miércoles, 31 de julio de 2024

ESPAÑA PIERDE SU INDEPENDENCIA RELIGIOSA -27-30

 HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA

SIGLO XVI.

 THOMAS McCRIE,

D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842

27-30

El reconocimiento de la autoridad papal en España siguió al establecimiento de la liturgia romana; y esta última no se habría buscado con tanto afán si no hubiera sido con vistas a la primera. Una vez que obtuvieron un punto de apoyo en la Península, los papas impulsaron sus reivindicaciones, hasta que al final toda la nación, incluidas las más altas autoridades, tanto civiles como eclesiásticas, reconocieron la supremacía de la sede romana

***Doctor Juan Vergara, apud Quintanilla, p. 115. De Robles, 233 235. Florez, Clave Historial, pp. 129, 130. 202. Hay una disertación sobre el oficio mozárabe en la España Sagrada, desgarrada. iii. Sismondi, que parece haber tomado prestada parte de su información sobre esta controversia de una obra de Calderón, titulada "Orígenes, perdida, y restauración de la Virgen del Sagrario", es inexacto en su afirmación. Afirma que el rey deseaba introducir la ceremonia ambrosiana, y piensa que fue una suerte que "la política del monarca, y no los celos de los sacerdotes", fuera el principal instrumento para resolver la disputa. (Hist, of Literature of the South, vol. iii. p. 196, 197.) Townsend confunde lo que hizo Alfonso a fines del siglo XI con lo que hizo el cardenal Ximenes a principios del siglo XVI; y elogia la decisión como indicadora de un espíritu de tolerancia ilustrada. Dejad de perseguir (dice) y todas las sectas a su debido tiempo menguarán y decaerán." (Travels through Spain, vol. i. p. 311, 312.) t Illescas, Hist. Pontifical, torcido. i. f. 269. Zurita, Anales de Aragón, torcido. i. f. 25, b. t Zurita, f. 22, b.***

. Basta con ejemplificar esta afirmación con la subyugación de la corona y el reino de Aragón. Don Ramiro L, que murió en 1063, fue el primer rey español, según el testimonio de Gregorio Magno, que reconoció al papa y recibió las leyes de Roma.*

En 1204, don Pedro II, ocho años después de haber ascendido al trono, fue a Roma y fue coronado por el papa Inocencio III.

En esa ocasión, Su Santidad le puso la corona en la cabeza en el monasterio de Pancracio, después de que Pedro hubiera prestado juramento corporal de que él y todos sus sucesores serían fieles a la Iglesia de Roma, preservarían su reino en obediencia a ella, defenderían la fe católica, perseguirían la pravación herética, y mantendrían inviolables las libertades e inmunidades de la santa Iglesia. Luego, yendo a la capilla de San Pedro, el Papa entregó la espada en manos del rey, quien, armado como un caballero, dedicó todos sus dominios a San Pedro, el príncipe de los apóstoles, y a Inocencio y sus sucesores, como feudo de la Iglesia; comprometiéndose a pagar un tributo anual, como señal de homenaje y gratitud por su coronación.

 A cambio de todo esto, Su Santidad concedió, como favor especial, que los reyes de Aragón, en lugar de verse obligados a venir a Roma, fueran después coronados en Zaragoza, por el arzobispo de Tarragona, como vicario papal.

Este acto de sumisión fue muy ofensivo para la nobleza, que protestaba por sus propios derechos, y para el pueblo en general, que se quejaba de que sus libertades se habían vendido y que se había dado poder a los papas para perturbar la paz del reino a su gusto.

*** "*** Fue el primero de los reyes de España, que hizo este reconocimiento, y encarece mucho al Papa, que como otro Moysen, fue tambien el primero que en su reino recibió las leyes y costumbres romanas." (Zurita, torn. i. f. 22, a.) t Zurita, torn. i. f. 90, 91. Mariana, De Rebus Hispaniae, lib. xi. gorra. xxi. editar. Schotti Hispania Illustrata, desgarrado. ii. pag. 546. Lo mismoEn 1316, los embajadores de Jaime II de Aragón prestaron juramento y homenaje al Papa por Cerdeña y Córcega, lo que fue repetido, en 1337, por Alfonso IV. (Zurita, lib. vi. f. 27, 125.) * Zurita, lib. iv. f. 253-262. t Histoire Generale de Languedoc, par Le Pere Vaisette, tor. iii. p. 14. Usserius, De Christ. Eccles. Success, cap. x. sect. 18, p. 154.***

No pasó mucho tiempo hasta que estos temores se hicieron realidad.

 El rey, habiendo ofendido algunos años después al papa tomando las armas en defensa de los herejes, fue condenado a excomunión por violar el juramento que había hecho; y su nieto, Pedro el Grande, fue privado de su reino, por ser vasallo de la iglesia, lo que encendió una guerra civil, y condujo a la invasión de Aragón por los franceses.*

Diferentes monarcas intentaron liberarse de este vasallaje degradante, pero siempre terminaron renovando sus juramentos de lealtad a Roma; y descubrieron que era demasiado tarde para sacudirse un ugo que para entonces había sido aceptado por todas las naciones que los rodeaban, y que habían enseñado a sus propios súbditos a reverenciar y considerar sagrado.

La historia de España durante el período que estamos revisando, proporciona importantes noticias respecto a los Valdenses, Vaudes o Albigenses, con quienes nos encontramos anteriormente al rastrear el progreso de la Reforma en Italia.

 Es bien sabido que estos primeros reformadores habían fijado su residencia en las provincias meridionales de Francia, donde se multiplicaron considerablemente en los siglos XI y XII.

Varias causas contribuyeron a esto. Los habitantes del sur de Francia, aunque inferiores en armas, eran superiores en civilización a los del norte. Se habían acostumbrado  al comercio y las artes. Sus ciudades, que eran numerosas y florecientes, disfrutaban de privilegios favorables al espíritu de libertad, y que las elevaban casi al rango de las repúblicas italianas, con las que habían comerciado durante mucho tiempo. Poseían una lengua rica y flexible, que cultivaban tanto en prosa como en verso: se erigieron entre ellos academias para promover el GUI Saber, o letras educadas; y los Trovadores, como se llamaba a los poetas provenzales, eran recibidos con honor y escuchados con juramento. en las cortes de los numerosos pequeños príncipes entre los que se dividía el país.

 Un pueblo que había llegado a esta etapa de progreso no estaba dispuesto a escuchar con fe implícita los dogmas religiosos que inculcaba el clero, ni a someterse mansamente a las observancias supersticiosas y absurdas que éste trataba de imponer.

A esto hay que añadir que las costumbres del clero, tanto superior como inferior, en aquellas provincias, eran desordenadas y viciosas hasta el punto de ser proverbiales. "Preferiría ser sacerdote a haber hecho tal cosa!" era una exclamación común entre el pueblo al enterarse de cualquier acción indigna. Con estos sentimientos estaban dispuestos a escuchar a los reformadores, que exponían los errores y corrupciones que habían desfigurado la belleza de la iglesia primitiva y cuya conducta formaba, en cuanto a decencia y sobriedad, un marcado contraste con la del clero establecido.

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