jueves, 4 de julio de 2024

" A LA ESPAÑOLA TEODORA..." Nota 706-707

 706- 707

Carta 75

A LA ESPAÑOLA TEODORA,

 SOBRE LA MUERTE DE LUCINIO

Cuando San Jerónimo esperaba la visita del noble caballero de la Bética, que tan sinceramente lo admiraba, la esposa o «hermana» de él le escribió dándole la lúgrube noticia de su muerte. ¡Dura y cruel necesidad de la muerte, que tan poca _cuenta tiene con nuestros planes y deseos! Contra ella no hay más refugio que la fe en Aquel que con su muerte mató a la muerte. La fe y la esperanza de que pronto hemos de ver a aquellos cuya ausencia lloramos. Y aquí justamente se le escapa a Jerónimo un superlativo, que. es como una rendija abierta por donde se le escapa toda la verdad humana del horror a la dureza y crudelissima necesidad de la muerte. ¡Ni la fe ni la esperanza suprimen la verdad humana del horror a la muerte! Y oírlo de boca de un santo es otro consuelo para los que no lo somos. Y, al cabo, ¿no lo sintió también nuestro hermano mayor Jesús? ¡Y ése sí que es el supremo consuelo! Con pensamientos así va tejiendo Jerónimo esta breve consolatio, género o tema literario que hubo de ejercitar con alguna frecuencia. Pero acaso lo que más consolara a la viuda española fuera la evocación de las altas prendas .de Lucinio, cuya figura pasa así a la inmortalidad literaria (por poco que ella valga en parangón de la sola verdadera inmortalidad). Jerónimo exalta primeramente su limpia ortodoxia y, con este motivo, trazó una breve historia del gnosticismo en España, cometiendo, a lo que parece, alguna grave confusión. Por los días de Lucinio (fines del siglo IV) haría estragos por «las Españas» la impurísima herejía de Basílides, 'gnóstico famoso del siglo II  que, por los años 120-140, escribió en Alejandría su evangelio y lo explicó en 24 libros. En cuanto al calificativo de «spurcissima» que San Jerónimo regala a la herejía gnóstica de Basílides, no sería fácil justificarlo. El desprecio de la materia o de la carne, preconizado por todos los gnósticos; llevaba en el orden moral a dos extremos opuestos: a una ascesis rigurosa, que excluía incluso el matrimonio, o a un desenfreno de la carne, que no tenía que ver nada con el espíritu. A la carne hay que darla carne, y al espíritu, espíritu, decían los «escogidos» valentinianos, que, como escogidos, estaban predestinados y no tenían sino vivir tranquilamente la presente vida y esperar beatíficamente la eterna

¿Hacía estragos la herejía basilidiana en las Españas hacia· fines del siglo IV? Puede muy bien, nota Labourt, haber persistido, en el siglo IV, una herejía del siglo II.  La posibilidad es· ciertamente admisible cuando se trata de una herejía más o menos organizada en iglesia o secta; pero es más que dudosa tratándose de puras especulaciones, tan estrafalarias, complicadas y fantásticas como fueron, por lo general, las de los gnósticos de toda laya.

 ¿Es de creer que ninguna mente bética de hacia 390 se entretuviera en concar  la  ogdóada (En la mitología egipcia, la ogdóada (Griego: "ογδοάς", óctuple) eran ocho deidades adoradas de Basílides: Primer principio, Padre ignoto, nous, lágos, pbránesis, sopbia, dynamiJ, dikaiosyne? A. esta serie sigue otra que es su reflejo, y después otra, y así sucesivarnente hasta completar el número de trescientas sesenta y · cinco inteligencias; expresado con la palabra Abracas ( el Abraxas de San Jerónimo), que se convirtió luego en amuleto y se encuentra grabada en todas las piedras y talismanes basilídicos (cf. M. PELAYO, Heterodoxos [1880] p.92).

Bien podemos imaginar que ni a· Lucinio y su «hermana» Teodora ni a ningún español del siglo IV hubo de costarle trabajo conservar la pureza de la fe frente a estas fantasmagorías de la especulación gnóstica.

¡Tan amiga como es nuestra raza de realidades concretas y verdades claras!

Luego se embrolla San Jerónimo con la historia de un tal Marcos, retoño de la estirpe del gnóstico Basílides, que corretea por el sur de las Galias embaucando a mu¡eres nobles y ricas, pasa el Pirineo y sigue o prosigue sus trapisondas en España,

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