CHARLAS ACADÉMICAS
LAS GRANDES FALSEDADES DE LA HISTORIA
LA «DONATIO» DE CONSTANTINO
UN ENUNCIADO PREVIO
BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
Y limpiar (al caso), es depurar, y depurar es a veces (en esta «Clínica» que diríamos de las dolencias de la Historia) extraer, extirpar: raer y extirpar: y arrojar afuera.
En toda la particular crónica historial de la matritense Real Academia de la Historia, no conozco punto de mayor pregón de mérito colectivo que el concurso especial que abrió y el premio que discernió, y la publicación que hizo, del correspondiente libro de Historia Crítica de los Falsos Cronicones (1868) de Godoy Alcántara: aunque empresa íntegra, sí, pero incompleta (como debiéramos confesarlo).
Pero si en esto quedaba a medio hacer el empeño (exponiéndose toda la historia de la falsedad y de las varias falsedades, pero no la lista «negra» de los hechos falsos), en cambio, en cuanto a la falsedad de la «Donación» de Constantino, la tarea es ya bien sencilla, aunque las aplicaciones seculares, extraordinariamente prolificas fueron, y secularmente muy trascendentes.
La falsedad ya se demostró, plenamente y a la vez, por tres sabios coetáneos, y sin comunicación entre ellos, y en el siglo XV: un gran sabio alemán romanizado y cardenal; un inglés obispo católico, y un italiano, Secretario del Papa español, Calixto III, primero de los dos pontífices Borjas.
Pero sin embargo, y hasta entrado el siglo XIX, era el tema
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delicadísimo de tocar, pues una buena parte del Derecho público, politico, y el pontificio, tenía en la «Donación» su razón de ser, su autoridad a la vez única y plenària. Pero, en nuestros tiempos, después del Concilio de Trento, después del Concilio Vaticano, y después del Código Canónico, y después de todos los cambios del Derecho Político secular de ciento cincuenta años a esta parte, y después de los nuevos Concordatos, y de usos y jurisprudencias consiguientes, y después de la «Conciliazione», el tema de la falsedad, evidente, de la «Donación» de Constantino, ya no es sino trasandado tema de Ciencia Histórica, aunque lo tengo por pieza muy capital para explicar la Historia de la segunda mitad de la Edad Media, y aun de siglos posteriores, aun la misma Historia de España.
En la «charla» en la Academia, dije confesiones, sobre mi repugnancia en mi juventud al estudio de temas así de delicados: por temor de que mis atisbos me extraviaran repugnando, como repugnaban, a mi devoción, sino a mi Fe: temas (como algunos de Historia bíblica, pero sólo del Antiguo Testamento) en que no veía claro además en la lectura de libros españoles ortodoxos.
Y algo semejante me ocurría, aplazándolo para un tiempo futuro, con este asunto de la falsedad y de la virtualidad histórica de la «Donación»» de Constantino que atisbaba yo como clave de una ingente parte de toda la Historia de la Edad Media. Era ya cuando, vacante (al fin: por defunción de Palou, que jamás dio en realidad clase) la cátedra de Historia de la Iglesia en el doctorado de Derecho de la Universidad de Madrid, iba a ser yo uno de los opositores firmantes, y así las firmé. Plenamente me alcanzaba, pues, la necesidad de desentrañarme el problema, y confieso que lo elaboraba sin fiarme mucho de textos españoles. A las pocas semanas de poner dicha firma, cambié de afán opositorial, felizmente, dejando por la del Arte, la Historia de la Iglesia; y así la «Donación» la vine a tener en el resto de mi vida del todo en reserva y como en olvido.
Aquellas oposiciones nunca se han hecho, aunque nunca se ha anulado oficialmente la convocatoria hasta el día: los firmantes, ya somos (los vivos, como el mismo señor Arzobispo de Valencia, él, firmante también) más que septuagenarios, jubilados si hubiéramos «ganado» la cátedra ¡todavía vacante desde 1901!
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