EL PEREGRINO
VIAJE DE CRISTIANO A LA CIUDAD CELESTIAL
JUAN BUNYAN
INGLATERRA
3-6
CAPÍTULO II
Prosigue Cristiano su peregrinación, viéndose abandonado
por Obstinado y Flexible.
Cristiano echó a correr en la dirección que se le había marcado; mas no se había alejado aún mucho de su casa cuando, se dieron cuenta su mujer e hijos, empezaron a dar voces tras él, rogándole que volviese. Cristiano, sin detenerse y tapando sus oídos, gritaba desaforadamente:
—¡Vida!, ¡vida!, ¡vida eterna!—
Y sin volver la vista atrás, siguió corriendo hacia la llanura.
A las voces acudieron también los vecinos. Unos se burlaban de verle correr; otros le amenazaban, y muchos le daban voces para que volviese. Dos de ellos, Obstinado y Flexible, pretendieron alcanzarle para obligarle a retroceder, y aunque era ya mucha la distancia que los separaba, no pararon hasta que le dieron alcance.
—Vecinos míos— les dijo el fugitivo—, ¿a qué habéis venido?
—A persuadirte a volver con nosotros —dijeron.
—Imposible —contestó él—,
La ciudad donde viven y donde yo también he nacido, es la Ciudad de Destrucción; me consta que es así, y los que en ella moran, más tarde o más temprano, se hundirán más bajo que el sepulcro, en un lugar que arde con fuego y azufre. Es, pues, vecinos, ánimo y vengan conmigo.
OBSTINADO. —Pero, ¿y hemos de dejar nuestros amigos y todas nuestras comodidades?
CRIST. —Sí, porque todo lo que tengan que abandonar es nada al lado de lo que yo busco gozar. Si me acompañan, también ustedes gozarán conmigo, porque allí hay cabida para todos. Vamos, pues, y por ustedes mismos infórmense de la verdad de cuanto les digo.
OBST. —¿Pues qué cosas son esas que tú buscas, por las cuales lo dejas todo?
CRIST. —Busco una herencia incorruptible, que no puede contaminarse ni marchitarse, reservada con seguridad en el cielo, para ser dada a su tiempo a los que la buscan con diligencia. Esto dice mi libro, léanlo si gustan, y se convencerán de la verdad.
OBST. —Necedades. Déjanos de tal libro. ¿Quieres o no volver con nosotros?
CRIST. —¡Oh!, nunca, nunca. He puesto ya mi mano al arado.
OBST. —Vámonos, pues, vecino Flexible, y abandonémosle. Hay una clase de entes, tontos como éste, que cuando se les mete una cosa en la cabeza, se creen más sabios que los siete famosos de Grecia.
FLEX. —Nada de insultos, amigo. ¿Quién sabe si será verdad lo que Cristiano dice? Y entonces vale mucho más lo que él busca que todo lo que nosotros poseemos; me voy inclinando a seguirle.
OBST. —¡Cómo! ¿Más necios aún? No seas loco, y vuelve conmigo. ¡Sabe Dios adonde te llevará ese mentecato! Vámonos, no seas tonto.
CRIST. —No hagas caso, amigo Flexible; acompáñame, y tendrás no sólo cuanto te he dicho, sino muchas cosas más. Si a mí no me crees, lee este libro, que está sellado con la sangre del que lo compuso.
FLEX. —Amigo Obstinado, estoy decidido; voy a seguir a este hombre y unir mi suerte con la suya. Pero (dirigiéndose a Cristiano), ¿sabes tú el camino que nos ha de llevar al lugar que deseamos?
CRIST. —Me ha dado la dirección un hombre llamado “Evangelista”; debemos ir en busca de la puerta angosta que está más adelante, y en ella se nos darán informes sobre nuestro camino.
FLEX. —Adelante, pues; marchemos.
Y emprendieron juntos la marcha. Obstinado se volvió solo a la ciudad, lamentándose del fanatismo de sus dos vecinos. Estos continuaron su camino, hablando amistosamente de la necia terquedad de Obstinado, que no había podido sentir el poder y terrores de lo invisible, y la grandeza de las cosas que esperaban:
—Las concibo—decía Cristiano—; pero no hallo palabras bastantes para explicarlas. Abramos el libro y leámoslas en él.
FLEX. —Pero, ¿y tienes convencimiento de que sea verdad lo que el libro dice?
CRIST. —Sí, porque lo ha compuesto Aquel que ni puede engañarse ni engañarnos.
FLEX. —Léeme, pues.
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