JAMES A. WYLIE
1808-1890
26-28
El primero de los príncipes godos en entrar en la comunión romana fue Clovis,(Clodoveo) Rey de los francos. En cumplimiento de un voto que había hecho en el campo de Tolbiac, donde venció a los alemanes, Clodoveo fue bautizado en el Catedral de Reims (496), con todas las circunstancias de solemnidad que podría imprimir una sensación de lo terrible en las mentes de sus rudos prosélitos. Tres mil de sus súbditos guerreros fueron bautizados junto con él.
El Papa lo llamó “el hijo mayor de la Iglesia”, un título que fue adoptado regularmente por todos los reyes posteriores de Francia.
Cuando Clodoveo ascendió de la pila bautismal, fue el único y también el hijo mayor de la Iglesia, pues sólo él, de todos los nuevos jefes que ahora gobernaba Occidente, por ahora se había sometido al rito bautismal.
Una vez cruzado el umbral, otros no tardaron en seguirlo.
En el proximo siglo VI, los borgoñones del sur de la Galia, los visigodos de España, los suevos de Portugal y los anglosajones de Gran Bretaña entraron en la oscuridad de Roma. En el siglo VII la disposición seguía creciendo entre los príncipes de Europa occidental a someterse y remitir sus disputas al Pontífice como su padre espiritual. Las asambleas nacionales fueron celebradas veces al año, bajo la sanción de los obispos. Los prelados hicieron uso de estas reuniones para procurar promulgaciones favorables a la propagación de la fe sostenida por Roma. Estas asambleas fueron primero alentadas, luego ordenadas por el Papa, que de este modo llegó a ser considerado como una especie de Padre o protector de los estados de Occidente.
En consecuencia encontramos a Segismundo, rey de Borgoña, ordenando (554) que toda asamblea debería ser celebrará para el futuro el 6 de septiembre de cada año, “en cuyo momento el Los eclesiásticos no están tan absortos en las preocupaciones mundanas de cría de animales.” La conquista eclesiástica de Alemania fue completada en este siglo, y así los dominios espirituales del Papa estaban extendidos aún más lejos .
En el siglo VIII llegó un momento de peligro supremo para Roma. Casi al mismo tiempo se vio amenazada por dos peligros, que amenazaron con borrarla de la existencia, pero que en su contribuyeron a fortalecer su dominio.
En el oeste los victoriosossarracenos, tras haber cruzado los Pirineos y haber invadido el sur de Francia, abrevaban sus corceles en el Loira y amenazaban con descender sobre Italia y plantar la Media Luna en el salón de la Cruz. En el norte, los lombardos, que, bajo el mando de Alboin, se habían establecido en el centro de Italia, dos siglos antes, había roto la barrera de los Apeninos y blandían sus espadas a las puertas de Roma. Estaban en el punto de sustituir la ortodoxia católica por el credo del arrianismo.
Según el momento de las guerras para sacudirse el yugo imperial, el Papa no podía esperar ayuda del emperador de Constantinopla. Él Volvió sus ojos a Francia.
La pronta y poderosa interposición de las armas francas salvaron la silla papal, ahora en grave peligro.
El intrépido Carlos Martel hizo retroceder a los sarracenos (732), y Pipino, el Mayor de palacio, hijo de Carlos Martel, que acababa de apoderarse del trono, y necesitaba la autoridad papal para matizar su usurpación, con igual prontitud se apresuró a acudir en ayuda del Papa (Esteban II) contra la Lombardos (754)..
Habiéndolos vencido, puso las llaves de su ciudades sobre el altar de San Pedro, y así puso los primeros cimientos de la soberanía temporal del Papa.
El aún más ilustre hijo de Pipino, Carlomagno, tuvo que repetir este servicio en nombre del Papa. Los lombardos volvieron a ser problemáticos y Carlomagno los sometió por segunda vez. Después de su campaña visitó Roma (774).
LA juventud del ciudad, portando ramas de olivo y de palma, lo recibieron a las puertas, el Papa y el clero lo recibieron en el vestíbulo de San Pedro, y entrando “en el sepulcro donde yacen los huesos de los apóstoles”, finalmente cedió al pontífice los territorios de las tribus conquistadas.
Fue de esta manera que Pedro obtuvo su “patrimonio”, la Iglesia y su su dote y el Papa su triple Corona. 28
El Papa había alcanzado ahora dos de los tres grados de poder que constituyen su estupenda dignidad. Se había nombrado obispo de obispos, cabeza de la Iglesia, y se había convertido en monarca coronadoÉl dijo: “Subiré a las laderas del monte; plantaré mi trono sobre las estrellas; Seré como Dios”. No contento con ser un obispo de obispos, y así gobernar todos los asuntos espirituales de cristiandad, aspiraba a convertirse en rey de reyes, y así gobernar la todos los asuntos temporales del mundo. Aspiraba a la supremacía, única, absoluta e ilimitada. Esto solo era querer completar aquel colosal tejido de poder, el Papado, y hacia esto el pontífice ahora comenzó a esforzarse.
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