ESPAÑOLES SIN PATRIA
Y LA RAZA SEFARDÍ
DR. ANGEL PULIDO FERNANDEZ
1905
INTRODUCCIÓN
Origen del libro. — Las primeras gestiones. — Información israelita. — División y alcance de la obra. — El oro judío. — Profesión de fe.
Muchas veces he recordado, durante los últimos meses, aquol sencillo episodio por el cual arraigó y floreció en mi ánimo, el sostenido afán de reconquistar al pueblo judeo-español, tanto para causar beneficios á España y á Israel, cuanto para servir á la evangélica educación de razas y pueblos, cuyas sociales relaciones y humanos sentimientos todavía hoy se hallan extraviados por repugnancias y antagonismos feroces,consecuencia de atávicas enfermedades que padece el alma delos pueblos y de los individuos. Ya en mi libro Los israelitas esañoles apuntó aquel suceso, el cual gustoso traigo al frentede este segundo y más ilustrado estudio acerca de la propiamateria, como razón sintética de mi obra toda.
El 24 de Agosto del año 1903 salíamos de Belgrado, alromper el alba, mi familia y yo, embarcados en uno de los vapores que navegan en el Danubio, con dirección á Orsova, adonde habíamos de llegar por la tarde. Una leve destemplan za orgánica, que padecí durante este viaje todo, sentíalacon más intensidad entonces, por el corto sueño á que nos obli- gó la necesidad de abandonar el hotel antes de que amaneciese, y por la larga espera que hubimos de hacer á la intemperie, junto al embarcadero j aguardando que se presentase el revisorde los pasaportes; documento que se exige á cada paso, por el Oriente de Europa, desde que se traspasa la Hungría. Era la mañana fresca, aunque de radiante y sereno cielo. Las irisciones de la alborada resplandecían con atrayente hermosura; y por esto, apenas embarcábamos los pasajeros, todos escogíamos sitio desde donde contemplar mejor, ya los cambiantes de luz que se sucedían en cielo espléndido y dilatado, ó ya el refle jo de sus tintas en las serenas corrientes del Danubio y el Sava; los cuales ríos allí confluyen con pronunciados serpenteos, que reproducen en el espejo de sus aguas las bellezas arquitectónicas de la capital servia, y la pintoresca villa de Zimony, la ciudad de Hungría donde hay más judíos españoles
Dos marineros entregados á la faena de limpiar suelo y asientos con abundosas mojaduras, nos echaban de uno á otro sitio. Yo procuraba reaccionar mi cuerpo, enfriado con el relente de la madrugada, la neblina fluvial y la humedad del baldeo; y apenas atendía á los contados pasajeros que se halla ban sobre cubierta, entregados á la misma contemplación. Fué alguien de mi familia quien me advirtió la presencia, al lado nuestro, de una pareja, que debía ser un matrimonio, de edadmadura, sencillamente vestido, modesto porte, talla corta y escasas carnes; el cual conversaba con blandos ademanes y aspecto triste, hablando un castellano incorrecto.
— Son judíos españoles— dijimos al punto.
Realmente no conversaban: agarrada ella con una mano á la borda, ñja su mirada estuporosa en las aguas del río, taciturna y quieta, escuchaba á su compañero, el cual le decía frases que parecían de consuelo.
La curiosidad me indujo á hablarles.
— ¿Está enferma la señora? — pregunté.
— No — respondió él — está afligida. Acabamos de perder una hija y viajamos por distraerla y consolarla de su dolor.
Pocos minutos después habíamos hecho nuestras respectivaspresentaciones y empezaba á conocer á D. Enrique Bejarano,
director de una Escuela israelita española de Bucarest, publicista distinguido, políglota y buen sabidor de hteratura judeoespañol, quien se espontaneó al punto con grata conversación.
Me pareció interesante y venerable este distinguido profesor. Escuchábale con singular agrado las leyendas, cantigas, sentencias y decires de antigua procedencia española, con lo cuales amenizaba su relato. Me atrajo la variedad de sus conocimientos gramaticales en distintas lenguas; y más que todo
esto me impresionó el estallido de amor á la tierra hispana, que hubo de expresar con emoción lacrimosa y frases de extremada delicadeza y ternura, como atestiguando un culto religioso y secularmente conservado. Sentí la más extraña y fuerte emoción cierta vez cuando, como si fuese arrastrado por sobenatural esperanza, le vi dirigirse de pronto á su desventuradamujercita, la cual permanecía absorta, muda, siempre con la vista clavada en la corriente; y decirla con blandísimo acento,de infantil regocijo:
— ¿Ves cómo la Providencia nos atiende y consuela? Hoy nos proporciona la ventura de ir en este barco y conocer á estos señores, que son de España, de nuestra querida madre patria^ y hacernos sus amigos. ¿Ves qué bueno es Dios?
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