HISTORIA PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA
SIGLO XVI.
THOMAS McCRIE,
D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842
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Pero a veces son de un carácter muy diferente y han producido las peores consecuencias. Han sido el medio de implicar esclavitud política y espiritual en un pueblo, de levantar obstáculos insuperables en el camino de su mejora, de propagar sentimientos no menos hostiles a su comodidad doméstica que a su tranquilidad nacional, y de convertirlos a la vez en una maldición para ellos mismos y un azote para todos los que los rodean.
Si los nativos de España no han presentado esas extravagantes pretensiones de antigüedad que han hecho ridículos a los habitantes de otros países, han caído desgraciadamente bajo la influencia de prejuicios nacionales igualmente desprovistos de verdad y mucho más perniciosos en su tendencia.
Todo español auténtico está dispuesto a jactarse de la pureza de su sangre, o, en el lenguaje establecido del país, de que es "un cristiano viejo, libre de toda mancha de mala descendencia".
El más humilde campesino o artesano de España considera una degradación tener en sus venas la más mínima mezcla de sangre judía o morisca, aunque se haya transmitido por el más remoto de sus antepasados conocidos, en la línea masculina o femenina.
Haber descendido de aquella raza "de la cual, en cuanto a la carne, vino Cristo", o de cristianos que habían incurrido en la censura de un tribunal cuyo lema es el reverso del de aquel que "no vino a destruir las vidas de los hombres, sino a salvarlas", se considera una desgracia mayor que haber surgido de salvajes y paganos, o de aquellos que habían incurrido en la última sentencia de la justicia por los crímenes más antinaturales y horrendos.
"Creo de verdad", dice un escritor español moderno que a veces sonríe entre lágrimas ante los prejuicios de sus compatriotas, "que si San Pedro fuera español, o bien negaría la entrada al cielo a las personas de sangre manchada,
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