domingo, 14 de julio de 2024

LA SOMBRA DE LOS TUANES -41-50

 

HIJO DE PAZ

DON RICHARSON

41-50

CAPÍTULO III

LA SOMBRA DE LOS TUANES

Los hombres de Haenam consiguieron final­mente un respiro de su problema con los kaya­gares renovando una antigua alianza con otras dos aldeas de habla sawi: Yahamgit y Yohwi. Juntas estas tres infligieron graves pérdidas a los kayagares que vivían cerca de los manantiales del Kronkel, persuadiéndolos así a pedir un pe­ríodo de paz. De igual modo, Mauro hizo una ventajosa alianza con Esep, Sanapai, Tiro y Wa­sohwi y se las ingenió para desquitarse de las aldeas de habla asmat ubicadas cerca de la desem­bocadura del Kronkel.

Para vengar la muerte de Yae, los hombres de Mauro utilizaron todavía su alianza con Esep. En efecto, persuadieron a los hombres de esta aldea a usar sus buenas relaciones con Haenam para atraer a un grupo de hombres de esta última a una fiesta en que danzarían toda la noche y que se celebraría en Esep. Nueve hombres acep­taron la meliflua invitación.

Mientras la fiesta iba en aumento en medio del silencio y oscuridad de la noche, los guerreros de Mauro, cual fantasmas, remontaron el río Aym en sus canoas y luego se desplegaron en abanico, formando un círculo alrededor de Esep. Al des­puntar el alba, se instalaron en posiciones cerca­nas, y cuando aclaró lo suficiente para distinguir entre sus amigos de Esep y sus enemigos de Hae­nam, iniciaron el ataque.

De repente comenzó a apagarse el canto de los danzarines y el redoble de los tambores bajo el vociferante crescendo del ataque de Mauro. Los hombres de Esep treparon rápidamente a sus casas e impidieron que los de Haenam buscaran refugio en ellas. Las nueve futuras víctimas tra­taron de desparramarse entre las sombras mien­tras a través de la aldea resonaba el golpe seco y sobrecogedor de las lanzas al herir carne.

Cinco de los nueve consiguieron escapar, aun­que todos dejaron tras sí lívidos rastros de san­gre que brillaba bajo el sol naciente. Los que no escaparon fueron Huyaham, Sao, Asien y Yamh­wi. Esep y Mauro se dieron un regio banquete con la carne de las cuatro víctimas mientras Haenam pasaba varias noches y días lamentándose amargamente por los muertos.

Después de esto los hombres de Haenam hi­cieron varias incursiones en el territorio de Mauro y Esep, esperando sorprender algún grupito de hombres, mujeres o niños mientras sacaban el sagú en la jungla. Luego de infructuosos esfuer­zos, se decidieron por una manera más indirecta de tomar venganza. Pero mientras tanto, ocu­rrrieron tres sucesos totalmente imprevistos.

Una vez que se establecieron relaciones bas­tante pacíficas con los kayagares y asmates, las diversas aldeas sawis comenzaron a tener fre­cuentes diálogos con sus vecinos del este y del oeste. Durante estos diálogos, los sawis notaron un nuevo vocablo que nunca habían oído antes.

Tanto los kayagares al este como los asmates al oeste comenzaron a chapurrear agitadamente so­bre algo o alguien llamado tuan. Puesto que ape­nas había más de media docena de sawis que podían entender lo suficiente una de las dos len­guas extranjeras, pasó un largo período de tiem­po antes que éstos pudieran formarse una im­presión razonable de cómo podría ser un tuan.

El consenso de los informes parecía indicar que los tuanes eran seres sumamente grandes.

¡Qué espantoso!

También se sabía que en general eran ami­gables.

¡Esto era tranquilizador!

Sin embargo, se decía que poseían armas ca­paces de echar fuego con un sonido como trueno. ¡Los avezados guerreros temblaban!

También se informaba que se oponían tenaz­mente a la caza de cabezas y al canibalismo.

¡Qué bueno que los kayagares cazadores de ca­bezas y los asmates caníbales y cazadores de cabe­zas estuvieran recibiendo esa clase de influencia!

Se decía que su piel era tan blanca como la harina de sagú fresca ...

¡Qué feos debían de parecer!

... y muy fría al tacto.

¿Podría ser que no fueran realmente humanos?

¡Además, su cabello era lacio u ondulado, pero jamás crespo, y se cubrían tan completamente con unas extrañas pieles que apenas eran visibles sus verdaderas personas!

¡Qué difícil debe de ser conocerlos como son en realidad!

La mayoría de los informadores afirmaba que nunca habían visto una tuan, aunque algunas fuentes más distantes sostenían que existían unas pocas.

 ¡Cómo tendrán que pelear para conseguir es­posas si hay tan pocas mujeres!

Casi tan raros como los tuanes mismos eran los objetos que, según decían, dispensaban al comerciar con ellos. Los principales entre éstos eran unas clases superiores de instrumentos cor­tantes los que llamaban kapak, para talar árboles, los parang, para cortar los arbustos y los pisan, para cortar la carne. También había unos palitos llamados korapi, que eran excelentes para encen­der fuego.

¡ Sus sukurus podían afeitarle la barba a uno mucho mejor que los cuchillos de bambú! Los mata kail "anzuelos y el kaivas "sedal posibilitaban la pesca hasta en los ríos principales, en vez de tener que esperar hasta que el agua es­tuviera baja en los ríos más pequeños, cuando era posible alancear los peces o dispararles con arcos y flechas.

Se decía que también había rus¡, en los cuales uno podía ver su alma mucho más claramente que en la superficie de un quieto charco de los pantanos.

 De especial interés era una sustancia blanca y fina llamada garam, de la que se decía que era mucho más salada que el residuo carbo­nizado de las hojas de sagú quemadas que los sawis usaban para sazonar sus comidas.

Aun más, se decía que los tuanes daban sabun, el que mez­clado con agua y aplicado a la piel de uno podía sacarle no sólo la suciedad suelta ¡ sino hasta la grasa de la piel!

 Por último, se creía que los tuanes tenían varias clases de brujerías llamadas obat, las cuales podían bajar la fiebre y sanar las heridas con mucho más eficacia que los brujos sawis.

A medida que aumentaban estos hechizantes comentarios sobre los tuanes, circulando de aldea en aldea, los sawis no estaban seguros de si les convendría o no encontrarse con uno de ellos. Losbeneficios materiales eran tentadores, pero ¿y si hubiera repercusiones sobrenaturales imprevis­tas? Hacía mucho tiempo que los antepasados de los sawis habían logrado un acuerdo con los espíritus que vivían en los ríos y en la jungla. "Los espíritus aceptan la grasa de nuestra piel en los ríos", solían decir. Mientras se mantuviera esta delicada coexistencia entre los espíritus y los hombres, el universo estaría en equilibrio. Es verdad que a veces terribles epidemias hacían estragos en las aldeas; pero los espíritus las espa­ciaban a intervalos bastante amplios para que pudieran sobrevivir las comunidades.

Pero si un tuan, que no tenía un convenio con los espíritus, iba a introducir grasa de piel ex­traña en los ríos y senderos, se podría trastornar el equilibrio del universo. Los espíritus se podrían vengar de los sawis por esta temeraria e insólita intrusión en sus dominios y los ancianos no ten­drían ningún método previamente elaborado para apaciguarlos en una situación tan singular.

Po­siblemente los tuanes mismos fueran espíritus que habría que aplacar y ¡ oh, se tardaría mucho tiempo en tratar de descubrir los métodos para apaciguar otra compañía de espíritus ! Era bas­tante apremiante vivir en un universo dualístico de espíritus y hombres.. . ¿Cómo se las arregla­rían las aldeas en un nuevo universo tripartito de espíritus, tuanes y hombres?

Esta fue la pregunta crucial que comenzó a ocupar la mente de los sawis, tanto más cuanto que los kayagares y asmates seguían discutiendo sobre esos extraños prodigios llamados tuanes. Era un tipo de pregunta totalmente nuevo, uno que probablemente nunca tuvieron que enfrentar sus antepasados. Por esta razón no había nada en las leyendas sawis que sirviera para ayudar a la actual generación a abordar el asunto de los tuanes. Tenían que hacerlo por su cuenta y tem­blaban ante la responsabilidad de tomar una de­cisión que podría afectar dramáticamente sus des­tinos y el de sus pequeños.

La crisis se agudizó súbitamente el día en que el segundo suceso imprevisto tomó de sorpresa a los sawis. Haenam se había mudado a un nuevo sitio ubicado junto al tributario Sagudar y que estaba muy cerca de la región de los kayagares. Un día llegó una canoa con varios kayagares ro­bustos y recios que venían de río arriba. Con ellos venía también un guerrero atohwaem lla­mado Hadi. Este dominaba tres lenguas: atoh­waem, kayagar y sawi.

Cuando la canoa se acercaba a Haenam, Hadi gritó agitadamente en sawi:

—i Estos kayagares tienen algo muy especial que quieren mostrarles!

Los guerreros de Haenam bajaron lentamente de sus casas mientras Hadi saltaba a tierra. Detrás de él un kayagar llamado Hurip se inclinó y recogió un extraño objeto que estaba a sus pies en la canoa. Sus ojos brillaban de contento, di­virtiéndose al observar el asombro que se refle­jaba en los rostros de los sawis. Hurip levantó el objeto por encima de su cabeza. Luego abrió su bocaza y habló en la bronca y estruendosa lengua kayagar.

Hadi interpretó, diciendo:

—¡Esto es un kapak!

Los sawis se amontonaron rápidamente alrede­dor de ellos, boquiabiertos de asombro. Miraban fijamente el objeto con la misma admiración que sentiría un astronauta al descubrir un artefacto de una civilización extraterrestre. El kapak era casi tan largo como la mano de un hombre y tenía una hoja brillante de unos diez centíme­tros de ancho. El otro extremo era redondeado y consistía en un grueso anillo en el que Hurip había encajado la punta de un mango de palo hacha.

Sólo vagamente vieron los atónitos sawis que el objeto tenía cierta semejanza con sus rudimen­tarias hachas de piedra. Pero esto duró sólo hasta que Hadi señaló un arbolito que crecía cerca de la ribera del río e instó a Hurip a demostrar lo que podía hacer el extraño objeto. Con pasos majestuosos, Hurip se dirigió hacia el árbol, le­vantó el hacha inclinándola hacia atrás por sobre su hombro derecho y descargó un recio golpe que la hundió en la base del tronco.

Hadi sonrió de satisfacción cuando los espec­tadores retrocedieron súbitamente ante el extra­ño sonido que producía el acero al penetrar en la madera. Hurip arrancó el hacha y con tres golpes más derribó el árbol, arrojándolo en el Kronkel. Pasaron tres minutos completos antes de que la gente de Haenam dejara de gritar de asombro. Cuatro golpes con ese objeto habían de­rribado un árbol que habría necesitado más de cuarenta golpes con una típica hacha de piedra.

Los sawis invitaron a Hadi, Hurip y los otros kayagares a subir a la casa del hombre. Cuando todos se hubieron sentado, el maravilloso kapak pasó de mano en mano. Con respeto, los sawis acariciaron el fabuloso instrumento, comentando a gritos sobre su dureza, agudeza y peso. Apenas podían creer que una hoja que era cuatro veces más delgada que la de un hacha de piedra me­diana se pudiera usar con tanta fuerza sin que se quebrara o astillara.

Hurip, henchido de orgullo por ser el primero en presentar a toda una comunidad esta mara­villa tan extraña, procedió luego a relatar cómo había canjeado a uno de sus hijos por el kapak de otro kayagar que vivía más al sudeste, en laaldea Araray.

La gente de Araray, según dijo, tenía muchas hachas como ésta porque actual­mente tenían un tuan que vivía entre ellos. Ahora todas las aldeas kayagares viajaban a Araray o a Kepi llevando cerdos o niños para canjearlos por hachas y otros tesoros de los tuanes. Algunos sawis estaban a punto de preguntarle a Hurip si estaría dispuesto a canjear su hacha; pero cuando oyeron que había dado un niño por ella, desis­tieron.

Luego de un impresionante y momentáneo si­lencio, un joven y musculoso guerrero sawi lla­mado Kan¡ alzó la voz desde el fondo de la casa del hombre y dijo:

—Hurip, ¿por qué vino ese tuan a vivir a Araray?

Cuando le retransmitieron la pregunta a Hurip, éste se limitó a encoger sus toscos hombros. Luego exclamó:

—¡ Tú debes de suponer que los tuanes son iguales a nosotros! Si uno de nosotros se mudacierto lugar, se puede saber que es porque allí hay mucho sagú que no ha sido cosechado, por­que se está alejando de sus enemigos o porque desea vivir donde solía vivir su padre.

"Pero los tuanes —siguió explicando Hurip­ se interesan poco por el sagú. Parece que no tienen enemigos. No están atados a la tierra de sus antepasados. ¡ Vienen adonde quieren venir; van adonde quieren ir; se quedan donde quieren quedarse! Nadie sabe lo que harán ni por qué lo harán. ¡ Todo lo que sabemos es que adondequiera que vayan sus canoas van cargadas con hachas como ésta!"

Los sawis silbaron para expresar su asombro; pero Kan¡ siguió preguntando:

—Si viniera un tuan aquí, ¿qué nos pasaría?

Cuando Hadi interpretó, Hurip contestó inme­diatamente:

Ustedes, los sawis, todavían cortan cabezas humanas y comen carne humana

Sí viene un tuan aquí, es indudable que tendrán que dejar esta clase de cosas. Si no lo hacen, ¡ les disparará fuego ! ¡ En cambio, ustedes harán karia! Y por su karia el tuan les dará muchos kapak, parang y pisan.

Ninguno de los sawis entendía que karia signi­ficaba "trabajo". De todos modos, algunos vol­vieron a silbar de asombro. Otros se callaron de repente ante el pensamiento de nunca más comer carne humana, nunca más cortar cabezas y la posibilidad de ser quemados con fuego.

Kan¡ fue uno de los que no silbaron. Estaba reflexionando en el hecho de que él y su gente todavía no habían tomado venganza contra Mau­ro por la muerte de Huyaham, su hermano mayor, y los otros tres que habían sido alanceados con él en esa dantesca trampa de Esep. Si Haenam iba a tomar venganza, convendría hacerlo pron­to; de lo contrario, podría aparecer un tuan, en cuyo caso ya no sería posible tomar venganza.

Pronto Hurip, Hadi y sus amigos volvieron río arriba después de prometer a los sawis que si alguna vez tenían hachas sobrantes para canjear, se lo hicieran saber primero a los hombres de Haenam.

Hurip y sus amigos habían venido por una sola razón: divertirse con el espectáculo de toda una comunidad pasmada ante su primera visión de un hacha de acero. ¡ Sin saberlo, habían logrado mucho más que eso !

En primer lugar, habían aclarado de una vez para siempre "la cuestión del tuan" a los hombres de Haenam. Por fin ahora sabían estos extraños sawis lo que harían si un tuan llegara algún día hasta  ellos. Al anochecer de ese mismo día habían llegado a un consenso de opinión que pronto en­contraría apoyo en todas las 18 aldeas de la tribu sawi.

En segundo lugar, habían persuadido al joven Kan¡ de que ya era tiempo de que Haenam repre­sentara otro papel del antiguo tema llamado tuwi asonai man. En caso que resultara imposible to­mar venganza después de la llegada de los tuanes, debían "cebar" más "cerdos para la matanza" con objeto de vengar la muerte de Huyaham antes de que aparecieran. Y ya que habían fracasado los asaltos frontales contra Mauro, el ingrediente que una vez más se usaría como cebo tendría que ser la amistad.

Pero antes de que se cumplieran las intenciones asesinas de Kan¡, un tercer suceso imprevisto iba a estremecer hasta sus mismos cimientos el universo sawi.

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