blanco, cuya señora tenía unos modales finos y bondadosos, lo que era en verdad bien extraño hallar en aquel desierto.

Aquella mujer, que era por su educación una verdadera dama, me recibió con mucha benevolencia, poniéndome en seguida en una limpia cama.

Ella y su marido, que también parecía mejor un caballero que un rústico llanero, se pusieron en movimiento, lo mismo que si el enfermo fuera un hijo suyo.

Aplicáronme baños de pies, unturas, ventosas, y hasta ayudas, y me repitieron el remedio del indio. Pasé una noche más tranquila.

El resto del convoy había continuado viaje. Al amanecer, encontrándome allí solo con mis asistentes y el patrón rodeado de personas extrañas, resolví reembarcarme acto continuo, á pesar de los consejos de la señora, que temía

MEMORIAS DE UN OFICIAL ESPAÑOL 145

una recaída si no permanecía allí un par de días lo menos.

—Imposible, señora—le dije —; estoy solo: mi tropa ha continuado su camino, y este país está lleno de enemigos.

—Tiene usted razón—me contestó—; si no tiene usted gente que le defienda, corre tanto peligro de perecer

aquí á mano airada, como en el río por la enfermedad.

 Le di las gracias á ésta y su esposo en los mejores términos que pude y me despedí de ellos ofreciéndoles mi eterna gratitud, volviendo á ser conducido al pobre lecho de mi canoa.

—¿Sabe usted quién es la familia que tan bien le ha asistido, y á la cual tan fervientemente acaba usted de ofrecer sus servicios?me preguntó el patrón.

—¿Cómo he de saberlo si no los conozco más que por su caritativo proceder?

Pues ese señor que le ha prodigado tantas atenciones, es compadre, amigo íntimo y oficial del general Páez, el segundo jefe de la insurrección venezolana.

Su señora es hermana del general colombiano N. (he olvidado el nombre), y, en política, ese matrimonio es uno de los más adictos á la causa de la independencia.

—Pues, si es así—contesté estupefacto—, su acción es todavía más noble de lo que yo había creído. Quienes así saben amar á sus enemigos, imitan á Jesucristo en toda la  mi deuda se centuplica. Ojalá que yo logre poder pagar tan heroico acto de humanidad á esas dos dignas personas, que así saben desentenderse de las pasiones políticas cuando se trata de salvar á un semejante.

Mis remeros procuraron impulsar con vigor la débil barquilla. Al mediodía desembarcamos en la playa, donde me hicieron unas sopas, que comí, á pesar de estar bastante enfermo, las cuales me reanimaron un tanto de mi extrema debilidad.

146 RAFAEL SEVILLA

Volvimos á la canoa.

A las cuatro de la tarde, doblando un recodo, vimos dos tigres, á unos veinte pasos de distancia, bebiendo al pie de un barranco coronado de

espesos bosques.

Eran macho y hembra, y temiendo nos embistiesen nos esperamos algún tanto.

 La última dio un salto colosal y se internó en el monte; pero al intentar lo mismo el macho, como era muy pesado, la tierra del barranco se le venía encima; entonces se acercó al agua y se sentó, mirándonos, como si fuera un perro colosal.

Mandé á un asistente le tirara y que los indios se preparasen á recibirle con las lanzas, si nos acometía nadando; pero el fusil tenía el cebo húmedo y no dio fuego.

 La fiera, que era del tamaño de un asno grande y cuyas muñecas eran del grueso de la pierna de un hombre, permaneció impasible hasta que, cansada de estar en aquella posición, siguió río abajo hasta que encontró salida fácil para meterse en el bosque.

Yo pude haberle tirado con una magnífica escopeta

que llevaba á mi lado; pero en aquel momento ni siquiera me acordé que la tenía.

A las siete de la noche alcanzamos el grueso del convoy.

Hicieron el rancho en la playa del Granadillo; yo me quedé en la canoa.

 No pudiendo resistir el enjambre de mosquitos zancudos, que nos devoraban, continuamos el viaje á las tres de la madrugada, llegando á las cinco de la tarde á la playa de Santa Marta, que estaba plagada de tigres y culebras. La fiebre no me había invadido en las últimas veinticuatro horas.

Proseguimos al amanecer. Así que salió el sol, se eclipsaba con las inmensas bandadas de patos que volaban delante de nosotros. Tiré sin apuntar y maté varios.

El 27, por la tarde, llegamos á la ranchería de San Vicente, donde me recibió mi jefe Carmona, dándome un apretado abrazo. Allí estaban mi batallón y el de Numancia.

El convoy siguió á Nutrias, y nosotros, á las tres de la

MEMORIAS DE UN OFICIAL ESPAÑOL 147

mañana, empezamos á andar con los dos cuerpos y alguna caballería del país, yo montado en un buen caballo,

hasta el 29, en que llegamos al Mantecal.

Aquí estaba el brigadier Latorre con los húsares, una columna de cazadores y algunos artilleros montados.

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