MARÍA
HISTORIA REAL POR JORGE ISAACS
Jorge Ricardo Isaacs nació en Cali el 1° de abril de 1837, hijo del ciudadano inglés de ascendencia judía George Henry Isaacs Adolfus y de la colombiana Manuela Ferrer Scarpetta, hija de un militar catalán y de una dama italiana. El padre de Jorge Isaacs había llegado a Colombia en 1822 proveniente de Jamaica, con el propósito de explotar yacimientos de oro en el Chocó. En 1827 se establece como comerciante en Quibdó y el año siguiente se convierte al catolicismo para desposarse. Obtiene del Libertador la carta de naturaleza colombiana en 1829. Como un hombre bastante rico lo encontramos radicado en Cali hacia 1833, donde se vincula a la vida política de la región. De 1840 es la adquisición de dos enormes haciendas azucareras en las cercanías de Palmira, La Manuelita, llamada así en honor de su esposa, y La Santa Rita. En 1854 compra la hacienda El Paraíso, en las vecindades de Buga, ámbito en el que se desenvuelve la novela que le diera fama a Jorge Isaacs y donde pasa su adolescencia. ( biografía de internet)
…en uno de sus viajes se enamoró mi padre de la hija de un español, intrépido capitán de navio---
La madre de la joven que mi padre amaba exigió por condición para dársela por esposa que renunciase él á la religión judaica. Mi padre se hizo cristiano á los veinte años de edad.
---Sara, su esposa, le había dejado una niña que tenía á la sazón tres años.
---Instó á Salomón para que le diera su hija á fin de educarla á nuestro lado; y se atrevió á proponerle que la haría cristiana. Salomón aceptó diciéndole
:---, sea hija tuya.---Las cristianas son dulces y buenas, y tu esposa debe ser una santa madre.--- tal vez yo haría desdichada á mi hija dejándola judía. No lo digas á nuestros parientes, ---que le cambien el nombre de Ester en el de María. " Esto decía el infeliz derramando muchas lágrimas.
--llevando á Ester sentada en uno de sus brazos, y pendiente del otro un cofre que contenía el equipaje de la niña : ésta tendió los bracitos á su tío, ---Aquella criatura, cuya cabeza preciosa acababa de bañar con una lluvia de lágrimas el bautismo del dolor antes que el de la religión de Jesús, era un tesoro sagrado; mi padre lo sabía bien, y no lo olvidó jamás.
---Contaba yo siete años cuando regresó mi padre, y desdeñé los juguetes preciosos que me trajo de su viaje, por admirar aquella niña tan bella, tan dulce y sonriente. Mi madre la cubrió de caricias, y mis hermanas la agasajaron con ternura, desde el momento que mi padre, poniéndola en el regazo de su esposa, le dijo : " ésta es la hija de Salomón, que él te envía."
Durante nuestros juegos infantiles sus labios empezaron á modular acentos castellanos, tan armoniosos y seductores en una linda boca de mujer y en la risueña de un niño.
---Pocos eran entonces los que conociendo nuestra familia, pudiesen sospechar que María no era hija de mis padres. Hablaba bien nuestro idioma, era amable, viva é inteligente. Cuando mi madre le acariciaba la cabeza, al mismo tiempo que á mis hermanas y á mí, ninguno hubiera podido adivinar cuál era allí la huérfana.
Tenía nueve años. La cabellera abundante, todavía de color castaño claro, ---el acento con algo de melancólico que no tenían nuestras voces; tal era la imagen que de ella llevé cuando partí de la casa paterna : así estaba en la mañana de aquel triste día, bajo las enredaderas de las ventanas de mi madre.
Miércoles, 13 de septiembre de 2023
María
Historia real por Jorge Isaacs
se enamoró mi padre de la hija de un español, intrépido capitán de navio,
que después de haber dejado el servicio por algunos años, se vio forzado en 1819
a tomar nuevamente las armas en defensa de los reyes de España,
y que murió fusilado en Majagual el veinte de mayo de 1820.
La madre de la joven que mi padre
amaba exigió por condición para dársela por esposa
que renunciase él a la religión judaica.
Mi padre se hizo cristiano a los veinte años de edad.
…Salomón, primo suyo a quien mucho había amado desde la niñez,
acababa de perder su esposa.Sara, su esposa, le había dejado una niña
que tenía a la sazón tres años instó a Salomón para que le diera su hija
a fin de educarla a nuestro lado;
y se atrevió a proponerle que la haría cristiana.
…pero tú lo quieres, sea hija tuya. Las cristianas son dulces y buenas,
y tu esposa debe de ser una santa madre.
Si el cristianismo da en las desgracias supremas el alivio que tú me has dado,
tal vez yo haría desdichada a mi hija dejándola judía
. No lo digas a nuestros parientes, pero cuando llegues a la primera costa
donde se halle un sacerdote católico, hazla bautizar
y que le cambien el nombre de Ester en el de María.»
Esto decía el infeliz derramando muchas lágrimas.
llevando a Ester sentada en uno de sus brazos, y pendiente del otro
un cofre que contenía el equipaje de la niña:
ésta tendió los bracitos a su tío, y Salomón, poniéndola en los de su amigo
, se dejó caer sollozando sobre el pequeño baúl.
Aquella criatura, cuya cabeza preciosa acababa de bañar
con una lluvia de lágrimas el bautismo del dolor
antes que el de la religión de Jesús,
era un tesoro sagrado; mi padre lo sabía bien, y no lo olvidó jamás.
…aquella niña tan bella, tan dulce y sonriente.
Mi madre la cubrió de caricias, y mis hermanas la agasajaron con ternura,
desde el momento que mi padre, poniéndola en el regazo de su esposa,
le dijo: «ésta es la hija de Salomón, que él te envía».
…Durante nuestros juegos infantiles sus labios empezaron
a modular acentos castellanos, tan armoniosos y seductores
en una linda boca de mujer y en la risueña de un niño.
Hablaba bien nuestro idioma, era amable, viva e inteligente….
tenía nueve años.
La cabellera abundante, todavía de color castaño claro,
suelta y tal era la imagen que de ella llevé cuando partí de la casa paterna:
así estaba en la mañana de aquel triste día,
bajo las enredaderas de las ventanas de mi madre
V
Habían pasado tres días cuando me convidó mi padre a visitar sus haciendas del valle,
y fue preciso complacerlo; por otra parte, yo tenía interés real a favor de sus empresas.
Mi madre seempeñó vivamente por nuestro pronto regreso.
Mis hermanas se entristecieron.
María no me suplicó, como ellas, que regresase en la misma semana;
pero me seguía incesantemente con los ojos durante los preparativos
En mi ausencia, mi padre había mejorado sus propiedades notablemente: una costosa y bella fábrica de azúcar, muchas fanegadas de caña para abastecerla, extensas dehesas con ganado vacuno y caballar, buenos cebaderos y una lujosa casa de habitación, constituían lo más notable de sus haciendas de tierra caliente. Los esclavos, bien vestidos y contentos, hasta donde es posible estarlo en la servidumbre, eran sumisos y afectuosos para con su amo. Hallé hombres a los que, niños poco antes, me habían enseñado a poner trampas a las chilacoas y guatines en la espesura de los bosques: sus padres y ellos volvieron a verme con inequívocas señales de placer. Solamente a Pedro, el buen amigo y fiel ayo, no debía encontrarlo: él había derramado lágrimas al colocarme sobre el caballo el día de mi partida para Bogotá, diciendo: «amito mío, ya no te veré más». El corazón le avisaba que moriría antes de mi regreso.
Pude notar que mi padre, sin dejar de ser amo, daba un trato cariñoso a sus esclavos, se mostraba celoso por la buena conducta de sus esposas y acariciaba a los niños.
Una tarde, ya a puestas del sol, regresábamos de las labranzas a la fábrica mi padre, Higinio (el mayordomo) y yo. Ellos hablaban de trabajos hechos y por hacer; a mí me ocupaban cosas menos serias: pensaba en los días de mi infancia. El olor peculiar de los bosques recién derribados y el de las piñuelas en sazón; la greguería de los loros en los guaduales y guayabales vecinos; el tañido lejano del cuerno de algún pastor, repetido por los montes: las castrueras de los esclavos que volvían espaciosamente de las labores con las herramientas al hombro; los arreboles vistos al través de los cañaverales movedizos: todo me recordaba las tardes en que abusando mis hermanas, María y yo de alguna licencia de mí madre, obtenida a fuerza de tenacidad, nos solazábamos recogiendo guayabas de nuestros árboles predilectos, sacando nidos de piñuelas, muchas veces con grave lesión de brazos y manos, y espiando polluelos de pericos en las cercas de los corrales.
Al encontrarnos con un grupo de esclavos, dijo mi padre a un joven negro de notable apostura:
-Conque, Bruno, ¿todo lo de tu matrimonio está arreglado para pasado mañana?
-Sí, mi amo -le respondió quitándose el sombrero de junco y apoyándose en el mango de su pala.
-¿Quiénes son los padrinos?
-Ña Dolores y ñor Anselmo, si su merced quiere.
-Bueno. Remigia y tú estaréis bien confesados. ¿Compraste todo lo que necesitabas para ella y para ti con el dinero que mandé darte?
-Todo está ya, mi amo.
-¿Y nada más deseas?
-Su merced verá.
-El cuarto que te ha señalado Higinio ¿es bueno?
-Sí, mi amo.
-¡Ah! ya sé. Lo que quieres es baile.
Rióse entonces Bruno, mostrando sus dientes de blancura deslumbrante, volviendo a mirar a sus compañeros.
-Justo es; te portas muy bien. Ya sabes -agregó dirigiéndose a Higinio-: arregla eso, y que queden contentos.
-¿Y sus mercedes se van antes? -preguntó Bruno.
-No -le respondí-; nos damos por convidados.
En la madrugada del sábado próximo se casaron Bruno y Remigia. Esa noche a las siete montamos mi padre y yo para ir al baile, cuya música empezábamos a oír. Cuando llegamos, Julián, el esclavo capitán de la cuadrilla, salió a tomarnos el estribo y a recibir nuestros caballos. Estaba lujoso con su vestido de domingo, y le pendía de la cintura el largo machete de guarnición plateada, insignia de su empleo. Una sala de nuestra antigua casa de habitación había sido desocupada de los enseres de labor que contenía, para hacer el baile en ella. Habíanla rodeado de tarimas: en una araña de madera suspendida de una de las vigas, daba vueltas media docena de luces: los músicos y cantores, mezcla de agregados, esclavos y manumisos, ocupaban una de las puertas. No había sino dos flautas de caña, un tambor improvisado, dos alfandoques y una pandereta; pero las finas voces de los negritos entonaban los bambucos con maestría tal; había en sus cantos tan sentida combinación de melancólicos, alegres y ligeros acordes; los versos que cantaban eran tan tiernamente sencillos, que el más culto diletante hubiera escuchado en éxtasis aquella música semisalvaje. Penetramos en la sala con zamarros y sombreros. Bailaban en ese momento Remigia y Bruno: ella con follao de boleros azules, tumbadillo de flores rojas, camisa blanca bordada de negro y gargantilla y zarcillos de cristal color de rubí, danzaba con toda la gentileza y donaire que eran de esperarse de su talle cimbrador. Bruno, doblados sobre los hombros los paños de su ruana de hilo, calzón de vistosa manta, camisa blanca aplanchada, y un cabiblanco nuevo a la cintura, zapateaba con destreza admirable.
Quedó mi padre satisfecho de mi atención durante la visita que hicimos a las haciendas; mas cuando le dije que en adelante deseaba participar de sus fatigas quedándome a su lado, me manifestó, casi con pesar, que se veía en el caso de sacrificar a favor mío su bienestar, cumpliéndome la promesa que me tenía hecha de tiempo atrás, de enviarme a Europa a concluir mis estudios de medicina, y que debía emprender viaje, a más tardar dentro de cuatro meses. Al hablarme así, su fisonomía se revistió de una seriedad solemne sin afectación, que se notaba en él cuando tomaba resoluciones irrevocables. Esto pasaba la tarde en que regresábamos a la sierra. Empezaba a anochecer, y a no haber sido así, habría notado la emoción que su negativa me causaba. El resto del camino se hizo en silencio. ¡Cuán feliz hubiera yo vuelto a ver a María, si la noticia de ese viaje no se hubiese interpuesto desde aquel momento entre mis esperanzas y ella!
Miércoles, 13 de septiembre de 2023
María
Historia real por Jorge Isaacs
…en uno de sus viajes se enamoró mi padre de la hija de un español, intrépido capitán de navio---
La madre de la joven que mi padre amaba exigió por condición para dársela por esposa que renunciase él á la religión judaica. Mi padre se hizo cristiano á los veinte años de edad.
---Sara, su esposa, le había dejado una niña que tenía á la sazón tres años.
---Instó á Salomón para que le diera su hija á fin de educarla á nuestro lado; y se atrevió á proponerle que la haría cristiana. Salomón aceptó diciéndole
:---, sea hija tuya.---Las cristianas son dulces y buenas, y tu esposa debe ser una santa madre.--- tal vez yo haría desdichada á mi hija dejándola judía. No lo digas á nuestros parientes, ---que le cambien el nombre de Ester en el de María. " Esto decía el infeliz derramando muchas lágrimas.
--llevando á Ester sentada en uno de sus brazos, y pendiente del otro un cofre que contenía el equipaje de la niña : ésta tendió los bracitos á su tío, ---Aquella criatura, cuya cabeza preciosa acababa de bañar con una lluvia de lágrimas el bautismo del dolor antes que el de la religión de Jesús, era un tesoro sagrado; mi padre lo sabía bien, y no lo olvidó jamás.
---Contaba yo siete años cuando regresó mi padre, y desdeñé los juguetes preciosos que me trajo de su viaje, por admirar aquella niña tan bella, tan dulce y sonriente. Mi madre la cubrió de caricias, y mis hermanas la agasajaron con ternura, desde el momento que mi padre, poniéndola en el regazo de su esposa, le dijo : " ésta es la hija de Salomón, que él te envía."
Durante nuestros juegos infantiles sus labios empezaron á modular acentos castellanos, tan armoniosos y seductores en una linda boca de mujer y en la risueña de un niño.
---Pocos eran entonces los que conociendo nuestra familia, pudiesen sospechar que María no era hija de mis padres. Hablaba bien nuestro idioma, era amable, viva é inteligente. Cuando mi madre le acariciaba la cabeza, al mismo tiempo que á mis hermanas y á mí, ninguno hubiera podido adivinar cuál era allí la huérfana.
Tenía nueve años. La cabellera abundante, todavía de color castaño claro, ---el acento con algo de melancólico que no tenían nuestras voces; tal era la imagen que de ella llevé cuando partí de la casa paterna : así estaba en la mañana de aquel triste día, bajo las enredaderas de las ventanas de mi madre.
VI -
¿Qué había pasado en aquellos cuatro días en el alma de María?
Iba ella a colocar una lámpara en una de las mesas del salón cuando me acerqué a saludarla; y ya había extrañado no verla en medio del grupo de la familia en la gradería donde acabábamos de desmontarnos. El temblor de su mano expuso la lámpara; y yo le presté ayuda, menos tranquilo de lo que creí estarlo. Pareciáme ligeramente pálida, y alrededor de sus ojos había una leve sombra, imperceptible para quien la hubiese visto sin mirarla. Volvió el rostro hacia mi madre, que hablaba en ese momento, evitando así que yo pudiera examinarlo bañado por la luz que teníamos cerca: noté entonces que en el nacimiento de una de las trenzas tenía un clavel marchito.
y era sin duda el que le había dado yo la víspera de mi marcha para el Valle. La crucecilla de coral esmaltado que había traído para ella, igual a las de mis hermanas, la llevaba al cuello pendiente de un cordón de pelo negro. Estuvo silenciosa, sentada en medio de las butacas que ocupábamos mi madre y yo. Como la resolución de mi padre sobre mi viaje no se apartaba de mi memoria, debí de parecerle a ella triste, pues me dijo en voz casi baja:
-No, María -le contesté-; pero nos hemos asoleado y hemos andado tanto...
Iba a decirle algo más, pero el acento confidencial de su voz, la luz nueva para mí que sorprendí en sus ojos, me impidieron hacer otra cosa que mirarla, hasta que notando que se avergonzaba de la involuntaria fijeza de mis miradas, y encontrándome examinado por una de mi padre (más temible cuando cierta sonrisa pasajera vagaba en sus labios), salí del salón con dirección a mi cuarto.
Cerré las puertas. Allí estaban las flores recogidas por ella para mí: las ajé con mis besos; quise aspirar de una vez todos sus aromas, buscando en ellos los de los vestidos de María; bañélas con mis lágrimas.
.. ¡Ah! ¡los que no habéis llorado de felicidad así, llorad de desesperación, si ha pasado vuestra adolescencia, porque así tampoco volveréis a amar ya!
¡Primer amor!... noble orgullo de sentirnos amados: sacrificio dulce de todo lo que antes nos era caro a favor de la mujer querida: felicidad que comprada para un día con las lágrimas de toda una existencia, recibiríamos como un don de Dios.
Perfume para todas las horas del porvenir: luz inextinguible del pasado.
Flor guardada en el alma y que no es dado marchitar a los desengaños.
Único tesoro que no puede arrebatarnos la envidia de los hombres: delirio delicioso... inspiración del cielo...
¡María! ¡María! ¡Cuánto te amé! ¡Cuánto te amara!...( Sí estuvieras aún a mi lado)
Jueves, 14 de septiembre de 2023
MARÍA - Historia real novelada- Cap. VII.
María
Historia real por Jorge Isaacs
CAPITULO VII
Cuando hizo mi padre el último viaje a las Antillas, Salomón, primo suyo á quien mucho había amado desde la niñez, acababa de perder su esposa. Muy jóvenes habían venido juntos á Sur-América; y en uno de sus viajes se enamoró mi padre de la hija de un español, intrépido capitán de navio, que después de haber dejado el servicio por algunos años, se vio forzado en 1819 á tomar nuevamente las armas en defensa de los reyes de España, y que murió fusilado en Majagual el veinte de mayo de 1820.
La madre de la joven que mi padre amaba exigió por condición para dársela por esposa que renunciase él á la religión judaica. Mi padre se hizo cristiano á los veinte años de edad.
Su primo se aficiono en aquellos días á la religión católica, sin ceder por eso á las instancias para que también se hiciese bautizar, pues sabía que lo que hecho por mi padre, le daba la esposa que deseaba, á él le impediría ser aceptado por la mujer á quien amaba en Jamaica.
Después de algunos años de separación volvieron á verse, pues, los dos amigos, Ya era viudo Salomón.
Sara, su esposa, le había dejado una niña que tenía á la sazón tres años. Mi padre lo encontró desfigurado moral y físicamente por el dolor, y entonces su nueva religión le dio consuelos para su primo, consuelos que en vano habían buscado los parientes para salvarlo.
Instó á Salomón para que le diera su hija á fin de educarla á nuestro lado; y se atrevió á proponerle que la haría cristiana. Salomón aceptó diciéndole
: " Es verdad que solamente mi hija me ha impedido emprender un viaje á la India, que mejoraría mi espíritu y remediaría mi pobreza : también hasido ella mi único consuelo después de la muerte de Sara; pero tú lo quieres, sea hija tuya.
Las cristianas son dulces y buenas, y tu esposa debe ser una santa madre. Si el cristianismo da en las desgracias supremas el alivio que tú me has dado, tal vez yo haría desdichada á mi hija dejándola judía. No lo digas á nuestros parientes, pero cuando llegues á la primera costa donde se halle un sacerdote católico, hazla bautizar y que le cambien el nombre de Ester en el de María. " Esto decía el infeliz derramando muchas lágrimas.
Á pocos días se daba á la vela en la bahía de Montego la goleta que debía conducir á mi padre á las costas de Nueva Granada. La ligera nave ensayaba sus blancas alas, como una garza de nuestros bosques las suyas antes de emprender un largo vuelo. Salomón entró á la habitación de mi padre, que acababa de arreglar su traje de á bordo, llevando á Ester sentada en uno de sus brazos, y pendiente del otro un cofre que contenía el equipaje de la niña : ésta tendió los
bracitos á su tío, y Salomón, poniéndola en ios de su amigo, cayó sollozando sentado sobre el pequeño baúl. Aquella criatura, cuya cabeza preciosa acababa de bañar con una lluvia de lágrimas el bautismo del dolor antes que el de la religión de Jesús, era un tesoro sagrado; mi padre lo sabía bien, y no lo olvidó jamás.
A Solomón le fué recordada por su amigo, al saltar éste á la lancha que iba á separarlos, una promesa, y él respondió con voz ahogada : " Las oraciones de mi hija por mí y las mías por ella y su madre, subirán juntas á los pies del Crucificado."
Contaba yo siete años cuando regresó mi padre, y desdeñé los juguetes preciosos que me trajo de su viaje, por admirar aquella niña tan bella, tan dulce y sonriente. Mi madre la cubrió de caricias, y mis hermanas la agasajaron con ternura, desde el momento que mi padre, poniéndola en el regazo de su esposa, le dijo : " ésta es la hija de Salomón, que él te envía."
Durante nuestros juegos infantiles sus labios empezaron á modular acentos castellanos, tan armoniosos y seductores en una linda boca de mujer y en la risueña de un niño.
Habrían corrido unos seis años. Al entrar yo una tarde al cuarto de mi padre, le oí sollozar : tenía los brazos cruzados sobre la mesa, y en ellos apoyaba la rente; cerca de él mi madre lloraba, y en sus rodillas reclinaba María la cabeza, sin comprender ese dolor y casi indiferente á los lamentos de su tío : esa que una carta de Kingston, recibida aquel día, daba la nueva de la muerte de Salomón. Recuerdo solamente una expresión de mi padre en aquella tarde :
" si todos me van abandonando, sin que pueda bir sus últimos adíoses, ¿ á qué volveré yo á mi país?"
¡ Ay ! ¡ sus cenizas debían descansar en tierra extraña, sin que los vientos del Océano, en cuyas playas retozó siendo niño, cuya inmensidad cruzó joven y ardiente, vengan á barrer sobre la losa de su sepulcro las flores secas de los aromos y el polvo dé los años!
Pocos eran entonces los que conociendo nuestra familia, pudiesen sospechar que María no era hija de mis padres. Hablaba bien nuestro idioma, era amable, viva é inteligente. Cuando mi madre le acariciaba la cabeza, al mismo tiempo que á mis hermanas y á
mí, ninguno hubiera podido adivinar cuál era allí la huérfana.
Tenía nueve años. La cabellera abundante, todavía de color castaño claro, suelta y jugueteando sobre su cintura fina y movible; los ojos parleros; el acento con algo de melancólico que no tenían nuestras voces; tal era la imagen que de ella llevé cuando partí de la casa paterna : así estaba en la mañana de aquel triste día, bajo las enredaderas de las ventanas de mi madre.
Viernes, 15 de septiembre de 2023
MARÍA ( Historia real) por Jorge Isaacs CAPITULO VIII
María
Historia real por Jorge Isaacs
…en uno de sus viajes se enamoró mi padre de la hija de un español, intrépido capitán de navio---
La madre de la joven que mi padre amaba exigió por condición para dársela por esposa que renunciase él á la religión judaica. Mi padre se hizo cristiano á los veinte años de edad.
---Sara, su esposa, le había dejado una niña que tenía á la sazón tres años.
---Instó á Salomón para que le diera su hija á fin de educarla á nuestro lado; y se atrevió á proponerle que la haría cristiana. Salomón aceptó diciéndole
:---, sea hija tuya.---Las cristianas son dulces y buenas, y tu esposa debe ser una santa madre.--- tal vez yo haría desdichada á mi hija dejándola judía. No lo digas á nuestros parientes, ---que le cambien el nombre de Ester en el de María. " Esto decía el infeliz derramando muchas lágrimas.
--llevando á Ester sentada en uno de sus brazos, y pendiente del otro un cofre que contenía el equipaje de la niña : ésta tendió los bracitos á su tío, ---Aquella criatura, cuya cabeza preciosa acababa de bañar con una lluvia de lágrimas el bautismo del dolor antes que el de la religión de Jesús, era un tesoro sagrado; mi padre lo sabía bien, y no lo olvidó jamás.
---Contaba yo siete años cuando regresó mi padre, y desdeñé los juguetes preciosos que me trajo de su viaje, por admirar aquella niña tan bella, tan dulce y sonriente. Mi madre la cubrió de caricias, y mis hermanas la agasajaron con ternura, desde el momento que mi padre, poniéndola en el regazo de su esposa, le dijo : " ésta es la hija de Salomón, que él te envía."
Durante nuestros juegos infantiles sus labios empezaron á modular acentos castellanos, tan armoniosos y seductores en una linda boca de mujer y en la risueña de un niño.
---Pocos eran entonces los que conociendo nuestra familia, pudiesen sospechar que María no era hija de mis padres. Hablaba bien nuestro idioma, era amable, viva é inteligente. Cuando mi madre le acariciaba la cabeza, al mismo tiempo que á mis hermanas y á mí, ninguno hubiera podido adivinar cuál era allí la huérfana.
Tenía nueve años. La cabellera abundante, todavía de color castaño claro, ---el acento con algo de melancólico que no tenían nuestras voces; tal era la imagen que de ella llevé cuando partí de la casa paterna : así estaba en la mañana de aquel triste día, bajo las enredaderas de las ventanas de mi madre.
María
Historia real por Jorge Isaacs
CAPITULO VIII
Á prima noche llamó Emma á mi puerta para que fuera á la mesa. Me bañé el rostro para ocultar las huellas de las lágrimas, y me mudé los vestidos para disculpar mi tardanza.
No estaba María en el comedor, y en vano imaginéque sus ocupaciones la habían Jiecho demorarse más de ]o acostumbrado. Notando mi padre un asiento
desocupado, preguntó por ella, y Emma la disculpó diciendo que desde esa tarde había tenido dolor de cabeza y que dormía ya. Procuré no mostrarme impresionado;
y haciendo todo esfuerzo porque la conversación fuera amena, hablé con entusiasmo de todas
las mejoras que había encontrado en las fincas que acabábamos de visitar. Pero todo fué inúlil :Mi padre estaba más fatigado que yo, y se retiró temprano;
Emma y mi madre se levantaron para irá acostar los niños y ver cómo estaba María, lo cual les
agradecí, sin que me sorprendiera ya ese mismo sentimiento de gratitud.
Aunque Emma volvió al comedor, la sobremesa no duró largo tiempo. Felipe y Eloísa, que se habían empeñado en que tomara parte en su juego de naipes, acusaron de soñolientos mis ojos. Aquél había solicitado inútilmente de mi madre permiso para acompañarme al día siguiente á la montaña, por lo cual se retiró descontento.
Meditando en mi cuarto, creí adivinar la causa del sufrimiento de María. Recordé la manera como yo había salido del salón después de mi llegada y cómo la impresión que me hizo la voz confidencial de ella, fué motivo de que le contestara con la falta de tino propia de quien está reprimiendo una emoción. Conociendo ya el origen de su pena, habría dado mil vidas por obtener un perdón suyo; pero la duda vino á agravar la turbación de mi espíritu. Dudé del amor de María. ¿ Por qué, pensaba yo, se esfuerza mi corazón en creerla sometida á este mismo martirio? .
Considéreme indigno de poseer tanta belleza, tanta inocencia.
Écheme en cara ese orgullo que me había ofuscado hasta el punto de creerme por el objeto de su amor, siendo solamente merecedor de su cariño de hermana. En mi locura pensé con menos terror, no, con placer casi, en mi próximo viaje.
Viernes, 15 de septiembre de 2023
María Historia real por Jorge Isaacs
CAPITULO IX
Levánteme al día siguiente cuando amanecía. Los resplandores que delineaban hacia el Oriente las cúspides de la cordillera central, doraban en semicírculos sobre ella algunas nubes ligeras que se desataban las unas de las otras para alejarse y desaparecer. Las verdes pampas y selvas del valle, se veían como al través de un vidrio azulado, y en medio de ellas, algunas cabaíias blancas, humaredas de los montes recién quemados elevándose en espiral, y alguna vez las revueltas de un río. La cordillera de Occidente, con sus pliegues y senos, semejaba mantos de terciopelo azul oscuro suspendidos de sus centros por manos de genios velados por las nieblas. Al frente de mi ventana, los rosales y los follajes de los árboles del huerto parecían temer las primeras brisas que vendrían á derramar el rocío que brillaba en sus hojasY flores. Todo me pareció triste.
Tomé la escopeta : hice una señal al cariñoso Mayo, que sentado sobre las piernas traseras, me miraba fijamente, arrugada la frente por la excesiva atención, aguardando la primera orden ; y saltando el vallado de piedra, cogí el camino de la montaña. Al internarme, la hallé fresca y temblorosa bajo las caricias de las últimas auras de la noche. Las garzas abandonaban sus dormideros, formando en su vuelo líneas ondulantes que plateaba el sol, como cintas abandonadas al capricho del viento. Bandadas numerosas de loros se levantaban de los guaduales para dirigirse á los maizales vecinos ; y el diostedé saludaba al día con su canto triste y monótono desde el corazón de la sierra.
Bajé á la vega montuosa del río por el mismo sendero por donde lo había hecho tantas veces seis años antes. El trueno de su raudal se iba aumentando, y poco después descubrí las corrientes, impetuosas al precipitarse en los saltos, convertidas en espumas hervidoras en ellos, cristalinas y tersas en los remansos,rodando siempre sobre un lecho de peñascos
afelpados de musgos, orlados en la ribera por iracaÍes, heléchos y cañas de amarillos tallos, plumajes sedosos y semilleros de color púrpura.
Detúveme en la mitad del puente, formado por el huracán con un cedro corpulento, el mismo por donde había pasado en otro tiempo. Floridas parásitas colgaban de sus lamas, y campanillas azules y tornasoladas bajaban en festones desde mis pies á mecerse
en las ondas. Una vegetación exuberante y altiva abo
MARÍA, 33
vedaba atrechos el río, y al través de ella penetraban algunos rayos del sol naciente, como por la techumbre rota de un templo indiano abandonado.
Mayo aulló cobarde en la ribera que yo acababa de dejar, y á instancias mías se resolvió á pasar por el puente fantástico, tomando en seguida, antes que yo, el sendero que conducía á la posesión del viejo José, quien esperaba de mí aquel día el pago de su visita de bienvenida.
Después de una pequeña cuesta pendiente y oscura,
y de atravesar á saltos por sobre el arbolado seco de los últimos derribos del montañés, me hallé en la placeta sembrada de legumbres, desde donde divisé humeando la casita situada en medio de las colinas verdes, que yo había dejado entre bosques al parecer indestructibles.
Las vacas, hermosas por su tamaño y color, bramaban á la puerta del corral buscando sus
becerros. Las aves domésticas alborotaban recibiendo la ración matutina; en las palmeras cercanas, que había respetado el hacha de los labradores, se mecían las oropéndolas bulliciosas en sus nidos colgantes, y en medio de tan grata algarabía, se oía á las veces el grito agudo del pajarero, que desde su barbacoa y armado de honda, espantaba las guacamayas
hambrientas que revoloteaban sobre el maizal
Los perros del antioqueño le dieron con sus ladridos parte de mi llegada. Mayo, temeroso de ellos, se me acercó mohíno. José salió á recibirme, el hacha
en una mano y el sombrero en la otra.
La pequeña vivienda denunciaba laboriosidad, economía y limpieza : todo era rústico, pero estaba cómodamente dispuesto, y cada cosa en su lugar.
La sala de la casita, perfectamente barrida, poyos de guadua al rededor, cubiertos de esteras de junco ypieles de oso, algunas láminas de papel iluminado representando santos y prendidas con espinas de naranjo á las paredes sin blanquear, tenía á derecha é izquierda la alcoba de la mujer de José y la de las muchachas. La cocina, formada de caña-menuda y con el techo de hojas de la misma planta, estaba separada de la casa por un huertecillo donde el perejil, la manzanilla, el poleo y las albahacas mezclaban sus aromas.
Las mujeres parecían vestidas con más esmero que de ordinario. Las muchachas, Lucía y Tránsito, llevaban enaguas de zaraza morada y camisas muyblancas con golas de encaje ribeteadas de trencilla negra, bajo las cuales escondían parte de sus rosarios, y gargantillas de bombillas de vidrio color de ópalo.
Las trenzas de sus cabellos, gruesas y de color de azabache, les jugaban sobre las espaldas, al más leve movimiento dé los pies desnudos, cuidados y ligeros.
Me hablaban con suma timidez ; y su padre fue quien, notando eso, las animó diciéndoles : " ¿acaso no es el mismo niño Efraín, porque venga del colegio sabido y ya mozo? " Entonces se hicieron más joviales y risueñas : nos enlazaban amistosamente los recuerdos de los juegos infantiles, poderosos en la imaginación de los poetas y de las mujeres. Con la vejez la fisonomía de José había ganado mucho : aunque no se dejaba la barba, su faz tenía algo de bíblico, como casi todas las de los ancianos de buenas costumbres del país donde nació : una cabellera cana y abundante le sombreaba la tostada y ancha frente, y sus sonrisas revelaban tranquilidad de ltma, Luisa, su mujer, más feliz que él en la lucha con los años, conservaba en el vestir algo de la manera antioqueña, y su jovialidad y alegría dejaban comprender que estaba contenta con su suerte.
José me condujo al río, y me habló de sus siembras y cacerías, mientras yo me sumergía en el remanso diáfano desde el cual se lanzaban las aguas formando una pequeña cascada.
A nuestro regreso encontramos servido en la única mesa de la casa el provocativo almuerzo. Campeaba el maíz por todas partes : en la sopa de mote servida en platos de loza vidriada y en doradas arepas esparcidas sobre el mantel. El único cubierto del menaje estaba cruzado sobre mi plato blanco y orillado de azul.
Mayo se sentó á mis pies con mirada atenta, pero más humilde que de costumbre.
José remendaba una atarraya mientras sus hijas, listas pero vergonzosas, me servían llenas de cuidado, tratando de adivinarme en los ojos lo que podía faltarme. Mucho se habían embellecido, y de niñas loquillas que eran se habían hecho mujeres oficiosas.
Apurado el vaso de espesa y espumosa leche, postre de aquel almuerzo patriarcal, José y yo salimos recorrer el huerto y la roza* que estaba cogiendo. El quedó admirado de mis conocimientos teóricos sobre las siembras, y volvimos á la casa una hora después para despedirme de las muchachas y de la madre.
Púsele al buen viejo en la cintura el cuchillo de monte que le había traído del reino, al cuello de
Tránsito y Lucía, preciosos rosarios y en manos de Luisa un relicario que ella había encargado á mi madre. Tomé la vuelta de la montaña cuando era medio día por filo, según el examen que del sol hizo José.
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