A MARCELA
POR SAN JERÓNIMO
276- 274
A MARCELA
Allá desde su soledad de Calcis (mitigada felizmente por la dulce compañía de los libros), Jerónimo pedía al buen monje Florentino, residente en Jerusalén, solicitara de Rufino un ejemplar del comentario del bienaventurado Reticio, obispo de Augustoduno (Autún), sobre el Cantar de los Cantares, que deseaba copiar para sí. Entonces o después hubo de lograr su intento. Pero ¡qué decepción! El ilustre obispo, uno de los cuatro a quienes el emperador Constantino encomendara entender en el asunto de los donatistas (sínodo de Roma en 313, bajo el papa Miltiades, no bajo Silvestre), andaba por lo visto flojo en hebreo, y aquí recibe de Jerónimo un regular rapapolvo por los errores que tranquilamente deja escapar en su comentario. ¿No tenía a mano, le increpa Jerónimo, los diez volúmenes de Orígenes, los otros intérpretes o algún amigo hebreo a quien preguntar, por ejemplo, qué significaba la palabra «Tharsis»? ¡No todos, claro Jerónimo, eran capaces de sacrificarlo todo para adquirir los volúmenes de Orígenes, los otros intérpretes y hasta un maestro hebreo! Sin embargo, en la epíst. 5,2 había dicho de Reticio que declaraba el Cantar de los Cantares sublimi ore. Se trata de un juicio sobre el estilo, que aquí no se retracta del todo; la palabra corre fluida (acaso floja) y con énfasis galicano ( gallicano coturno); pero-¡ aquí la lección perenne contra toda retórica!-¿qué tendrá esto que ver con el intérprete, cuyo oficio es no hacer ostentación de su propia elocuencia, sino hacer que un texto se entienda como lo entendió su autor? Marcela, la philoponotate, pide a Jerónimo le preste la obra del obispo de Autún (que, por cierto, no ha llegado hasta nosotros), y Jerónimo, que la había prestado a otros, se la niega a ella, «pues son más las cosas que le desplacen que no las que le placen en ella». Se ve, por lo menos, el hambre insaciable de lectura de esta gran mujer, a quien su maestro no hubo de hablar nunca, como acaso lo hubiera hecho Agustín, de la cupido sciendi, la cuarta concupiscencia de que no , habló Juan en su canónica. Y ya, para despedirnos de este glorioso obispo augustodunense, copiemos la nota que le dedica el mismo Jerónimo en De viris inl, 82: Leguntur eius commentarii in Cantica canticoru m et aliud grande volumen adoersus Novatianum. Nec praeter haec quicquam eiu s operum re peri. ¡Este reperi vale por un capítulo de la vida de Jerónimo!
AD MARCELLAM
L Nuper, cum Reticii Augustodunensis episcopi, qui quondam a Constantino imperatore sub Siluestro episcopo ob causam Montensium rnissus est Romam, commentarios in Canticorum Canticum perlegissem, quod Hebraei
A MARCELA
l. No hace mucho me leí de punta a cabo los comentarios sobre el Cantar de los Cantares ( que los hebreos llaman sir asirim ) de Reticio, obispo de Autún ( Augustodunum), que antaño, bajo el papa Silvestre, fue llamado a Roma por el emperador Constantino por el proceso de los montenses o donatistas, y me ha sorprendido fuertemente que varón tan elocuente, aparte otras inepcias con que interpreta diversos pasos, piense que Tharsis es la Tarso en que nació el apóstol Pablo y que oro de Ofaz significa piedra, por la sencilla razón de que Cefas, en el evangelio, se llama Pedro ( o roca). Realmente esta misma palabra la tenía en Ezequiel, en que se escribe de los cuatro animales: Y el aspecto de las ruedas como aspecto de tharsis (Ez 10,9), y en Daniel ha. blando del Señor: Y su cuerpo como tharsis (Dan 10,6); lo que Aquila traduce «crisólito» y Símmaco «jacinto». Y en los salmos: Con viento impetuoso quebrantarás las naves de Tbarsis (Ps 47,8). Y entre las piedras en que, para ornamento del sumo sacerdote, están esculpidos los nombres de las tribus, se inserta el nombre de esa misma piedra. En fin, toda la Escritura puede decirse que está llena de este nombre.
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